Foto: Paulo Slachevsky

26 de abril 2020

El Chile de Arriba y el chile de abajo

por Mario Garcés

La salud, la economía y la política en medio de la crisis

En un artículo anterior sostuvimos que “estamos en medio de una pandemia con un virus nuevo, altamente contagioso y letal (…) y por otro lado, ante estrategias de enfrentamiento de la crisis, que desnudan a nuestras sociedades en sus capacidades para enfrentar la nueva situación, haciendo emerger tendencias autoritarias, que anulan a la sociedad”[1].

Podríamos reformular parcialmente esta proposición e indicar que estamos atrapados en una brutal contradicción: por una parte, necesitamos cuidarnos y la mejor estrategia preventiva es quedarnos en nuestras casas, o sea, el encierro, que conduce a una inevitable negación o limitación de lo social, y, por otra parte, silenciada la sociedad (o, la mayor parte de ella) tiende a predominar una sola voz: la de la autoridad sanitaria, que se constituye desde el Estado y el gobierno.

Esa “gran voz” es amplificada por los medios de comunicación, que como poder fáctico, aliado del gobierno y del Estado, construye realidad reiterándonos día a día y hora a hora lo que debemos hacer y de las medidas para protegernos, pero sobre todo nos reitera las medidas que toma el gobierno y lo que piensan y proponen las élites. Porque, en realidad, en la televisión y los medios escritos chilenos hablan y escriben las élites y sus periodistas orgánicos. Las voces críticas o disidentes son las menos o simplemente están ausentes (especialmente, los movimientos sociales, las/os trabajadoras/es organizadas/os, las feministas, las/os mapuche, etc.). Predomina una concepción restringida de la “sociedad civil” en los medios, ya que tiende a reducirse a los empresarios, los políticos con posiciones en el Estado y los profesionales de clase media. El pueblo (o la “gente”, como se le rebautizó en la transición a la democracia, desde 1990) solo existe para confirmar o ilustrar la pauta noticiosa de los medios. La pregunta a la calle, casi siempre confirma lo que el periodista nos está proponiendo, lo que de alguna manera indica que está haciendo bien su trabajo. Se cierra el círculo de manera impecable.

En este contexto, sesgado y manipulador, los medios fueron perdiendo credibilidad en la sociedad, razón por la cual ya durante el Estallido Social eran rechazados en la Plaza de la Dignidad (ex plaza Italia) y en muchos otros lugares donde el pueblo se movilizó. “Apaga la tele” fue una consigna reiterada en medio de las movilizaciones sociales; “no veas mucha tele” es un sano consejo, que muchos se dan, cuando se inicia la crisis del coronavirus.[2] Triste papel y triste desempeño el de la TV.

Porque, en realidad, lo que los medios no nombran también existe. Los que se levantan día a día para conseguir el sustento material de sus vidas, los que sostienen el sistema de salud, de transporte y de abastecimiento (feriantes, cajeras de supermercados, empleadas domésticas, chóferes del transporte público, ente otros), los que viven los efectos de la sequía y carecen de agua (además privatizada), los que carecen de espacios para “quedarse en casa” porque habitan viviendas sociales de 30 o 40 metros cuadrados, los que fueron despedidos de sus trabajos y alargan las filas de las Oficinas del Seguro de Cesantía, los inmigrantes que deben inventar cotidianamente su sobrevivencia y también los que debieron cerrar sus negocios y contemplan su propia bancarrota.

De este modo, se configuran y se constituyen dos países, el de las élites y las clases medias más prósperas y el de la gran mayoría popular que, como tantas veces en nuestra historia, convive y coexiste en la desigualdad, macerando la distancia, el malestar y la tensión social, que inevitablemente provocan las crisis.

La política del gobierno en la actual coyuntura

Resulta difícil y riesgoso hacer un corte y declarar, ésta es la política del gobierno, ya que ella se encuentra en pleno desarrollo y se va modificando según evolucionan los datos más duros de la pandemia y sus efectos económicos y sociales. Lo más visible, desde el principio, es que se requería de una doble estrategia, de contención sanitaria y de contención económica. En las primeras semanas, el gobierno de Chile, al igual que otros en América Latina, en particular Brasil, buscaban combinar ambas estrategias, pero con un evidente énfasis y deseo de proteger la economía, lo que inevitablemente colocaba en la sociedad la pregunta de qué esta primero: ¿la economía o las personas?

Esta situación, en algunos casos, como el Brasil de Bolsonaro o las primeras medidas – y declaraciones- de Jhonson en Inglaterra y de Trump en Estados Unidos, fueron extremas y unilaterales (“una simple gripe”), pero por la fuerza de los hechos, estas posturas se han ido modificando, no obstante lo cual, Bolsonaro sigue encabezando la lista de los testarudos, y en el mediano plazo, la de presidentes criminales, como ya se lo hacen saber los propios brasileños.

En realidad, más que la pregunta que formulan algunos intelectuales, por el capitalismo y neoliberalismo en “el día después” de la pandemia, la pregunta más urgente es qué se está haciendo ahora y como se está haciendo. En primer lugar, hay que admitir que la crisis, que comienza siendo sanitaria –una pandemia- inevitablemente deviene en económica y social. No hay escapatoria ni puntos de fuga hacia delante, y en consecuencia debe ser enfrentada en ambos terrenos, pero priorizando en la salud de la población, lo que evidentemente es una decisión ético política fundamental. En caso contrario, los negacionismos del tipo Jhonson terminan, al 13 de abril, con 89 mil contagiados, sobre 8 mil muertos y el mismo primer ministro internado, y la de Trump, con medio millón de contagiados, sobre 20 mil fallecidos (dos mil por día) y hasta ahora, con 6 millones de desempleados.

Ahora bien, en segundo lugar, y mirando un poco más hacia el futuro, la profundidad de la crisis es de tal magnitud en el campo económico, que ha sido comparada con la gran crisis de los años 30, en el siglo pasado, que obligó a introducir cambios estructurales en el capitalismo central y periférico. Algunos de esos cambios ya están en desarrollo, el principal de ellos es que el Estado no puede estar ausente ni en la salud ni en la economía. Irónicamente, el mundo vuelve a ser, por ahora al menos, algo keynesiano, algo socialdemócrata.

Volviendo con Chile, el gobierno debió entender relativamente pronto que su estrategia sanitaria debía ir acompañada de una estrategia económica social. Sin embargo, las lógicas y las prácticas neoliberales instaladas en la sociedad, el gobierno y más ampliamente en las instituciones del Estado, no se modifican ni corrigen con facilidad, tampoco el estilo presidencial, medio monarca, medio gerencial (negocia de igual a igual las condiciones de su política con la banca y las ISAPRES[3]) y también un poco populista, aconsejado muy probablemente por sus asesores de imagen. De esta manera, la estrategia sanitaria inicial con sesgos autoritarios (en la toma de decisiones y en el ejercicio del poder central) y tecnocrática (en el control de la información y la forma en que se toman las decisiones) comenzó a ser resistida por el Colegio Médico y los alcaldes, los que debieron, al menos parcialmente, ser escuchados. Por ejemplo, la suspensión de clases y el cierre de los malls fue el resultado de la presión de estos últimos. Por su parte, la estrategia económica inicial, fue mezquina para los pobres (un bono de 50 mil pesos, aprox. 70 dólares) así como lenta y burocrática para las pymes. Para los trabajadores, más lenta aún, y de alcances limitados, acogerse al seguro de cesantía[4] mientras paralelamente, cuando se iniciaba la cuarentena total en 7 comunas de Santiago, la Directora del Trabajo, mediante un decreto, les garantizaba a las empresas que podían despedir a sus trabajadores si no se presentaban a sus faenas. O, sea quédese en casa, pero si no concurre a trabajar lo pueden despedir. Agreguemos todavía, que muchas de las medidas tomadas requieren de una ley para ponerse en ejecución (habida cuenta de una vasta legislación neoliberal, que consagra la Constitución de 1980, heredada de la dictadura de Pinochet), con lo que el proceso, que debe ser rápido, porque la emergencia es ahora, se hace más lento y burocrático.

El problema de fondo del gobierno de Piñera es que no puede apostar solo al éxito (o fracaso) de su estrategia sanitaria, ya que los efectos económicos y sociales de la pandemia son de tal calado, que pueden ser una “bomba de tiempo”, más todavía, si se tiene en cuenta que la crisis del coronavirus viene precedida de un “estallido social” que puso en evidencia todos los límites del neoliberalismo. En este contexto y según evolucionan los datos de la crisis, fue necesario que el Ministro de Hacienda propusiera un segundo paquete de medidas económicas, esta vez, con más recursos y apuntando a los trabajadores informales, e ir en auxilio de las pymes al borde de la quiebra. ¿Es que Piñera y compañía, se han vuelto socialdemócratas? No, es solo parte de las medidas que tienen que tomar y no están ni en su ideología ni en su clase social de origen. Lo que ocurre es que la confluencia de crisis sanitaria y crisis económica obligan a una mayor presencia e iniciativa del Estado, so pena de caminar al colapso de la economía y por qué no del propio gobierno.

Hay quienes piensan y sostienen que en contexto del Estallido, el coronavirus fue una tabla de salvación para el gobierno, en el sentido que le devolvió parte de su debilitada iniciativa política y su capacidad de control de la sociedad. Ante una pandemia de la naturaleza de la que estamos viviendo, algo de esto era, probablemente, inevitable, como también lo era el repliegue de los movimientos sociales y los ciudadanos movilizados. Sin embargo, es muy prematuro adelantar escenarios futuros, ya que no podemos prever, por una parte, el tiempo de la emergencia sanitaria (probablemente varios meses) ni los efectos de los contagios cuando éstos comienzan a expandirse hacia los barrios populares (la parte más pobre de la Comuna de Puente Alto, en la ciudad de Santiago, ya está en cuarentena), ni tampoco, por otra parte, la capacidad de contención de la recesión económica, con miles de desempleados y sectores productivos, de servicios y de la entretención y la cultura, francamente deprimidos, sino ad portas de la quiebra.

¿Y la Oposición, qué cuenta?

Si la clase política parlamentaria fue objeto de la mayor crítica, desprestigio y rechazo durante el Estallido Social de octubre de 2019, en la nueva situación de crisis sanitaria, no parece recuperarse, al contrario, se revela sin iniciativas, sin propuestas y sometida al trámite parlamentario que le impone el Ejecutivo. Pesan más, políticamente, los alcaldes que diputados y senadores, aunque tampoco hay que exagerar el limitado poder de los alcaldes. En realidad, en el actual ordenamiento jurídico e institucional, el parlamento carece de poder y de medios suficientes para incidir y jugar roles dirigentes en medio de la crisis. Depende del Ejecutivo que es el que posee la iniciativa de ley para intervenir en los asuntos económicos, que involucren al Estado. De este modo, los parlamentarios se revelan funcionales al gobierno y sin liderazgo de ninguna naturaleza. En el mejor de los casos, pueden rechazar o corregir las propuestas neoliberales del Ejecutivo.

Pero, el asunto es más de fondo, no solo se explica por los roles secundarios del parlamento en el contexto de la Constitución de 1980, sino porque la clase política chilena, en su adaptación al statu quo, perdió capacidad crítica, de elaboración y de comprensión de la nueva realidad social nacional, de sus tensiones, contradicciones y miserias. En este sentido, hemos sostenido más de una vez, que se fue vaciando de contenidos políticos e ideológicos, con los resultados que conocemos: banalidad, intrascendencia, frases grandilocuentes, pero vacías, lucimientos personales de escasa duración, y sobre todo, distancia de la sociedad y del pueblo.

Los movimientos sociales sí cuentan

En este contexto de una clase política vacía, sostuvimos como hipótesis hace algunos años en Talleres de ECO[5], que la principal posibilidad de recrear y dar de contenidos a la política provenía de los movimientos sociales. Lo sostuvimos con cierta cautela, ya que los datos todavía no eran concluyentes ni poderosos, sin embargo, ya lo encarnaban las luchas del pueblo mapuche (desde fines de los años noventa) y lo comenzaron a hacer visible los estudiantes secundarios en el mochilazo de 2002; la revolución pingüina de 2006 y el gran movimiento de 2011, que instaló la demanda por una “educación pública, gratuita y de calidad”.[6]

Los “tiempos sociales” se aceleraron en 2018, cuando fuimos testigos del “mayo feminista”, con marchas y tomas de las principales universidades del país, que demandaban el fin del acoso hacia las mujeres y una educación no sexista; de la crisis ambiental en Ritoque-Puchuncaví, en agosto, con cientos de intoxicados producto de emisiones contaminantes y de diversas movilizaciones locales de protesta; y, del asesinato de Camilo Catrillanca, comunero mapuche, en el sur del país, en noviembre de ese mismo año, que evidenció una vez más el fracaso y el sin sentido de la política represiva del Estado chileno hacia el pueblo mapuche. A estos hitos, altamente simbólicos (luchas en contra del patriarcado; luchas ambientales; y, luchas descolonizadoras del pueblo mapuche), hay que sumar otras, que también fueron haciéndose visibles y ganando espacios: los movimientos regionales, que colocaban inevitablemente la necesidad de la descentralización del poder político (Punta Arenas, Aysén, Freirina, Chiloé, etc.), NO + AFP[7]; las movilizaciones del Colegio de Profesores.

Es decir, los movimientos sociales fueron ganando en visibilidad, presencia, contenidos propios y muchos de ellos fueron novedosos y propositivos. Así llegamos a 2019, en que la calle, con la melodía de las barras bravas del fútbol, comenzó a gritar: “Despertó, Chile despertó”. Es decir, la acumulación de malestar social, animado sino vanguardizado por jóvenes estudiantes secundarios, que llamaron a evadir el pago del boleto del Metro, como una chispa, “encendió la pradera”. Se estima que entre octubre y noviembre de 2019, se movilizaron 4,2 millones de chilenos a lo largo y ancho del país, agitaron banderas mapuche y los jóvenes y las mujeres ocuparon la “primera línea”. Chile cambió, y ahora los temas y la agenda de la política la pusieron los movimientos sociales. Entonces, la clase política corrió para salvar el orden y el Estado, mediante un acuerdo que permitía convocar a un Plebiscito para sancionar el cambio de la Constitución Política del Estado y, al mismo tiempo, establecer control sobre los cambios que inevitablemente vendrían.[8]

En contra de todo lo previsible y en contra también de todos los modos tradicionales de pensar la política, el movimiento social chileno hizo un camino inédito, entre octubre de 2019 y marzo de 2020: a) se mantuvo permanentemente movilizado, incluso en los meses de vacaciones; b) generó sus propias formas de organización, en especial Asambleas Territoriales; c) identificó los principales males que aquejan a los chilenos; d) propuso los cambios más urgentes, tanto en el campo económico y social como político; e) instaló el tema del cambio constitucional; f) y cambió el rumbo y los horizontes de la historia chilena. Los movimientos sociales, de este modo, tomaron en sus manos el interés general que el Estado no realizaba, definiendo sus aspiraciones sobre el bien común, a partir de sus propias deliberaciones. Han asumido un papel, al que fácilmente no renunciarán.

La crisis sanitaria, por cierto, ha impactado al conjunto de la sociedad y también al pueblo y los ciudadanos movilizados. El repliegue era inevitable, sin embargo, el coronavirus no disuelve el malestar ni las distancias con el gobierno y la institucionalidad política, lo que ocurre es que no pueden expresarse en la calle, que es la forma en que se hacen visibles los movimientos sociales en Chile.

La nueva situación obliga a repensarse y recrearse, no solo en las redes sociales, siempre muy activas, sino muy probablemente será necesario recurrir a todas las reservas y capacidades comunitarias, para que, como en otras épocas como en dictadura, florezca y se multiplique la solidaridad social “desde abajo”. Ante el creciente número de desempleadas/os y trabajadoras/es por cuenta propia, que viven al día, ya se están configurando redes de apoyo y abastecimiento, que mañana tendrán que multiplicarse; ante las cuarentenas que se volverán necesarias e inevitables, será también necesario pensar en cuarentenas comunitarias (como lo hacen los villeros y los habitantes de los barrios populares en Argentina); y seguir las conversaciones y debates en las Asambleas territoriales, algunas de las cuales ya lo están haciendo por medios digitales. El mayor desafío del tiempo presente será mantener vivo el intercambio y la comunicación popular y ciudadana, así como las iniciativas y prácticas de solidaridad del pueblo con el propio pueblo.

Santiago, 16 de abril de 2020.


[2] Tal vez se trata de un viejo aprendizaje de la sociedad civil, si se recuerda que en las movilizaciones estudiantiles de 1968, los estudiantes de la Universidad Católica instalaron un gran lienzo en el frontis de su Casa Central que decía “El Mercurio miente”

[3] Instituciones de Salud Previsional, sistema chileno de salud privada.

[4] Seguro que provee el primer mes un 70%; el segundo mes el 55% y así decreciendo.

[5] ECO, Educación y Comunicaciones. Se pueden consultar sus actividades con movimientos sociales, en especial la Revista Cal y Canto, en www.ongeco.cl

[6] Tres grandes hitos en el movimiento estudiantil chileno, en lo que va del siglo XXI. El mochilazo fue una movilización por la regularización y ampliación el pase escolar, bajo el gobierno de Ricardo Lagos; la “revolución pingüina” fue una vasta movilización nacional de estudiantes secundarios, que hizo visible la crisis del sistema nacional de educación, como producto del abandono del Estado, bajo el primer gobierno de Michele Bachelet; el movimiento de 2011 comprometió especialmente a los estudiantes universitarios, y denunció los efectos de la privatización, mercantilización y la desigualdad social del sistema educativo nacional.

[7] NO+ AFP, movimiento por el fin de la Asociaciones de Fondos de Pensiones, instituciones que privatizaron el ahorro previsional de los trabajadores, bajo la dictadura de Pinochet.

[8] Mayores antecedentes y un seguimiento del Estallido, en Mario Garcés, El estallido social y una nueva Constitución para Chile. LOM Ediciones, Santiago, marzo de 2020.

Historiador. Director de ECO, Educación y Comunicaciones. Miembro del Comité editorial de LOM ediciones.

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