Una Sola Carne - Carcaj.cl

Foto: @pauloslachevsky

06 de junio 2024

Una Sola Carne

por Xavier Alejandro Llusá Borges

El resplandor naranja inunda los pasillos de la iglesia. Afuera corre el viento con fuerza. El coro de ancianas entona una melodía dedicada a Jesús mientras las figuras de los vitrales parecen cobrar vida. Una tranquilidad iluminadora invade a Isaías. Su éxtasis le afirma el sentimiento de ser uno de los elegidos. Tiene 21 años, la misma edad en la que David fue declarado rey de Israel. Nunca se ha sentido tan pleno. Incluso las verrugas en las caras envejecidas de las señoras a su lado parecen aportar significado. Los pequeños detalles de este mundo le parecen reflejo de la inmensidad divina.

La pastora, una señora mayor negra de ojos achinados, invita a la santa cena. En una fila se organizan para ingerir el cuerpo y beber la sangre de Cristo. Isaías parece desentonar entre tanto anciano. El eco de los rezos en forma de murmullo marea sus sentidos. Al llegar su turno, la mujer besa su frente y le da la comunión. El vino sabe amargo y el pan se le dificulta al tratar de tragarlo. Los devotos regresan a sus lugares.

Se ha obsesionado con la idea de convertirse en pastor. Agradece con todo su corazón haber leído aquella tarde esa página rota de la Biblia. Isaías 41:10: «No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te fortalezco; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia». Las facciones de su rostro mostraron calma y ya no sintió necesidad de fumar marihuana.

Debe haber sido una obra divina. Nadie en su casa era extremadamente religioso. Todos se habían ido ya hace un tiempo a Estados Unidos y llevado o vendido todas sus pertenencias. Excepto el cuarto del muchacho, un refrigerador y una cocina, la casa estaba vacía. Al principio del mes se despertaba con el frío lleno y algunos dólares en la cartera. Ese era el trato hasta que todo lo suyo desapareciese también del país y la familia se reuniera.

Nada más le quedaba el aburrimiento y la humedad. Las paredes soltaban pintura que luego terminaba convertida en polvo, la comida se echaba a perder en el frío y la ansiedad provocaba el silencio. La combinación de todas estas situaciones lo hizo enamorarse del exceso. Su vida entera se había quejado del agobio que representaban los otros pero ahora le cortaba la respiración sentirse vacío, no tener más nada que a sí mismo.

Los presentes en la ceremonia se levantan al concluir la misa. Desde los asientos mueven sus manos en señal de saludo y sonríen. Estaba inmerso en sus pensamientos, se recrimina por no prestar atención al final de la predicación. Agradece a la pastora sus palabras y pide por favor que lo avise de cualquier actividad. Desea convertir la iglesia en la totalidad de su vida. Un creyente tiene como deber entregarse a su comunidad. Además, él debe dar el doble como agradecimiento por haber sido rescatado de la oscuridad.

Debe nutrirse del poder de la palabra si quiere esparcir la voluntad de Dios en la tierra. Se imagina vestido con un traje blanco y con el rostro empapado en sudor mientras entona con vigor el nombre de Jesús. Brindará consejo a toda alma perdida que lo necesite. Espera pacientemente a que los mandatos divinos lleguen a él. Nunca estás solo si te habla lo infinito.

Camina cuesta abajo para adentrarse en lo mundano de la Habana Vieja. Las calles irregulares repletas de basura le recuerdan el sinsentido del pasado. Sombrío, desorganizado e incierto, está preparado para absorber tu vitalidad cada segundo. Carente de sentido. La civilización terrenal no tiene propósito, solo prueba a los elegidos. Le da unas monedas a una señora que está sentada en cuclillas sobre unos desechos mordiéndose las uñas. «Vaya con Dios», articula su boca y lo hace sentir en el camino correcto.

Pide misericordia para la pobre vieja. Podría haber terminado si no hubiese encontrado aquel versículo. Quizás se habría matado. Un cuchillo afilado clavado lentamente en su corazón. En caso de hacerlo necesitaría el dolor como despedida. Un hombre de Dios no debe pensar en el suicidio. Se recrimina y continúa su reflexión. Las drogas lo hubiesen devorado pronto de igual manera. Alma y cuerpo fueron salvados de ser carcomidos por la indiferencia.

Quizás una infección habría convertido su pene en una masa de carne putrefacta. Acordarse de las prostitutas le da ganas de regresar a casa arrodillado para expiar sus pecados. El arrepentimiento es lo único que le queda. Entregar su virginidad a la futura madre de sus hijos hubiese sido idílico, pero la carne recorre caminos engañosos. Aquellos fines de semana en que su casa se convertía en el inframundo, repleta de olores y pasiones vulgares, han quedado atrás. Deshonrar el acto del amor con fines mundanos es escupirle en la cara al Señor. Piensa que debería orar por el bienestar de las jóvenes dispersas al llegar a casa.

Una mujer negra lo pasa caminando. Se fija en el estampado de su pantalón. Una geometría de colores neón que hace tropezar sus ideas. La iluminación no se consigue de un día para otro. Debe seguir trabajando en sí mismo. 

De manera súbita, la comezón afecta sus rodillas y muñecas. Antes de cruzar la calle, un carro negro frena en seco a sus pies. Ella se baja dando gritos frenéticos, escupe hacia dentro del vehículo y tira con odio la puerta. Su pelo rubio alborotado cae sobre su cara repleta de maquillaje corrido. Intenta acomodarse el vestido rojo sucio mientras resopla en contra de la vida. Una vez le mencionó su edad, pero no lo recuerda; su nombre es Magda.

Su hermano le vendió droga algunas veces. Un día le pidió su número y comenzaron a verse cuando necesitaban compañía. Le regalaba unos dólares y la invitaba a fumar más por pena que por lujuria. Era una niña disociada en su entorno, con muchos indicios de un futuro perdido. Creía que esa era la razón principal de su relación. Sentía el sexo con ella de una manera peculiar, quizás como el desprendimiento de partes de su cuerpo para la formación de algo nuevo. Nunca desaparecía ese miedo al vacío en su compañía, aunque se adornaba.

No la veía hace mucho, había desaparecido tiempo antes del cambio sin motivo específico. Isaías pensó que cada cual enfrentaba el cambio como podía. No pudo evitar alegrarse al verla; ella lo saludó mientras prendía con trabajo un cigarro, el muchacho prefirió pensar que solo era eso. “Los puercos estos se creen que después de chuparles la pinga ya son tus maridos”; fue la frase que lo hizo entender su primera tarea como hombre religioso.

El caminar sin rumbo los hizo entablar una conversación. Los acompañaba el agua chocando contra el muro del malecón como un oyente molesto. Aquel Isaías mesiánico provocó sorpresa y algo de risa, absorto en sus explicaciones religiosas. Magda tenía la sensación de estar siendo víctima de una broma, a pesar que se sentía mareada por el soliloquio evangelizador.

“Todos se están volviendo locos”, expresó a manera de suspiro. Un poco ofendido, su amigo intentó explicarle que estaba confundida. El muchacho había sentido pureza detrás de esa fachada terrenal de perversión y carnalidad, era su deber encontrarla. Tal vez ella solo se sentía sola o puede que de verdad buscase algo más, pero no paraban de intercambiar palabras que significaban la nada misma para el otro.

Estaba convencida de que Isaías pasaba por un cuadro psicótico. Esa palabrería sobre el alma la aburría. No creía en nada después de la muerte. Solamente prevalecería el color negro, cada instante de su existencia se esfumaría. Prefería verlo como un alivio, la vida era algo complicada para seguir estrictamente cuestiones morales. A nadie le importa, solo queremos existir lo que nos toca y desaparecer. Veía su fe repentina como la forma que había encontrado aquel loco de contarse una historia para no matarse. Solo era otro yonqui con delirio de grandeza, pero tenía algo que la retenía.

“Deberías buscar alguien que te ayude a encontrar el buen camino”, en ese momento comprendió que necesitaba un orgasmo. Solamente había podido disfrutar en plenitud el sexo con ese intento de profeta, era por eso que la conversación no cesaba. Tenía una mínima esperanza de que se callase y decidiera besarla. Justo en ese momento su compañero cansado se trepó sobre el muro del malecón. Miraron el agua oscura hasta que se marearon y el silencio los hizo sentir familia.

Él señaló la escultura del sagrado corazón, un cristo esbelto y pulcro que vigila por encima de la bahía los pecados de la ciudad. Listo para expiar sus demonios en pos de unirlos con el fin de una nueva vida que transmutara la humedad, el vacío, dolor y aburrimiento en fe. Ella simplemente deslizó su mano hacia su entrepierna.

nacido el 28 de junio de 2003 en Marianao, La Habana, Cuba. Actualmente es estudiante de Sociología en la Universidad de La Habana. Ha sido colaborador habitual de la revista digital contracultural cubana Mujercitos Magazine y ha publicado sus trabajos en Hypermedia Magazine, Letralia, Revista Carcaj y el blog Herederos del Kaos.

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