Imagen: Gustav Doré

12 de abril 2020

Apuntes de lectura

por Gonzálo Córdoba

Pregunta manuscrita hallada en una ficha

Encontré una ficha bibliográfica (¿importa cuándo, cómo y dónde?) con un apunte. Es más bien una pregunta, un punto de quiebre con el autor de un libro. Creo poder afirmar cuál es el libro en cuestión (¿es esto necesario?), aunque en la ficha sólo haya dos oraciones, sin ningún tipo de referencia [1] . «En un procedimiento cualquiera la inversión es ideológica: ¿acaso la ideología no es la inversión?». Párrafo aparte merecería la discusión sobre la pertinencia de esos dos puntos, una batalla sin cuartel entre comistas y dospuntistas, en la que yo me inclinaría por los primeros.

La palabra ideología proviene de eidolo, «ídolo» en griego, entendido como figura que representa algo que no está presente. Ese sentido experimentó un cambio semántico hacia esa no presencia, ese engaño, esa manera política de ocultar algo a alguien. O lo oculto. La ideología fue inicialmente todo aquello que no querían mostrar (premeditadamente) los que detentaban el poder. La ideología era terreno exclusivo de la clase gobernante.

De más está decir que el sentido que le damos actualmente es un poco diferente. En el medio Marx la definió como una especie de «falsa conciencia». Adam Schaff, en su libro Sociología e ideología (1971), menciona un estudio en el que citaban una treintena de definiciones. ¿Quién será el héroe que nos salve con una definición certera y concisa, memorizable, citable en una sobremesa?

Cómo no pensar en ese triste bloque de yeso moldeado y pintado al cual le cargan el peso de representar a alguien que no está, que incluso no ha existido. Santitos impopulares, moldes de la fe, modelos de vida y obra según los patrones estéticos de la época, con túnicas de temporada.

*

Del étimo al timo i

Desperté (¿importa saber qué día es hoy?) pensando como Ivonne Bordelois, autora, entre muchas otras obras, de un increíble libro titulado Etimología de las pasiones. Este libro debe ir siempre en la mochila de todo amante de la lectura. A mitad de camino entre la academia y la calle. Pero no nos corramos del eje.

Dije que desperté con un pensamiento bordeloisiano, por decir de una manera. ¿Cuál fue ese pensamiento? Que hay una relación profundísima, digamos que viene literalmente de las entrañas, entre nuestra hambre y la de los alemanes (también los ingleses). La relación va más allá de lo meramente grafemático, hambre y Hunger tienen cierto parecido fónico y visual. Tras la primera vocal, cuyo sonido es similar, sigue una consonante nasal (m en español y n en alemán), otra consonante oclusiva (b sonora en español y g sorda en alemán). Las siguientes letras son las mismas pero en sentido inverso. La pronunciación de estas palabras es muy similar, a pesar de que su origen no lo es.

¿Cómo llegan dos familias de lenguas indoeuropeas a crear sustantivos tan parecidos partiendo de étimos diferentes? El español proviene del latín vulgar famen, faminis, terminación que dio innumerables vocablos españoles terminados en –mbre, como enjambre. El vocablo alemán (o inglés) proviene del alemán antiguo hungar. Tengo una hipótesis al respecto. Una hipótesis trasnochada, en el mejor de los casos.

La pronunciación de estas palabras se acerca al sonido de las tripas de un hambriento, son palabras de origen onomatopéyico. Y no hay razón para creer que el hambre de unos sea diferente al hambre de otros. El hambre nos iguala y nos interpela. Cómo no despertar pensando en el hambre ajena en un país de gobernantes que pretenden combatir la pobreza matando de hambre a su gente, condenándola a la miseria.

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Del étimo al timo ii

Intuyo que alguna relación habrá pero no logro descifrarla. Lo cierto es que la noche de ese día que desperté bordeloisiano (¿importa realmente la fecha?) quise escribir un poema sobre una fantasía sexual con María Moliner, una de las mejores lenguas del español de todos los tiempos, autora de un diccionario que desde hace años quiero tener. Pero más allá de la humorada y el evidente (por no decir pedorro) juego con la polisemia de la palabra «lengua», me parece que su personalidad refleja la rebeldía y la mirada sagaz.

Imaginemos que el lenguaje es una calle con mucho tránsito, en cada auto alguien transporta una forma lingüística, todas están en movimiento. En una vereda vemos a los señores de la RAE, perfumados y empilchados, realizando las siguientes acciones: a) revisan si los conductores llevan abrochado su cinturón de seguridad, b) verifican que lleven las luces encendidas y c) comprueban que nadie hable por celular mientras conduce. Claro, están preocupados por la norma, por decir qué es correcto, qué se debe hacer. En la vereda opuesta está nuestra amiga María Moliner, en pantuflas y con una chalina de lana, anotando la manera de manejar de cada conductor y sus movimientos. Presta especial atención a los autos que realizan movimientos no previstos, que chocan con otros, que se cruzan de carril. Anota y describe todo lo que ve. Y lo hace en completa soledad, mientras duermen sus cuatro hijos, luchando contra una ceguera galopante.

En la esquina siguiente el camino se bifurca y se pierde en una densa neblina. No se puede describir con certeza la dirección que cada conductor tomará. Pero como el lenguaje es reflejo de nuestra capacidad de generar e interpretar metáforas el camino será siempre brumoso. ¿Es neblina o es la nube que cubrió los ojos (pero nada pudo contra la lengua) de María Moliner?


[1] Se trata de El concepto de ideología, de Jorge Larraín, publicado en 4 volúmenes por Lom Ediciones.

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