Foto: Lee Busel

02 de noviembre 2019

Si no hay pan para el pobre no habrá paz para los ricos

por Miguel Ángel Gutiérrez

Ayer hubo un temblor y la tentación de ocupar el fenómeno natural como analogía del hito social fue urgente. Se habló de remezón en la moneda, de terremoto social, de temblor estructural. De ese artificio rescato la idea de que algo se tambalea, agita, y en fin, se mueve. Nadie puede decir que se encuentra en el mismo lugar que hace dos semanas, por más que el miedo o la angustia a veces devengan en parálisis.

Movimientos sociales se les decía hace tres semanas a las organizaciones que convocaban a marchar y protestar, hoy los medios no hablan de movimiento, hablan de estallido, crisis, incluso explosión. La palabra movimiento se reemplaza, pero se deja el apellido, lo social, un concepto tan manoseado como el de participación o el de política, que en su misma enunciación no dice nada y que solo en detalle destila ideología.

El llamado ha sido a un nuevo pacto social, a dejar las diferencias de lado para construir un nuevo Chile, porque el gobierno ha escuchado las demandas ciudadanas de la amplia mayoría, o algo así dicen cada vez que pueden. No es casual el eslogan pues marca una clara dicotomía: por un lado los movimientos sociales y sus demandas, por el otro la idea del pacto social. La estrategia es evidente desde las palabras, mientras decir movimiento es hablar de cambio de lugar, posición o ritmo, de flujo y corriente; hablar de pacto es recurrir a lo estático, establecido, demarcado, quieto. No en vano el otro eslogan que circula es el de Paz para Chile, paz, que tiene la misma raíz etimológica que pacto. La idea no es nueva, vale recordar la pacificación de la Araucanía, el Paz para la Araucanía o las salidas pactadas a conflictos (esa por la que darían millones de dólares por tener hoy).

Uno de los rayados insignes de protesta desde hace unos años es “si no hay pan para el pobre no habrá paz para los ricos”, esta frase encarna una reflexión interesante en la medida en que iguala la relación pobre-pan con ricos-paz, lo hace en clave de deseo y por tanto de falta, es decir, si el pobre necesita pan y el rico se lo niega por su deseo de paz, entonces los pobres, negando la paz al rico, no hacen más que movilizarse por la necesidad de tener pan.

No es el pobre quien instala originalmente esta dicotomía sino el rico con sus deseos de paz. ¿Qué esconde dicho deseo? El estancamiento, la quietud, el silencio, esa paz por la que Cubillos reclamó semanas cuando la encararon en un cementerio, ese no ser molestado por el resto, los otros, los que no son como ellos. El pacto social nunca ha sido ni será porque la idea de paz que tienen los ricos es la misma que tienen de normalidad. Lo normal y el pacto se tocan en la medida que son lo establecido, lo acordado, lo convenido -y por quiénes-. El discurso de volver a la normalidad y el de alcanzar un nuevo pacto social son la misma cosa, simplemente el primero está en presente y el segundo en futuro.

Piñera señalaba que los chilenos querían vivir en paz y tranquilidad (otra variante de la quietud) y que por esa razón, por la disrupción de esa vida, se decretaba el Estado de excepción. La excepción a la regla, a la norma, a la normalidad. Como si fuese un paréntesis, un estado de suspenso. Cuando nos dicen que volvamos a la normalidad nos piden que volvamos a ser como antes, cuando nos piden paz en realidad quieren que no los molestemos, que vayamos a marchar a otro lado como dijo Matthei.

Las calles sin embargo están colmadas de gente desde hace dos semanas. Los muertos, heridos, torturados y violentados se acumulan por la negligencia y la maldad del gobierno y sus cómplices. El nunca más nunca fue y hoy somos víctimas de la incapacidad gubernamental histórica de mirar al agujero negro de la memoria, que mientras el tiempo avanza engulle todo a su paso.

Los movimientos sociales convocan marchas para toda la semana, el flujo de personas no para. El pasto muerto por pisadas y lacrimógenas de Plaza Italia contrasta con el verde custodiado por vallas papales de La Moneda. El higienismo de los ricos, cuya vertiente más manifiesta es el racismo, también pretende borrar el rastro de la protesta en las paredes. No podrán recuperar cada paradero, semáforo, pared y el color del pasto. No podrán volver ni a su paz, ni a su quietud, ni a su silencio, justamente porque algo se movió de lugar. Si la dicotomía es la del estatismo y la del movimiento, la del pacto social contra la protesta, la única alternativa es mantener el movimiento, de la manera en que cada uno pueda, en la calle, la asamblea o el trabajo. A la quietud del punto fijo policial opongamos el fluir de la masa.

Que no nos roben los Daewoo causó la risa de todo el país porque ese nosotros fue tan magistralmente enunciado que nadie tuvo ninguna duda del objeto de la sátira. Cuando dicen paz para Chile, nuevo pacto social o que volvamos a la normalidad recordemos que son los mismos, los que encarnan la paranoia del que tiene demasiado y piensa que lo merece, pero que en algún momento puede perder.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *