Foto: Martin Bonnefoy / @mbonnef (Detalle)

05 de julio 2021

Misiva Nocturna: a lxs que se han apagado.

por Gonzalo Luna Sandoval

La invitación de Carcaj llegaba en medio de tiempos de los que aún quedan ecos. Aunque quién sabe si este tiempo aún es el de entonces…

«Recuperar la noche» anunciaba la convocatoria sobre un extravío o un arrebato, el de la noche o la situación nocturna. ¿Sería acaso una invitación a conmemorar una situación que ya parece difícil de experimentar, la noche precisamente? Conmemorar -realizando la gimnástica etimológica correspondiente- significaría algo así como volver a hacer presente, recordar con ocasión de o volver a poner en la memoria. Rescatar a alguien o algo de algún lugar, traerle al momento vivo de la existencia, aunque la característica de aquello rescatado, se corresponda esencialmente con su no-existencia. Eso que es cualquier otra cosa que la existencia, un no-existir. ¿Será que conmemoramos la no-existencia de la noche, o será de otra índole aquello que conmemoramos, que pretendemos –volver a– hacer aparecer?

Habría querido aventurarme con alguna respuesta a esto desde una militancia del pensamiento. Desde un ejercicio físico extremo y raro[1]. Quizás traer a colación conceptos acerca de las gestiones gubernamentales, o cierto régimen bio y tanatopolítico que los matinales enrostran diariamente. Pero, recuperar la noche, parece no tan solo enfatizar sobre la recuperación de una situación nocturna. Tampoco sobre des-cubrir el truco que sale del sombrero-aparato de Estado y que efectúan frente a nuestros ojos. Recuperar la noche, puede que esconda una recuperación más profunda y a la vez más expuesta: un oxímoron corporal de profundidad y exposición

Somos experiencia del cuerpo, pura precariedad.

El 13 de febrero del 2021, nos encontró la muerte. O te encontró a ti con ella, y a nosotrxs sin poder darles alcance. Entre el toque de queda sacado del sombrero gubernamental y la ficción policial del control total, asistíamos a una búsqueda y una contemplación: la del cuerpo. La calle, durante en el horario prohibido, tiene eso de las madrugadas de un martes cuando no operaba el «toque de queda». En donde el cuerpo se sustraía del espacio común porque aún era demasiado temprano para los costos de un régimen laboral. No fue el coronavirus quien te despojó de la vida, fue el cáncer. Evidenciamos cuestiones que sabíamos de antemano, la historia de la salud pública, la experiencia de la precariedad.

Entre la pandemia y la nece(si)dad de hacer seguir funcionando la máquina, el desbordamiento de las áreas de salud sería evidente. Priorización de las atenciones en torno al virus y postergación de otras patologías. Desplazar las vidas en pos del hacer vivir y dejar morir. Si las condiciones de los servicios de salud, ya traían consigo listas de espera que entre cuatro paredes se gestionaban y reducían por “razones administrativas[2], al día de hoy serán sin duda menos la cantidad de personas que integraban aquellas listas.

También el cáncer, hace algunos años atrás trató de vérselas con el cuerpo en que anidan esos ojitos claritos. Era un cáncer de mama, que fue detectado a tiempo, y con las consecuencias de esta anticipación junto a los cuidados de quienes en otros tiempos agenció en manada le sacan la lengua hoy a la muerte. El puro azar posibilitó la atención bajo una política pública como el AUGE. En la búsqueda de la segunda opinión, que marca el éxodo de las listas de espera hacia los servicios de salud privado, apareció la coincidencia de una derivación hacia el servicio de salud donde ya había sido consultado tu caso.

También N se las vio con el cáncer, no te cuento el aguante de ese cuerpo. Sin embargo, no fue el cáncer quien pudo con ese cuerpo, fue él-cuerpo quien lo decidió. Cuerpo Soberano, me gusta recordarte así.

Hoy, entre amenazas virales y mareos de cifras, la noche y el espacio común parecían haber sido despojados de nuestra experimentación. Pero sabemos, tú y yo, que nos continuamos encontrando y que ninguna cuarentena pudo con los encuentros, sean éstos en un rotundo desinterés hacia la comunión de experiencias o bajo los precarios cuidados que nos brindamos ante los desplazamientos de las atenciones de salud. Mientras el ministro Enrique Paris, quien sirviéndose de su arsenal quirúrgico de pinzas Kelly -un instrumento imprescindible en su profesión- catalogó con el eufemismo de “fiestas privadas” a la conglomeración de personas en Cachagua, esto a principios del presente año para evitar, sin duda, una hemorragia de determinado cuerpo social.

Debemos prestar atención a la potencia que hay en los cuidados, que bien podrían experimentarse bajo el affidamento que la Librería de Mujeres de Milán anunciara en la introducción de su “No creas tener derechos[3], y que posteriormente retomará Manada de lobas en su “Foucault para encapuchadas”, mostrando un modo estratégico hacia donde podemos dirigir nuestra fuerza vital, declarando que: “Frente al comunidad terrible que se propagó como plaga por el planeta, diezmándonos en nuestra capacidad de responderle y enfrentarla, hecha de buenas conciencias e intenciones, hecha de adulación, ausencia sin gestos, mediocridad, hecha de vigilancia y control recíproco para quienes desertan (o desiertan), oponer una máquina ascética hecha de simpatía, ligereza, y affidamento, que roce íntimamente lo que nos rodea y se aleje raudamente de las formas por todas conocidas de las tristezas”. Alejarse de las tristezas constituyendo una especie de desvío.

Creemos en que los desvíos son por la vida, de lo contrario el movimiento sería solo en una dirección: la muerte. Cualquier movimiento es desvío: es vitalismo. Concluir la caída sin desviarse es asistir a un factum. Por su parte, el desvío se aventura hacia una región espontánea. Clinamen y Connatus. Y aunque parezca paradójico, podemos también desviarnos hacia la muerte, en donde el desvío, es también desvío de una muerte como factum. Desvío de un cierto modo de morir. Podemos desviar nuestra vida para morir de otra forma. Despreciar la muerte como el factum que hasta ahora hemos experimentado.

Cuando falleciste era la noche del sábado 13 de febrero, también fue madrugada del domingo 14. El día del amor nos reunió en torno a la muerte: oxímoron corporal de vida y muerte…

Traer en estas palabras a la muerte, no es más que un gesto para hacer aparecer la vida. Es La gran salud de Nietzsche (La Ciencia Jovial, Libro V; 382), aquella que en la inmensidad nocturna nos compartimos, precisamente porque la noche, en cierta medida, detiene la máquina. Y a pesar de que la máquina no se detiene, la noche es como un territorio vital. Tan desconocido como propio, y en donde salimos a la búsqueda de esa gran salud más alegre que todas las saludes habidas hasta ahora.

A dónde va finalmente tanta historia. ¿Qué es lo que ansiábamos recuperar? ¿la noche?, pero si la noche está aquí, ahora. La transitamos con o sin toque de queda; con fuga constante o con detención; con noche en la cana y parte o con las medallas y honores de lxs escapadxs. La cuestión va más allá y también más acá. Recuperar la noche y recuperar la vida. Recuperar a la vida del abuso de la vida, de su proxenetización, del cafisheo capilístico, romper con esa extracción del Deseo. Suely lo evidencia del siguiente modo: “En su nueva versión, es de la propia vida que el capital se apropia; más precisamente, de su potencia de creación y transformación en la emergencia misma de su impulso –es decir, en su esencia germinal–, como así también de la cooperación de la cual dicha potencia depende para efectuarse en su singularidad. La fuerza vital de creación y de cooperación es así canalizada por el régimen para construir un mundo acorde con sus designios. En otras palabras, en su nueva versión, es la propia pulsión de creación individual y colectiva de nuevas formas de existencia, y sus funciones, sus códigos y sus representaciones lo que el capital explota, haciendo de ella su motor. Por eso la fuente de la cual el régimen extrae su fuerza deja de ser exclusivamente económica para serlo también intrínseca e indisociablemente cultural y subjetiva –por no decir ontológica–, lo cual la dota de un poder perverso más amplio, más sutil y más difícil de combatir.”

¿Qué otra cosa queda por recuperar sino la vida, nuestras nuevas formas de existencia?

Por ese tiempo también unx compañerx se desvío. Fugó por un rato de esta vida cafisheada por la ciudad y nosotrxs sus habitantes, salió a su búsqueda entre bosques y aguas. Encontró (sus) nuevas vidas en el éxodo. Sin embargo, no alcanzó a reencontrarse con otras. Una de esas vidas en fuga, o en recuperación de sí misma y la tierra, era Emilia. No se reencontraron, porque la muerte encontró primero a la Bau. Se habían conocido hace ya un tiempo, y tenían ese encuentro por llegar y que no llegó. Recuerdo que llamó contándome lo que había pasado. Llamada de muerte, porque sobre la misma me preguntó o le conté que la muerte también había pasado por acá. Nos encontró el relato común de la muerte, en torno a situaciones evidentemente distintas, pero con la mira dirigida hacia un lugar ya acostumbrado.

Recuperar la noche, recuperar la vida, recuperar el territorio. Podría esta tríada anticipar un movimiento hacía lo imprevisto, nuestro desvío. Aquel paradigma político sobre el que nos encontramos es el de la excepción. La evidencia suficiente está en la suspensión constante de aquel ordenamiento organizado. Lo que una vez fue organizado y gestionado ha debido ser reacomodado, para que su gestión continúe desde otro escenario. La excepción no actúa como suspensión, sino que inclusive en la excepcionalidad donde algunas reglamentaciones han sido suspendidas, existe producción o extracción de esa experiencia. De ahí lo fundamental del análisis germinal que propone Rolnik.

El orden que otorgaba capacidades determinadas ha sido suspendido, precisamente, en función de su incapacidad, su inoperancia en la contingencia.  Es posible que desde hace un tiempo se le vean los engranajes, y cuando la máquina es conocida a partir de la precariedad que engendra, el sabotaje está al alcance de la mano. No hay restricción que logre ocultar lo ingobernable. No hay cuarentena que resista los afectos por un encuentro.

Foto: Martin Bonnefoy / @mbonnef

Bibliografía:

  • Deleuze, Gilles: Conversaciones. Pre-Textos.
  • Librería de Mujeres de Milán: No Creas Tener Derechos. Horas y Horas ed.
  • Manada de Lobas: Foucault para Encapuchadas. Queen Ludd.
  • Nietzsche, Friedrich: La Ciencia Jovial. Traducción: José Jara. Editorial UV
  • Rolnik, Suely: Esferas de la insurrección. Tinta Limón.

[1] Gilles Deleuze en una entrevista junto a Claire Parnet (Un retrato de Foucault – 1986), comentaba acerca de lo peligroso en el pensamiento de Michel Foucault: “Todo el mundo reconoce los riesgos de algunos ejercicios físicos extremos, pero también el pensamiento es un ejercicio extremo y raro. Pensar es afrontar una línea en la que necesariamente se juegan la muerte y la vida, la razón y la locura, una línea en la que uno se halla implicado. Pensar sólo es posible en esa línea mágica, que no forzosamente conduce a la perdición: no estamos fatalmente condenados a la locura o a la muerte.”

[2] En el año 2017 Jaime Mañalich era quien lo confirmaba. Como ministro de Salud, ratificaba este ejercicio administrativo bajo el argumento del éxodo que existía hacia prestaciones de servicios de salud privados y a los fallecidos que integraban estas listas. Evidenciando en la contabilidad gubernamental el poco interés en la resolución del problema de las listas de espera. Poco importa que hayan fallecido personas por estar, precisamente, en listas de espera.

[3] Librería de Mujeres de Milán – No creas tener derechos. Hora y Horas ed., 1991.

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