Foto: Celeste Rojas Mugica

13 de julio 2019

Memorias de Aridez

por Nicolás Slachevsky Aguilera

Sobre Mapas de Aridez / Memorias de aridez, de Celeste Rojas Mugica y Martín Cinzano. Intersecciones ladinas Atacama / Buenos Aires / São Paulo / Ciudad de México, octubre 2018.

Martín Cinzano vive en la colonia obrera, que no es un panal de abejas sino un barrio del México DF, y desde la clandestinidad que le confiere el seudónimo y la toponimia, el comercio peatonal de libros y el oficio de editor cartonero, sigue con perspicacia la tectónica chilena. ¿Es Martín Cinzano un poeta chileno? Desconozco la respuesta y si tiene algún sentido la pregunta. Lo menos que se puede decir, sin embargo, es que sus textos vuelven con porfía sobre algunas de las inquietudes del “poético habitar” en las extremidades de ese paisaje.

Me conseguí de contrabando un ejemplar del libro que hizo Cinzano junto a su hermana, la artista visual Celeste Rojas Mugica. El libro es una de las formas que tomó el proyecto, que funciona también como una serie de videos y que fue exhibido, creo, en exposición; se trata de una exploración fotográfica y poética del desierto de atacama, el más árido del mundo. Por eso que hay dos títulos –Ejercicios de Aridez para la sección fotográfica de Rojas; Mapas de aridez para los poemas de Cinzano-, y que en la portada no hay título del todo, sino un dibujo, la clave y figura central sobre la que pivota el proyecto entero: a saber, un corvo con los números 73 y 78 escritos a los costados del mango, y a su izquierda un círculo de casi un cuarto su tamaño. Como vemos por las fotos y leemos luego en la noticia que les sigue, el dibujo original se encuentra en medio del desierto de Atacama. Trazado con cal, mide 2000 metros y sólo es visible desde la altura: por eso no fue conocido hasta el año 2011, cuando una familiar de detenido desaparecido recibió un sobre anónimo con la imagen. El corvo es un arma emblemática del ejército chileno. Se comenzó a usar para la guerra del pacífico y sirvió durante la dictadura como arma de castigo político, de tortura y muerte. Los números 73 y 78 parecen indicar el año del golpe de Estado y el de la operación “retiro de televisores”, plan dispuesto por el ejército para remover los cuerpos de los ejecutados políticos y hacerlos desaparecer en el mar. Como señala el exergo de la sección de fotografías de Celeste: “De la autoría del corvo minuciosamente trazado no hay rastro. El dibujo parece indicar más que cualquier cosa lo deliberado del gesto y la persistencia del territorio físico que lo alberga.”.

Las fotos, que inauguran el libro en grises contrastados como fotocopias de radiografías, exploran desde una perspectiva aérea el trazo en la tierra, la textura del desierto, la transparencia del aire; a ras de suelo, parecen querer iluminar la crudeza de la piedra, la sequedad del silencio, la pregnancia del cal. El paisaje como página (la relación entre los términos es etimológica), una página límpida, casi blanca, subraya la escritura bruta de las huellas. Siguiendo un afán cartográfico de la fotografía, sin embargo, es decir con la frialdad objetiva que le permite la técnica y con la austeridad de los atlas del desierto, en Ejercicios de aridez no se busca sobreescribir el territorio, sino revelar un mapa latente. Por eso quizás se trata ante todo de ejercicios, de templar el ojo para abarcar la aridez.

Mapas de aridez, la parte de Cinzano, viene a continuar la pista de esta indagación, siguiendo el rastro del desierto en las tramas por las que este, el de atacama, como todo desierto, se ramifica y crece: la huella enquistada sobre el grano de sal que se desplaza, sobrevuela el país entero como “una gran facultad sin patria”, y “traspasa / líneas fronterizas // del mapa político / que un alumno de liceo // años después / mira con indiferencia // sin aprender la lección”. Mapa físico y Mapa político –las dos partes del poema de Cinzano– se cruzan así como variaciones sobre un mismo contenido (que es también el de las fotografías): la marca inscrita en la materia, la aridez sórdida que brota de ella. El corvo dibujado en el desierto se revela como el cuerpo escrito y la escritura encarnada del territorio.

Al insistir en la huella del corvo para señalar esta inscripción del territorio, Mapas de aridez se opone, ante todo, a la fascinación por el desierto como hoja en blanco o paisaje-teatro de una épica nacional (se podría pensar desde ahí su distancia con las poéticas del desierto de Zurita o incluso de Patricio Guzmán): “se extiende como manto / aridez hiende // rasga la carne de la tierra / en dos // mapa físico / mapa político”. Más acá de cualquier origen, la escritura se exhibe precedida por otra escritura, la del corvo que emerge, con toda su violencia fundadora, como eje horizontal del espacio que los poemas de Cinzano vienen a indagar: la cifra de un desierto que se dilata como un manantial de aridez. El territorio físico se abisma así en el mapa político, y ambos se confunden en ese elemento que “a ambos los habita / a ambos los disuleve”: la aridez como nombre para nuestra desolación: “de la aridez culiá / estoy hasta la coronilla

Los poemas de Cinzano, como las fotografías de Rojas, juegan y exploran los recursos y temas de la geografía como forma de indagación. Pero en toda cartografía, igual que de toda escritura, asoma como peligro la violencia fundacional de la inscripción. ¿No es acaso el mismo corvo dibujado en el desierto ya un mapa, el Poema de Chile que a punta de balas y pegados a rieles de tren nos impusieron los milicos? ¿No es acaso él mismo la escritura que domina el espacio sobre el que insisten estos Ejercicios y Mapas?  En un gesto de ironía o de humor negro, los poemas asumen la inculpación transcribiendo cada uno de los versos en morse: indicación de la violencia encriptada en el gesto, que emparenta el corvo de Atacama con el deseo poético de decir el territorio. El espíritu de Carlos Wieder, el infame escritor militar en Estrella distante de Bolaño, resuena como acusasión: “exploradores geólogos / gente de letras // levantaron universidades / publicaron libros // […] y del salar hablaron / y al salar estudiaron // y sobre el cielo / del salar inscribieron // versos y alrededor trazaron // temblorosas líneas / caminos y fronteras // y alambrados campos // de detención”. Siguiendo en sus poemas una forma de expresión “fotográfica”, como la de la primera parte del libro pero “por otros medios”, Martín Cinzano parece sin embargo conseguir esquivar el peligro, rechazando tomar las tribunas de la idea de nación (sea en el mesianismo de un pueblo o en la providencialidad de su paisaje). La palabra Chile no tiene de hecho lugar más que una vez, aunque todo la señale junto a su ficción: el poeta habla desde las sospechas y pesadillas de la noche clandestina, a la intemperie, junto al niño al que se le infringe la violencia de los emblemas y los esqueletos que se aferran al mineral. De cierto modo, se trata en estos poemas de no pensar desde el frente, sino desde el pulso de la línea que proyecta y disemina la materia árida del desierto atacameño. La Patria aparece a los lejos como una roca lapidaria dominando en la altura, una gran piedra escrita, cargando con todos nombres, y que amenaza con destruir hasta el último conato de vida en el vaivén de su caer incesante.

Para terminar, una digresión sobre mapas y territorios: dos paradojas cartográficas de Lewis Carroll. La primera, en La caza del Snark, presenta a un capitán que guía a su tripulación con un mapa del mar vacío de toda indicación geográfica. “¿De qué sirven los polos, los ecuadores, / los trópicos, las zonas y los meridianos de Mercator?”, pregunta el capitán, a lo que la tripulación, entusiasmada por la legibilidad del mapa, responde enardecida: “¡No son más que signos convencionales!”. La segunda, en la novela Silvia y Bruno –de la que Borges se inspiró para su cuento Del rigor de la ciencia-, presenta al emisario de un país en el que los geógrafos han elaborado un mapa cuya escala es de una milla por milla; cuando uno de los personajes se entera de su existencia y trata de saber si el mapa es muy utilizado, Mein Herr, el portador de la noticia, le responde: “Por el momento, nunca ha sido desplegado. ¡Los campesinos se opusieron diciendo que cubriría el país entero y que taparía la luz del sol! Así que ahora ocupamos el país mismo como su propio mapa, y le aseguro que funciona casi igual de bien”. Entre estos dos mapas, el que liberado de la inscripción del territorio sirve como señal de sí mismo, y el que encarnado por el mismo territorio excede toda posibilidad de la representación, se abren quizás los límites absolutos sobre los que es posible el juego de la escritura. En Ejercicios de Aridez / Mapas de Aridez, Celeste Rojas Mugica y Martín Cinzano, en cartógrafos avisados, trabajan la conciencia de estos espacios abisales, buscando mantener una proximidad sensible con la herida inscrita: ahí donde finalmente el mapa físico y el mapa político se imbrican. La sequedad adhesiva de la aridez ofrece así su reflejo monstruoso en el cuerpo de las fotografías y el de los poemas, que sin perder de vista la escritura ya infringida que los precede, no renuncian sin embargo a seguir una línea clandestina que repuebla. Así como el sueño de un envión de la cuenca amazónica, que consiga estrellarse contra la cordillera, y “desbaratar esta fachada // penetrar por un forado / y esparcir el manto selvático // extendiéndose sin más / por cordones montañosos // como tentáculos tropicales /rumbo al valle y fundar // otra vez // una patria bastarda”.

Julio 2019

(Santiago, 1991). Estudió Filosofía en la Universidad de Chile. Entre el año 2008 y el 2013 participó en la gestación y redacción de la revista Multitud. Ha publicado algunos de sus artículos, crónicas y ensayos en medios independientes. Desde el año 2014 trabaja en la edición de la revista Carcaj.cl. Actualmente reside en París, donde cursa una maestría en Arte y Lenguaje en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales (EHESS).

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