Foto: Paulo Slachevsky

22 de marzo 2020

Bella bélica

por Vicente Lane

Este pequeño escrito fue originalmente pensado durante enero de este año. Aunque el tema que toca atraviesa el súbito y radical cambio de contingencia, lxs sujetxs que se habían tomado a modo de ejemplo deben ahora compartir espacio con la presencia de un virus cuyo impacto nos obliga a incluirlo en los términos propuestos aquí, a saber, los términos de la guerra.

De pronto, desde un sinfín de espacios comienzan a emerger conceptos y vocabularios que nos arrojan a aquel ámbito, donde lo que prima (a fin de espantar el pánico, la disgregación) es procurar no perder de vista táctica y estrategia. Vamos viendo cómo es que en la gestión estatal convergen el manejo de una revuelta y el manejo de una pandemia. En aquella convergencia ocurre una hibridación de aquello que se identifica como enemigo, y en tanto aparece un enemigo, aparece la guerra.

Coronavirus y la disgregación

Se conoce de sobra, aunque quizás se olvida demasiado a menudo, aquella premisa del divide y vencerás, de la cual deriva aquella otra: vencer de fragmento en fragmento. En escalas más grandes, esta noción tomó forma en ciertas tácticas que buscaron, en lugar de un brutal o imposible enfrentamiento directo, rodear las posiciones del contrincante, separarlas entre sí, atacar y cortar las líneas de abastecimiento, hasta que en su singularidad, éstas cayeran presas del pánico de la aislación.

Para seguir con clásicas, trilladas y posiblemente subestimadas autorías acerca del tema, junto a Sun Tzu queremos instalar una premisa que se presenta a la vez como desafío e incógnita, “Conoce a tu enemigo y conócete a ti mismx; en cien batallas nunca saldrás derrotadx.” A ratos toda esta jerga pareciera apestar a delirio militarista; sin embargo, más allá de derrotas y batallas, nos interesa la identificación propia a partir de un enemigo. Sin duda que el enemigo se presenta como un Otro, aunque no por eso toda guerra asumió o asume la forma en que se ha presentado desde que amainó la Guerra Fría, aquella que adopta tácticas y estrategias en contra de un enemigo que podría ser cualquier Otro, donde es importante la posibilidad de que cualquiera sea potencialmente identificable como el enemigo (interno) o infectada y portadora de algún virus mortal. Desde un espacio del pensamiento distinto se nos presenta, entonces, un aforismo emparentado al “conócete a ti mismx” inscrito en el Templo de Apolo, pero llevado más cercanamente al ámbito de la guerra. Como la gallina y el huevo, cuál viene primero ¿Conocerse a sí mismx, luego se presenta con claridad el enemigo? ¿Conocer al enemigo, luego conoceremos quiénes somos?

Independiente a cómo suceda, la identificación del enemigo es importante en tanto permite pensar en términos tácticos y estratégicos, en tanto nos permite no bajar la guardia, por ejemplo, en tiempos de cuarentena. El carácter de este texto no quiere ser ingenuo a lo que identifica como enemigo, a pesar de que quizás no cuente con la absoluta claridad de las implicancias de aquella identificación. El enemigo, aquí, es el neoliberalismo entendido como proyecto político. Aquella disposición, aquel posicionamiento – aunque pudiese ser cualquier otro – permite un campo de permanente disputa que implica ir adquiriendo cierta consistencia (por muy flexible que ésta pueda ser) frente a toda situación.

En los tiempos de cuarentena se nos vuelven a presentar las contradicciones de nuestro enemigo, contradicciones de las que ha intentado sacar provecho instalándolas como mecanismo de confusión e incertidumbre en medio de las poblaciones que busca gestionar y, dado su carácter, gestionar vía mercantilización. Se nos insta, obliga, a aislarnos en nuestros hogares, a acentuar los procesos de individualización de los espacios subjetivos, y sin embargo no puede evitar que de esto emerja, a la vez, rotundas críticas a uno de sus aparatos favoritos y cruciales – el Estado – , y dinámicas de resistencia solidaria frente a los estragos de la cuarentena: el pánico, la precariedad laboral y de ingresos, la incertidumbre futura, ansiedades y angustias varias e intensas. No es casual que cada uno de estos asaltos en último término se le presente como ventajas al enemigo. En tiempos de crisis económica, si acaso llega a eso, los poderes financiero-políticos están destinados a reorganizarse, y en esa reorganización deberá emerger una nueva forma de gestión política desde el aparto estatal. Si hacemos caso al pasado no tan lejano, toda la fragilidad a la que nos vemos expuestxs podría fácilmente derivar en fascismos varios. Vemos, entonces, al neoliberalismo como plataforma de gestación, expresión y expansión de nuevos fascismos.

Más que la ‘gripe porcina’ (H1N1) o cualquiera de las otras enfermedades que regularmente se propagan por la topografía humana, el COVID-19 le ha proporcionado a los Estados un momento de crisis que sin duda facilitará esta reorganización. Hasta antes de su aparición se vivía, desde distintas posiciones y distintas locaciones geográficas, un desgaste del proyecto neoliberal centrista entendido como el que había logrado operar el aparato estatal (en lugar de desmantelarlo como hubiese querido cierto otro neoliberalismo dogmático) para, por medio de ciertas estrategias concretas, expandir el alcance de los procesos de mercantilización. La propagación de este virus viene a remover aquella tierra y, en su derrumbe, ciertas nociones cruciales se verán puesta a prueba. Por ejemplo, hay múltiples instancias y casos donde ciertas comunidades han logrado hacerse más independientes y empoderadas de sus alimentos, insumos y los intercambios y canales involucrados en su obtención. Sin embargo, ahora, además de aquélla, debemos hacernos preguntas serias en torno a la salud, el cuidado y la vida. No sólo resta la titánica tarea de pensar en cómo fortalecer el acceso a la salud pública, sino de posicionarse con respecto al ya viejo dilema del Estado ¿Conforma acaso un lugar que haya que disputar, una maquinaria de la cual haya que apropiarse? ¿O se presenta el momento propicio para concebir una salud pública que se encuentre libre del peligro del manejo estatal, que asuma formas manejables por las comunidades, por el pueblo? Y qué con las nociones generales de salud y alimentación, cómo es que ese otro ámbito también permea, como la guerra, toda práctica de vida.[1]

Honor y Gloria

De estas palabras no hay mucho de lo que la mayoría de nosotrxs pudiese remitir como propio. Sabremos que, a un nivel muy concreto, el honor se relaciona con aquella certeza que es necesaria para conducirse de una manera recta, poco ambigua con respecto a un precepto: su rectitud la conforma intachable, honorable. Tradicionalmente se ha introducido allí una noción del deber. La cosa se nos complica un poco más en lo que refiere a la gloria. Para efecto de lo que sigue y queriendo sintetizar sus muchas acepciones y usos, diremos que es resplandor y esplendor. Emana intensa y bella desde su fuente.

Escuchamos “Honor y Gloria a la primera línea”, “Honor y Gloria a nuestros caídos”, “Honor y Gloria a las Mujeres que lucharon en Dictadura”, “¡Honor y Gloria a nuestros mártires!”. Creo que, como con la mayoría de las cosas, honor y gloria poseen un valor relativo. No son iguales de un caso a otro, aunque remitan a un terreno en común. Es esta diferencia y comunión la que las hace imprescindible. En nuestro país, el honor y la gloria han sido experiencias, o conceptualizaciones de experiencias, mayoritariamente acaparadas por el Ejército y la Iglesia. Las inventadas glorias del Ejército y desgastas alabanzas que remiten la gloria a Dios. La pregunta clave entonces es: queriendo investir a la primera línea, lxs combatientes, caídxs y mártires con honor y gloria ¿Estaremos espejeando un gesto peligroso que pertenece a lo que sin duda se presenta como el enemigo?

Lo primero que podemos advertir es que el honor y la gloria se le confieren a un individuo o un conjunto de personas desde afuera. Nadie puede investirse de honor y gloria por su cuenta – salvo que cuente con un poderoso monopolio de aquellos conceptos, como es el caso de las instituciones mencionadas. Se le confieren a modo de objeto de deseo y, querámoslo o no, en la forma de condecoración. Las personas o grupos de personas investidos de honor y gloria confirman su rectitud y necesidad, posicionándose como la fuente desde donde resplandecen sus acciones, la culminación en el martirio de sus acciones. Así, pareciera que el carácter combativo confiere honor y el martirio la gloria.

En esa misma línea quizás debiésemos preguntarnos qué pretendería realmente una voluntad por purgar estos elementos de las apropiaciones espontáneas que han llevado a cabo aquellxs que han participado de las acciones más combativas y de mayor peligro en el resguardo de las calles como espacio de protesta. En todo esto permea un elemento bélico que no se puede obviar. La misma noción de primera línea nos arma un panorama de organización de resistencia que cobra sentido en las instancias de enfrentamiento. Lo refuerzan las estéticas que rodean a los objetos necesarios para aguantar lacrimógenas, chorros de agua a presión y perdigones. Las potentes repeticiones de ritmos sobre latones, bombos, fierros, cacerolas, etc., evocan la persistente presencia histórica de las percusiones de guerra. Así también las mismas apariciones del honor y la gloria.

Permitámonos entonces pensar un poco más acerca de la guerra, ojalá logrando espantar los complejos y justificados miedos o aprensiones que le rodean. En lo personal, me parece necesario lograr intercambiar la palabra o concepto de guerra por la de conflicto y enfrentamiento. De nada sirve en este caso estrechar el asunto bajo la definición de “enfrentamiento de dos o más ejércitos regulares.” En cambio, resulta necesario ensancharlo, tanto para dar cuenta de cuánto de la guerra se cuela en nuestras vidas como para poder concebir su opuesto: la paz o la reconciliación.

Pareciera, por lo demás, que la violencia se establece como elemento transversal tanto en la guerra como en la paz. Llevándolo un pequeño paso más allá, y de la mano de Fanon, diremos que la guerra es la instancia donde lo violentado ejerce violencia sobre lo que hasta ese punto se había arrogado la facultad de ejercer violencia, hasta ese entonces justificada  bajo cualquiera de sus múltiples ropajes de paz que siempre se quisieran necesarios: estabilidad, prosperidad, bien común, etc.

De este modo, es como si la guerra y la paz cobrasen una dimensión psíquica, en el sentido de constituir momentos o espacios, escenas quizás, en la conformación de subjetividades y en los afectos de los individuos. Así, podríamos decir que el equivalente de la paz, tanto psicológica como socialmente, vendría a ser aquella normalidad que finalmente ha sido expuesta en las consignas de protesta. Es una normalidad, una paz, entendida como aquello que permite la preservación y perpetuación de todos los respectivos posicionamientos: violentados y violentos. No sorprende entonces que las campañas de contrainsurgencia exalten por sobre todas las cosas el valor de la paz, que recientemente se haya contratado una agencia de lavado de imagen por parte del Gobierno[2], que en algún momento se haya intentado saturar Plaza Dignidad con lienzos blancos (lienzos blancos que parecieran ser intercambiables por pacos, táctica favorita del intendente Guevara) y que la solución  ofrecida por parte de la clase política en crisis, dándole la espalda al pueblo, fuese concebida y presentada como un “Acuerdo por la paz.” Por todas partes, en nombre de la razón, la prudencia, la cordura, etc., nos llega aquella suave voz, la del abusador más astuto, esa que desde hace un siglo sugiere como táctica hablar despacio, calmadamente y, por detrás de la espalda, no olvidar llevar un gran garrote[3]. A ratos cabe preguntarse qué podríamos extraer de la máxima‘en tiempos de paz, prepárate para la guerra;’ especialmente cuando del otro lado la guerra opera permanentemente detrás de la paz.

En este caso lo que conforma la guerra será, entonces, la contestación a ese orden y normalidad, violenta respuesta a la violencia ejercida sobre nosotrxs que ha operado de forma paralela en las dimensiones de lo individual y lo social. Nos arriesgamos a una fórmula, con la impresión de que ya ha sido dicha de formas más sofisticadas: bajo una paz alcanzada en sociedad, la violencia inherente – y quizás imprescindible – es introyectada a nivel psíquico de cada individuo, lugar donde se saturarán los límites saludables de los conflictos neuróticos del deber ser que nos exige esa normalidad, mientras que durante momentos de conflicto social, la violencia encuentra un objeto externo, un oponente[4],  y en la batalla o enfrentamiento con aquel oponente, se dará un ordenamiento psicológico interno, un apaciguamiento o posiblemente un olvido, que permitirá llevar el espacio del conflicto hacia afuera. Hay también una inversión de la importancia que la dimensión del individuo había cobrado durante la paz social, ahora volcada hacia la colectividad durante momentos de conflicto social, precisamente debido a la inversión del campo de batalla[5].

¿Acaso incluso la primera línea tendría su equivalente psíquico o conceptual, como aquella frontera de resistencia y enfrentamiento sin la cual no es posible la congregación y el influjo de las multitudes? Recientemente se ha hablado acerca de la importancia de adoptar una táctica móvil y nómade, donde el objetivo no sea la conquista de espacios donde ejercer una burbuja de soberanía, sino que frente a los desafíos por venir aprovechar las cualidades y capacidades de inundar aquellos espacios, acampar, y luego migrar, a modo de horda múltiple y acéfala[6]. No sólo suena sensato, necesario, sino que se aviene con el carácter bélico que asume todo conflicto: la adopción de tácticas efectivas. Su contraparte, la abogacía por la paz, en su faceta más extendida y menos vanguardista, se nos presenta como indolencia, indiferencia ypor sobre todo, aturdida complicidad

¿Son, entonces, el honor y la gloria inherentes a la guerra? ¿Es la guerra una instancia que debiese ser proscrita de nuestra atención y reflexión? Es particularmente conflictivo en tanto sabemos que con aquella sentencia asistimos al desenmascaramiento del Estado: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso.” ¿Qué sucede cuando utilizamos e incorporamos tales palabras: honor, gloria, guerra, enemigo? En la dinámica de los conflictos parecería imprescindible la apropiación (p. ej. medios de producción – en su sentido amplio -, posiciones, tácticas, etc.), de ser posible sin que por ello lo apropiado tome posesión de aquellxs que consiguieron apropiárselo. Sabemos que en otras instancias ha sido aquella posesión la que ha constituido la ruina de grandes luchas. Sabemos también que aquellas apropiaciones son susceptibles a tremendos cambios en la dirección de los vientos ideológicos. Sin embargo, se puede leer en las calles: “Sólo luchando avanzamos” – y en aquel ‘avanzamos’ nada del tiempo del progreso en su concepción neoliberal, sino señal de que el acceso a los futuros posibles conforman espacios de guerra.



[1] En esta sección posteriormente añadida, me doy cuenta que se presentan dos figuras distintas y estrechamente ligadas: la de la estrategia y la del combate. Lo que sigue me parece que se centra más en lo que ocurre en el combate, en el enfrentamiento, mientras que lo anterior, en la estrategia. En ambas prevalece la importancia de la táctica. Identificando que en lo anterior se habla sobre todo de la estrategia como un ámbito de la guerra, me gustaría indicar que Rheta Childe Dorr, en su diferenciación de las mentalidades heredadas para los géneros asignados de hombre y mujer, insinúa la importancia de la estrategia frente al combate. Nos dice que la mentalidad combativa de lo tradicionalmente asociado con la masculinidad y el hombre, proveniente de la lidia, el tragicómico duelo, el saqueo y el botín, ha derivado en lo que entendemos por emprendimiento mercantil, donde hombres compiten con otros hombres por recompensas en la forma de bienes materiales. En cambio, dice, la mentalidad heredada femenina y asignada a la mujer, se ha desenvuelto en el plano de la organización, la invención, la reparación, la alimentación, la conservación y la economía de recursos. Independiente a quién se adjudique qué, me parece que en la guerra la importancia de la estrategia debe primar por sobre la instancia de combate. Ver What Eight Million Women Want (1910).  
“Sun Tzu: la forma de más sofisticada en que se presenta la guerra es la de atacar estrategias.”

[2] “Gobierno contrató campaña publicitaria “por la paz” por $202 millones” El Desconcierto, 25 de diciembre, 2019.
https://www.eldesconcierto.cl/2019/12/25/gobierno-contrato-campana-publicitaria-por-la-paz-por-202-millones/

[3] Así fue formulada la doctrina del “Gran Garrote” implementada por los EE.UU. a principios del s. XX.
https://es.wikipedia.org/wiki/Gran_Garrote

[4] “Aquello que acechaba más allá del relámpago del puño o del impacto de la espada de bambú se encontraba en el polo opuesto de lo que denominaríamos ‘expresión verbal’ – al menos aquello era lo que se ponía de manifiesto dada la sensación de que constituía la esencia de algo concreto en extremo – la esencia, incluso, de la realidad. Bajo ninguna circunstancia podría llamarse ‘sombra.’ Más allá del puño, de la punta de la espada de bambú, una nueva realidad emergía, una realidad que rechazaba cualquier intento por extraer de ella abstracciones – que, de hecho, rechazaba completamente toda posible expresión de fenómenos haciendo uso de abstracciones. Allí, por sobre todo, yacía la esencia de la acción y el poder. Aquella realidad, en términos llanos, se puede denominar simplemente ‘oponente.’ Mi oponente y yo habitábamos el mismo mundo. Cuando yo miraba, veía a mi oponente; cuando el oponente miraba, yo era el objeto de su mirada; lográbamos mirarnos sin ninguna clase de imaginación intermediaria, ambos pertenecientes al mismo mundo de acción y fuerza – es decir, el mundo del ‘ser visto.’ (…) En este mundo, aquello que yace más allá del puño y de la punta de la espada de bambú, se presenta como la muerte, la cual se abalanza sobre uno sin ninguna agencia de la imaginación.” Sol y Acero, Y. Mishima. Traducción propia a partir de la versión del texto en inglés.

[5] “… dada una igualdad de ciertas condiciones físicas y una misma carga física compartida – en tanto un mismo nivel de estrés físico y una idéntica intoxicación involucre a todxs -, entonces las diferencias entre las sensibilidades individuales quedan restringidas por un sinnúmero de elementos a un mínimo absoluto. Si acaso a esto se le suma la extirpación casi completa del elemento introspectivo – entonces es seguro afirmar que lo que se presencia, lo que se atestigua, no es una ilusión individual, sino más bien un fragmento de una bien definida visión grupal.” Sol y Acero, Y. Mishima. Traducción propia a partir de la versión del texto en inglés.

[6] “La estrategia de la derecha de cara al plebiscito” Rodrigo Karmy, El Desconcierto,  29 de enero, 2020.

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