19 de julio 2024

Frío, calor o dolor en Werther y la bestia de Frankenstein

por Matías Saá

Sufrí de depresión la primera vez que me fui de la casa de mis padres. Viví en una habitación pequeña en Recoleta que era administrada por una familia peruana que se dedicaba a vender pescado en la feria. En la habitación vivía con un amigo que probablemente estaba más deprimido que yo. Ambos comíamos una o dos veces al día y lo que comíamos no era más que fritura acompañada de más fritura. No trabajaba, no estudiaba y vivía de un premio literario que me dio la universidad (antes de dejarla) por escribir un cuento sobre un padre que abandona a su hija por miedo de ser un mal padre. En ese tiempo no me di cuenta de que sufría de depresión hasta que me fue a visitar una amiga y para ello tuve que limpiar todo el desorden que tenía: recoger latas de cervezas, restos de comida y no sé por qué, pero tenía un montón de papeles de dulces masticables sobre el colchón en donde dormía. También, ordené lo que era mi biblioteca en ese entonces: Pavese, Pizarnik. Kawabata, Mishima, Plath, Woolf, Sexton y una copia vieja de Las penas del joven Werther (1774) que no había abierto hasta ahora. Todos ellos tenían algo en común, el suicidio. Y a pesar de que nunca lo planeé seriamente, siempre estuvo ahí rondando.

El error que cometí en ese tiempo fue creer que para escribir y crear uno debía estar deprimido, e idealicé esa vida hasta que leí una entrevista de Jeff Tweedy que dio el 8 de enero del 2019 para El Mundo, en donde hablaba sobre su adicción a los calmantes y la lucha constante contra la ansiedad, y él deja en claro una cosa: “los artistas crean a pesar del sufrimiento, no debido al sufrimiento (…) Exaltar el sufrimiento de un artista como algo único o noble me da vergüenza ajena”.

En un principio, en una primera lectura, sentí que Las penas del joven Werther (1774) y Frankenstein (1818) eran dos novelas pesimistas, oscuras y depresivas, y vaya que de momento sí lo son. Pero también son novelas extremadamente sensibles, con personajes que solo buscan la aceptación, la compañía y la conexión con el mundo, o con sus mundos particulares. No son personajes que exaltan el sufrimiento, sino sus sensibilidades. Y si hay momentos en que realzan el sufrimiento, es porque de verdad tienen motivos para hacerlo. Pero también tienen momentos de gratitud y placer a pesar de sus trágicas vidas y finales tormentosos. Y me quiero quedar con eso.

En este ensayo trataré sobre la búsqueda del calor en espacios fríos y también sobre el peligro de acercarse demasiado al fuego, o a las personas, ya lo veremos, y lo estudiaré bajo la filosofía de Arthur Schopenhauer en su obra Parerga y paralipómena (1851).

El filósofo alemán, plantea que los seres humanos sienten la necesidad de cercanía con sus semejantes, pero a la vez, se necesitan mantener distante para no herirse. Esta teoría la simplifica a través de una metáfora conocida como “el dilema del erizo”, y explica que los erizos en invierno se juntan para mantener el calor y no morir de frío, pero debido a sus espinas, estos tienen que separarse para no dañarse, lo cual causa esta disyuntiva: o se acercan lo suficiente y se dañan, o, se separan y se congelan. Este dilema es llevado a las relaciones humanas y Schopenhauer establece que necesitamos la cercanía de los unos con los otros, sentir el calor y sentirnos acogidos dentro de la sociedad, pero también necesitamos nuestro espacio, nuestra individualidad y autonomía, pero ¿qué pasa si no sentimos ese calor? Esto es justamente lo que ocurre con los personajes principales de Las penas del joven Werther y Frankenstein.

Frankenstein El mundo como voluntad y representación (1818) fueron publicadas en el mismo año, y a pesar de que no hay registros de que Schopenhauer leyó a Shelley o Shelley a Schopenhauer, sí se pueden establecer muchos paralelismos entre ambas obras. Por ejemplo, la bestia, como los erizos, busca la conexión personal y social, pero la criatura fracasa en ello. La bestia intenta acercarse, pero, cuando lo hace, sufre el rechazo y le provocan una herida emocional gigante. La bestia es consciente de este dilema humano, y utiliza la metáfora del fuego para explicarla luego de haber escapado de la casa de su creador para adentrarse y deambular en los bosques y montañas:

«Un día, cuando me hallaba aterido de frío, encontré un fuego que habían abandonado algunos mendigos vagabundos y me embargó un gran placer cuando sentí su calor. En mi alegría, alargué mi mano hacia las brasas vivas, pero rápidamente la aparté con un grito de dolor. Qué extraño, pensé, que la misma causa produjera al mismo tiempo efectos tan contrarios» (Shelley 141).

La bestia vivió la dualidad de los erizos a través del fuego. Sin el fuego, se moría de frío y si está muy cerca, le produce dolor. Pero hay una zona media en donde el fuego le proporciona calor y placer, esta zona media es la zona óptima según Schopenhauer para no hacernos demasiado daño o morirnos de frío. El fuego es una metáfora sobre la sociedad, sobre la contradicción humana y también sobre la misma naturaleza de la bestia, que es monstruosa pero también humana. La criatura daña y es dañada, sufre y provoca sufrimiento por su naturaleza e identidad, como espinas que se mete en la carne de los humanos.

La bestia busca la conexión durante gran parte de la novela; cuando es creada, busca la conexión con su creador. También, lo hace con la familia De Lacey, con el niño William y cuando le pide a Victor Frankenstein que le cree una compañera. Estos momentos tienen un mínimo común denominador: el rechazo. Y esto le provoca una profunda tristeza, soledad y frustración en la criatura. La bestia desarrolla una visión negativa hacia la sociedad y se vuelve una criatura vengativa por no ser aceptada.

Werther también sufre múltiples rechazos. El que más sufrimiento le causa es el de su amor no correspondido por Carlota debido al compromiso que ella tiene con Albert. Werther se ve acorralado en la dualidad de acercarse a Carlota y herirla, conforme a que ella tiene la responsabilidad social y familiar de casarse con su compañero y tendría que pagar las consecuencias de su época o bien, alejarse en su soledad. Esto último es lo que Werther decide el 10 de diciembre:

«Los vi alejarse. Yo me quedé inmóvil, mirándolos, la noche se apoderaba de mis alrededores. Caí al suelo a llorar, al poco me levanté, corrí por las explanadas para mirar, a lo lejos, su majestuoso vestido blanco. Extendí mis brazos hacia el horizonte que la desaparecía irremediablemente» (Goethe 75).

Werther emprende un viaje físico hacia un lugar desconocido con el objetivo de trabajar y encontrar un nuevo comienzo. Pero como lo erizos, él siente frío y no logra su objetivo de alejarse para superar sus sentimientos por Carlota y el 18 de junio Werther vuelve y le escribe a Guillermo, “me río de mi propio corazón y al fin termino haciendo lo que él quiere” (Goethe 95). Y lo que su corazón quiere es encontrarle un cierre a su amor, una despedida, darle un sentido a su sufrimiento, pero sin éxito, igual que la bestia, y señala, “¡pobre de mí! ¡este sin sentido, horrible sin sentido en mi alma!” (Goethe 104).

El absurdo en este personaje también lo podemos analizar desde su alienación social. Goethe creó a un personaje que continuamente lucha para encontrar su espacio en la sociedad y lucha contra las convenciones sociales, por ejemplo, siente un gran rechazo hacia la burguesía:

«Hay quienes siendo de la alta sociedad se apartan de los menos favorecidos como si con eso evitan que se les confunda con ellos; otros, mucho más majaderos y mal intencionados buscan hacerse afines al vulgo para luego, con algún reproche o retorcida movida, hacerlos sentir en la más honda miseria» (Goethe 13).

Werther produce esta dualidad: es rechazado, pero él también rechaza a las personas: “Siempre he sido de conocer a mucha gente, pero muy pocos cercanos. La mayoría de las veces me pasa que congenio con las personas, pero en lo que veo que nuestros destinos difieren, me alejo” (Goethe 14). Él presenta ciertos atisbos de misantropía a lo largo de las cartas que le escribe a su amigo Guillermo, y esto tiene que ver con las características de su época, una época marcada por la masculinidad hegemónica.

Werther rehúsa de la masculinidad tradicional al ser un personaje extremadamente sensible y contrasta con el estereotipo de virilidad de la época, provocando que él no pueda encontrar una conexión profunda con los hombres y se sienta aislado: “tú me conoces, sabes que me gustan los sitios aislados y siempre me inclino por lugares así” (Goethe 17). Y finalmente opte por la individualidad y rebeldía siendo leal a su estilo de vida y su naturaleza romántica que lo invita a pasar la mayor parte del tiempo en soledad y contemplando la naturaleza, en donde puede encontrar refugio y plenitud.

Tanto la bestia como Werther sufren el rechazo de la sociedad, pero por motivos diferentes. En tanto Werther sufre por no encontrar un lugar en ella y el de su amor no correspondido por Carlota, la criatura sufre por su apariencia monstruosa. También enfrentan esta problemática de diferentes maneras, puesto que el joven desdichado se va de la ciudad para luego volver, la bestia se va y cada vez que va viviendo la desaprobación de los humanos, este se va convirtiendo en un monstruo con más sed de venganza e ira. La diferencia radica en que los sufrimientos se enfrentan de distinta manera en ambas obras; Werther lo soluciona con el suicidio y la criatura con la venganza.

Schopenhauer no estaría de acuerdo con ambas formas de enfrentar la vida, o no del todo, debido a que no estaba totalmente en contra del suicidio. Para él, existen dos vías para aliviar el dolor, esto lo explica su traductora e introductora de El mundo como voluntad y representación:

«La liberación de la voluntad de vivir, fuente de todo dolor, encuentra en Schopenhauer dos vías: una puramente contemplativa (el arte) y otra de carácter práctico (la ética y la ascética). Pero no nos engañemos: no vamos a encontrar aquí recetas para una vida feliz: en primer lugar, porque ‘vida’ y ‘feliz’ son aquí conceptos contradictorios; y, además, porque no hay recetas para ser un genio ni para ser santo» (López 8).

La contemplación estética está presente en parte de la vida de la criatura. Él encuentra consuelo en la literatura, en la naturaleza y en la música. Las expresiones artísticas son para él una forma de encontrar consuelo ante el rechazo humano y como una vía de escape ante el sufrimiento. La bestia, mientras vagaba por el bosque, se encuentra con una familia campesina disfrutando de un momento de alegría. Ese momento es cuando él escucha por primera vez una guitarra, experimentando sensaciones que no había sentido nunca. Y lo describe como un gran placer:

«A la mañana siguiente, Felix se fue a trabajar; y, después de que Agatha concluyera sus labores, la árabe se sentó a los pies del anciano y, cogiendo su guitarra, tocó algunas canciones tan encantadoramente hermosas que inmediatamente arrancaron de mis ojos lágrimas de pena y placer» (Shelley 159).

Dicho anteriormente, la literatura también le produce un gran momento de placer, felicidad y alegría. Las autoras Gilbert y Gubar (1994), aseguran que la bestia habla por su autora, Mary Shelley, porque lee los libros que Mary Shelley había leído antes de escribir Frankenstein. Ellas indican que “es su parecido intelectual a su autora (más que a su autor) lo que sugiere en primer lugar que el monstruo masculino puede ser en realidad uno femenino” (246). Y justamente dentro de las tres lecturas que hace la bestia está Las penas del joven Werther. La bestia leyó las cartas de Werther y se refiere a él como “el ser más maravilloso que hubiera visto o imaginado jamás” (Shelley 171).

Es posible que Goethe haya inspirado a Shelley a escribir Frankenstein luego de que la escritora inglesa haya leído a Fausto (1808) y Las penas del joven Werthter, y que le haya ayudado a canalizar la depresión que le dejó la partida de su marido Percey Shelley y de tres de sus cuatro hijos a través de la identificación emocional, la reflexión y finalmente la inspiración artística. En la obra de Goethe, también se presenta a un Werther sumido en el arte de la literatura, y a diferencia de la música, este hace hincapié en la pintura y dibujos:

«Después de una hora encontré que había hecho un dibujo bien logrado, un cuadro muy interesante, sin habérmelo siquiera propuesto así. Esto me confirmó en mi propósito de no atenerme más que a la naturaleza misma, porque ella sola es la que tiene riquezas inagotables y la que forma los verdaderos y grandes artistas» (18).

En esta cita también se demuestra otro rol importante que tiene en la contemplación de Werther. Además de su arte como dibujante, contempla con gran fascinación la naturaleza, los paisajes en donde se encuentra. Él describe muchas veces cómo es Wahlheim, la ciudad ficticia en que se desarrolla la trama de esta novela. Y cada vez que puede, habla con gran fascinación sobre ella, sobre el río, las colinas, el valle, las montañas, los árboles, las rocas, etc., tanto así que Werther se llega a sentir como dios en su contemplación:

«Yo estaba como un dios en este mar de riqueza, en este enorme universo, cuyas formas sublimes parecían moverse, animando toda mi creación en lo más profundo de mí. Me rodeaban enormes montañas: tenía delante de mí desfiladeros de gran hondura, donde se precipitaban torrentes de tempestad» (Goethe 65).

Un hombre o una mujer que es capaz de contemplar la naturaleza y el arte sería, para Schopenhauer, una persona con un calor interior propio. Schopenhauer llega a la conclusión de que no basta con calentarnos entre nosotros, sino que lo mejor es quedarnos lejos de la sociedad para no dañar al resto, como hizo la bestia en Frankenstein dañando a los seres queridos de su creador, como ellos hicieron con él, como Victor hizo con él, como todos hicieron con él. La vida para el filósofo alemán se trata de dañar y ser dañado. La vida se puede apreciar como la bestia contempla la primavera:

«la primavera adelantaba rápidamente; el tiempo ya era muy agradable, y los cielos estaban despejados. Me sorprendió que lo que antes estaba desierto y oscuro ahora estallara con las flores más hermosas y con tanto verdor. Mil perfumes deliciosos y mil escenas maravillosas gratificaban y animaban mis sentidos» (Shelley 157).

Pero luego toda esa hermosura, si te congelas o hieres, se puede convertir en un infierno. Schopenhauer (2009) plantea que la naturaleza es dual con una metáfora de rosas, señalando que “no hay rosa sin espinas. — Pero sí algunas espinas sin rosas” (661). Explicando que la vida puede ser hermosa como una rosa, pero que estas cosas hermosas vienen acompañadas de otras más negativas. Pero, por otro lado, también hay cosas negativas que no vienen con su contraparte hermosa, como lo es una espina sin rosa. Para Schopenhauer, estos momentos de contemplación y felicidad son solo momentos y de poca duración. Él propone que el sufrimiento es nuestro estado más permanente debido a que tenemos deseos e impulsos insaciables como el reconocimiento, el sexo, la comida y esto nos lleva a un estado de tedio constante, por eso él propone llevar una vida ascética y fuera de la sociedad.

En resumen, podemos decir que en Las penas del joven Werther y en Frankenstein, los personajes, como los erizos de la parábola de Schopenhauer, buscan el calor constantemente. La bestia en Frankenstein busca el calor cuando se acerca a la familia De Lacey, al niño William y en el momento que le pide a Victor una compañera. Pero su cercanía le provoca daños a la gente y a él mismo, como los erizos que se clavan las púas. Esto le genera un daño irremediable que lo lleva a buscar venganza. Por otro lado, Werther también busca el calor, y los busca en su amor no correspondido por Carlota, pero su cercanía también produce heridas, como pasa con la metáfora del fuego al acercarse demasiado. Su herida radica en que Carlota está comprometida y no puede aproximarse mucho a Werther, lo que lo lleva a alejarse y luego a volver, sin encontrar la distancia media que lo mantendría con calor.

Ambos personajes se ven en la obligación de mantener el calor interno propio que Schopenhauer abordaría como la contemplación estética para sobrevivir: la bestia como amante de la música y la literatura y Werther como dibujante y pintor. Y ambos como contempladores de la naturaleza. Pero no basta con esto porque igualmente los personajes terminan con un final trágico por la falta de empatía que produce encontrar a un sujeto en extremo sensible en una sociedad que reprime sus sentimientos y emociones y a una criatura con aspecto monstruoso en una sociedad que excluye y margina a quienes tienen una apariencia distinta de lo establecido. Como un profesor me dijo una vez: no existen las criaturas marginales, sino que marginadas.

Para ser sincero, creo que Schopenhauer se equivoca al afirmar que las personas se deben mantener distantes las una de las otras para evitar herir y ser heridos. Estoy de acuerdo en buscar el calor dentro de la sociedad, en encontrar el equilibrio entre no quemarnos, ni congelarnos. Estoy de acuerdo con ser individuos dentro del colectivo. Estoy de acuerdo con la importancia de contemplar estéticamente. Pero no comparto que hay que mantenerse lejos de la sociedad como el mal menor. Porque, como dijo John Donne, “ningún hombre es una isla/ la muerte de cualquiera me afectaporque me encuentro unido a toda la humanidad/ por eso, nunca preguntes/ por quién doblan las campanas/doblan por ti”. Y también doblan por Werther y la bestia.


Referencias

Gilbert, S. Gubar, S. La loca del desván. Editorial Cátedra. 1994.

Goethe, Johann Wolfgang von. Las penas del joven Werther. Plutón, 2017.

Lopez, Pilar. “Introducción a El mundo como voluntad y representación”.

Marinero, Ismael. “Jeff Tweedy, mirando atrás sin ira”. El Mundo, 8 de enero del 2019.

Schopenhauer, Arthur. Parerga y Paralipómena II. Editorial Trotta. 2013

Shelley, Mary. Frankenstein. Austral. 2023.

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