Foto: Paulo Slachevsky

08 de junio 2019

Carcajada – Sobre muros y grietas

por Carcaj - Convocatoria junio 2019

Por todas partes, sin interrupción, los muros están hablando.

En plena dictadura un rayado no temía decirle a Pinochet a la cara:

TU NI SIQUIERA MERECES UN RAYADO

Treinta años más tarde, en París, un presunto chileno se pone la chaqueta amarilla y escribe sobre un muro-monumento:

PICO PA MACRÓN

Un poco más allá, un árabe le manda su propio recado a los franceses y raya:

ABAJO EL CAVIAR
ARRIBA EL KEBAP

Por todas partes los muros hablan y se habla a través de los muros; mensajes y recados llegan desde los extramuros del mundo, para usar el nombre de un libro de Verástegui. Los muros hablan: es un hecho que va en lo mismo de ser muro, en sus cimientos. Pero nosotros, que nos burlamos de los muros por su incapacidad para escuchar, pocas veces nos detenemos para oír una de las primeras cosas que nos gritan: que alguien los construyó, que no siempre estuvieron ahí.

Es que, así como no callan, los muros tampoco dejan de erigirse. Apenas caía el muro de Berlín y ya se levantaban otros mil muros por todos los rincones del mundo. Muros que hacen a veces de fronteras entre pueblos y territorios (como los de Games of Trump), pero también muros urbanos, que separan los barrios ricos de los barrios pobres, muros ideológicos y muros comunicacionales, que camuflan la violencia cotidiana que nos envuelve, muros domésticos y muros patriarcales, muros en las cárceles, en las escuelas y en nuestras casas.

Muros hay por todas partes, pero éstos no representan fronteras simétricas. El muro no divide el espacio en partes iguales. Sino, ¿qué sentido tendría? Se acepta levantar un muro siempre y cuando pueda ser atravesado en alguna dirección. Como los muros permeables entre Israel y Cisjordania, que impiden a los palestinos volver al territorio del que fueron despojados, pero no al ejército israelí desplazarse a través de él para atacar los campos de refugiados. Caminar por las paredes, disparar a través de las murallas, son de hecho las técnicas militares de última moda. Vallas, muros, rejas, zanjas; todo obstáculo puede ser permeado y atravesado si se lee desde el lugar apropiado.

Son tantos los muros que hemos visto, que ya sabemos que siempre hay uno contra el que chocar cuando decidimos enfrentarnos a lo que nos oprime. Nuevos muros, nuevas tecnologías de control han ido emergiendo. El circuito amurallado que va de la casa a la escuela, de la escuela a la fábrica y de la fábrica a la cárcel o al manicomio puede haberse vuelto más poroso, pero hoy otros nuevos dispositivos murísticos perfeccionan su forma de dividirnos, separarnos, aislarnos en el espacio. Del encierro institucional al endeudamiento hay esta sofisticación de los muros, que se van haciendo más flexibles y móviles, pero también más efectivos y resistentes, como muros personalizados a la medida de cada uno, por ejemplo, en la forma de pequeñas pantallas táctiles que mantienen los cuerpos separados antes que comunicados entre sí. Basta con entrar un momento al metro o pasearse un rato por los muros del Facebook para observar este panorama del desencuentro generalizado.

Los muros invisibles del capital no dejan de erigirse allí donde pareciera que no hay nada. ¿Cómo agrietar esos muros? ¿Qué es lo que escribimos en ellos, qué gritamos contra ellos? ¿Qué deseos fraguamos en el sueño del muro al fin derribado?

Ya un romano, miles de años atrás, podía escribir con toda claridad sobre los muros de Pompeya (antes que el volcán de la historia le pasara por encima en beneficio del turismo):

“La vida es incierta para el pobre cuando un rico codicioso vive cerca”

Derribar muros siempre ha sido un medio de liberación, el modo de salir por asalto de la incertidumbre en la que nos tienen, deprimidos, aislados y expulsados. Pero rayarlos, dibujarlos, no son armas menos efectivas para la tarea de desmurar los muros, como decía Matta-Clark; perforarlos, agrietarlos: reintegrarlos a nuestros territorios como otra cosa que frontera.

No falta quien diga que el muro es eterno e indestructible, y que lo que hay que hacer es administrarlo bien, ablandarlo, pintarle un paisaje que oculte los escombros. Pero no hay muro que no tenga sus grietas, sus trizaduras y rasgaduras, sus propias líneas por donde la muralla se abre y se deshace. Un poco más acá o un poco más allá, cada lucha y cada gesto de rebeldía es una nueva grieta en esta muralla china. Una grieta más para poder ver, respirar, gritar otro mundo.

Y si no hay grieta, bueno, pues a hacerla arañando, mordiendo, pateando, golpeando con manos y cabeza, con el cuerpo entero hasta conseguir hacerle a la historia esa herida que somos”, decía un graffiti zapatista escrito desde la selva Lacandona.

Los invitamos a hacer hablar los muros, a escuchar lo que las paredes gritan.

A rasguñar las piedras y escribir desde las grietas.

A rayar en el muro y rayar contra el muro.

Revista de arte, literatura y política.

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