
Foto: Bola de fuego de la detonación Trinity. (Fuente: Wikipedia)
Después del fin. Apuntes en torno a ‘El tiempo del fin’ de Günther Anders
Texto leído durante el lanzamiento del libro El tiempo del fin (Alma Negra Editorial), el jueves 20 de marzo de 2025 en Alma Negra Librería & Plataforma. En la presentación también participaron Andrea Kottow y Diego Fernández.
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1.-El tiempo del fin es un tiempo anterior al de la banalidad del mal. El tiempo del fin es un tiempo donde la maldad no tendría cabida. El fin o el genocidio no es llevado a cabo con una maldad deseada: no hacen falta hombres malos, tampoco burócratas sin fisuras morales para producir el horror. La clase de mal en la que Günther Anders piensa, propia del tiempo del fin, es aquella en la cual el individuo participa, dentro de su tiempo de trabajo y como parte de ese trabajo, a través de un acto del que no es el autor. La forma de la actividad técnica, al convertir todo acto, de la índole que fuere, en el acto de apretar un botón, libera a quien lo ejecuta, a la vez, de la responsabilidad y del remordimiento sobre sus efectos. No podríamos decir que cuando Trump anuncia el hecho de que EEUU se hará cargo del así llamado conflicto en Gaza, y que lamenta la destrucción de toda una civilización en Medio Oriente, estaría actuando con maldad. Trump no puede sentirse un genocida, puesto que es una pieza dentro de una máquina con muchas otras piezas, cuyo mecanismo SE activa para arrasar con toda una civilización en defensa de la civilización de la cual es una pieza más.
2.-Para Silvia Schwarzböck (quien escribe el prólogo del libro) el fin del mundo que anuncian las ciencias en extremo empíricas (como la climatología, la geofísica, la oceanografía, la bioquímica o la ecología) obliga a incursionar en el discurso apocalíptico, pero en su versión desactivada, profiláctica antes que revolucionaria. Resulta curioso que el anuncio de la catástrofe sirva a grupos, aparentemente, tan distantes entre sí: ecologistas desesperados para advertirnos de que hemos rebasado ya demasiados puntos de inflexión del desequilibrio ecológico; progresistas, conscientes e inconscientes, que nos avisan que nuestras sociedades se desestructuran al ritmo que colapsan los Estados-nación y los proyectos políticos; y también a supremacistas y racistas confesos, que nos hablan del fin de Occidente a causa de la invasión migrante y nuestra propia degeneración moral.
3.-El apocalipsis es ante todo una catástrofe que se anuncia como inminente y que, producto de la imprecisión misma con la que se anuncia, no termina de llegar. Saber reaccionar ante el no llegar que caracteriza a la catástrofe, pareciera ser la tarea que tendría cierto realismo político. Ahora bien, la no llegada de la catástrofe devenida estructural conlleva la “administración y organización del mundo”, en medio de un apocalipsis que nadie ha advertido como “ya sucedido”. El no advenimiento del fin, el percatarnos de que el mundo cuya desaparición se anunció como inminente sigue existiendo, hace del advenimiento del fin un “acontecimiento ya sucedido”. La catástrofe, en definitiva, es que todo siga igual en el después del apocalipsis y que la tecnificación de la existencia permita sostener de manera indefinida el acelerado reparto de lo que queda de mundo.
4.-Si la catástrofe, el tiempo del fin y del mundo, o el apocalipsis se caracterizan por no dignarse a llegar, la cuestión temporal o crónica se vuelve pregunta ético-política. ¿Qué significa, cuando las ciencias en extremo empíricas instan a “actuar a tiempo”, “antes de que sea demasiado tarde”? Actuar a tiempo quiere decir que debemos actuar antes de que sea demasiado tarde en medio de un mundo donde el fin no termina de llegar. Es decir, ¿cuándo es el momento oportuno para actuar? Así como actuar demasiado tarde es una demasía, un actuar por fuera del tiempo, actuar a tiempo es siempre un “actuar en el tiempo” en medio del reparto acelerado de lo que queda de mundo. Sin embargo, actuar demasiado tarde también puede querer decir “realizar una acción” o “pasar al acto” para descoyuntar el tiempo dado, el tiempo lineal articulado en “pasado-presente-futuro”. En definitiva, actuar a tiempo implica para nosotros actuar a destiempo, actuar después del fin.
5.-La demasía -aquello que desborda la temporalidad lineal del actuar demasiado tarde-, permite advertir del retraso de la puesta en marcha del tiempo lineal, operando como un freno de emergencia que hace saltar por los aires la progresión lineal de la historia y la novela familiar de aquellos que no han cesado de vencer. La pregunta por “cuándo es el momento oportuno para actuar” pareciera ser una extorsión puesto que reintroduce una y otra vez en la discusión política el “tiempo lineal”, aquello que precisamente habría que hacer saltar por los aires. La catástrofe no es tanto que el apocalipsis ya haya ocurrido sino más bien que el cúmulo de ruinas que crece a medida que la historia no cesa de progresar, ha vuelto rentable incluso el tiempo del fin. La discontinuidad histórica sería lo singular de la demasía del actuar demasiado tarde, y la tarea ético-política no es tanto iluminar aquello que merece ser destruido sino más bien desactivar toda aniquilación como único clima de una cierta humanidad genuina, la cual tendría su fecha de caducidad agendada. Si las revoluciones son la locomotora de la historia, la demasía del actuar demasiado tarde tal vez trate de un tiempo completamente distinto, donde las revoluciones serían aquel gesto por el que el género humano que viaja en el acelerado tren del progreso echa mano del freno de emergencia para descoyuntar el tiempo sin tiempo de la dystopía en la que habitamos.
6.-En ese sentido, y en palabras de Hugo Sir[1] (Colectivo Vitrina Dystópica) es preciso rechazar la idea de crisis, incluso si esta se entiende como una crisis terminal del capitalismo. La rearticulación capitalista en curso no destruirá el mundo, así como este tampoco “SE acabará” producto de su propia operación, puesto que la organización político-económica global operada a partir de los intereses de los más grandes capitales ya destruyó el mundo y lo que hace es gestionar su ruina. Por esta razón, la imagen de una dystopía puede ofrecer un mayor rendimiento, pues a la vez que reconoce el estado de excepcional perplejidad en el que se encuentra toda imaginación política, no necesita anunciar ningún apocalipsis por venir. En una dystopía el mundo ya se acabó, pero el orden y la acumulación siguen funcionado, así como a pesar de todo se sigue resistiendo. En definitiva, no hay colapso final, puesto que ya se habita el colapso como administración estructural e indefinida de la ruina.
7.-En 1932, cuando Alemania era parasitada por la amenaza nazi, Albert Einstein escribe una carta a Sigmund Freud preguntando si es que existe algún método para librar a la humanidad de la amenaza de la destrucción, poniendo al centro la capacidad que tendrían los adelantos técnicos y científicos para dejarnos clavados en una verdadera encrucijada de vida o muerte. Freud le contesta que la incitación a la destrucción encuentra eco en los espíritus de las personas ya sea por motivos nobles o vulgares, pero al mismo tiempo advierte de la inclinación a la destrucción y a la agresividad como parte constitutiva de la historia en general y de la existencia cotidiana en particular. Si la destrucción cohabita en el origen con aquello que moviliza la historia universal, se debe a una forma bien definida de pánico, allí donde el fin que pareciera no dignarse a llegar, es experimentado como un futuro plagado de incertidumbres, del cual vanamente intentamos huir. La cuestión entonces no es tanto profetizar la catástrofe y el inminente fin, sino que “en medio del fin que ya ocurrió”, es decir en medio de la dystopía que habitamos, amplificar las formas de lucha en curso y generar diálogos entre las diferentes resistencias que en medio de la destrucción apuestan por la construcción. Si la puesta en marcha de la historia exige destruir lo antiguo para construir lo nuevo, ¿cómo habitaremos las ruinas de un tiempo que se ha desquiciado? ¿Podremos sostener una habitabilidad que rehúya de la proliferación y extorsión de quienes gozan del privilegio de no exponerse a las consecuencias de la guerra en curso, y cuyas peroratas de balcón se vuelven completamente impotentes al pisar la calle? ¿Sabremos oír en medio de la ruina la indeterminación de aquello que persiste después del fin?
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[1] Sir Retamales, Hugo. (2018). Dispositivos de alivio: fortalecer, aguantar, dominar. En VV. AA. Estudios en gubernamentalidad (pp. 139-160). Communes.