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Toni Negri y el sueño de la democracia (Un penúltimo apunte sobre la Revuelta)
Apunta Negri en Guías. Cinco Lecciones en torno a Imperio: “Si la multitud es un conjunto de singularidades agentes, la potencia constituyente no puede ser más que el telos común de la multitud; el poder constituyente es la dinámica organizativa de la multitud, su hacerse” (2004, p. 127).
La cita es una de gran intensidad política, entendiendo que en todas las diferencias y multiplicidades que alternan en la multitud, reactivando lo colectivo, hay un proyecto, debería haber un pro-yecto. En este sentido, la multitud es la expresión, pensamos y es la apuesta, de algo que no es solo inmanente sino diseminado en el devenir que la trasciende sin límites; su rol no es renunciar a lo político y, aún más, a un “poder constituyente”, como lo señala Negri: la deriva “constituyente”.
Desde aquí, las resistencias desplegadas a lo largo de la Modernidad habrían sido motivadas por el sueño democrático; resistencias que han tenido lugar por las promesas inconclusas, truncas y negadas de la democracia propiamente tal. Mas no se trataría del sueño por cualquier deseo democrático, sino por una democracia que sea reflejo de la superación de la miseria humana e instale como sus valores fundantes a la igualdad y la justicia. Este argumento es importante y da cuenta de una suerte de encuentro entre la necesidad de la revolución como Marx nos la heredó y el valor de la democracia como sistema o régimen liberal. Pero, ahora, y es esto es lo importante, como democracia radicalizada y en desajuste con el poder normado.
En esta perspectiva es que Negri, por ejemplo, a diferencia de lo que habría ocurrido con la Comuna de París o la Revolución de Octubre en Rusia, sostendrá en Multitud. Guerra y democracia en la era del Imperio que “Puede ser que la actividad insurreccional ya no se divida en tales etapas, sino que se desarrolle simultáneamente. [L]a resistencia, el éxodo, el vaciamiento del poder del enemigo y la construcción de una nueva sociedad por la multitud constituyen un único y mismo proceso” (2004, p. 96).
Son dos procesos en uno. Por un lado, resistir se trataría de estar atentos al vaciamiento del poder del régimen, al “éxodo” de su potencia gestionante de la multitud, lo que tarde o temprano ocurrirá. Ahora, a la vez, lo que desde la multitud emerja y que tiene vocación de poder, es un proyecto que desde el fundamento colectivo no puede sino ser un contrapoder que refleja la alternancia múltiple y sin fisonomía de aquello que se entiende como una soberanía en despliegue, ya dentro de la disputa. Esto es lo que escribe, en el mismo texto , Negri cuando se refiere a las “resistencias posmodernas”:
La genealogía de las resistencias y las luchas de la posmodernidad, como veremos, presupone la naturaleza política de la vida social y la adopta como clave interna de todos los movimientos […]. De hecho, ese supuesto previo es fundamental para los conceptos de biopolítica y producción biopolítica de la subjetividad. Aquí las cuestiones económicas, las sociales y las políticas se entretejen inextricablemente (2004, pp. 106-107).
Si entendemos por luchas de la posmodernidad a los movimientos contra-capital que se han levantado en el mundo en las últimas décadas del siglo XX y lo que va del XXI, veremos que la escisión entre lo político y lo social no es una operación propia de la población emergente. Lo que está en el corazón de estas reivindicaciones y que de alguna forma agiliza su dinámica disruptiva, es el hecho de que lo político ya va en ellas como expresión de lo social. La multitud es social y, de una vez y sin distancia, política. No es necesario en esta dirección un cuerpo de poder centralizado que indique y conduzca el flujo de la multitud, porque en su elasticidad lo que va de suyo es el encuentro con el otro, con la alteridad social; impulsando así una fuerza política descomunal que es la que descansa en su inmanencia para estallar en el centro de la historia, remeciendo los cimientos del poder cristalizado en instituciones subordinantes de la multitud la que, a esta altura, ya es descoacción y expresión de una soberanía.
De esta suerte ¿no vimos, por ejemplo, en la Revuelta de 2019 esta misma composición devenida del acontecimiento, desajustado y anárquico, que se mimetiza con la forma política de Octubre y con la querellas que desde ahí emergen? Porque si Octubre fue multitud, es decir potencia inmanente, hubo en él, bien que haya sido no identificable como estallido en un primer momento, un proyecto instituyente y constituyente que siempre le fue propio.
En esta línea es que Octubre, igual, fue resistencia evidente, pero una que nunca dejó de lado el sueño de una democracia plena, radical y en constante espera. En la lucha por volver a traer de vuelta la soberanía en ese instante en que en Chile todo tembló, no se observaba la consigna de “a destruir el Estado democrático”, por dar un ejemplo; las demandas tampoco estuvieron dirigidas a reemplazar la democracia por un gobierno de los soviets o por burós hemisféricos y herméticos al interior de los cuales la revolución cuajara sus estrategias. No, no fue así. Octubre, tal como lo apuntaba Negri, fue una expresión más de la vieja lucha de las resistencias de la Modernidad por reponer el sueño democrático. La querella fue contra todas las promesas más originales, sostenidas y publicitadas desde la revolución francesa y lo teóricos liberales, pero, siempre, teniendo en el intersticial de la subjetividad colectiva la urgencia de la revolución; revolución en nombre de una democracia más humana, justa, al interior de la cual los siglos de abuso hacendo-neoliberales regenerados una y otra vez por la fronda oligárquica y sus pactos sucesivos, se detuvieran.
Octubre fue un clamor espontáneo, callejero, atravesado por líneas heterogéneas para que la democracia se higienizara de sí misma; de la tropa sempiterna que rompió todo vinculo social para proveer como único marco de indexación entre individuos el dispositivo sintético del mercado.
Es por todas estas razones que Octubre fue la revuelta, también, cultural que el país tanto ensayó en su historia y siempre perdió. La Unidad Popular de Salvador Allende juega en otro plano, puesto que ésta no obedeció a la multitud nacida de un alzamiento, sino de un proceso, con toda la legitimidad de la que se disponía, pero no fue el grito desesperado y amplificado por siglos de subordinación y abuso en un solo tiempo y en un solo instante.
En la multitud que desencadenó Octubre se conjugaron de modo natural lo político y lo social, esta es la dislocación cultural. No son partidos políticos dirigiendo a las masas ni masas legitimando partidos políticos, no; de por sí Octubre fue la multitud que desde su alternancia múltiple abrevió la lucha social con la dimensión política obteniendo entonces y más allá de la inmanencia que le va, su arrebato e impacto en la historia de ahí en más.
Este sería un “penúltimo” apunte sobre la Revuela… no hay un último, no lo habrá.