Sobre Ratas, Lobos y Caballos en los inicios del psicoanálisis
El 1 de octubre pasado se cumplieron 110 años desde que Freud inició el tratamiento con Ernst Lanzer, el denominado caso del “Hombre de las Ratas”, del que abundan interpretaciones sobre el funcionamiento de una estructura de neurosis obsesiva. Se pretende acá resaltar en relieve, no tanto una particular estructura psíquica y toda su dinámica en el psicoanálisis, sino la dimensión simbólica que puede adquirir para un individuo un determinado animal, es decir, un animalesco injerto sutil que puede plegarse en nuestra vida: los animales son para nosotros mucho más que animales.
En este caso en particular, el sujeto sufría un temor obsesivo con la imagen de una tortura. Durante su estadía en el servicio militar, un oficial compañero suyo –según describe propenso a un sadismo, a favor de los castigos corporales–, le cuenta que había leído sobre un castigo terrorífico que se practicaba en Oriente. Al “Hombre de las Ratas”, según describe Freud, le cuesta contarle esto, de hecho, se interrumpe y ruega no ser exigido en contarlo con mucho detalle: “el condenado es atado, sobre su trasero es puesto un tarro dado vuelta, en este luego hacen entrar ratas {Ratten}, que penetraban”. El mismo castigo, en su fantasía, lo ve representado en su amada y en su padre, ya muerto en ese momento. Sobre esta fantasía obsesiva, por la cual Lanzer adquirió su seudónimo, se trasluce una cadena significante que luego se despliega en el caso (Ratten – Raten [plazos o dinero] heiraten [casarse] – Spielratte [jugador obsesivo de las apuestas, “rata de juego”]), pero se ha subestimado el significante mismo de la rata {Ratte}, en sus repercusiones como un animal urbano que compele a ser del desecho, roñoso, que roe, muerde, más bien, fijémonos en las repercusiones de su carácter animal, pero, ¿por qué? Lo que Freud describe de la rata como una “palabra-estímulo complejo” es justamente cómo ese animal-roedor puede penetrar simbólicamente en nuestra conciencia y desencadenar un rodeo obsesivo.
Para el “Hombre de las Ratas”, las mismas no eran cualquier animal en su historia. Sentía compasión por ellas, porque eran perseguidas y castigadas cruelmente. Él mismo se consideraba un tipo asqueroso y roñoso, que en sus rabias podía “morder” a los demás. Hallaba la “viva imagen de sí mismo” en ellas: en su experiencia infantil había mordido tal como una rata a alguien, recibiendo castigo de su padre. Eran como sus hijos, repartidos por la ciudad, o bien, sus caras moviéndose por las rendijas y entretechos. El roedor es un rostro, un rastro que roe, que raspa, que rasca y se arrastra. Este hombre en su delirio obsesivo, es marcado por la Rata en su animalidad, arrastrando toda una historia con el animal desde la infancia.
En el texto Tótem y tabú (1913) Freud describe la conducta infantil hacia el animal: los niños no se muestran arrogantes, no hacen una separación tajante entre lo humano y lo animal, a los que pueden ver incluso como más cercanos a ellos que a los enigmáticos adultos. No es necesario mencionar todos los cuentos populares infantiles que abundan sobre personajes animales antropomorfos, con los que los niños fácilmente pueden identificarse. Hay una concordancia pero que está teñida igualmente de perturbación y misterio. Muchas de las elucubraciones o teorías infantiles sobre la sexualidad son extraídas de los comportamientos y aspectos animales, hasta el famoso cuento que los padres cuentan a los hijos sobre cómo ellos llegaron al mundo, a saber, el cuento de la cigüeña, está entintado de lo mismo. Freud describe el rasgo totémico infantil en que un niño se podía identificar con cierto animal, interesarle y temerle, quererlo y no quererlo. Desde ese lugar muchas zoofobias típicas en la infancia, según Freud, por desplazamientos de conductas ambivalentes relacionadas sobre todo con el padre. Acá, sin embargo, hay un desplazamiento de la atención que deja de ver al animal mismo, que porta en sí una dimensión simbólica posible de ser el reservorio de conexiones mucho más profundas y contradictorias en nuestra psicología. La pregunta sobre el totemismo infantil abre un posible interés sobre conductas culturales hacia ciertos animales –tanto de ayer como hoy–, pero también aporta misterio en cómo pueden penetrar en nuestra conciencia más allá de nuestra voluntad.
Sobre las conductas fóbicas con los animales, Freud ejemplificaba citando su análisis del pequeño Hans (Herbert Graf). “Juanito”, como suelen llamarlo en ciertas traducciones, era un niño de 5 años que temía de los caballos, al punto de no salir de la casa por la posibilidad de encontrarse con uno, o de que un caballo se le apareciera entrando a su pieza de noche para morderlo. Durante el análisis, se comenzaron a esclarecer mayores detalles que vinculaban su temor sobre todo cuando un caballo se caía y tumbaba en el suelo donde se veía como muerto o de “algo negro” que tenían en la boca. La explicación se relacionaba con ciertas mociones ambivalentes de amor-odio hacia su padre que angustiosamente se trasmudaban en la figura del animal. Pero esto nuevamente nos desvía de la atención e importancia que tiene el equino en sí en el niño. Antes de su fobia, o lo que el pequeño Hans solía referirse como la “tontería”, tenía mucho interés por los caballos, los admiraba como animales grandes, incluso le gustaba jugar al juego del caballo, en donde montaba encima de amigos o de su padre. Después imitaría el galope del animal, en sus juegos dentro de casa, como si el caballo fuera su guía primordial con un cierto estatuto de modelo para el niño, ¿se proyectaría esta identificación totémica hacia la vida adulta?
Dos dibujos que el padre de Hans realiza para su hijo, buscando que le indique detalles de su fobia.
El pequeño Hans también está interesado en otros animales grandes, como las jirafas que ve en una visita al zoológico de Viena –el Schönbrunn Zoo–, a las que también va a temer, por ser un animal muy grande. Se cuenta además con el especial interés sobre este animal en la Viena de la época, que provocó que se hicieran perfumes à la Giraffe, peinados que aludían a la jirafa, tortas y pasteles dedicados a la jirafa, incluso unas piezas musicales o creaciones arquitectónicas inspiradas en el animal. El pequeño Hans elucubraría en algún momento, en un estado adormilado semiconsciente, la fantasía de las dos jirafas. Consistía en que dos jirafas aparecían en su pieza, y cuando él intentaba sentarse encima de una, la otra comenzaba a gritar. Quizás se trate en cómo Hans deviene caballo, o deviene jirafa, deviene grande.
Inspirándose del afecto animal, el infanto en principio no establece los límites antropocéntricos de él respecto del viviente animal, es decir, no hay una frontera clara de un presunto especismo (o espejismo), no tanto en que reconoce a los humanos de otros seres, sino que con los otros vivientes puede vincularse simbólicamente de una manera que muchas veces en la adultez es sepultada, donde ocurriría cierta escisión de nuestra propia animalidad. Trazos que en estos casos sugieren cómo repercuten otros seres animales desde nuestra infancia y que podrían proyectarse más allá en nuestras maneras de ser.
Releyendo con estos pensamientos los casos que analizó Freud, nos encontramos con la historia del “Hombre de los Lobos”. Acá se trata además de cómo la conciencia animal invade el registro onírico. Serguéi Pankeyév le relata a Freud un sueño primordial de infancia, alrededor de los 4 años, que le angustiaba con terror: “He soñado que es de noche y estoy en mi cama (Mi cama tenía los pies hacia la ventana, frente a la ventana había una hilera de viejos nogales. Sé que era invierno cuando soñé, y de noche.) De repente, la ventana se abre sola y veo con gran terror que sobre el nogal grande están sentados unos cuantos lobos blancos. Eran seis o siete. Los lobos eran totalmente blancos y parecían más bien como unos zorros o perros ovejeros, pues tenían grandes rabos como zorros y sus orejas tiesas como de perros al acecho. Presa de gran angustia, evidentemente de ser devorado por los lobos, rompo a gritar y despierto.”
Al sueño del “Hombre de los Lobos”, descrito como el de una neurosis infantil, se le agregan otras cosas, por ejemplo, se angustiaba al ver la figura del lobo en un libro de cuentos tradicionales, quizás del cuento de la Caperucita Roja. El nexo que instala Freud es con ese cuento y también con “El lobo y los siete cabritos” que Pankeyév había escuchado a esa edad, en donde está el devorar, el árbol, entre otros elementos, pero lo interesante es que esta zoofobia es con un animal que el niño, digamos, no tiene acceso perceptivo sino sólo a través de los cuentos y sus ilustraciones. Freud vincula nuevamente este temor al lobo como sustituto del padre, basado sobre todo en sus juegos infantiles en que él le decía como amenaza en broma: “Te como”. Pero hay unas cadenas de animalidad interesantes que notar, pone en una zona confusa a los lobos que a la vez pueden ser zorros o perros ovejeros. Hay una cadena de metamorfosis que opera con angustia en estos animales que son lobos pero no son lobos. Lobos que son mucho más que lobos. La relevancia de este animal es aún mayor si se piensa que el niño nunca ha visto lobos, pero se presentan con una realidad afectiva radical, a saber, con angustia desmedida en una conciencia animal sobre eso que es el lobo, que puede mezclarse y ser zorro o perro. El lobo que es un animal social y caza en manada presas más grandes, el zorro que es un animal solitario, que si caza son criaturas pequeñas, y el perro, un depredador domesticado, que ya no depreda, que es familiar y protege el rebaño. Establece un campo de relaciones que indican la aparición de un nuevo animal (¿El Hombre de los Lobos?). Homo homini lupus o el hombre es el lobo del (su propio) hombre. Detalles que pueden dar a pensar más son que la fobia ante el lobo desaparece cuando el niño se introduce en la religión compulsivamente, “deja de depredar”, aunque no sin dudas sobre la trinidad cristiana. También, ante la mariposa reportaba una fobia angustiosa. Cuando la perseguía por el campo hasta que podía verla estática sobre una flor, se iba corriendo aterrorizado dando gritos.
El recorrido por estos casos nos va ilustrando esta faceta inusitada de nuestros procesos psicológicos, una cierta dimensión animal que de alguna manera nos contagia, tal como a estos niños, nos instaura una forma de ver primordial y de la cual nos repercute en recovecos de identificación, o de una experiencia sin palabras como la angustia. Más bien, hasta qué punto estaríamos dejando de ver esto por una escisión, un corte forzado. Como en la octava elegía de Rilke, con sus versos alrededor de esa misma época de los inicios del psicoanálisis:
Con plenos ojos ve la criatura
lo abierto. Nuestros ojos están vueltos
del revés, rodeando la salida
abierta, colocados como trampas.
Sabemos lo de fuera solamente
por el rostro del animal. Ya al niño
le torcemos, obligando a que mire
atrás la formación, y no lo abierto,
tan profundo en el animal. Sin muerte.
Sólo nosotros vemos muerte: el libre
animal tiene tras de sí su muerte
(…)
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Freud, Sigmund. “Análisis de la fobia de un niño de cinco años (el pequeño Hans)”, “A propósito de un caso de neurosis obsesiva (el “Hombre de las Ratas”). En Obras completas, vol. X. Buenos Aires: Amorrortu. (1909).
Freud, Sigmund. “Tótem y tabú”. En Obras completas, vol. XIII. Buenos Aires: Amorrortu. (1913-1914).
Freud, Sigmund. “De la historia de una neurosis infantil (el “Hombre de los Lobos”) y otras obras”. En Obras completas, vol. XVII. Buenos Aires: Amorrortu. (1917-1919).
Rilke, Rainer Maria. Elegías de Duino. Traducción de José María Valverde. Barcelona: Lumen. (1923/1994).