Archiboldo, El Bibliotecario

27 de julio 2022

LITERATURA, CRÍTICA, UNIVERSIDAD

por Martín Cinzano

Entre tantas cosas, la pandemia ha traído consigo la proliferación acelerada de talleres, charlas, lecturas y conferencias virtuales en las que cabe la opción de establecer diálogo con poetas, novelistas y ensayistas de variada especie y procedencia. La  inmediatez no sólo acarrea un efecto temporal y espacial (en un mismo día puedo asistir desde mi casa a una lectura de Anne Carson y a una conferencia de Didi-Huberman, además de recibir en mi correo electrónico al menos tres textos diarios sobre distintos aspectos de la obra de Roberto Bolaño), sino además institucional: lectoras y lectores sortean, de esta manera, una mediación entre texto y recepción, aquel edificio del saber escolar y universitario cuyo objeto de estudio es la literatura. ¿Por qué si puedo acceder en vivo y en directo a la voz del texto —sin pagar, o pagando menos, pero sobre todo sin rendir exámenes o asistir a entrevistas o a test psicométricos— debo escuchar a quienes disertan sobre él?  

Es cierto que la pregunta se basa en una falsa oposición o en todo caso en una creencia aún arraigada que tiende a ubicar a la creación literaria por sobre su comentario crítico o su análisis textual (cuestión aparejada, también, a un antiintelectualismo vitalista en plena vigencia); sin embargo, el hecho no deja —para ponernos a tono— de ser síntoma de una pregunta: la irrelevancia —o no— de los discursos universitarios enfocados en la literatura. ¿Cuál sería el motivo para que aún desde la universidad, incluso cuando ésta pone los ojos (hoy como nunca antes) sobre la llamada literatura actual, emanaría, con bastantes esfuerzos, una escritura “especializada”? ¿Acaso porque las lecturas críticas fueron expulsadas de la circulación periodística y no quedó sino el repliegue? ¿O simplemente porque abocarse a la especialidad aún sirve para parar la olla sin provocar mayores polémicas ni incidir sobre lectoras y lectores? (¿No es más fácil y entretenido oír un podcast adornado con sentencias célebres (esas antologías, cómo ayudan) mientras cocino tallarines?)

La obsolescencia de la mediación universitaria no refiere necesariamente a un proceso de desinstitucionalización literaria o social; muchos de esos “contactos directos” se establecen gracias a una infraestructura ya montada por parte de instituciones públicas y privadas, mientras poetas, escritores y escritoras continúan asumiendo cargos, premios, temáticas y sueldos gracias a universidades y/o ministerios, sin dejar de mencionar que muchos y muchas de quienes publicamos comentarios en internet provenimos, o cargamos con la mácula, de la universidad. Pero al menos sus causas y consecuencias se pueden ir a buscar a un discurso bastante anodino, a la segura, una escritura de reducto sin más salida que ella misma. Al reseñario rápido y biograficista de la prensa, la universidad, salvo excepciones, hace años viene oponiendo el tedio y la autorreferencia, una especie de marca del profesionalismo, en volúmenes cuyo papel, hoy tan caro y escaso, haríamos bien en reciclar.

Entretanto, por el temor a desafinar, se ensalza todo, respondiendo con alabanzas a lo que Roland Barthes llamara “chantaje a la teoría”: obras de circuito, que supondrían una “crítica” o un “desmontaje” de los aparatos de dominación social, se encumbran al obtener satisfactoriamente el promedio necesario de cultura y corrección. (¿Por qué sino tales obras, editadas bajo sellos transnacionales, reciben tantos premios?). De tal proceder, como pensaba horrorizado George Steiner en 1965 al enfrentarse a la maquinaria universitaria, no se sale indemne: “así el grito del poema podrá resonar con más violencia, con más urgencia que el grito que nos llega de la calle.” Ciertamente hoy nada garantiza el perfil “crítico” ni “humanista” de la educación institucional, siempre comprometida, después de todo, con el mantenimiento normalizado del lenguaje. La opción de otra crítica (que la hay), entonces, consistiría en habitar espacios sedicentes (que los hay), aunque ahí, una vez más, corra el riesgo de morir de hambre o acabe, ella también, por devorarse a sí misma.

(Guayaquil, 1977). Escribió el libro de crónicas Perdido, los poemarios Peatonal, Yo ya y los fragmentos de El piano de Waldstein, además de la nonononovela En pana. Coedita le revista cartonera PUF! en la colonia Obrera de la Ciudad de México.

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