Foto: Daniel Nicolás Aguilera (@lesyeuxvibrants)

04 de enero 2021

La psicología al servicio del poder. Una postura ética y política de la disciplina.

por Omar Alonso Ojeda Valenzuela

Comúnmente, las prácticas que lleva a cabo la psicología como profesión, tienen en su centro un fundamento de carácter científico. El hito fundacional de la psicología está asociado a la creación del laboratorio de medición psicofísica del psicólogo Wilhem Wundt en 1876 en Leipzig, Alemania. Es desde ese momento histórico que la psicología ha recorrido su camino, tomando con mucha fuerza la mano de la ciencia, para entenderse a sí misma y para declarar a los demás su carácter científico, traducido así, en un saber experto.

Desde la ilustración a mediados del s. XVIII, hasta nuestros días, se valida un paradigma que valora el conocimiento científico como saber experto, asociado al modernismo cultural (Gergen y Warhus, 2003, p. 3). Este tipo de conocimiento que enaltece el acceso al conocimiento por medio de la observación basándose en el método científico, valora y considera como “verdadero” solo el conocimiento generado por esos métodos en sus propios rangos de validez. Con ello, finalmente se privilegia un saber único y universal. La psicología como disciplina científica no se aleja de esta concepción. 

Se afirma en la época de la modernidad, con la filosofía cartesiana, la idea de que la mente tiene un carácter individual y, por tanto, las instituciones sociales deben desarrollarse en torno a esta idea de autonomía e individualismo. Las sociedades neoliberales, al caracterizarse por la desregulación y privatización de los servicios, promueven en el individuo un alejamiento de sus semejantes, individualizando su éxito y riqueza como consecuencia de su progreso personal. Esto, según Ian Parker, psicólogo británico, promueve la competitividad e inseguridad, proporcionando el contexto ideal para que la psicología justifique estas operaciones de un sistema desigual e injusto. En sus propias palabras: “En este nuevo escenario, la psicologización es una de las principales estrategias ideológicas para separar a las personas entre sí y fomentar la competitividad en el llamado “libre mercado” (2007/2010, p. 226). Como consecuencia, la sociedad al aferrarse a estas “verdades”, paralelamente, permanece en una postura acrítica sobre esta condición. El mismo autor, nos manifiesta que: 

“…no cuestionan la reducción de los fenómenos sociales al plano individual y plantean que el cambio histórico transforma lo que parecen ser cualidades inamovibles del comportamiento humano. Asimismo, la universalización de la lucha por el cambio podría desafiar y trascender la globalización explotadora que trajo el capitalismo”. (2007/2010, p. 18) 

Siguiendo al autor, en lo referente al plano “individual” como “verdad” sustentada en el paradigma actual, es posible extraer algunos ejemplos como los que a continuación se describen. La investigación sobre las “bases biológicas del comportamiento” es sin duda un conocimiento valioso para la humanidad, ya que otorga un aporte fundamental a la comprensión del sustrato que permite el comportamiento humano, no obstante, este tipo de conocimiento obstruye la posibilidad de reflexiones acerca de nuestra naturaleza humana y al mismo tiempo, desactiva el accionar social y político que se puede tomar respecto a ella. Así también, las investigaciones que la psicología ha realizado sobre género y sexualidad, inteligencia y personalidad, implícitamente (o explícitamente) han sido llevadas a cabo con fines totalmente segregacionistas, ubicando las diferencias en categorías definidas como “normal” y “anormal”. De manera similar, los modelos cognitivos en psicología, y el surgimiento de la inteligencia artificial, han estado asociados al “incremento de trabajos de oficina” (2007/2010, p. 61), claramente en función de las necesidades económicas del paradigma sociopolítico y económico. De la misma forma, el desarrollo de las pruebas de inteligencia, explicitan los argumentos racistas que plantean factores biológicos como razón última de las diferencias en inteligencia y capacidad. El autor respecto a esta idea refiere que: 

“…recurren con frecuencia a esta gráfica de distribución normal (campana de Gausse). La misma curva distribuye a las personas a escala mundial a lo largo de dimensiones que las dividen y clasifican en tipos determinados que, curiosamente, coincide con la distribución de riqueza y recursos económicos”. (2007/2010, p. 70)

“La importancia de la psicología no obedece a la verdad de su conocimiento, sino al servicio que presta al poder” (2007/2010, p. 12). Así, el autor británico, nos plantea y reafirma la idea de que la psicología como conjunto de conocimientos, no es más que un instrumento que sirve a la ideología dominante. La sociedad capitalista neoliberal, que valora el individualismo, en conjunto con los insumos científicos que provee la psicología, fomentan un efecto alienante, realzando y confirmando la “naturaleza humana” en contra de la “naturaleza social” como origen de “lo psicológico”. Clifford Geertz, antropólogo norteamericano, manifiesta respecto a la idea anterior: “…un carácter construido en la época de la modernidad: La concepción occidental de la persona como universo cognitivo único y circunscrito, como centro dinámico de conciencia, emoción, juicio y acción organizado en forma de un todo diferenciado…”. (1976, p. 225, citado en Díaz, 2006, p. 5) 

Los dispositivos insertos en la cultura de la psicología en nuestro país no se alejan de tales supuestos. 

Iniciando la década de los 90´, con el fin de la dictadura cívico-militar de Augusto Pinochet y el retorno a una democracia que protegió y aseguró la consolidación del modelo económico y el mantenimiento de las políticas neoliberales, permitieron el surgimiento de nuevos roles para la psicología, en particular, una psicología clínica y social-comunitaria con el fin de “gestionar la pobreza y despolitizar el terreno de la marginalidad” (Cea y López, 2013, citados en Cea y López, 2014, p. 162) y “una psicología suntuaria para los integrados, que en medio de la enajenación y el alivio de la angustia a través del consumo, acuden en masa al psicólogo para resolver sus problemas existenciales” (Pérez, 2009, citado en Cea y López, 2014, p. 162). Los autores reafirman que la comunidad profesional de la psicología en nuestro país, prioritariamente se ha hecho cargo de contener y abordar los efectos subjetivos del neoliberalismo, y no ha cuestionado reflexivamente los fundamentos y estrategias de poder que conlleva el correlato político (2014, p. 162). Si bien la psicología en nuestro país ha hecho importantes contribuciones en la denuncia de las inequidades que afectan a nuestra sociedad y la defensa de los derechos de las personas, también se debe reconocer la responsabilidad que ha tenido en la psicologización e individualización de fenómenos históricos, culturales y políticos, lo que ha sido usado para justificar estructuras de poder en desmedro de la calidad de vida de individuos, poblaciones y grupos (Salas et al., 2019, p. 320). 

En las vertientes de la psicología como disciplina, se halla la psicología educacional, dentro de la cual, el rol que cumplen los/as psicólogas/os, a pesar de llevar más de 50 años de desarrollo, no consiguen directrices claras.

 A principios del siglo pasado, la psicología educacional en Chile surge como un área del conocimiento en pos de estudiar temas propios del ámbito escolar, objetivo que se mantiene cuando en la década del 40´ se transforma en una práctica profesional cuyo objeto es la de solucionar problemas escolares. A partir de ese momento, esta disciplina ha sido más bien una psicología para la educación en términos de la mera aplicación de los principios psicológicos a la pedagogía, concebida con base en intereses predominantemente técnicos, de acuerdo con Habermas, orientados al orden, predicción, gestión y control del medio educativo (1990, citado en Baltar y Carrasco, 2013, p. 178). El desconocimiento que los centros educativos tienen del rol del psicólogo/a educacional permite que la concepción que se tiene sobre él/ella sea de un sujeto poseedor de una varita de mago que solucione los problemas mágicamente de manera individualizada y aislada sin involucrar a la institución escolar como sistema (Selvini y Cirillo, 1997, citadas en García et al., 2012, p.173). 

La psicóloga brasileña Ana Bock (2003/2008), desarrolla la idea de una “complicidad ideológica” entre la psicología y la educación, entendiendo esto como una psicología que protege lo que es esperado y normado por la sociedad y las instituciones escolares en sí mismas, en sus necesidades imperantes, comprendiendo estas necesidades como de carácter económico, político y social, utilizando el pensamiento y las prácticas científicas como voz de autoridad. Esto conlleva a que los psicólogos y psicólogas que trabajamos en centros educativos quedemos entrampados en una labor escasamente reflexiva y crítica de lo que acontece en la escuela, sumando a esto la escasa promoción de este pensamiento hacia los demás actores de la comunidad educativa.

Baltar y Bórquez, psicólogas chilenas, nos mencionan que, dependiendo de las condiciones institucionales de la escuela y de los significados asignados a ella por la comunidad educativa, ésta tiene la oportunidad de reproducir, o, al contrario, de neutralizar los mecanismos selectivos que pretenden la homogenización propia de la cultura escolar que se canalizan predominantemente a partir del currículum oculto, reproduciendo el orden social vigente (2010, p. 1). Las mismas autoras señalan que los alumnos y las alumnas de cada escuela que presentan alguna problemática individual más profunda y originada en factores extraescolares, que requerirían una posible intervención clínica, en ningún caso debería reemplazar a la acción pedagógica institucional (2010, p. 1). Esto, porque, en consecuencia, derivaría en una invisibilización de otros factores como lo son la propia escuela como institución social responsable, asimismo produciría una ceguera crítica acerca de la cultura sociopolítica en la que ésta se encuentra inmersa, impidiendo consecutivamente que la escuela y sus actores educativos se hagan cargo institucionalmente de sus alumnos/as. 

Los discursos científicos asociados al saber experto han logrado que el/la psicólogo/a tome una postura jerárquica como observador privilegiado. Con esta autoridad, su saber predomina frente al saber cotidiano de las personas. Al mantener esta postura, construye una representación jerárquica (por cierto, intolerable) que le permite saber y mandatar cuáles son las maneras en que deben vivir las personas. El discurso en el que se ve envuelto el/la psicólogo/a, promueve y valida un saber universal y unilateral sobre la naturaleza humana y las conductas individuales, pasando por alto el mundo real, las condiciones sociales, económicas, políticas locales y contextuales, aplicando diagnósticos y objetivos terapéuticos indiscriminadamente. 

Desde una postura ética, pienso que la psicología debe orientarse como una herramienta de resistencia frente a los paradigmas imperantes que guían nuestras vidas. Las funciones del psicólogo/a dentro del ámbito escolar, por ejemplo, pudiesen estar reproduciendo las desigualdades mediante las acciones que realiza dentro de estos contextos. La demanda común realizada a los/as psicólogos/as por la atención psicológica individual puede derivar en una invisibilización de lo que genera la propia institución escolar con sus alumnos y alumnas, y por qué no decir, con sus docentes y toda la comunidad educativa: presión, discriminación, intolerancia, desvaloración de verdades locales, entre otras. Dicho con otras palabras, impide una acción social transformadora. 

Repensar las condiciones socio-estructurales es un elemento consustancial a nuestra disciplina. No defiendo la idea de alejarnos totalmente de las condiciones individuales y de los sufrimientos personales, pero sí la de contribuir a una mayor visibilización y reflexión crítica respecto a los procesos más amplios que puedan estar generando efectos indeseados en nuestras vidas. Asimismo, sería de amplio interés, que como psicólogos y psicólogas que nos desarrollamos laboralmente en contextos educacionales, clínicos, sociales, y demás áreas, invitemos a co-crear espacios de validación de nuestras historias alejadas de narrativas dominantes que nos impiden conectarnos con nuestras historias locales situadas culturalmente, para así relevar nuestras posibilidades identitarias preferidas y aquellos conocimientos culturalmente construidos que nos podrían habilitar para configurar espacios de conversación sin jerarquías y con mayor sentido comunitario.

Convocar a alejarnos de ámbitos de poder y reproducción social, e invitar a constituirnos más bien en un elemento crítico, reflexivo y transformador, y a intencionar que esa misma perspectiva crítica actúe como herramienta de resistencia frente a las creencias y acciones reproductoras de desigualdad que genera el orden paradigmático actual. 

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Referencias:

  • Gergen, K., & Warhus, L. (2003). La terapia como una construcción social, dimensiones, deliberaciones y divergencias. Revista Venezolana de Psicología Clínica Comunitaria. 3. Recuperado de https://www.researchgate.net/publication/255645388_La_terapia_como_una_construccion_social_dimensiones_deliberaciones_y_divergencias 
  • Parker, I. (2010). La psicología como ideología: contra la disciplina. (Ángel Gordo, trad.). (Obra original publicada en 2007). Recuperado de http://www.catedralibremartinbaro.org/pdfs/Parker_I_La_psicologia_como_ideologia.pdf 
  • Díaz, T. (2006). La construcción del sujeto excluido desde la psicoterapia. Reflexiones para una clínica responsable. Recuperado de https://www.academia.edu/1348895/La_construcci%C3%B3n_del_sujeto_excluido_de_la_psicoterapia 
  • Cea, J. C., & López, P. (2014). Neoliberalismo y malestar social en Chile: perspectivas críticas desde la contrapsicología. Teoría y crítica de la psicología, (4), 156–169. Recuperado de http://www.teocripsi.com/ojs/index.php/TCP/article/view/156/132 
  • Salas, G., Urzúa, A., Larraín, A., Zúñiga, C., Cornejo, M., Sisto, V.,… Kühne, W. (2019). Manifiesto por la Psicología en Chile: A propósito de la revuelta del 18 de Octubre 2019. Terapia psicológica, 37(3), 317–326. Recuperado de https://teps.cl/index.php/teps/article/view/266 
  • Baltar, M. J., & Carrasco, C. (2013). Re-pensando la psicología educacional en Chile: Análisis crítico de su quehacer y sugerencias proyectadas. Psicología para América Latina, (24), 173–190. Recuperado de http://pepsic.bvsalud.org/pdf/psilat/n24/a11.pdf 
  • García, C., Carrasco, G., Mendoza, M., & Pérez, C. (2012). Rol del psicólogo en establecimientos particulares pagados del Gran Concepción, Chile: Un proceso de co-construcción. Estudios pedagógicos (Valdivia), 38(2), 169–185. Recuperado de https://scielo.conicyt.cl/pdf/estped/v38n2/art11.pdf 
  • Bock, A. (2008). Psicología de la educación: Complicidad ideológica. (María Julia Baltar, trad.). En Melillo, M. & Makino, M. (Eds.), Psicología escolar. Teorías criticas (pp. 79–103). Sao Paulo, Brasil: Casa do Psicólogo. (obra original publicada en 2003) 
  • Baltar, M.J., Bórquez, M. (2010). (APUNTE DE APOYO). Las condiciones institucionales de la escuela en Chile. Psicología Educacional. Universidad del Mar. 2010. 

Illapelino. Psicólogo y músico, entre el Rock y el Folklore. Magíster en Psicología Clínica Constructivista y Construccionista Social, Universidad de Valparaíso.

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