13 de octubre 2019

Carcajadas

por Bruno Lloret

Quería que escucháramos 2 minutos de risas que quizás todos escuchamos más de una vez, y que se prestan para todo. Según el video en youtube son del año 1974[1]. Algunos comentarios del video: “y pensar que todos ellos deben estar muertos pero sus risas siguen vigentes”, “parecen ladridos de perro más que risas jaja qué raro siempre me parecieron raras y pensaba ¿quién se ríe así?”. En 1977 el elenco de Chespirito se presentó en el Estadio Nacional, y trajo “risas” y “alegrías” a una juventud y niñez sumergidas en lo más oscuro. Al menos eso dijo Gómez Bolaños años después. ¿Son esas risas una salvación? ¿Corresponde hacer reír, ilusionar, a los niños? ¿Se puede aplicar esa horrenda moraleja de la película “La vida es bella”, y disfrazar una dictadura como un complicado juego de alianzas de colegio? Yo creo que no. De qué sirve preservar la “inocencia” de la niñez si los verdaderos inocentes están desaparecidos.

En una conferencia sobre humor y terror que se realizó hace tiempo en una facultad de literatura, uno de los invitados, reputado actor de teatro y televisión, dijo que lo que más extrañaba su abuela, una sobreviviente de un campo de concentración en Polonia, era el humor que existía entre los presos. Reír de manera adulta como forma de sobrevivencia. Reír vigilados por los ceñidos y rectos cascos alemanes. Esto no es algo nuevo y seguro que se ha hablado antes. De hecho, el otro conferencista que estaba en esa ocasión dijo que eso mismo le había pasado durante su prisión política en Chile en los años 70: que como nunca en su vida se había reído tanto con sus compañeros, y de asuntos tan serios. Chistes negros para sobrevivir entre todos. Antes de la prisión no se reían, por supuesto, porque estaban buscando construir el socialismo, y quizás no había tiempo para asuntos no graves. Porque la construcción del socialismo en el siglo XX parece que no podía ser un carnaval. Pero después de la prisión ni él ni el resto de sus compañeros se rieron tanto. Esto es curioso y desolador, porque apenas pisó las calles se sintió en pelotas, encerrado en una cárcel invisible, rodeado de límites invisibles, y quiso volver a su celda. 

En esa misma conferencia le preguntaron sobre la comedia y el humor. Si no sentía que la gente se reía de otras cosas ahora. De cosas que a veces a gente de otras generaciones no les parece chistosas. Él dijo que sí, pero que él se reía de cosas peores, aunque de cosas que le habían pasado a él y al resto de los presos. Cosas peores y reales. Al parecer no es lo mismo, porque detrás de la risa hay poder, y el humor negro, el mismo chiste, en ciertas circunstancias puede ser un arma de resistencia, y en otras una agresión directa que perpetúa jerarquías. Lo que quiero decir es: a quién no le ha pasado que mientras todos ríen uno se queda congelado. Escuchando las carcajadas, no pudiendo contagiarse porque hay una barrera helada entre ese entorno que ríe y uno que no puede o no quiere hacerlo. Me pasó hace poco viendo “Érase una vez en Hollywood…”, última pomada de Tarantino, violenta y pop, justicia espectacular para un mundo y un gremio (el hollywoodense) que no destaca ni por una preocupación histórica por la violencia y la justicia ni por una profunda revisión de sus dinámicas gremiales, mal que mal son la fábrica de ligerezas más peligrosa del Oeste. Película culiá, me dejó con caña. Pero quizás fue ese día, fueron esas circunstancias. En otras yo he sido el de la carcajada nerviosa, o el de la carcajada absoluta, en situaciones de la vida real, en situaciones en donde hay apoyo, celebración o complicidad ante una escena brutal a su manera. Ese humor como manera de resistir, que desarma por un momento las relaciones de dominio y que funciona como pequeño subversor, puede ser también una tremenda loción de mierda.

Me preocupan también las no-carcajadas, las risitas de complicidad, cuando, en un contexto en donde la vergüenza y el deber-ser que castiga cualquier forma de “ignorancia” mueve a todo el mundo a hablar, en el mejor de los casos, desde la ironía. La ironía compulsiva, la distancia total de establecer cualquier vínculo, la mal entendida ironía, busca ser acompañada con risas, busca ser secundada, apuntalada, con risitas, porque es mejor reírse a medias que decir “no entendí”. No entender es de mal gusto.

Todo buen chiste es de cierta manera una buena historia, por corto que sea. Quizás es porque estoy rodeado de gente fome o yo mismo soy bien fome, pero hace rato que no escucho un chiste bueno. Sí caleta de carcajadas culiás, sí mucha risita culiá. Me pregunto: ¿Dónde una carcajada liberadora, una sonrisa vinculante? La segunda, por lo menos, la sonrisa, requiere de ojos que la sostengan.


[1] https://www.youtube.com/watch?v=Z_2wVI3qeuE&fbclid=IwAR0NE-rbf7G5vwkLf8AwiEKVc0U63iVwr5CwXwJnjjP4bsiOHTLXXfixuMo

_ _ _

*Texto leído para el encuentro 3 Carcajadas, realizado el 13 de septiembre del 2019.

(Santiago, 1990). Escritor, y actual tesistade Literatura en la Universidad de Chile. Miembro y colaborador de la revista Colectivo Multitud (2011-2012). Hasta la fecha cuenta con cuatro menciones honrosas en el concurso de literatura joven Roberto Bolaño (CNCA), en las categorías novela (2011, Limbo; 2013, Jerusalima; 2014, Nancy) y poesía (2014, Alba). Actualmente trabaja en la edición de su primera novela a ser publicada.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *