Después del fin. Apuntes en torno a ‘El tiempo del fin’ de Günther Anders – Carcaj.cl

Foto: Bola de fuego de la detonación Trinity. (Fuente: Wikipedia)

31 de marzo 2025

Después del fin. Apuntes en torno a ‘El tiempo del fin’ de Günther Anders

Texto leído durante el lanzamiento del libro El tiempo del fin (Alma Negra Editorial), el jueves 20 de  marzo de 2025 en Alma Negra Librería & Plataforma. En la presentación también participaron Andrea  Kottow y Diego Fernández.

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1.-El tiempo del fin es un tiempo anterior al de la banalidad del mal. El tiempo del fin  es un tiempo donde la maldad no tendría cabida. El fin o el genocidio no es llevado a  cabo con una maldad deseada: no hacen falta hombres malos, tampoco burócratas  sin fisuras morales para producir el horror. La clase de mal en la que Günther Anders  piensa, propia del tiempo del fin, es aquella en la cual el individuo participa, dentro de  su tiempo de trabajo y como parte de ese trabajo, a través de un acto del que no es el  autor. La forma de la actividad técnica, al convertir todo acto, de la índole que fuere, en  el acto de apretar un botón, libera a quien lo ejecuta, a la vez, de la responsabilidad y  del remordimiento sobre sus efectos. No podríamos decir que cuando Trump anuncia  el hecho de que EEUU se hará cargo del así llamado conflicto en Gaza, y que lamenta  la destrucción de toda una civilización en Medio Oriente, estaría actuando con maldad. Trump no puede sentirse un genocida, puesto que es una pieza dentro de una máquina  con muchas otras piezas, cuyo mecanismo SE activa para arrasar con toda una  civilización en defensa de la civilización de la cual es una pieza más.

2.-Para Silvia Schwarzböck (quien escribe el prólogo del libro) el fin del mundo que  anuncian las ciencias en extremo empíricas (como la climatología, la geofísica, la  oceanografía, la bioquímica o la ecología) obliga a incursionar en el discurso  apocalíptico, pero en su versión desactivada, profiláctica antes que revolucionaria. Resulta curioso que el anuncio de la catástrofe sirva a grupos, aparentemente, tan  distantes entre sí: ecologistas desesperados para advertirnos de que hemos rebasado  ya demasiados puntos de inflexión del desequilibrio ecológico; progresistas,  conscientes e inconscientes, que nos avisan que nuestras sociedades se  desestructuran al ritmo que colapsan los Estados-nación y los proyectos políticos; y  también a supremacistas y racistas confesos, que nos hablan del fin de Occidente a  causa de la invasión migrante y nuestra propia degeneración moral.

3.-El apocalipsis es ante todo una catástrofe que se anuncia como inminente y que,  producto de la imprecisión misma con la que se anuncia, no termina de llegar. Saber  reaccionar ante el no llegar que caracteriza a la catástrofe, pareciera ser la tarea que  tendría cierto realismo político. Ahora bien, la no llegada de la catástrofe devenida  estructural conlleva la “administración y organización del mundo”, en medio de un  apocalipsis que nadie ha advertido como “ya sucedido”. El no advenimiento del fin, el  percatarnos de que el mundo cuya desaparición se anunció como inminente sigue existiendo, hace del advenimiento del fin un “acontecimiento ya sucedido”. La  catástrofe, en definitiva, es que todo siga igual en el después del apocalipsis y que la  tecnificación de la existencia permita sostener de manera indefinida el acelerado  reparto de lo que queda de mundo.

4.-Si la catástrofe, el tiempo del fin y del mundo, o el apocalipsis se caracterizan por no  dignarse a llegar, la cuestión temporal o crónica se vuelve pregunta ético-política. ¿Qué  significa, cuando las ciencias en extremo empíricas instan a “actuar a tiempo”, “antes  de que sea demasiado tarde”? Actuar a tiempo quiere decir que debemos actuar antes  de que sea demasiado tarde en medio de un mundo donde el fin no termina de llegar.  Es decir, ¿cuándo es el momento oportuno para actuar? Así como actuar demasiado  tarde es una demasía, un actuar por fuera del tiempo, actuar a tiempo es siempre un  “actuar en el tiempo” en medio del reparto acelerado de lo que queda de mundo. Sin  embargo, actuar demasiado tarde también puede querer decir “realizar una acción”  o “pasar al acto” para descoyuntar el tiempo dado, el tiempo lineal articulado en  “pasado-presente-futuro”. En definitiva, actuar a tiempo implica para nosotros actuar  a destiempo, actuar después del fin.

5.-La demasía -aquello que desborda la temporalidad lineal del actuar demasiado  tarde-, permite advertir del retraso de la puesta en marcha del tiempo lineal, operando  como un freno de emergencia que hace saltar por los aires la progresión lineal de la  historia y la novela familiar de aquellos que no han cesado de vencer. La pregunta por  “cuándo es el momento oportuno para actuar” pareciera ser una extorsión puesto que  reintroduce una y otra vez en la discusión política el “tiempo lineal”, aquello que  precisamente habría que hacer saltar por los aires. La catástrofe no es tanto que el  apocalipsis ya haya ocurrido sino más bien que el cúmulo de ruinas que crece a  medida que la historia no cesa de progresar, ha vuelto rentable incluso el tiempo del  fin. La discontinuidad histórica sería lo singular de la demasía del actuar demasiado  tarde, y la tarea ético-política no es tanto iluminar aquello que merece ser destruido  sino más bien desactivar toda aniquilación como único clima de una cierta humanidad  genuina, la cual tendría su fecha de caducidad agendada. Si las revoluciones son la  locomotora de la historia, la demasía del actuar demasiado tarde tal vez trate de un  tiempo completamente distinto, donde las revoluciones serían aquel gesto por el que  el género humano que viaja en el acelerado tren del progreso echa mano del freno de  emergencia para descoyuntar el tiempo sin tiempo de la dystopía en la que habitamos.

6.-En ese sentido, y en palabras de Hugo Sir[1] (Colectivo Vitrina Dystópica) es preciso  rechazar la idea de crisis, incluso si esta se entiende como una crisis terminal del  capitalismo. La rearticulación capitalista en curso no destruirá el mundo, así como  este tampoco “SE acabará” producto de su propia operación, puesto que la organización político-económica global operada a partir de los intereses de los más  grandes capitales ya destruyó el mundo y lo que hace es gestionar su ruina. Por esta  razón, la imagen de una dystopía puede ofrecer un mayor rendimiento, pues a la vez  que reconoce el estado de excepcional perplejidad en el que se encuentra toda  imaginación política, no necesita anunciar ningún apocalipsis por venir. En una dystopía el mundo ya se acabó, pero el orden y la acumulación siguen funcionado, así  como a pesar de todo se sigue resistiendo. En definitiva, no hay colapso final, puesto  que ya se habita el colapso como administración estructural e indefinida de la ruina.

7.-En 1932, cuando Alemania era parasitada por la amenaza nazi, Albert Einstein  escribe una carta a Sigmund Freud preguntando si es que existe algún método para  librar a la humanidad de la amenaza de la destrucción, poniendo al centro la  capacidad que tendrían los adelantos técnicos y científicos para dejarnos clavados en  una verdadera encrucijada de vida o muerte. Freud le contesta que la incitación a la  destrucción encuentra eco en los espíritus de las personas ya sea por motivos nobles  o vulgares, pero al mismo tiempo advierte de la inclinación a la destrucción y a la  agresividad como parte constitutiva de la historia en general y de la existencia  cotidiana en particular. Si la destrucción cohabita en el origen con aquello que moviliza  la historia universal, se debe a una forma bien definida de pánico, allí donde el fin que  pareciera no dignarse a llegar, es experimentado como un futuro plagado de  incertidumbres, del cual vanamente intentamos huir. La cuestión entonces no es tanto profetizar la catástrofe y el inminente fin, sino que “en medio del fin que ya ocurrió”, es  decir en medio de la dystopía que habitamos, amplificar las formas de lucha en curso  y generar diálogos entre las diferentes resistencias que en medio de la destrucción  apuestan por la construcción. Si la puesta en marcha de la historia exige destruir lo  antiguo para construir lo nuevo, ¿cómo habitaremos las ruinas de un tiempo que se ha  desquiciado? ¿Podremos sostener una habitabilidad que rehúya de la proliferación y  extorsión de quienes gozan del privilegio de no exponerse a las consecuencias de la  guerra en curso, y cuyas peroratas de balcón se vuelven completamente impotentes al  pisar la calle? ¿Sabremos oír en medio de la ruina la indeterminación de aquello que  persiste después del fin?

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[1] Sir Retamales, Hugo. (2018). Dispositivos de alivio: fortalecer, aguantar, dominar. En VV. AA. Estudios  en gubernamentalidad (pp. 139-160). Communes.

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