Migración y derechos humanos
Carcajadas al borde de la tragicomedia. Los instrumentos internacionales procedentes del derecho internacional de derechos humanos consagran los derechos de los migrantes: la Convención internacional sobre la protección de los derechos de todos los trabajadores migratorios y de sus familiares, la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados, la Declaración de Cartagena de Indias y el conjunto de tratados que reconocen derechos a todos los seres humanos, sin discriminación alguna, como el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (Documentos INDH).
Ningún migrante, sea refugiado o no, puede ser discriminado por su raza, color, sexo, género, creencias, nacionalidad o por cualquier otro motivo. Es lo que señalan con total claridad los organismos internacionales y nacionales de derechos humanos.
Los migrantes tienen derecho a la salud y a la educación, al igual que los chilenos de nacimiento. Todo migrante que tenga un trabajo formal, nos señala el Instituto Nacional de Derechos Humanos, y sus familiares directos tienen acceso a salud mediante FONASA o ISAPRES. La atención debe ser la misma que se proporciona a cualquier trabajador. Carcajadas al borde de la tragicomedia.
La educación también es un derecho humano, en todos sus niveles de enseñanza, y es deber del Estado asegurar su acceso y calidad. Los niños y jóvenes migrantes tienen derecho a educarse en Chile, independiente de la situación legal migratoria de su familia. En particular, pueden incorporarse a la escuela que deseen, en cualquier época del año; deben tener facilidades para una adecuada adaptación, como flexibilidad horaria, uso de uniforme no obligatorio y exención del pago de mensualidad durante el primer año de escolaridad; tienen el derecho a ser matriculados independiente de la situación migratoria de los adultos a su cargo; deben ser tratados con respecto por quienes trabajan el establecimiento educacional, y contar con los apoyos estatales en el caso de ser necesario (becas de alimentación, útiles escolares y transporte) como cualquier estudiante en situación de vulnerabilidad social y/o económica (Documentos INDH) .
El Instituto Nacional de Derechos Humanos nos recuerda en sus documentos informativos que toda persona que se ve forzada a dejar su país a causa de la persecución política o por violencia generalizada, conflictos internos o externos que amenacen su vida o libertad, tiene el derecho a asilarse en otro país. El asilo es un derecho fundamental y, aunque debe ser solicitado ante las autoridades del país de llegada, el Estado no decide sobre la condición de refugiado del individuo sino que la reconoce.
Pero la realidad rompe con las palabras, pone en cuestión su valor. En nuestro doloroso Chile, la entrada, salida y permanencia de los extranjeros se rige por el Decreto Ley 1094, aprobado hace más de cuarenta años durante la dictadura cívico-militar. El Centro de Derechos Humanos de la Universidad Diego Portales ha señalado en reiteradas ocasiones la incompatibilidad de dicho decreto con los estándares internacionales en derechos humanos y con las necesidades nacionales y regionales (Informe DDHH UDP 2016). Las palabras pierden su peso, se desvanecen aun cuando queda registro de ellas. Las palabras son vanas, entre otras cosas.
Hace tres años que se envió un proyecto de ley de migraciones, pero este se encuentra durmiendo en los laureles del Congreso en su primer trámite constitucional. Si bien el proyecto no adopta un enfoque de derechos y no se ajusta a los parámetros internacionales en la materia, por lo menos abre la puerta hacia un posible debate parlamentario (Informe DDHH UDP 2016). O como dice el dicho, peor es mascar lauchas.
Las cifras oficiales arrojan que a fines del año 2015 residían 410.000 migrantes en Chile, pero en la práctica este número es bastante mayor, pues la suma estimada no contempla a aquellos que tienen permisos temporales o que se hallan en una situación migratoria irregular. Siendo conservadores, el número real de migrantes excede el medio millón de personas (Informe DDHH UDP 2016. Estas cifras no tienen por qué dar cuenta de un problema. Por el contrario, no cabe sino celebrar la hibridación de nuestro Chile, su diversidad y eclecticismo: aquí no hay una esencia de la chilenidad que tengamos que defender. Desconfiemos de la esencia de lo humano, en la forma de algo centrado uniforme e inmutable.
La historia de las civilizaciones es una historia marcada por las migraciones. Y hoy los chilenos somos doblemente migrantes: lo llevamos inscrito en la sangre, en los genes, y lo vivimos simbólicamente en el mundo globalizado donde las identidades son tan permeables que devienen en la sensación desarraigo, estimulado por este Estado neoliberal que, en la práctica, abandona a los ciudadanos a la suerte de un sistema donde el costo del crecimiento es la inequidad social.
Aquí en nuestro doloroso Chile hay un discurso político oficial que asume la necesidad de cambiar una ley de migraciones que está totalmente desactualizada. Pero durante lo que queda de este Gobierno no se concretará una nueva ley; a pesar de saberse necesario, a pesar de la demanda social y de las recomendaciones de organismos de derechos humanos a las que en múltiples ocasiones se ha hecho caso omiso.
Foto: Daniel Aguilera