Foto: Nicolás Slachevsky (@nicolasslachevsky)
Sobre Los últimos inanes días, de Paula Cucurella
(Paula Cucurella, Los últimos inanes días, Santiago, DobleAEditores, 2023)
“Escribir es una pregunta que no está contestada”
¿Qué se puede hacer en el desierto?, le pregunté sin mirarla.
El fin del mundo, los últimos días, trazan en el texto de Paula Cucurella la materialidad inmanente del “nunca hubo Dios”, nunca universal, principio, ni totalidad que prefigurara una tonalidad destinal del despliegue teleológico de la historia. La singularidad creativa de la escritura de los últimos inanes días, es inútil, no asume ninguna deriva monumental trascendente, el crujir material y sonoro de su escritura es para “escuchar su propio cuerpo” que se arrastra sobre los límites de un tejido de sílabas y salivas donde “ya nada se parece a lo que era”; “para seguir ocupando un espacio entre las palabras”, en la inminencia acéfala de una lengua desterritorializada.
“No había nada que buscar en la pintura resquebrajada del horizonte”.
Nunca hubo nada que buscar, tal vez tampoco nunca hubo ningún horizonte en donde buscar nada, solo un ejercicio de expresión que era justamente desarticular el sentido y los sentidos por “medio” de la anasemia “errada” del verbo que abastece el espacio exote de toda ficción, que se pone a circular sin énfasis alguno, en un desplazamiento abierto, telúrico y categorial. Nunca hubo que buscar principio alguno en la pintura resquebrajada de la ficción, ningún hegemón que soberanizara nuestro errar andariego por el mundo y lo dispusiese al sacrificio del orden y la ley.
La dispersión, la vida nómade, la manada de fragmentos que se derraman en las páginas sin arconte de los inanes días, como melodías y ritmos de potencias extranjeras que ya siempre huyen de toda representación principial, nomica, territorial y comunitaria que le pudiese dar maniatura normativa y cierre identitario a la pluralidad viviente que ahí se desagarra como vida abismal y sin textura, como subjetividad quebrada en las fronteras de su desistencia.
La “infraescrritura”, que es una forma de “imaginar-pensar” los últimos inanes días y sus parpadeos an-árquicos, desérticos, secos y corporales, colmados de zumbidos arenosos, de huesos que se destrozan en las orillas de una escritura “ inútil “e inoperosa, sin demanda incondicional de poder, siempre fuera de la raya, en una antropología caída, sin posibilidad de elaborar desde ninguno de sus bordes ficcionales un trabajo de duelo disciplinario, de reconstitución de horizontes críticos capaz de redimir la historia bajo los imperativos de “la articulación planetaria del capital y la devastación global del mundo”.
“No entendíamos nada y con el agua hasta la nariz dábamos manotazos en páginas blancas”.
No comprender, no inteligir, es también aquí no conducir, y renunciar al gobierno y los dispositivos tribunalicios de la voluntad sagrada de los avatares sueltos de la carne, siempre ya huyendo de la “máquina encarnativa” que el poder pone en juego para su funcional captura y su operatividad productiva. Quizás, es aquí también donde se tensa y susurra una poética y política de los encuentros y las expresiones, más allá de los lugares totalizantes y represivos que toda lengua teológica -militante y sacrificial despliega para la crianza del animal humano y la captura policial del mundo. De seguro desde ahí, desde las trizadura de una escritura en desistencia, que imagina desde “un cuerpo sin voluntad” los micro-deseos panfletarios de la “multiplicidad arrancada a la vida fascista” y su acontecer minoritario que se cuenta a sí misma la diáspora a “lo in-mundo del mundo” en un parpadeo de letras sin escritura “en la noche desértica de trenes y tanques” que atraviesan la metonimia nihilizada de la maquínica lengua de guerra del capital.
Los últimos inanes días no es un texto, no es escritura, no es teoría ni poesía, es una experiencia expresiva de un decir descentrado que irrumpe en la singularidad irreductible de un mundo devenido fin, catástrofe, unicidad, fuerza, nihilismo, soberanía, desolada teología y proliferación violenta de la misma lengua zurcida al falo “imago-poder” y su mutación opresiva de equivalencia general; en el desierto de sus inanes día, en el medio de una historia que luego es también el anverso de una memoria sangrante que porta su heterogeneidad como una “ lengua” que teje entre líneas el arropaje de una “cobija” en el afuera interminable de su desierto, que “ordeña lágrimas de niño” en el fantasma esquelético de su porfiada oquedad. Ahí la pre-escritura de los últimos inanes días discurre la distancia de sus cuerpos, “como si besara las palabras antes de arrancar” del círculo ovilloso, ominoso y triste del dispositivo escópico y letrado de la logo-escritura que abozala los significados en dirección unívoca del sentido, amarrados a la conciencia individual de un cuerpo que escribe y piensa desde su acólita productividad.
“Intentamos pensar el mapa del mundo sin el mundo”.
Intentamos pensar los límites del mundo en una legua que nos lleve hacia fuera, a los bordes de “ninguna parte”, conjurando el territorio de lo en-carnado para desaparecer en el desierto del mapa arenoso sin mundo, en la desolación de significantes que despejen la luz ensombrecidas de las letras del destierro último del fin del día. La maraña de la fiesta de los signos desujetados en este pasar por las palabras inanes que adjuran nómades, en la fuga de su desitencia la tiranía del pensar con ellas. Todo está en constante desplazamiento, en insistente constelación en la lengua de Paula, así es el desierto de sus páginas que devoran la posibilidad de los encuentros, no hay líneas que cruzar para el hallazgo de los sentidos, o del sentido que a tientas y a pasos ciegos se desborda en direcciones múltiples de rutas “sin puntos de origen estadía y destino” que allí se sostienen. Como un guiño aeropostal, las imágenes se dispersan para no ser pensadas con rigidez ni sujetadas a ninguna inmovilidad metafísica. Los tiempos de la diégesis como entre una prolepsis- analepsis de flash-forward que se interrumpen y aceleran a la vez, en planos de temporalidad disímiles y múltiples que se superponen para dejar ver sin dirección precisa un flash-back de relaciones simultáneas y cuerpos que caen en el exilio- exote de un montaje “donde no hay más mundo que el propio cuerpo, que en su singularidad desértica se excede.
La crítica hegemónica y juiciosa, de aproximación normativa, no considera la condición de desborde y resistencia de la plasticidad proliferante y a-teológica de la escritura sin topos preciso de enunciación. Desprendida de cualquier principio de regulación y disciplinamiento, la expresión poética de “los últimos inanes días” está desprovista de ese lugar totalizante; “encontré un palito de madera y con él me puse a dibujar en la tierra”, es el desierto de ninguna parte, el no lugar de la lengua exote, que imagina y no escribe estos fragmentos an-arquicos, “arrancados a otras páginas que tampoco fueron obra” y deslizaron por la tierra nómade las palabras que dibujan en el desierto literario una posibilidad de emancipación sin tecnología de escritura, pues, no hay dispositivo de clausura en el vacío central de la escena bifurcada del desierto que des-escribe, si no la deriva no policial y abierta de imágenes que nos miran y hurgan en el deterioro ruinoso de la máquina neoliberal planetaria.