Mapa de los deslindes y las arterias
Sobre Archipiélago de Eduardo Serrano. Pez Espiral, 2024.
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Este es un invierno frío, hace mella en los cuerpos, deja su rastro, palidece la piel. A propósito, me pregunto si existe una historia del invierno o de las piedras o de los ríos o de las primeras hojas que caen en otoño. Sería bello (por decirlo de alguna manera), que la historia recurriera a la poesía, que fuese escrita con reminiscencias, destellos de la memoria, que observara los flujos venosos, sanguíneos o de vertientes que circulan por el paisaje y los territorios.
Las rutas que recorren este “archipiélago” están en la memoria y en los caminos que movilizan al individuo y sus comunidades. Es paisaje que mira hacia dentro, aliento de voces recorriendo las materias, a la manera de un relato originario enunciado por los hijos o los padres, los abuelos o los amantes y en un tiempo que escapa a las cronologías detestables, porque se interna en la madera, en la niebla, en parajes que parecen imposibles. Estar fuera es estar dentro, acompañado de los latidos de la cordillera y de los hijos, de las mareas que nos han indicado cómo cruzar de una isla a otra en medio de los temporales porque esa señal se encuentra inscrita en el movimiento de las braceadas al nadar o en la confección de los remos que rompen el agua para llegar a tierra.
“también tuvimos que abrirnos paso
entre las marejadas y las ondulaciones de los fiordos,
en nuestras pequeñas embarcaciones de madera
atravesando las pleamares con los remos
y siguiendo las rutas
que nuestros predecesores
nos trazaron”.
Este “archipiélago” es una emergencia como deseo de asir un pedazo de tierra para sostener las historias, materializarlas para ofrendarlas a los hijos. Poesía como oralidad, como canto (esos otros flujos de la historia) que se vuelca hacia la naturaleza, es el viaje de una nueva migración, una urgencia por desandar el abandono de las provincias en busca de una mejor vida durante el último tercio del siglo XIX y la primera mitad del XX, es retornar a la provincia. Sin embargo, un retorno que devela que quizás sea demasiado tarde para interrumpir el orden caótico de los acontecimientos actuales, y estos poemas sean testimonio de los últimos glaciares, de las últimas llamaradas o de los últimas bandadas.
Serrano, el que viene o es de la sierra, observa lo que viene emergiendo desde las alturas de las montañas y glaciares, tiene incrustado los minerales en las venas y recurre a las inscripciones de las piedras para desentrañar en esta poesía la historia de las primeras civilizaciones como fuerzas tutelares.
“porque tu cuerpo no es sólo un eco
del atlas nocturno que nos envuelve,
sino también un pasaje abierto
que transita desde lo diminuto
a lo inconmensurable”
Es palabra que dibuja las cosas y que también figura en los cuerpos, en los huesos, en las pecas de un rostro similar a las nubes que cargan el agua y que leemos como señal terrible o salvación.
“Antes de dormir
te cuento una historia
de viajes y deshielos en el golfo
mientras te miro de reojo
en la penumbra, pero ya estás soñando
y te dejo las vibraciones de mi voz
como un recuerdo
resonando en el espacio”
Me resulta imposible (desatendiendo a las diferencias) no fulgurar el manifiesto o mapa de ruta “los poetas de los lares” de Jorge Teillier escrito el año 1965, puesto que en este recorrido pienso que “el poeta no se siente solo, sino siempre rodeado de un mundo físico al cual pertenece y que le pertenece, y de antepasados que lo acompañan en su tránsito terrestre, así como se sabe que uno acompañará en venideros tránsitos a sus descendientes. Poesía genealógica, en el buen sentido de la palabra. Y los antepasados y los parientes aparecen en esta poesía naturalmente no en su condición de mero parentesco, sino elevados a la categoría de figuras míticas, transfigurados en ángeles guardianes”.
“Aprendimos a examinar entonces
las figuras recurrentes del pasado
y de nuestros muertos
como la propagación de la luz
y su forma particular de extinguirse en el éter,
nuestra guía para no perdernos en el pulso de la noche”
Todas las orillas de este archipiélago se entrelazan en silencios o estruendos de caídas de agua o de recuerdos o en el halo de la niebla que al invisibilizar vuelve claridad la palabra recorrida por la memoria. Porque un archipiélago es un refugio y un refugio es un texto.