06 de agosto 2021

Donde hay un crimen, hay un novelista

por Roberto Contreras Soto


“¿Cómo diablo podría alguna vez aprender un poco de olvido”.

Eloy, Carlos Droguett

No estamos solos mientras recordamos

Afirma Ricardo Piglia, hablando de Borges, que: “La literatura reproduce las formas y los dilemas de este mundo estereotipado, pero en otro registro, en otra dimensión, como en un sueño. En el mismo sentido la figura de la memoria ajena es la clave que le permite a Borges definir la tradición poética y cultural. Recordar con una memoria extraña es una variante del tema del doble pero es también una metáfora perfecta de la experiencia literaria. La lectura es el arte de construir una memoria personal a partir de experiencias y recuerdos ajenos. La tradición literaria tiene la estructura de un sueño en el que se reciben los recuerdos de un poeta muerto”[2]

Sin duda la perspectiva pigliana de esta otra memoria, se ajusta a la apropiación de la voz, como sustrato de escritura, que adopta Carlos Droguett en la configuración del personaje Eloy de su novela homónima. Expresamente a partir del “nato” Eloy, cuyo verdadero nombre fuera Eliodoro Hernández Astudillo, un bandido natural de Chicureo, asolador de los caminos y los alrededores de la precordillera de la zona central, durante las primeras décadas del siglo XX, muerto durante una balacera, llevada a cabo por once policías en el fundo Lo Arcaya, en la localidad de Pirque, apenas un pueblo al final de Puente Alto, al sur de Santiago, la noche del 24 de julio de 1941. Estos datos son referidos por la investigadora Carmen Vásquez, quien en 1991, desarrolla un texto como ponencia en la Universidad de Lille II, París, buscando establecer la relación entre el sujeto real y el personaje droguettiano[3]. La prensa del día 25 de julio referiría así lo ocurrido: El Mercurio: “El ñato Eloy cayó ayer en tiroteo”, para describir a continuación: “Eloy se había refugiado en la casa de un carbonero, Francisco Ortiz Ortiz, que recibió un tiro en la frente, otro en la región del corazón, un tercero en la mano y un cuarto en el muslo. También Las Últimas Noticias, ya con marcado sensacionalismo, abría su reportaje con un “mosaico” fotográfico: “Estas fotos eran las del cadáver, con los ojos abiertos y la carabina al lado, llamada el cadáver del malhechor, la estampa del momento en que se le retira del lugar, tirado por una carreta de bueyes; otra del lugar donde cayó peleando, los matorrales que le sirvieron de escena al tiroteo; otra de la carabina con vainillas y proyectiles, y por último el cadáver conducido fuera del lugar, dentro de un saco amarrado como un animal”. Revista Ercilla, en ese entonces, también ocupada de la crónica policial, hace su reportaje desde la página dieciséis, ilustrándolo con tres fotos: una de la cara del cadáver, que coincide con la portada de la novela de Droguett; otra del cadáver ya metido en un saco. En una de ellas se observa a un huaso examinando el interior. En la otra cómo pusieron al saco atado a la parrilla trasera de un auto policial. Más abajo señala: “Duro de corazón a epidermis, cayó el ñato Eloy, en su última pelea con las armas en la mano. Guapeando con un coraje y una decisión que, por desgracia, rumbearon hacia los caminos que conducen al delito”. Al hablar de las fuentes y la inspiración, la misma revista Ercilla, pero el 16 de septiembre de 1959, cita Carmen Vásquez, agrega: “Era alumno de leyes, cuando un día de julio de 1941 vio en los puestos de diarios, grandes titulares que pregonaban un hecho de la crónica roja: El ñato Eloy murió peleando contra una montonera de detectives; El ñato Eloy: un bandolero que murió sin rendirse. El entonces estudiante Droguett se conmovió. Veía algo más, una historia humana y recia, bajo la sangrienta noticia. Recuerda: pensé entonces que algún día yo escribiría la vida de este hombre[4].

Debieron transcurrir casi veinte años, para que Droguett retomara esa idea y escribiera Eloy en apenas siete días[5]. Fecha desde la cual comenzaría a rondar las editoriales nacionales, sin conseguir respuesta satisfactoria, hasta que decide en 1959 postularla al Premio de Novela Biblioteca Breve de Seix Barral. Enfrentada a más de doscientos cincuenta títulos, resulta finalista. Con los años Droguett recordaba: “Me ganó García Hortelano, y prácticamente no sentí ningún rubor –y no lo siento ahora– de haber sido ganado por García Hortelano. Eloy es una obra que muchos consideran más poema que una historia. No es mi preferida, pero es la más afortunada. Tiene varias ediciones, varias traducciones. La checoslovaca tuvo un tiraje de cien mil ejemplares. Además fue llevada al cine en una versión detestable, pero que sirvió propagandísticamente para que el libro fuera difundido[6]. Al año siguiente la misma editora catalana publicaría su novela con una cruda portada, quedando de manifiesto –sobre todo a partir de ese primer tiraje– la condición de verosimilitud que plantea el libro, aludido como la biografía novelada de un bandido chileno, con lo que podemos establecer de partida dos antecedentes extraliterarios fundamentales: 1) la foto en la portada, presentada como una sobrecubierta, con la imagen de Eloy muerto; 2) a modo de epígrafe la descripción del parte policial, donde se da cuenta de las pertenencias encontradas en los bolsillos de la ropa al momento de su muerte:

Un escapulario del Carmen, una medalla chica, un devocionario, un naipe chileno con pez castilla y jabón, dos pañuelos limpios, uno de color rosado y otro violeta, un portahojas Gillette y dos hojas para afeitarse, una peineta, un espejo chico, un cortaplumas de concha de perla, una caja de fósforos, un cordel y una caja de pomada para limpiar la carabina…”.

Solo este último elemento ha permanecido inmutable en todas las ediciones que van desde 1960 hasta la fecha[7].

“El ñato se defendió, desde el primer momento, con su carabina Winchester que él cuidaba amorosamente, manteniéndola siempre engrasada, limpia […] El ñato Eloy no se amilanó ante el tableteo de los fusiles ametralladoras. Respondió a tiros y lanzaba insultos a sus cazadores”, el extracto anterior es parte de la crónica policial que acompaña en la solapa –la impactante sobrecubierta del hombre acribillado junto a su fusil– de la primera edición de su novela por Seix-Barral, 1960. Estamos ante el desvelo y el acecho padecido por Eloy durante las ocho horas que le lleva a la policía su captura. Una noche colmada de recuerdos, la situación de la memoria, el encuentro y recuperación del habla, que deviene en el recuento de su propia historia. Porque “no estamos solos mientras recordamos”[8]. El campo. Una casa. Un fugitivo. Los perseguidores. Lejos de la narración realista de los cuadros de bandidos, Eloy supera la tradición de estos relatos y se adentra, con rotunda propiedad en la conciencia de un personaje legendario. En 1972, Enrique Lihn publica por la editorial nacional Quimantú, una antología bajo el nombre Diez cuentos de bandidos, donde se incluye junto a su iluminador ensayo “Los bandidos y el cuento chileno”, los clásicos relatos chilenos: “Los dos”, de Rafael Maluenda; “El último disparo del negro Chávez”, de Oscar Castro y “La espera”, de Guillermo Blanco, entre otros. Narraciones todavía regidas por los códigos propios del género, sin alcanzar a desperfilar la línea argumentativa y referencial del realismo criollista o de color local sostenida por la mayoría de las historias de bandoleros hispanoamericanos. Marca que, en algún sentido y guardando todas las distancias, sí logra ser superada por libros como La familia de Pascual Duarte (1942) de Camilo José Cela; Hijo de ladrón (1951) de Manuel Rojas y, aunque en otro género, el persistente lirismo de La escritura de Raimundo Contreras (1929) de Pablo De Rokha.

A juicio de Francisco Lomelí, uno de los más documentados estudiosos de su obra, “Eloy sigue el patrón de un tipo de crónica novelada contemporánea debido a su concepción moderna y al interesarse en el mundo de su protagonista (….) la cual desarrolla en forma de un crescendo dramático[9]. Lo que según Lomelí, entrega “una visión del mundo por medio del hombre en vez que los acontecimientos sean los más importantes”.[10] En ese sentido, nuestro héroe prefigura el relato pretérito de su desventura. De ese modo, según el análisis de Mauricio Ostria, estamos frente a una anti-novela de aventuras, al carecer de actos temporalmente reconocibles que compongan su historia personal, teniendo en cambio solo sus recuerdos[11].

“Soy un bandido, se reía a veces para sí, tratando de comprender o de abarcar su destino, un bandido sin alma y sin entrañas, un salteador infame, que rompe puertas, ventanas, gente, alguna gente, he muerto a muchos que ya no me acuerdo y mataré a muchos más todavía que no sé por donde andan ni lo que hacen, no lo que van a hacer, ni lo que les voy a hacer, soy malo, empedernido, repugnante y sanguinario, cada vez más cruel, cada día y a cada hora más perdido y hundido de sangre, dicen los diarios, la radio, el vecindario…” (p.93)

Para cerrar esta noción de estructura –bastamente abordada en diversos estudios críticos y reseñas más o menos acotadas que revelan su aporte a la incorporación de nuevos recursos de la narración[12]– solo vale advertir lo dicho por Teobaldo Noriega en su ponencia en el Coloquio Internacional sobre la obra de Carlos Droguett en 1983: “el relato Eloy queda determinado por una dinámica que funciona mediante un montaje (…) impuesto por la conciencia del personaje. Se trata de un desplazamiento estructural interno, que va entrelazando los dos planos del relato: el plano del acoso; equivalente a todo lo que guarda relación con la situación básica de Eloy, un hombre perseguido que intenta escapar de la muerte, y el plano evocado, representado por la función proustiana de su memoria”[13].

Sin duda, son estos recursos lo que lo ubican como punta de lanza en la trayectoria seguida por algunos de los autores del mentado “boom latinoamericano”, aun cuando él reconoce su ausencia en la lista –como ocurre con Juan Rulfo, con Juan Carlos Onetti, Agustín Yáñez, entre otros– que antecede el fenómeno literario de los sesenta[14].

El asesinato como una de las bellas artes

Se podría escribir una monografía completa o dictarse una cátedra universitaria solo con el tema del “Crimen y Literatura”, estableciendo como bibliografía única y obligatoria, prácticamente todas las novelas de Carlos Droguett. Solo de manera nominal, podemos listar: Los asesinados del Seguro Obrero; Sesenta muertos en la escalera; 100 gotas de sangre y 200 de sudor; Todas esas muertes; Matar a los viejos. El resto aunque no tiene títulos alusivos, también habla de la muerte, refiere al crimen, propone dejar constancia sobre la tragedia humana, describiendo la violencia. Citado en muchas ocasiones, y por supuesto en varias líneas de este dossier, revisemos “Explicación de esta sangre”:

“Temo –y no quisiera desmentirlo – que estas páginas que ahora escribo vayan a resultar una explicación de mí mismo. No importará. Lo que publico, después de todo, lo escribí porque lo sentí bien mío, íntimo de mi existencia, hace un año, cuando fue hecho. Por esto mismo no he querido cambiar nada, exhumar cosa para averiguar más carne, más sangre (…) Yo sólo recogí, a la manera mía de coger las cosas, esa sangre que corriera hace dos años por nuestra historia; no fue otra mi tarea, agacharme para recoger”.[15]

Todo crítico construye su propia autobiografía, en eso no hay duda.

Entonces cuando me planteo recoger esa sangre, no dejo de pensar en crímenes recientes que, en lo personal, me han marcado. Acaso para justificar la vigencia de nuestra lectura y la presencia que seguirá teniendo la obra de Carlos Droguett hoy. Quisiera de ese modo referir a la muerte de Hans Pozo. O bien, de cómo el cuerpo de joven, allá por los primeros meses del 2006, comenzó a aparecer descuartizado en la periferia de la ciudad de Santiago. Luego volveré sobre este hecho.

No se puede entender la violencia, sino desde la muerte y tampoco podemos hacernos cargo de las muertes, eludiendo la violencia que nos tutela y funda nuestra tradición, ya no solo nacional, sino que también latinoamericana, sin remitirnos a la violencia. Ariel Dorfman, en las promisorias páginas de su libro Imaginación y Violencia en América, señala que ésta (la imaginación) configura “una cosmovisión que no se encuentra en otro lugar”[16], e intenta caracterizar de qué manera es la otra particularidad (la violencia) la manera de fortalecer nuestra identidad, otorgando al hombre americano la posibilidad de “buscar su ser más íntimo, su vínculo ambiguo o inmediato con los demás”[17]. Búsqueda que solo recién a mediados del siglo pasado, alcanzaría en los narradores latinoamericanos una perspectiva más crítica, al apropiarse de un punto de hablada desestimado hasta entonces, por medio de una toma de conciencia esencialmente centrada en el individuo. Solo al pasar, recorremos el llano polvoriento de Rulfo, la herida abismal y supurante de Aniceto Hevia.

El crimen, el dolor, el martirio, el sacrificio, la escritura. En la emblemática apología del criminal escrita por Droguett (hablamos de Todas esas muertes) para hacer la revisión de la legendaria vida de Emilio Dubois, arremete el narrador:

“Porque Caín está junto a nosotros, agazapado y asustado en nuestro corazón, en nuestra memoria y no nos atrevemos a confesarlo (…) Caín llegó al crimen después de un largo proceso de soledad y destrucción en la cual fue primer contribuyente del rubio, el privilegiado, el elegido, pagado por sí mismo, orgulloso y ególatra Abel. Claro que el de Caín fue un crimen pasional, la larga pasión que desembocaría en siglos después en la historia del hijo pródigo (…) ¡Tendrás tu soledad, tendrás poco a poco tu soledad!, le gritaba el destino a Caín y lo acostumbró lentamente a soportar su carga emocional, ese entusiasmo desesperado y urgente que significa un asesinato. El asesino es como el artista. Son los seres que más soledad pueden soportar”.[18]

Es la consigna de ese escritor comprometido que, como dimensión ética y convicción ideológica, llevó declarar a Droguett, en distintos momentos de su vida, por ejemplo: “Siempre he pensado que se es una cosa, y no dos cosas en este mundo (…) Que el ser escritor, en mi caso, y el ser hombre, son cosas que no son separables en este mundo, ni en otro mundo, son en términos médicos, inoperables. Se es escritor en cuanto hombre y se es hombre en cuanto escritor”.[19] O También: “Yo creo que el escritor debe ser vocero de su tiempo, por ser precisamente vocero de sí mismo. En ese sentido, yo creo en la labor social del escritor y en la obligación social del escritor por ser hombre: escribir es llegar a ser hombre”[20]. Y sería ese encuentro de Droguett con aquel bandido estampado en los diarios la mañana de 1941, el que justifica –con el perdón de mis alcances– situar la vigencia hacia este presente.

Todos los crímenes son políticos

Haciendo un trayecto en auto, y no a caballo como lo hacía el ñato Eloy, uno puede cruzar en media hora la comuna de Puente Alto, pasando por San Bernardo y detenerse en Santa Rosa, al fondo donde se acaba la ciudad, se ubicaba entonces un camino de tierra de nombre callejón Quitalmahue. Hoy otra extensión de las comunas del poniente, sobrepoblada en los extramuros. Un eriazo donde, solo para quienes tengan buena memoria y lo recuerden: el 27 de marzo de 2006 se vio venir a un perro, llevando en su hocico un trozo de carne, bofe de carnicería, en apariencia, pero que pronto fue reconocido como la extremidad inferior de un ser humano. Un niño vio a su perro con un hueso carnudo, y su madre aterrorizada ante el hallazgo, dio aviso a la policía. ¿A quién podía corresponder ese pie derecho? A un sujeto que a los días conseguirían identificar como Hans Hernán Pozo Vergara, RUT. 16.257.530-7, nacido el 02 de julio de 1986, una vez que en los medios de comunicación parecían agotarse los sinónimos para denominar al llamado “descuartizado de Puente Alto”. Un joven de veinte años de edad, padre de una hija pronta a cumplir dos años, reconocido adicto del sector, desempleado, varias veces detenido por hurto y porte de droga. La noticia conmocionó a la opinión pública. Los diarios de inmediato multiplicaron titulares dramáticos, pero también cada vez más sensacionalistas, confusos y lapidarios sobre el malogrado muchacho. Así no solo los curiosos o cercanos empezaron a merodear en el sitio del suceso, sino que también la policía y los peritos de investigaciones, en la medida que continuaron apareciendo los miembros del desaparecido; todos intentando dar con las pistas de lo que, durante salvajes semanas, se convertiría en uno de los crímenes más horrendos cometidos en el país.

Hans Pozo murió en manos de unos sicarios. Pagados por el microempresario Jorge Martínez, quien les habría encargado se deshicieran de él, luego de que durante meses este lo hubiera venido extorsionando, a raíz de una relación homosexual que él sostenía con el chico; dado el impacto que podría provocar su revelación, ante la intachable y tan cuidada imagen pública de Martínez: presidente de la Confederación Nacional de Funcionarios Municipales de Chile, miembro activo del partido Unión Demócrata Independiente (UDI), casado y padre de dos hijas. El modus operandi, desde ya horrendo, fue subirlo a su camioneta, darle muerte en un potrero, congelar su cuerpo, días más tarde cercenarlo, para después ir esparciendo los brazos, sus piernas, el torso, la cabeza, en distintos lugares de la zona sur oriente de Santiago, cuadrante donde iría apareciendo como las piezas de un brutal rompecabezas. Suena como un crimen resuelto, pero no lo es, pues dentro de la misma línea investigativa, todavía abundan sombras, pliegues y dobleces del caso, que impiden conocer una última verdad. Jorge Martínez fue muerto en medio de los peritajes. Se dijo a la prensa que este se habría suicidado, pero las heridas de bala que recibió, en la bodega del propio local de distribución de helados y confites, contradicen la lógica de su autoeliminación, ya que a todas luces un tercero disparó el tiro que atravesó la sien y se perdió en el piso, encontrándose éste de rodillas. El análisis de balística sostiene la tesis del suicidio, sellando la posibilidad de que Martínez –el autor intelectual del crimen de Pozo– diga por qué, cómo, cuándo y con quiénes, pactó la muerte de un muchacho que, movido por su adicción fue canjeado por la inclemencia del que paga por silencio. Pozo: otra foja a la impunidad de los más débiles. Confirmando que, en palabras de Ricardo Piglia, “todos los crímenes tienen un signo político”[21].

Escribo para olvidar

¿Cuál es el poder de la ficción en Eloy? Sostener al lenguaje como protagonista. La noche de Eloy es una noche de palabras. Lleva carga explosiva en la memoria de su conciencia. Un punto que luego también se cruza, por ejemplo, al comienzo de su novela Patas de perro, donde irrumpe la historia: Escribo para olvidar eso es un hecho, necesito meter algo de tranquilidad en mi alma, necesito descansar, necesito dormir, Dios sabe, sólo Dios sabe que hace diez meses que no duermo, aunque él tampoco dormía, bien lo recuerdo.

El alma intranquila del ñato Eloy, en tanto personaje, al anunciar su muerte. La derrota de la soledad, que es llenada con la voz ficticia del acoso y su liberación. Eloy en estos días de relectura también somos todos sobreviviendo a una pandemia –“Hay que salir de esta celda, de la celda en la que me estoy convirtiendo, se entristeció mirando la noche por la ventana abierta, esperando que se encendieran en ella las luces y ruidos, pero la ventana y la noche estaban vacías”–. Se recuerda para permanecer. Se habla para vivir. La escritura es una señal que refleja el interior. La única diferencia, de permitirse su declaración, es que el prontuario, detención y muerte de Eloy ya lo sabemos, no tiene otra alternativa: ¡Disparen! Siendo esa la condición, la que permite que sea leída en el futuro como novela: el sentido del acecho dentro de una cabaña del tamaño de un ataúd, que confundimos con su conciencia, refugiado/escondido en los límites del propio lenguaje. En 1 hora y 28 minutos se cruzaron más de 150 disparos.

Ahora se movieron las botas

Según un crítico chileno, de cuyo nombre no puedo acordarme, declaró a escasas horas de muerto el escritor chileno más mexicano y catalán del siglo XXI desaparecido en la costa de Blanes en el 2003: “Bolaño será nuestro Borges”.[22] Empecé estas páginas refiriendo a Borges, por eso del doble y la memoria ajena. Pero me gustaría haberlo hecho y justificado, revisando la condición de simulacro de la literatura, y que nos hace leer a Borges bajo la sospecha/certeza de que todo gesto es un remedo de otro, de que una cita es un germen, que todo escrito es la versión de un texto escrito mil veces. Quiero creer que Borges trascendió en Bolaño. Y que cuando éste afirma, con la voz quebrada, que ante un puñado de escritores hispanoamericanos descartables, él solo aconsejaría leer y siempre volver a Borges, no se equivocó. Tampoco lo hizo cuando escribió para referir a la siniestra tensión de la crítica chilena y el mundillo literario, una novela bastante droguettiana –para estar a tono– llamada Nocturno de Chile. Un libro en que Sebastián Ignacio Urrutia Lacroix, sacerdote y crítico literario, miembro del Opus Dei y poeta mediocre, revisa en una sola noche de fiebre alta los momentos más importantes de su vida, convencido de que está a punto de morir, aunque a medida que la noche avanza su fiebre va remitiendo y el delirio se atenúa con la aparición de monstruos gélidos, que es como abre su reseña la gris contraportada de Anagrama.[23] El cura, sin duda, es Ignacio Valente, y el libro refiere al Chile de Neruda, al de Alone y al de Pinochet, a quien Valente, entre otras cosas, dio clases de marxismo, pero sobre todo describe nuestra escena literaria, antes, durante y ahora, como una forma sacralizada/satanizada de hacer una crítica chilena, sin salir del horroroso Chile, y que aún pervive. La novela se compone de dos capítulos, uno, el primero, extenso y sin un solo punto aparte (150 páginas), y el otro de una sola línea, donde se lee: “Y después se desata la tormenta de mierda”[24]. Cómo no pensar en la última línea de Eloy, cuando el delirio termina, y el ñato Eloy entre los matorrales y las violetas pisoteadas, con la cara pegada a la tierra, siente a los oficiales acercarse, para luego perderse: “Y ahora se movieron las botas”[25].

Volvemos otra vez al principio de todo: “Es el comienzo de la tarde tal vez, en medio del departamento desmantelado, completamente despierto y seguro de sí, con la bolsa de cocaína en un costado, el Gaucho Dorda tiene algo de vida aún por delante, le extraña que sean tantos los que están ahí y eso le parece una buena señal. Cuando vengan a matarme vendrá uno solo, el canalla de Silva, entrará solo a matarme. Se sonreía perdido, ileso, sentado contra el parante de la puerta, atisbando en la luz húmeda y acariciando la metra con la mano izquierda”[26]. No es el inicio de Eloy, es el final de la novela Plata quemada, de Ricardo Piglia. La literatura como una suma de citas. Un homenaje. Un plagio. Un simulacro. El crimen de escribir. Porque Eloy también es otro. Todo lector forma parte de su propia pesquisa. Así como un crítico también puede ser un asaltante, un estafador, un criminal. Autor de una autobiografía en clave. Sobre los libros, sobre los autores, sobre los muertos.


Notas

1 El título que da nombre a este artículo destaca como una definición de compromiso que define la poética de Carlos Droguett: “Te quería decir que en realidad, América vive actualmente, un período de convulsiones político-sociales, remitámonos al Conosur si tú quieres, o remitámonos más al Norte, a Caracas, a Colombia, a Brasil, a Ecuador, a Centroamérica, a México, a Estados Unidos. Creo que hay coincidencia, si donde hay un crimen individual y colectivo, hay una novela y hay un novelista. A veces el mismo asesinado puede ser el novelista”. En “Los libros son armas que explotan”, recogida en Droguett, Carlos: Sobre la ausencia. Una conversación clandestina. Un relato censurado. (Roberto Contreras Editor) Lanzallamas Libros, Santiago de Chile, 2009. p. 39.

2 Piglia, Ricardo: “El último cuento de Borges” en Formas breves, Anagrama, Barcelona, 2° Edición, febrero de 2001. pp.: 52-53. (Las cursiva es mía).

3 Vásquez, Carmen: “El ñato Eloy: La prensa santiaguina y la novela de Carlos Droguett”, en: Las representaciones del tiempo histórico, Diffusion Presses Universitaires de Lille, París, Francia 1992. Jacqueline Covo (ed.). (Todas las citas entre comillas pertenecen a este texto. Consulta digital, sin disposición del libro físico.)

4 Ídem.

5 Sobre lo prolífico e intenso de su escritura, existe una referencia entregada por Alfonso Calderón en el “Prólogo” a sus relatos, se presume señalada de viva voz al autor de la antología: “Patas de perro fue redactada en un mes, durante unas vacaciones; Eloy, en una semana; aunque me acompaña siempre una especie de terror previo que desaparece frente a la máquina de escribir”. En “Prólogo” de Los mejores cuentos de Carlos Droguett, Zig-Zag, Santiago de Chile, 1967. Pp. 9-10.

6 Droguett, Carlos: Escrito en el aire, Ediciones Universitarias de Valparaíso, Valparaíso, 1972, p. 50. Una opinión parecida la dejó plasmada en su última entrevista “Eloy soy yo”: “Eloy no tuvo mayor eco en Chile, de venta, de crítica, de comentarios. Luego, con entre naturalidad, y sin aspaviento, fueron apareciendo las ediciones argentina y cubana y las traducciones en Francia, Italia, Alemania, Polonia, Checoslovaquia, Dinamarca, Holanda y Brasil”, en revista Punto Final, Santiago de Chile, N° 379, p. 17.

7 Para este ensayo he preferido utilizar la reedición aparecida por Editorial Universitaria, en julio de 1995, la que se consigna como corregida en 1982. Por tanto, todas las citas se remitirán a este ejemplar, señalándose entre paréntesis su número de página.

8 Droguett, Carlos, “Guillermo Araya, el amigo que jamás conocí”. En Literatura Chilena, Creación y Crítica, Cuaderno N°9, Los Ángeles, California, 1985, p. 4.

9 Francisco Lomelí, La novelística de Carlos Droguett: poética de la obsesión y el martirio. Editorial Playor, Madrid, Col. Nova Scholar, 1983. p.154

10 Ídem. 84 (La cursiva es mía).

11 Ostria González, Mauricio: “El monólogo de Eloy”. En Nueva Narrativa Hispanoamericana, Grande City, New York, 3, N°2 (Septiembre, 1973) p.179.

12 Sobre el tema (narradores y personajes; informaciones y relaciones del contar) pueden consultarse las ponencias de Cecilia Zokner y Fernando Moreno, publicadas en la edición compilatoria del Coloquio Internacional sobre la obra de Carlos Droguett. Publications du Centre de Recherches Latino-Américaines de l’ Université de Poitiers, Mayo de 1983.

13 Noriega, Teobaldo: “Carlos Droguett: Una aventura literaria comprometida con el hombre”, Op.cit. pp: 11-12. (La cursiva es mía.)

14 “La novela, la gran novela hispanoamericana, ha existido siempre; lo que pasa es que sólo ahora se han dado cuenta que es valiosa y que es invencible (…) El boom es una invención. Yo no estoy dentro del boom, ni otros muchos que son buenos escritores. Pero es no me interesa”, Carlos Droguett en extracto de cartas a Francis de Miomandre, reseñadas en la solapa de su novela, Sesenta muertos en la escalera, Nascimento, Santiago de Chile, 1953.

15 “Explicación de esta sangre”, en Los asesinados del Seguro Obrero, Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1972, Tercera Edición, Valparaíso. Pp.7-8.

16 Dorfman, Ariel: Imaginación y Violencia en América, Editorial Universitaria, Santiago, 1970, p.10 (La cursiva es mía.)

17 Ídem, p.9

18 Todas esas muertes, Alfaguara, Madrid, 1971. p. 10.

19 Sobre la ausencia, p.32

20 Entrevista con Carlos Droguett en Wabern, Suiza, 28 de septiembre de 1977, por Francisco A. Lomelí. Op. cit. p.30.

21 La cita completa versa: En el fondo, todos los crímenes son ideológicos y tienen un signo político, precisamente porque atentan contra el monopolio del uso de la violencia por parte del Estado, correspondiente a un estudio de Edgardo Dieleke: “Formas de violencia estatal y delincuencia en Plata quemada”, en: Cuadernos de Literatura Nº 32, Julio – Diciembre 2012. Pág. 164. (La cursiva es mía).

22 Coloma, Marco Antonio: “Bolaño será nuestro Borges”, revista El Periodista, año 2, N° 40, domingo 20 de julio de 2003.

23 Bolaño, Roberto, Nocturno de Chile, Anagrama, Barcelona, 2000.

24 Op. cit. (2000) p. 150

25 Op.cit (1995) p. 196.

26 Piglia, Ricardo: Plata quemada, Anagrama, Barcelona, 2000, p.199.

(Santiago de Chile, 1975) es profesor, escritor y editor. Ha realizado publicaciones en diversos géneros (novela, poesía, crónicas, crítica literaria) como colaborador y editor en revistas La Calabaza del Diablo (1998-2005), Lanzallamas.org (2006-2010), Carcaj - LOM Ediciones (2010-2014) además de tallerista de fomento lector por editorial Zig-Zag desde el año 2015. Ha impartido charlas dentro y fuera del país de Chile en torno a sus proyectos y los soportes actuales de la literatura / Mail: unmejorlector@gmail.com

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