La noche en la que nadie me creyó que yo era Roberto Bolaño
Terminé mi turno en el puesto de libros del metro Plaza de Cataluña y me dirigí a la calle Tallers a tomar una cerveza. En la tercera caña me di cuenta de que me aburría. Quería salir del anonimato. Saqué un cigarro y fui a la entrada del bar esperando que pasara algo. Había un grupo de chicos españoles que hablaban como si fueran novelas de Anagrama. Les pedí fuego. Claro, tío.
-Yo te he visto en algún lugar -me dijo uno de los chicos.
-¿Si? -le pregunté- dónde.
-No estoy seguro, pero creo que te conozco.
-Es verdad tío, este chaval tiene cara de conocido -dijo el otro.
-Suelen confundirme con Marlon Brando -les dije yo.
-¿Cómo te llamas? -me preguntó la chica.
-Roberto -le dije- Roberto Bolaño.
-¿Bolaños?
-No, BOLAÑO, sin la “S”.
-Tío que a este chaval lo conozco.
-Soy escritor- les dije- escribí una novela que ganó un premio aquí en España.
-Ostias, este chaval es Roberto Bolaño, el que escribió Los detectives salvajes -dijo el chico.
Se quedaron mirándome.
-Creí que serías más alto.
-Yo pensé que tenías el pelo rizado.
-Y yo que ya habías muerto.
Nos quedamos un momento en silencio.
Salió un tipo del bar, medio ebrio, y entre eructos dijo: ¡ESTE CHAVAL NO ES ROBERTO BOLAÑO, GILIPOLLAS!
Los chicos me miraron, pero esta vez con mala cara.
-Así que nos estás tomando el pelo, ¿eh?
-Si -les dije yo, y acto seguido se abalanzaron sobre mí, pegándome puñetazos en la cara, en la nuca y en el estómago, mientras la chica seguía fumando su cigarro.
Se fueron y me quedé tirado en la calle. Un vagabundo pasó por al lado y me arrojó una moneda. Al menos había pasado algo.