Foto: @pauloslachevsky
Saber hacer, la segunda
El viaje de la Mirella a la cárcel (CPD) Santiago 1 empieza todas las semanas de su vida actual con la organización y gestión previa de la “manilla”1 para su hijo que está preso en ese dispositivo. Ella tiene alrededor de 60 años, es de la Pintana, es Madre, abuela, trabajadora y todos los viernes tipo 3 de la mañana despierta para vestirse y alistar los objetos, bolsos y mercaderías que debe llevar para la cárcel. A esa hora tomamos un té escuchando la música de su otro hijo, y en general hablamos de lo agotador de la experiencia carcelaria de acompañamiento, de los conflictos en el tiempo de las condenas, de las cotidianidades e interacciones con el reo. También charlamos de cómo se acompaña e interactúa con el reo desde las llamadas y video-llamadas que lo emplazan a lo íntimo de las viviendas, pero también hacia adentro de la cárcel con sus imágenes.
Esta invernal madrugada ella viste de botas y buzo para la nieve, 2 poleras y solo un chal para la espalda, porque dice que no le da frío. En su casa, con sus dos mochilas ya listas2 y con la mascarilla en la mano, está viendo algunos detalles y corriendo algunas sillas antes de salir. Ya casi terminando y saliendo, casi más cerca de la puerta de salida de su casa, está revisando la mercadería y porotos que tiene en el cooler, y que en segundos subimos a la parte de atrás de la camioneta. A ella todas las semanas, todos los viernes, la pasa a buscar el Richard, pero esta semana la fuimos a buscar nosotros, para encarnar esta trayectoria hasta la cárcel, y además para hacer la cola en conjunto.
Nos subimos al auto, es de noche, la población está oscura, no hay gente ni ruidos en este horario de “toque de queda”. Saliendo por el pasaje, evacuamos rápidamente su cuadra, ya que el movimiento a esta hora es rápido y no se ven controles tampoco. En efecto, salir temprano en este horario, implica llegar en un horario óptimo para asegurar su lugar en la cola de la cárcel. De lo contrario, podría salir muy tarde de la cárcel, ya que se entra en grupos de personas a dejar la manilla.
Mientras avanzamos, nos cuenta que a fin de mes vendrán de los tribunales para ver si su hijo sigue o no preso, lo que le genera mucha ansiedad en torno a esta larga espera y sufrimiento. En efecto, para ella este tiempo ha implicado un aquietamiento y encarcelamiento por otros medios o niveles, desde lo residencial, la ciudad y las emociones. Para ella esto implica que no puede moverse a otros lugares por estar anclada a su “secundeo”3 y movimiento constante hacia la cárcel; lugar desde donde acompaña en otra escala a la condena. Además le toca siempre fin de semana, lo que la limita para realizar sus viajes al sur o la playa, donde tiene conexiones económico-sociales que espera retomar.
Llegando al paradero 30 de Santa Rosa, nos habla de la experiencia de sufrimiento, de desplazamientos, lugares y emociones de las esperas. Nos dice que para afrontar esto -en su caso- hay que ser una rigurosa persona, lo que se expresa en la fuerza requerida para ejercer, hacer y encarnar la cola todas las semanas. Todo en un contexto donde también existen fricciones a nivel jurídico con el aplazamiento de las libertades: Aquí el abogado es también quien la manda a esperar. Es por eso y en general que después quiere “librar”, pues dice que se siente prisionera, que ella “no aguantaría más” una nueva sentencia de espera. Si le dicen que estará otro año, no sabe qué haría, plantea….
También nos habla de su otro hijo y de los contrastes entre ellos, de que el está adentro es más duro a pesar de ser más joven. De que existe contacto vía celular con las parejas que él tenía, pero no es más que eso; pues son algunos intercambios más que redes de colaboración. A ella en particular le interesa hablar con su hijo y de sus estados de ánimo, traerlo al presente con las llamadas, porque a veces anda enojado, pero que eso es entendible por estar preso y por lo que aquello implica, enfatiza.
Vamos hablando sobre las restricciones o complicaciones, y que para ella -plantea- no es económico el punto, por ser trabajadora activa. Más allá de la condena jurídica y del delito, para ella lo más complejo es la desafección, la economía de los cuerpos e incluso de los replanteamientos éticos, del perdón y las culpabilidades… “Le tocó”, dice. Pero va de frente, es movediza al estar en la cola, va temprano y aprovecha la jornada diurna-nocturna cuando tiene que moverse hacia allá.
Como sabemos, en la cola vende porotos y lentejas que trae del sur para poder solventar también los gastos asociados de hacer semanalmente la cola y llevar la manilla. Los objetos que lleva son compactos, pero pesados aunque con posibilidad de descomprensión, lo que ayuda a la locomoción organizada con otros contactos de la cola (o no). Toda la semana entonces, consiste en un ir y venir, entre el adentro y lo doméstico, la aproximación y esas fisuras o límites del estar separado.
Es la espera como tema y lugar invisibilizado de la realidad carcelaria, sobre todo desde las experiencias de producción de esto a nivel cotidiano e incluso barrial, con salidas y organizaciones de su trabajo (construcción), a nivel comunal, intercomunal. De ahí que existan emplazamientos que se van gestionando durante toda la semana, entre llamadas telefónicas con su hijo, contactos con otros “compañeritos”, y con otras personas que conoce en la cola también. “He conocido otra gente (…..) las chiquillas que en este momento ya deben haber llegado” y que se encuentran “secundiando” la espacialidad y el puesto con anticipación. Ahora vamos bien en el tiempo, como con el Richard, donde también se levanta temprano, llega bien y antes de integrarse a la cola se alcanzan a tomar un café.
Sin embargo, los tiempos de la espera, a largo plazo, son intensos, de mucha ansiedad, por lo que plantea: “Tengo esperanza de que mi hijo salga a fin de mes… quiero puro verlo en la calle (…) Y yo le digo al abogado desde el día uno que no me mienta. No me diga que va a venir y después no… porque el otro abogado me dijo que en 3 meses lo tenía afuera y pasó 7 meses, 8 meses y no pasaba nada”. Se trata de experiencias unidas-colectivas entre quienes comparten en la cola, unas “ecologías emocionales”, como diría Adrián Scribano, donde se ensamblan historias, lugares y emociones
Por ejemplo Mirella dice: “hay una Mamá que vivió en la cárcel (…) y su hijo sigue reiterado (…) ella tiene a sus dos hijos acá (…) entonces se les hace súper pesado (…) entonces igual fome, yo le dije al Matías, espero que no te guste esta situación, y me dijo ¡no!, Mamá, es de perro, pero igual ha sido un cabro metido ahora le van a entregar unos diploma, una copitas (…) por lo menos ha hecho cosas, ha aprendido (…) Pero cuando le dan esos arrebatos, que yo los entiendo (….) porque el Matías es como yo, es dicharachero, de la Mamá lo sacó todo él… el Seba nopo, él tiene una polola 10 años… el Matías es como yo, pero no conoce la calle, no conoce la vida, por eso hay que enseñarle”, ya que la cárcel es un territorio complejo, de excepción, donde se ve “de todo”.
Ya vamos avanzando y seguimos conversando de las rutinas y estrategias y dice que “igual la semana pasada traje queque” y “ahí las chiquillas me acompañan”. “A veces cuando me traigo mis líquido igual y acá todo me compran los detergentes”. “La vida está hecha para eso, para aguantar, para tener un hijo, pero yo igual me encuentro guerrera; le pongo el hombro, porque yo hago de todo. No porque tenga uñas largas no podré pintar y colocar cerámico y todo eso”. “Pero lo bueno es que siempre me vengo con el Richard” para llevar todos los bolsos y objetos, pero también para conversar y acom(a)pañarse.
Pero “la fila te mata… porque la fila es la fila. Imagínate a la hora que vengo igual salgo a las 5. La semana pasada salí a las 3 de la tarde, estábamos choreados, pero no importa, ya estamos aquí, hay que estar, no nos podemos irlos (….) bueno nunca he dejado de salir a las doce o a las una; siempre más tarde… esto lo tomo así, como mi paseo de viernes… me preguntan a qué hora llego y digo no sé, pregúntame a que hora me voy, pero no sé a qué hora voy a llegar, a veces hemos llegado juntos. Y me dice mamita ¿recién viene llegando?, sí, pero igual yo llego acá y se me quita ese cansancio…? Y me quiero acostar, pero no, no me falta” el trabajo o los intercambios. “Sí, porque tengo que hacer algo o alguien viene y se le echó a perder algo y allá parto, le arreglo la llave, cualquier cosa”. De hecho,aprovecha el día en su forma diurna “porque a pesar de estar cansada acá se me quita el cansancio, se me quita en el viaje; otras mamás me dicen que llegan a puro dormir”.
“Dentro de la semana vivo mi día a día… si tengo que salir a trabajar lo hago o si tengo que entregar algo lo entrego… yo siempre tengo negocio, ya sea agua ardiente o porotos… lo publico…”. “Así es la vida y eso es lo que me tocó…… hasta que me toco así (….) no pensaba que me iba a tocar así y cuando decían joven cayó preso, decía no, eso no puede ser, y si pasa (…..) Yo creo que no me dice todo lo que pasa adentro y él se enoja, y me dice claro tú puedes salir y yo le digo es tu culpa hijo (…) no me gustaba esa tipa, no te miraba… yo le dije cuando llevaba 3 días adentro, le dije ¿ve?. O sea más poder tuvo ella… si no hubiese estado con ella quizás no estaría ahí, pero como dice mi terapeuta, todo pasa por algo”.
Ya amaneciendo y entrando al sector de Gran Avenida, pasamos por la cárcel de mujeres que Mirella observa sorprendida diciendo: “allá estuvo mi amiga”, en ese “depositario donde caemos todos algún día… no, esa hueá alberga a cualquiera… ay, no sé (…) esto me ha quitado mi tiempo. Mi espacio más que nada…”. En eso, seguimos hablando y avanzando hasta la calle Manuel Rodríguez, para tomar un retorno que nos hará llegar a la cárcel, y nos dice que “para los desayunos compramos agua y llevo el termo y el bidón y ahí hervimos el agua… la semana pasada los pacos nos tenían la luz cortá del baño; nos tienen cachaos, porque yo llevo los tarros de basura al baño cara dura y hago hervir ahí el agua… pero esta semana el Lalo tiene que llevar el cable y tenemos que sacar luz de afuera; porque afuera hay luz”. Entonces con sus compañeros/as “tendremos que comprar el agua otra vez…”. También hay disquisiciones con gente de la cola:
“A la Ema la cambiaron pero ahora tampoco quiero verla porque es chata, es fome… aquí po, aquí tenis que doblar… Sipo, yo le traje la manilla esa primera semana que se cayó, yo le traigo su manilla, la segunda semana la misma cochiná y la tercera la misma cochiná, pero no me daba ni para el café… no es la gracia estar cobrando, pero igual la ascurría es gratis… yo soy terrible vivita cuando yo me fui pa´ la playa ella me dijo… Yo te hago la manilla, ya bkn, y ahí le dije tome Ud. gaste lo que tenga que gastar, y me fui a la playa tranquila, sabiendo que vendría a dejar la encomienda…después a mi me recibían pocas cosas porque dos paquetes de cigarros no dentran en una bolsa, y así entonces igual fome. Dos bebidas no entran. Entonces la semana pasada vino, según ella en micro, teniendo auto, podría pagar, pero entonces es cagá… Tampoco es amiga, no solidarizo con la gente cuando es fome, o sea ya está bien una vez, pero ella tiene… Y le manda 4 panes a un hijo, pa´ que coma dos días… En el grupo de nosotras todas somos buena onda… solidaridad… si una no tiene la otra tiene… ahora mismo, anoche dije que tengo porotitos, me dijeron tráigame 5 kilitos… también le traigo cigarros a otra chiquilla que tiene que entregar mañana”
Después de esa vuelta, ya vamos entrando al contexto y calle de la cola. Es de noche aún, pero vemos luces y los negocios más o menos comienzan a instalarse. Nos bajamos del auto, sacamos las cosas y estamos frente al Ministerio de Justicia, con su amplitud arquitectónica que desborda el paisaje nocturno con la luces de sus oficinas encendidas . Mirella está con la mascarilla a medio poner, ya que seguimos hablando de lo céntrico y ajetreado de la ubicación carcelaria.
Sigue muy helado, como si la niebla hubiese bajado un poco, y ahora se alista para poder bajar las cosas de la maleta del auto, y nos muestra: “viste que este es mi negocio…”. Agarra las cosas y luego de eso cruzamos hacia el sector de la cola. Hay mucho silencio y están las otras personas conocidas más adelante, al lado de la reja, sentadas. Son principalmente mujeres (chilenas y migrantes Latinoamericanas) las personas y cuerpos en este espacio. Todas con los gorros y las manos hacia adentro.
Hay poca visibilidad de los rostros por las mascarillas y la escasa luz, lo que habla de la forma en cómo vemos a esta hora y cómo la gente también se siente o afecta. A esta hora, la gente va llegando y se van incorporando a los grupos de espera. Mientras tanto, hasta que empiece a salir el sol, se rehacen fuegos/fogones para calentarse. Estos grupos de personas, que ya están desde hace un buen rato, son las personas que llegan a primera hora, y que entrarán en los primeros grupos de visitas, al próximo espacio carcelario y dejar la manilla
Esperando, Mirella habla con las compañeras de la fila: “Y viste”, dice, “ahí el mismo caballero que abracé, ese es el papito que se le vinieron los años encima cuando su hijo cayó acá… así que igual yo lo escucho, ‘ay que ahora estoy enfermito’, le dice,‘estuve toda la semana en cama’…”. Entonces, en el estar ahí, en ese despliegue o forma de tomar lugar, se va enterando de acontecimientos de otros, lo que también la sensibiliza.4 En la cola ella se mueve, es de corporalidad inquieta, por el frío quizás, mira hacia los lados, a ver si ve algún contacto, otro compañero/a.
Ya ha amanecido y vamos a comer algo al frente, a los negocios. El movimiento de personas se incrementa a esta hora tanto por la calle principal y recovecos; en todas las direcciones. Van mujeres trasladando sillas y bolsas en las manos, autos esperando, otros estacionando. Todo esto mientras escuchamos al grupo evangélico (de ex condenados) haciendo su representación al frente de la cola, así como dando apoyo personalizado a quien desee. Estando de nuevo al frente, ahora hay que arrimarse un poco más hacia el centro para ir organizando la entrada al dispositivo. Hay muchos más ruidos y estridencias, más conversación, etc. La gente ya está más posicionada, más al medio, con las bolsas especiales ubicadas en esta misma posición.
Son cerca de las 9 y Mirella se pone una de sus mochilas para avanzar hacia el otro grupo de más adelante: ella está entre dos grupos. Luego de eso se avanza para que el gendarme de turno retire el carnet y se pueda ingresar a dejar la manilla. Pero la llegada ahí es tensa, ya que los gendarmes empiezan a incidir, a dejarse ver y ejercer violencias principalmente a mujeres (migrantes, aún más). Entrar, es ese momento no fluido, de transición del orden de la calle y la proximidad carcelaria, es empezar a habitar de forma temporal la cárcel por dentro, llegando a ser otra escala e intensificación de la múltiple espera.
“Ese momento es fome po”, pero se amortigua en la relación con los grupos de madres, pues aquí “tomamos desayuno, los reímos conversamos… igual de repente alguien llora… eeh… naaa’ po’ son sentimientos que cuando yo me vengo… me vengo triste. El estar allá me siento cerca de mi hijo, el estar allá sé que mi cabro está en esa reja y detrás de esas reja pero después ya en la tarde llego pa’ mal… mal… porque se me viene todo encima po… pienso que de repente va a pasar otro rato”. “El dolor de mamá fluye” sobre todo en este espacio, donde “no hay hora de término o sea uno puede llegar después de las seis de la tarde a su casa, como puede llegar a las cuatro de la tarde a su casa y así relativamente según el paco que esté de guardia” y entregue la manilla. Luego de unas dos horas, Mirella sale de la cárcel y regresa a la Pintana a rearticular su vida cotidiana.
El C.P.D “Santiago 1” y la espacialidad de la cola, se nos muestra como una hendidura, un sitio eriazo y borde de rotondas, carreteras y un monumental centro de justicia que se siente fuertemente en la contigüidad, el cual se nos presenta discursivamente desde la espacialidad de lo “público” y el “bicentenario” de la Patria: un espectáculo de lo visible (la “imagen país”), que hoy eventualmente se encuentra en crisis, pero que se normaliza cotidianamente en las sombras, existencias y consensos que la contienen. En este contexto de visibilización, la trayectoria de la Mirella da cuenta de las diferentes formas, prácticas y experiencias de habitar cotidianamente la espera de condenas de familiares, contactos y redes de los reos del CPD Sgto. 1. Desde su escalaridad más íntima, hasta la encarnación de la cola de espera en el territorio de la cárcel, se muestra una experiencia de castigo carcelario que no solo de desarrolla en el interior del recinto, sino también desde la escala de los cuerpos que acompañan y se sitúan en la proximidad de los dispositivos. De ahí que esta espera, muestra por un lado el cómo se manifiestan vivencias de sufrimiento y también estrategias cotidianas para sobrellevar vidas, familias y microeconomías en curso; y de otro lado, unas escalas de conflicto que se mueven entre lo institucional y lo vivido, y que se derraman en los múltiples movimientos de segundeo a los tiempos de la condena.
Notas
* Etnografía realizada en el Invierno del 2021.
1 La manilla es la manera o nombre otorgado al envío de enseres alimenticios y no alimenticios por parte de una red externa hacia las/los privados de libertad, siendo una acción desde donde se desprende una extensión y contacto de un cuerpo hacia otro. Posee un valor tanto en su elaboración como en la entrega de esas especies por un tercer “ manillero” sin relación directa o filial con los/las privados de libertad. El valor de la manilla varían según tipo de encomienda, día, fecha y tipo particularidades del manillero
2 Una “bolsa-cartera” y otras mochila llena.
3 Diego Valeriano lo define así: “El segundeo es una fuerza que se construye y se conquista. Se da, se recibe, se necesita, se comparte. Es otra forma de respirar, de evitar la asfixia que nos rodea, de ponerle palabras nuevas a las cosas. Mirta hace ñoquis como una nueva forma de estar entre amigas, como trinchera, mimo, segundeo, refugio. Como una manera de plantarse contra la orden de desalojo, contra los bien intencionados, contra los patrulleros que siguen ahí nomás. Se levanta bien temprano y mientras amasa sueña en cómo habitar la tierra nueva que por ahora solo tiene pallets, bolsas, chapas y palos. Esta tierra nueva llena amigas nuevas, amores nuevos, hijes de todas. Habitar, cocinar, caminar, escribir, seguir juntas, activar, estar en las bravas, descubrir nuevas complicidades. Enhebrar afectos, palabras y sensaciones comunes. En el segundeo se expresa la rareza de unas apuestas y sus desvíos impredecibles; en lugar de la ideología, irrumpe el deseo y su campo estratégico. Es el reverso de la militancia, de la inmovilidad, de la obediencia. Segundear no es un favor, no es darle una mano a alguien, ni voluntad de transformación: es una tarea vital, un gesto anímico, real, posible. Es un momento de libertad, una manija única, compartir algo. Es hacernos cargo de una especie de necesidad vital en medio de todo esto que es horrible, mezquino y cruel. Se segundea porque no se puede hacer otra cosa, porque es lo que hay, porque algo arranca, se activa, camina, se enlaza, crece. Porque es una fuerza imparable capaz de cambiarnos de una vez y para siempre”. En: https://lobosuelto.com/segundeo-diego-valeriano/
4 Las conversaciones en la cola también retratan las condiciones de los familiares presos, de las condiciones de salud mental de adentro. Se habla de los dispositivos psiquiátricos (ASA) de la cárcel, como un ente burocrático de la salud del reo. Se habla de cómo los mojan con agua, del exceso de los chinches, de la comida, de cómo cambian las digestiones, y de las masas musculares que se van perdiendo.