Andreas Malm: «Las puertas del infierno están abiertas en Palestina, pero es toda la humanidad la que está pasando bajo estas puertas» – Carcaj.cl
11 de junio 2025

Andreas Malm: «Las puertas del infierno están abiertas en Palestina, pero es toda la humanidad la que está pasando bajo estas puertas»

por Carcaj

En 1840, la marina británica bombardeó la ciudad palestina de Akka, utilizando por primera vez vapores alimentados por carbón como arma de guerra. Para Andreas Malm, este episodio marca el origen común de dos procesos íntimamente relacionados: la colonización de Palestina y la crisis climática. Esta conexión es el núcleo de La destrucción de Palestina es la destrucción de la Tierra, texto traducido al castellano por Vicente Lane y recién publicado en Chile por Lom Ediciones, Verso Libros y Carcaj. A partir de este evento fundacional, el teórico sueco del capitaloceno (autor, entre otros, de Capitalismo fósil y Cómo dinamitar un oleoducto) traza una nueva genealogía histórica del proyecto de colonización de palestina, mostrando cómo se fueron estructurando los intereses imperialistas de las potencias capitalistas en la región, aún mucho antes del establecimiento del Estado de Israel. Esta perspectiva histórica de larga duración no solo se convierte en una clave fundamental para entender la magnitud de las responsabilidades occidentales en el genocidio actual, sino también para repensar las articulaciones contemporáneas del imperialismo y entender la profunda complicidad entre la explotación masiva de combustibles fósiles y la destrucción de Palestina: dos manifestaciones complementarias de un mismo sistema que amenaza hoy la habitabilidad de la Tierra entera.

La conferencia que da origen al libro fue pronunciada en la Universidad Americana de Beirut en abril de 2024. Con motivo de su publicación en castellano, el pasado 30 de mayo conversamos con Andreas Malm sobre las proyecciones de su análisis histórico y la actualización de sus tesis en el contexto contexto actual, marcado por la incesante escalada del genocidio en Gaza y el avance de las fuerzas neo-fascistas en el panorama internacional. El libro será presentado por Rodrigo Karmy y Lieta Vivaldi el 17 de junio en Santiago

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Carcaj: Quisiéramos comenzar por el libro y el análisis histórcio que haces mostrando cómo, a partir de la intervención británica para derrotar a Muhammad Ali en 1840, se fueron estructurando los intereses imperialistas occidentales en Palestina —mucho antes incluso de la oficialización del movimiento sionista—. En efecto, resulta evidente que muchas cosas han cambiado desde entonces. Por mencionar algunas de las más evidentes, podemos pensar en la transferencia del poder imperial de Londres hacia Washington, la emergencia de Israel como un actor geopolítico con intereses propios o las transformaciones del sistema internacional en la segunda mitad del siglo XX. ¿Cuál es, a tu juicio, la importancia de esta perspectiva histórica para entender la articulación actual del conflicto colonial en Palestina? ¿Cómo podemos entender la relación actual de Israel con el imperialismo occidental representado por EEUU, Inglaterra y Europa en general?

Andreas Malm: Es una muy buena pregunta, y es quizás uno de los problemas intelectuales en los que más he reflexionado desde la publicación de este pequeño libro. Es algo sobre lo que quisiera escribir, pero tengo que leer un poco más al respecto. En la historiografía hay un debate sobre algo que el famoso historiador Marc Bloch llamó el “ídolo de los orígenes”, y que es esta obsesión por tratar de identificar cuándo algo comenzó. Y el riesgo, según él (pero insisto en que tengo que leer más sobre este debate, porque hace tiempo que leí el libro de Bloch, y hay toda una discusión historiográfica al respecto); el riesgo es que los historiadores caen entonces en la tentación de identificar aquel momento de inicio, y luego explicar todo a partir ahí: “todo ha continuado igual desde ese día, etc.” Y admito que es algo en lo que quizás puedo caer, es decir, estoy fascinado con identificar momentos en el tiempo en que algo comenzó. Mi investigación sobre el calentamiento global, Capitalismo Fósil, también tiene de alguna manera esa aproximación. Entonces hay que estar conscientes de la potencial falacia o el error que puede haber en querer trazar una línea directa desde 1840 al presente y decir, ya sabes, “en 1840 todo empezó y desde entonces todo ha seguido siempre igual hasta el presente”. Obviamente un montón de cosas han cambiado, y probablemente una de las cosas que más relevantes es que ahora realmente existe un Estado de Israel, que obviamente tiene sus propias lógicas políticas internas, al igual que toda la lógica de todo el proyecto sionista que no estaba ahí en 1840. Evidentemente, hay que estar conscientes del riesgo de la extrapolación, y no caer en ese error. Sin embargo, es evidente para mí que hay una impresionante continuidad a lo largo de este extenso periodo, y hay incluso otros aspectos de esta continuidad que podría haber destacado en el libro y no lo hice.

Solo por poner un ejemplo: el principal proveedor de petróleo de Israel es Azerbaiyán. Lo que eso significa realmente, es la BP: British Petrolium. Porque es la BP la que extrae el petróleo, junto a la Corporación Nacional del Petróleo de Azerbaiyán, enseguida lo sacan por el oleoducto Bakú-Tiflis-Ceyhan, y desde ahí es enviado por barco hasta los puertos israelíes. Entonces la British Petrolium es la principal proveedora de petróleo del Estado de Israel. Y la BP es la misma compañía que tenía este otro oleoducto que fue tan central para el mandato británico –la ocupación británica en Palestina–. Entonces, si das un paso atrás y miras todo esto centrándote sólo en el aspecto del petróleo, te das cuenta de que tienes esencialmente la misma estructura que en 1840, con el imperio británico proveyendo combustibles fósiles para las incursiones militares y la colonización de Palestina.

Resulta entonces que hay profundas continuidades estructurales. Y una ventaja de enfocarse en estas continuidades, es que con ellas puedes responder a ciertas preguntas de manera diferente. Por ejemplo, toda esta discusión sobre el lobby israelí: la idea de que hay una especie de distorsión de la realidad, en la que un poderoso lobby israelí está manipulando a los EEUU para hacer cosas que en realidad no están en sus propios intereses. Yo pienso que hay varias maneras de desbaratar este argumento, pero una de las maneras es entendiendo esta estructura histórica, donde tienes a un imperio occidental que llega con la idea de colonizar Palestina e implantar una población leal a la metrópoli para que sirva a sus intereses. Es decir, si esta estructura precede a cualquier tipo de lobby por más de un siglo, o algo así, resulta entonces que tenemos acá un caso en el que parece muy difícil de defender la tesis del lobby. Por eso, me parece que hay un punto en tratar de desenterrar la temporalidad, la larga secuencia histórica de estas relaciones, y tratar de ir al fondo del asunto: es decir, cuál es realmente la relación entre los ejecutores de este genocidio, y los sustentos y cuarteles que lo alimentan desde el exterior. Y por supuesto, mi objetivo político con esto es mover el foco hacia los motivos imperiales profundos del proceso de destrucción de Palestina.

Carcaj: En tu texto das una importancia central a la relación entre el actual genocidio en Palestina y el calentamiento del planeta –tema que ha sido una de tus grandes áreas de investigación en las última decadas, particularmente desde tu libro Capitalismo fósil, y que más tarde has abordado, junto al colectivo Zetkin, desde la perspectiva de la emergencia de un Fascismo fósil–. ¿Cómo podemos entender la relación entre estos dos hechos, el genocidio y el calentamiento planetario, de la que poco se habla y que quizás no resulta tan evidente? ¿Qué papel juega en este genocidio el mercado y la política de los combustibles fósiles?

A. Malm: Esta es una cuestión importante. Pienso que la relación entre el genocidio y el calentamiento planetario es muy compleja y multifacética: hay muchas capas y dimensiones del asunto, y de hecho puedes enfocarlo desde distintos puntos de vista. Una cosa que se puede observar, por ejemplo, es que ambos, tanto el genocidio como proceso de calentamiento global, están completamente fuera de control. Es como si cobraran impulso propio y simplemente siguieran su curso imparable, sin que la humanidad, por su lado, parezca capaz de llevarse a sí misma a actuar para detener cualquiera de estos dos acontecimientos. Ambos solo empeoran, día a día. Empíricamente, también se puede observar que una figura tan influyente como Donald Trump tiende a eliminar cualquier tipo de restricción, ya sea para la extracción de combustibles fósiles o para lo que el Estado de Israel puede hacer en Gaza. Tampoco es que hubiera grandes limitaciones durante el gobierno de Biden, pero Trump va aún más lejos en dar rienda suelta al potencial destructivo de estos dos procesos. Y en términos generales, este patrón se reproduce globalmente con la extrema derecha, que es cada vez más marcadamente pro-sionista y pro combustibles fósiles. Entonces tiene que existir algún tipo de relación subyacente.

Y luego está, por supuesto, el hecho de que si quieres entender lo que hace el imperio estadounidense en Medio Oriente, no cabe duda de que esta región es central para la industria del gas y del petróleo. Esto apareció de manera muy evidente con la última visita de Trump al Golfo. La razón por la que Trump está tan enamorado de Qatar y los saudíes es porque poseen esas enormes reservas de petróleo que él adora y quiere extraer del suelo, tanto allí como en su propio país. Por supuesto, su proyecto estrella ha sido la normalización de las relaciones entre el Estado de Israel y las monarquías del Golfo, ya que estos constituyen los dos pilares del poder estadounidense en la región. Pero Adam Hanieh plantea algo muy convincente al respecto —y en realidad hay algunos camaradas trabajando sobre ello en este momento, tratando de profundizar precisamente en esta conexión entre combustibles fósiles y genocidio. Adam Hanieh plantea que hay una particularidad del Estado de Israel en tanto que el aliado más fiable de los Estados Unidos. Y esta particularidad reside en el hecho de que se trata de un estado colonial, basado en un colonialismo de asentamiento, que depende existencialmente del apoyo extranjero. Porque se trata de un intruso en la región, y que vive en estado de constante conflicto existencial con la población indígena. Y simplemente no puede –y esto ha quedado muy claro desde el 7 de octubre– vivir sin estos constantes puentes aéreos, con el apoyo exterior de las potencias occidentales: Estados Unidos, Alemania, Francia, etc. Esto significa que el Estado de Israel es, de manera casi ontológica, el aliado más confiable de Estados Unidos en la región, más que cualquier otro país, y lo es precisamente por la naturaleza de su proyecto colonial. Lo que también significa, por supuesto, que en el momento en que el Estado de Israel alcance algún tipo de paz con los palestinos, donde hubiera igualdad y libertad para ambos pueblos entre el río y el mar, entonces perdería su valor estratégico para Estados Unidos, porque ya no estaría en este conflicto constante que requiere apoyo exterior. Por tanto, Estados Unidos no tiene un interés real, estructural, en llevar al Estado de Israel a acordar algún tipo de paz con los palestinos. Al contrario, es precisamente la guerra permanente con los palestinos lo que hace a Israel tan valioso para el imperio estadounidense en la región.

Y por supuesto, lo que hemos visto desde el 7 de octubre es el enorme entusiasmo con el que Estados Unidos se ha servido de Israel para hacer avanzar sus intereses geopolíticos en la región contra sus principales adversarios. Y esto es algo sobre lo que no hay que ser simplistas, no se trata de decir que todo se reduce al petróleo, pero hay una evidente relación con la industria petrolera en la región. Por ejemplo, con lo que Israel hizo en el Líbano, Estados Unidos estaba extremadamente satisfecho, porque lograron debilitar masivamente a Irán, que es la principal competencia y oposición al poder estadounidense en la región, y cuando debilitas a Irán, también debilitas indirectamente a Rusia y China. Entonces, desde el 7 de octubre, Israel no ha dejado de probar su importancia para el imperio, su capacidad para proyectar poder militar, particularmente en la arena libanesa. Y el resultado de esa guerra fue uno muy triste, porque probó la capacidad militar de Israel para, si no destruir, al menos debilitar, muy masivamente, a un actor clave en el eje de la resistencia. Pero hay mucho más que se podría decir al respecto, porque es una articulación muy complicada. También puedes apuntar a la cuestión de cuán profundamente está Israel integrado en los círculos de extracción fósil y cosas como esas. 

Carcaj: Volviendo a algo que comentabas en tu primera respuesta. En tu texto te posicionas contra una tesis particularmente mediatizada: la famosa “teoría del Lobby”: la idea de que el apoyo de EEUU y Europa a Israel no corresponde realmente a los intereses propios de estos países, sino que se sostiene principalmente por la influencia del lobby sionista en sus políticas interiores. En tu texto tratas de dar cuenta de la insuficiencia de esta hipótesis, y planteas que su notoriedad reposa en parte en cierta incapacidad de la izquierda para abordar la categoría de imperialismo y pensar sus actualizaciones contemporáneas. ¿Por qué crees que la categoría de imperialismo ha sido tan olvidada en las discusiones sobre la cuestión palestina? ¿Cómo explicas la pregnancia de la teoría del lobby (incluso Ilán Pappé publicó recientemente un libro al respecto), y el desfase que parece existir entre la izquierda occidental y el propio movimiento de resistencia palestino, donde movimientos como el FPLP [Frente Popular de Liberación de Palestina], o incluso Hezbollah, nunca han dejado de insistir en la clave de análisis imperialista?

A. Malm: Es una muy buena pregunta. Las teorías del imperialismo fueron, por supuesto, muy vibrantes durante los años 70 y 80, porque entonces había movimientos de liberación nacional en casi todo el Tercer Mundo, manteniendo este pathos, y los marxistas tenían que lidiar en consecuencia con esta categoría. Pero en los 90 creo que hubo un declive masivo del interés por la noción de imperialismo, y la teoría marxista y de izquierdas en general se desplazó más bien hacia la categoría de globalización, con el movimiento anti-globalización y todas esas cosas. Por supuesto, la instancia más famosa de esto fue el libro de Michael Hardt y Antonio Negri, Imperio, que rompía con la interpretación tradicional de la categoría de imperialismo. Luego vino la invasión de Irak en el 2003 y, por razones obvias, hubo una especie de resurgencia, un intento por pensar lo que es el imperialismo contemporáneo. Creo que enseguida hubo otra fase de declive, quizás con la crisis financiera de 2008, que nuevamente cambió el foco analítico. Y por supuesto, ha habido trabajos sobre el imperialismo en las últimas décadas, pero son pocos en comparación con lo que uno esperaría encontrar. Particularmente, análisis marxistas complejos y multidimensionales sobre cómo funciona el imperialismo en Oriente Próximo. Es algo que nos falta. Y no sé exactamente cómo explicar esto; pienso que quizás no hay suficientes marxistas estudiando la economía política de la región. Hay algunos, de hecho algunos extremadamente buenos: ya mencioné a Adam Hanieh, por ejemplo. Pero sin duda él estaría de acuerdo conmigo en que no tenemos buenas explicaciones de qué es lo que Estados Unidos está haciendo en Oriente Próximo, y dónde entra el Estado de Israel en todo esto. Entonces hay mucho trabajo por hacer, mucho que entender, particularmente en la situación actual de este genocidio, que solo empeora y que realmente lleva las cosas a un nivel cualitativamente distinto.

Volviendo a la teoría del lobby, debo admitir que no he leído el nuevo libro de Ilan Pappé: no puedo realmente saber qué argumentos hace él ahí, ni qué tanta importancia le atribuye al lobby. Pero pienso que una teoría como la del lobby es parte del empobrecimiento del análisis marxista, y creo que, por ejemplo, si miras el movimiento de solidaridad europeo con palestina en los 70 –un movimiento muy influenciado por el FPLP, que en ese momento era la vanguardia de la resistencia armada–, no vas a encontrar discusiones sobre el tema del lobby, porque todo estaba siendo entendido bajo el prisma del imperialismo estadounidense. Hoy, por supuesto, la izquierda europea es muy distinta de lo que era en los 70, es mucho más débil. Y hay quizás una especie de atracción populista en apuntar a una teoría del lobby. Quizás más en EEUU que en Europa, de hecho. 

En realidad, creo que es un tema sensible. En el libro trato de hacer una alusión al respecto, y no es algo que estoy inclinado a decir abiertamente, pero hay como una especie de línea difusa entre la teoría del lobby y la idea antisemita de una poderosa comunidad judía manipulando los intereses de otros países; cosas así. Y odio esto, porque con ello no quiero decir que, si la teoría del lobby circula, es porque la gente que la cree sea necesariamente antisemita, ni nada por el estilo. Sabemos cómo el enemigo utiliza este tipo de argumentos en este momento. Pero este es uno de los peligros políticos de la teoría, y una razón más para oponerse a ella. Por lo demás, no puedo realmente saber cuán popular es esta teoría. Es decir, no sé si tengamos una especie de estudio sobre cuánta gente en el movimiento de solidaridad con Palestina suscribe realmente a ella: de hecho, no estoy tan seguro de que sea extremadamente influyente. Pero existe, y creo que es una pelea política importante, desde el interior del movimiento de solidaridad por Palestina, combatirla, desmentirla, y mostrar que no nos da ningún tipo de herramienta política útil para entender lo que está pasando. 

Lo que por supuesto no significa negar que el lobby exista. Puedes por ejemplo saber que hay un lobby de los combustibles fósiles, y de hecho hay algunos poderosos en EEUU. Pero ir del hecho de que existen a establecer que son una de las causas principales es algo muy distinto. Nadie en su sano juicio podría afirmar que el lobby de la industria petrolera es la verdadera razón por la que hay tantas estructuras que dependen del combustible fósil y que la destrucción climática continúa de la misma manera. Sería un argumento absurdo. No quiere decir que no sea legítimo investigar cómo este lobby funciona: sí, por supuesto. Pero se trata de un epifenómeno. La manifestación superficial de algo mucho más profundo. Lo mismo con la AIPAC [American Israel Public Affaires Committee] y estos grupos de lobby en los EEUU.

Y por supuesto, la teoría del lobby brilla por su ausencia cuando lees los comunicados de la resistencia palestina. Desde el inicio de todo esto, desde el 7 de octubre, he estado leyendo de manera muy diligente los comunicados de Hamás, por ejemplo, y ellos nunca hablan de esto: al contrario, constantemente acusan a EEUU por hacer posible e incluso ejecutar el genocidio. Es una línea de argumentación muy persistente en los comunicados de Hamás, ellos constantemente están diciendo: EEUU es responsable por los actos que están ocurriendo, y no “Hey, EEUU, dense cuenta de que están siendo manipulados por judíos que los desvían de sus verdaderos intereses” etc. Eso nunca ha sido parte de su repertorio discursivo. 

Carcaj: Ya ha pasado más de un año desde que hiciste en el Líbano la conferencia de la que nace este libro. Desde entonces no solo el genocidio no se ha detenido y ha continuado empeorando cada vez más, sino que el contexto geopolítico global no ha dejado de transformarse. Pensamos en la victoria de Trump en EEUU y el ascenso general de los movimientos neo-fascistas, en la negativa de los países europeos a someterse a los fallos de la CPI [Corte Penal Internacional] y el consecuente vaciamiento del derecho internacional, o en la intensificación de la competencia imperialista entre el bloque occidental, China y Rusia, etc. ¿Cómo podríamos leer el momento del genocidio en curso ante estas transformaciones del contexto geopolítico internacional? 

Andreas Malm: Bueno, tuvimos un cese al fuego que empezó justo cuando Trump llegó al poder: fue un momento muy extraño, porque creo que la interpretación adecuada de ese período es que demostró que la resistencia había realmente ganado. Después de todo ese tiempo, el Estado de Israel no había logrado cumplir ninguno de sus objetivos. Y luego, con estas ceremonias de entrega de prisioneros, se hizo extremadamente evidente que la resistencia todavía estaba ahí: disciplinada, armada, popular, etc. Y claro, el Estado de Israel simplemente no podía quedarse observando cómo la resistencia salía victoriosa de esta guerra. Entonces tenía que volver y empezar a pulverizar Gaza de nuevo. Por supuesto, el principio del Estado de Israel en estos casos es siempre el mismo: lo que no se puede conseguir con violencia, se puede conseguir con todavía más violencia. Así es como el Estado de Israel opera. Luego, cuando el genocidio comenzó completamente otra vez, mi sensación al respecto —y lo siguió siendo al menos hasta estas últimas semanas— es que había una normalización completa. Que, al salir del cese al fuego, el asesinato masivo de civiles palestinos se había simplemente convertido en parte del ruido de fondo, y ni siquiera eso. Que la desaparición de familias completas, los bombardeos sobre los campamentos de refugiados, las casas, las escuelas convertidas en refugios, podían continuar infatigablemente del mismo modo, día tras día tras día, y que ni siquiera veías noticias sobre esto en los medios, a menos que te metieras a ver Al Jazeera.

Entonces, mientras que el cese al fuego fue un momento donde la sensación era que la resistencia palestina realmente estaba sobreviviendo, y que en alguna medida salía victoriosa de esta batalla, con los meses que vinieron esenguida, mi sensación —y creo que también la de muchos otros—, fue que el efecto a largo plazo del cese al fuego, y su final, era normalizar aún más el genocidio. Y efectivamente, el movimiento en las calles es mucho más débil comparado con lo que era hace un año.

Ahora bien, algo se ha movido y ha comenzado a cambiar, quizás no tanto en los últimos días, pero sí en estas últimas semanas. Pareciera como si súbitamente hubiera una pequeña brecha en la que tienes a los liberales expresando una especie de conciencia o de culpa: Macron, incluso Merz en Alemania, que dejan de repente ver un mínimo de crítica. Y puedes ver esto incluso en este contexto perverso en el que estoy, en Suecia, donde tienes a unos liberales que han apoyado absolutamente todo lo que Israel ha estado haciendo, y que ahora empiezan a darse vuelta, porque Macron y Starmer lo están haciendo, y se permiten hacer unas críticas muy modestas. Yo pienso que es el empleo sistemático del hambre contra una población civil. No sé qué palabras nos quedan para describirlo, pero es tan, tan cruel, y es una atrocidad tan masiva, que se está volviendo un poco más difícil para las clases dominantes en Europa mantener, ideológicamente, su propia imagen como buenos administradores de la sociedad si continúan dejando que esto pase. Entonces, al menos en palabras, tienen que mostrar algún tipo de crítica. Hasta ahora, por supuesto, no se ha traducido en ningún tipo de acciones concretas: todavía no hay ni siquiera sanciones. Con la excepción de Irlanda, quizás, que es un caso aparte en Europa y que está haciendo algunas cosas reales. Y luego, por supuesto, Latinoamérica, donde hay países como Colombia que también están tratando de hacer algo real. Pero es algo muy complicado también. 

En todo caso, lo que tenemos es un poco —realmente muy poco, pero un poco— de titubeo por parte de los liberales, y por supuesto esto debería ser aprovechado por los movimientos para empujar las cosas mucho más allá, en el sentido de romper completamente con esta entidad porque está cometiendo genocidio. Entonces, en este momento particular, hay una especie de brecha, una especie de oportunidad para el movimiento. Si miras al Reino Unido, por ejemplo, la semana pasada en Londres [(el sábado 17 de mayo de 2025)] hubo la manifestación más grande desde que empezó el genocidio, y luego tienes también un colectivo como Palestine Action, este maravilloso grupo que ha logrado hacer acciones importantes contra las industrias de armamento israelí que están basadas allí. Y Starmer ha comenzado a moverse hacia algo como una especie de crítica moderada de lo que está pasando… Entonces, da la impresión de que posiblemente el movimiento puede empujar las cosas un poco más allá y avanzar. En todo caso, es más fácil hacer esto ahí que en condiciones de extrema represión pro-sionista como las que tienes en Estados Unidos. Lo hemos visto: desde que Trump llegó al poder, se está haciendo muy difícil para el movimiento por Palestina operar ahí, la gente está asustada por lo que han hecho contra los organizadores, deportándolos, encarcelándolos, etc. Entonces, en este momento, la situación es contradictoria, nuevamente… En términos generales, la tendencia este año, desde que Trump está ahí, es que las cosas han empeorado mucho. Todo simplemente empeora, todo el tiempo.

Carcaj: En tu texto, entre otras cosas, analizas la importancia del factor tecnológico, tanto para entender la humillación infligida con recursos militares mínimos por la resistencia palestina a la tecnología israelí el 7 de octubre, como, sobre todo, para entender la brutalidad de la respuesta de Israel y sus aliados. Es por ello que propones la categoría de “tecno-genocidio”, para pensar la singularidad del genocidio israelí en Palestina, que defines como “un genocidio que 1) se ejecuta mediante la tecnología militar más avanzada, y 2) está motivado, al menos en parte, por el afán de restaurar su supremacía tras una contestación exitosa que le ha resultado humillante.” ¿De qué manera entender la centralidad del elemento tecnológico en este contexto? ¿Cómo piensas la pertinencia de esta categoría hoy, cuando después de casi dos años de castigo colectivo hacia la población palestina, uno pensaría que el “prestigio” de la superioridad militar israelí ya ha sido restablecida, y cuando –como mencionabas– en este minuto hasta los países europeos se ven en la obligación de condenar, al menos retóricamente, la brutalidad militar israelí?

A. Malm: Sí, en efecto creo que el 7 de octubre fue un momento de subversión completa de la superioridad militar israelí. Pero esta situación, en alguna medida, ha continuado hasta hoy. Con recursos mínimos, la resistencia ha logrado regularmente asestar golpes muy costosos al ejército israelí al interior de Gaza. En una de las emboscadas más recientes, por ejemplo, lograron identificar las municiones no explotadas desperdigadas a lo largo del territorio, y reciclarlas y readaptarlas como bombas para explotar tanques y derribar los edificios donde van los soldados de la ocupación. De hecho, desde que Israel rompió el cese al fuego, la mayoría de los combates han sido con fuego de artillería y bombardeos aéreos, porque justo antes del cese al fuego, el ejército de ocupación había perdido decenas de soldados en Beit Hanun, la primera ciudad que invadieron en Gaza y que destruyeron completamente. Aun así, la resistencia fue tan efectiva que, solo una semana antes del cese al fuego, lograron dar de baja a algo así como una docena de soldados. Por eso, Israel todavía trata de evitar este tipo de combates cuerpo a cuerpo, incluso después de haber destruido el territorio por completo. 

Entonces, este sentido de una subversión de la superioridad militar israelí no ha cesado completamente, todavía está ahí, y de alguna manera lleva al Estado de Israel a desplegar un poder militar aún más excesivo sobre la población palestina para compensar esta subversión. Y creo que esta es una fuente de tensión al interior de la misma entidad, porque la extrema derecha está muy frustrada de que, con todo el tiempo que ha pasado desde que empezaron los combates, todavía no tengas incursiones profundas hacia los territorios donde realmente están los combatientes. La IDF, el ejército, sabe que una vez que envíe a sus soldados a las ciudades van a encontrar resistencia. En Beit Hanun hubo incluso un incidente parecido, hace unas semanas, y después de haber mandado a sus soldados, la ocupación tuvo otra vez que retirarse, porque de nuevo fueron repelidos por la resistencia. Entonces, esto todavía estructura la lógica de la guerra. Obviamente no es en la escala del 7 de octubre, probablemente nunca vuelva a ser en esa escala. Pero si sigues los videos de la resistencia y los artículos de John Elmer, que es el gran experto en esto, puedes ver realmente cuán imaginativa y creativa es la resistencia para combatir un enemigo tecnológicamente tan, pero tan incomparablemente superior, y cuán frustrante es esto para ese enemigo.

Carcaj: Para terminar, una pregunta por la articulación entre lo local y lo global, y la manera en que el movimiento por Palestina ha creado una nueva solidaridad de las luchas en el momento particularmente preocupante que estamos viviendo a nivel global… ¿Cómo analizas la situación del movimiento global por Palestina hoy? ¿Y por qué, en definitiva, debemos considerar la destrucción de Palestina como la destrucción de toda la tierra? 

A. Malm: Yo creo que hay dos maneras de entender Palestina. Puedes ver Palestina como una excepción, una anomalía, una aberración: un mero residuo de la era colonial. O puedes entenderla como una condensación, una cristalización, una “cifra” de tendencias globales mucho más transversales: es decir, que Palestina no es algo único, sino una versión intensificada de problemas más generales del planeta. Y yo creo que el movimiento de solidaridad con Palestina se ha movido mucho más hacia esta segunda manera de ver el tema: una especie de perspectiva monadológica, en la que Palestina aparece como la manifestación más extrema de los procesos destructivos que están ocurriendo a escala global. En este sentido, Palestina se está convirtiendo en una especie de clave para toda clase de temas, y me parece realmente que así es como tenemos que entenderla; al igual, de hecho, que la ocupación, el Estado sionista. Y es que estas no son excepciones a una especie de ‘orden benevolente’ en cómo funciona el mundo; de hecho, es exactamente lo contrario. Este es el orden en su forma más odiosa: esta es la verdad acerca de la destructividad de este orden mundial. Palestina es como el ‘barómetro’ del sistema mundial, ahí es donde los distintos aspectos se juntan en una etapa temprana. Palestina no es un resto del pasado, es una puerta hacia el futuro. Y las “puertas del infierno”, para usar la expresión de Trump: las puertas del infierno están abiertas en Palestina, pero es toda la humanidad la que está pasando bajo estas puertas.

Entrevista realizada el 30 de mayo de 2025
por Nicolás Slachevsky A.


 

La destrucción de Palestina es la destrucción de la Tierra, Andreas Malm. Traducción de Vicente Lane. Publicado por Lom Ediciones, Verso Libros y Carcaj.

Carcaj

Revista de arte, literatura y política.

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