Imagen: Fotograma de "El hombre mosca" (1923), de Harold Lloyd (intervenido)
Notas sobre “La colonialidad de la realidad sudorosa”, de Héctor Cataldo
Acerca de La colonialidad de la realidad sudorosa. Emergencia de la piel algorítmica, de Héctor Cataldo. Pecado ediciones, 2024.
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“Si el hombre posee alma, esta debe residir en la piel” escribe el japonés Kôbô Abe. Se trata de una sentencia oportunísima para hablar sobre el texto que nos convoca, que trata también de la piel y que, a propósito de Foucault, es usada también en 2005 por Juan Pablo Arancibia, quien prologa el escrito de Héctor Cataldo. Hay, en efecto, coincidencias en esta mirada que descubre el sutil entramado que recubre la piel y que conforma los modos de ser.
Con todo, no me refiero únicamente a coincidencias de estilo, porque si el alma ha sido pensada tradicionalmente como ese “soplo de vida” que echa a andar la existencia y la acompaña hasta su expiración, ella se confunde y adosa con la vida misma en sus cursos rutinarios, en su periplo mundano y periódico.
El libro de Héctor Cataldo indica por cierto simultáneamente una constatación y una crítica muy atenta a esta dimensión de nuestro tiempo. Constata la puesta en forma de un régimen que hace de la tecnología, la realidad virtual, la inteligencia artificial, los datos informáticos y el rudimento digital, aquella escenografía necesaria en la que se teatraliza la política, la subjetividad, lo social y los proyectos de vida individuales, así como también las aspiraciones de hegemonía geopolítica-global junto a las disputas que implican.
Pero el autor inscribe esta constatación en una exégesis crítica y en alerta. Lejos de celebrar las bondades de los avances de la tecnología y sus supuestas posibilidades de crecimiento y bienestar, Cataldo nos advierte sobre las metamorfosis del capitalismo a las que estas innovaciones obedecen, así como también sobre las implicancias subjetivas en términos de sometimiento y control que se despliegan a partir de su implementación.
De modo general, la crítica de Cataldo es indicativa de al menos tres anudamientos que enmarcan las transformaciones tecnológicas y que funcionan como su soporte:
Primero, el vínculo íntimo entre tecnología y guerra, o si se prefiere, entre la sofisticación informativo-digital y la racionalidad bélico-estratégica. El uso de los datos resultantes del tráfico de la información con fines comerciales para el ámbito de las ventas y servicios, así como la captura y escucha por parte del aparataje tecnológico y su traducción a sistemas digitales son parte de este paisaje: las aplicaciones, las redes sociales y los asistentes virtuales no están separados sino solapados con el uso de la misma información para fines de hegemonía y, llegado el caso, para operaciones bélicas y militares. El avance de estas tecnologías no se comprende sin su faceta necropolítica.
En segundo lugar, el paisaje político electoral, en consonancia cariñosa con las democracias liberales, se dispone en torno al entramado tecnológico-informativo y constituye así una suerte de acápite en la sangrienta lucha por la hegemonía. La gubernamentalización informática o algorítmica, la digitalización de los sistemas electorales y de registro, la conformación de mafiosos carteles de prensa, la invasión de batallones de bots para generar tendencia, entre otros fenómenos, ilustran el diseño de un espacio político que ha disminuido al máximo las posibilidades de encuentro y de cohesión social en favor de la virtualidad impotente del estar sin estar.
Como tercer aspecto de la crítica, Cataldo acusa la repercusión de este escenario en el distrito cotidiano de la subjetividad. La gestión algorítmica de los gustos, las opciones estéticas y de mercado, además de la parametrización del quehacer cotidiano desde el punto de vista del rendimiento son la expresión de una nueva alma. Sumemos a ello la proliferación gerencial de indicadores del mundo laboral, del conocimiento e incluso de la emocionalidad. Todo apunta a la docilización y apaciguamiento de las subjetividades en función del campo inclemente de la producción y las fuerzas.
La hipérbole de la producción y auto-producción de subjetividad al alero de los parámetros algorítmicos, de los estándares de calidad y hasta de influencers charlatanes proclamados ciber-gurus, es solidaria con la permanente deficiencia humana ante objetivos inalcanzables. Ciertamente, los humanos somos más lentos y más dados a la fatiga que la inteligencia artificial. La vida en su neotenia persistente es menos ágil y despejada que la viralización digital. Parece ser que la realidad va vergonzosamente retrasada ante la realidad virtual que se ha convertido en su modelo.
Héctor Cataldo profundiza entonces la tesis de Éric Sadin sobre la humanidad aumentada. Dicho aumento no es otra cosa que la inscripción de lo tecnodigital como una segunda piel que se modula en función del dictamen algorítmico y las métricas del control. Es en ese sentido que Cataldo habla de una colonialidad ‒en continuidad con el despliegue de la modernidad‒ es decir como una conquista declarada sobre la subjetividad siempre dispuesta, exigida y en deuda respecto del desempeño, del oportunismo, el entusiasmo y la premura que demanda esta nueva figuración del capitalismo y su innovador régimen de extractivismo y acumulación de datos.
Solo para ilustrar el entretejido entre esta modulación del capitalismo con la intimidad de los cuerpos en la forma de una alma dérmica colonizada, podemos referirnos a la cuestión de la velocidad. Bastante se ha señalado sobre cómo la mecánica de los flujos del capital, en tanto transferencia de información, ha organizado una rítmica inédita para la economía, tornándola veloz, dispersa y en recomposición permanente.
Esto se verifica también a escala del sujeto: “El capitalismo ha tendido a la velocidad, a una máxima velocidad, pero para ello requiere diseñar una subjetividad apropiada para que el sujeto surja y emerja” (p.188). La normativa del éxito ‒promovida por la universidad, la empresa, prestamistas además de influencers y coachs de la astucia contemporánea‒, exige un sujeto veloz, eficiente y en atención constante a la oportunidad y las ocasiones de capitalización y rédito. De este modo, todas las esferas de la cotidianidad y la intimidad entran en la lógica del costo-beneficio, arrimando y superponiendo lo vital y la rentabilidad. La desatención, el descanso y la dispersión son signo de pérdida y desperdicio.
Así, la colonialidad del orden tecno-científico digital proyecta un alma a la que el humano quisiera parecerse: su rostro saturado de filtros es el nuevo dios cuyo diseño el sujeto pretende incorporar a su imagen y semejanza. Esta alma opera: “intentando adosarse a cada instante a la vida y confundirse con la vida entera, eliminando, en principio, toda posibilidad de espacio vacante.” p.193.
Foucault ya había advertido de lo que sucede a los cuerpos encarcelados por el alma: además de ser castigados se agotan, se frustran, se autovigilan y hasta se deprimen. En definitiva asumen ese castigo como merecido. Según Héctor Cataldo, hoy la inteligencia artificial concursa en esta ecuación para rescatar al humano y su materialidad fatigada. Los sujetos encarnados y por tanto limitados ‒humanos, demasiado humanos‒, para responder al ritmo de las acreditaciones, informes, protocolos e indicadores de desarrollo, se dejan llevar dócilmente por la corriente salvadora de la inteligencia artificial. Es esta oleada la que dice garantizar la supervivencia y la redención futura. Es la Inteligencia artificial la que parece socorrer a la vida ante su propio deadline, en su retraso constitutivo y culposo de no moverse al tempo presto del capital.
En ese sentido, y ya en las páginas finales, Héctor Cataldo se permite imaginar ese mundo en que las decisiones, acertijos, cálculos e interrogantes van a ser asumidas y respondidas por la artificialidad virtual y su incansable dinámica. Es el momento para imaginar y elucubrar distopías tan irrisorias como trágicas. De momento es posible, antes de que la humanidad carnal y corpórea se convierta en la simple ejecutora de una agenda planificada por entidades sin alma que han sido pensadas a imagen y semejanza de nuestros demonios.