
Imagen: Zorro en la nieve, de Gustave Courbet (1860)
Por este cuerpo atravesado [y otros poemas]
Por este cuerpo atravesado
Este cuerpo tiene memoria corta.
Se lo he regalado a cualquiera,
lo he cedido sin lamentos,
para que lo violen,
para que lo usen (desusen) hasta gastarlo,
para que lo trituren tantas veces
como trituran los carros
al animal que muere
en una carretera transitada.
Este cuerpo seco
se desborda de violencia,
se tropieza con el mundo sin dolerle.
El mordisco que lo mutila por dentro
lo ha dejado deshuesado hasta el vacío;
arrodillado,
inclinado a otro parsimonioso, sin prescripciones,
ignorando que por sangre tiene bilis
cuando los mezquinos salvajes se sirven de él.
Este cuerpo inmundo, masticado, corrupto, usurpado;
este cuerpo que no recuerda,
que olvidó cómo defenderse;
este cuerpo que no se sabe,
un día
se sintió humano,
pero calla.
*
en un mundo de sal
hay un niño bobo
ahogado en su propia baba
que balbucea dentro de mí
y balbucea y no se mira
y mira sólo una luz incierta
la luz en la bruma
bobo
el niño es bobo
balbucea por las noches
esperanzado del cielo azul
del rezo que cure su cuerpo pequeño
su cuerpo inmoral
tierno y apetecible para las manos
como cualquier territorio penetrado por invasores
y el niño se deja
se deja y lo tocan y se deja y lo tocan
y se deja
hay un niño que ve dentro
que cambia besos por bramidos y ve
y no quieren que lo vean
frágil, pero ve
la luz de los baños siempre difusa
sólo él sabe lo que ha visto
y el niño vuelve a llorar de miedo
porque sólo él sabe qué
y no sabe por qué
y se pregunta bobo
con el rostro solitario
y sigue sin entender por qué
y llora
entonces al niño le aterra el sol
y la luna y las estrellas y balbucea
y piensa en el carnaval
y en su cabeza nace un mundo feliz
un mundo salino
porque el de afuera es dulce como la infancia
y la lluvia también balbucea y lo demuele
y el mundo es nada
porque está hecho de azúcar
y de niños acabados
*
Adioses
Tengo la lengua rajada,
como si quisiera partirse en dos.
El color se va deshaciendo
abajo por el centro
hacia la garganta.
El médico me hace abrir a boca,
mira dentro de ella.
Le cuento lo mal que me siento.
Un día soñé que tenía un corazón que no era mío.
Se queda pensativo.
Me dice que abra grande,
lo más que pueda.
Parece no haber visto a un hombre
con la lengua enferma.
Entonces le cuento otra historia:
estuve de tumba en tumba.
preguntando dónde me habían enterrado.
El médico llama a su colega.
Ambos me miran con ojos severos.
Mencionan que la lengua forma parte del sistema digestivo;
que puede tratarse de la masticación, la deglución.
Escriben en sus cuadernos.
Se dicen cosas entre ellos.
Me pongo nervioso.
La consulta se vuelve algo serio.
¿Ya habían visto el frenillo,
el piso de mi boca, sus bordes?
Parece una órgano muerto,
desgastado, repiten.
Yo sigo hablando.
El problema es que tengo la lengua llena de adioses.
*
Las mujeres que me criaron eran dueñas de sus cocinas
de los sacrificios
con todos sus silencios.
El aliento roto de alguna quizá quedó en el retrete,
que también era suyo
al igual que el baño,
sus cerámicas blancas,
que limpiaban con un cloro amarillento
que les despellejaba las manos.
Las mujeres que me criaron no tenían guantes.
Todos decían que sus pieles eran de cuero recio
porque eran las pieles
de las pieles
de las mismas mujeres
de hace siglos.
Se lamían el corazón entre ellas,
curando con saliva el orden que hacía la casa .
No recuerdo que me haya alimentado un microondas.
El pan siempre lo recibí caliente de una voz que decía:
la comida está servida
Ya en la mesa
todas sucumbían al silencio con una mueca alegre
para que yo no pensara que me estaban criando
puras mujeres muertas.
*
Capón
Siempre dejo los testículos guardados
bajo la cama
mejor en el jarrón
para que nadie los note.
Aprendí a ocultarlos observando a papá.
Él los usaba sólo en casa
con mis hermanos
con el perro
con las costillas de mamá.
-Hay que tener cojones, decía.
porque el macho
tiene el sexo expuesto/desprotegido/vulnerable.
La descendencia me pesa.
Algún día iré
a que me cercenen los genitales
a que la hemorragia
el dolor agónico excruciante
me deshagan la casta
como vertiendo leche en el río.
Ese día me convertiré en un impotente/eunuco/capón/inepto
por mis hijos
los hijos de mis hijos
que nunca sabrán
lo que es caber en un cuerpo
en una estirpe de hombres cobardes.
*
El llanto de los árboles
Las mujeres de mi vida
tienen el llanto de los árboles.
Estando ya muertas por un tiempo,
el viento las hace astillas,
pero en el medio de la selva,
al desplomarse,
nadie las escucha.