Foto: Juan Rulfo
Apuntes de Lectura II
Fundación de un desierto
Cuando Juan Preciado viaja a Comala a buscar a su padre lo anima una fantasía material: quiere cobrar caro el olvido. ¿A cuánto cotiza el olvido (y sobre todo el recuerdo) en época de encierro? Lleva los ojos de su madre para mirar el paisaje, como si esos ojos pudieran proyectar el pasado sobre el peladero que estaba frente a él, pero los recuerdos de su madre no se condicen con lo que ve: un pueblo muerto.
Así lo reconoce el propio Rulfo, la muerte es la protagonista de Pedro Páramo, un texto construido con retazos de voces muertas, narrado no por uno, sino por, al menos, cuatro muertos. Pienso en ese cuadro de Remedios Varo en el que los espectros salen de debajo de las baldosas, de entre las rendijas, como las voces que llenan el aire de Comala. El cuadro se llama «Armonía» y fue pintado (o fechado) en 1956, solamente un año después de la publicación de la novela de Rulfo.
Pedro Páramo es el fundador de un páramo, es una enorme piedra erosionada por el viento (o por las voces de los muertos) que se desgrana y funda un peladero. Pedro Páramo es el nombre de esa tierra. Dolores Preciado es también un oxímoron terrible que presagiaba el olvido. Así es como se funda un desierto, con un cacique rencoroso que se deja morir. Claro, entre tanto había sobrevivido a la Revolución mexicana y a las guerras cristeras, pero nada de eso puso en peligro su propiedad privada.
Fundación del tótem de la violencia
Stanley Kubrick presenta en esa gran película que es 2001. Odisea del espacio el mito de la fundación de la violencia. Dos grupos de monos se pelean a muerte, unos vengan la muerte de un ejemplar adulto de esa especie. Antes de manejar el fuego aprendieron a utilizar su fuerza para doblegar al otro.
Todo esto ya lo tenían claro en Babilonia hace miles y miles de años. Veamos a Hammurabi redactando su famoso código de leyes. Son las leyes que Marduk le dictara para proteger la propiedad privada, y que se pueden resumir en una especie de «ojo por ojo, diente por diente». El mismo Marduk fue quien creó a los humanos tras derrotar a su madre, Tiamat, y recibir por parte de los restantes dioses sus cincuenta nombres. Él era todos y cada uno de esos nombres, por siempre y simultáneamente. Esta fundación de la especie de la especie humana es detallada en uno de los mitos fundacionales babilónicos, el Enuma elish.
Pero en el código de Hammurabi no todo es defensa de la propiedad privada, también hay algunos artículos que podrían resumirse como una consigna de la Revolución mexicana: la tierra para quien la trabaja. Ojo por ojo, tierra para el campesino.
Fundación de la escoliosis
Me gusta pensar en la Cordillera de Los Andes como la columna vertebral de nuestro continente. La misma tierra a ambos lados, le imponen una tarea indigna de su portento: dividir a los pueblos. Y ese lazo cultural remite a ciertas obras que sin lugar a dudas dialogan, se leen en conjunto, se complementan y potencian.
Se me vienen rápidamente a la mente dos pares de libros (¿qué otra cosa podría ser?). Cada libro por separado es de por sí una obra genial, y cada par es una obra nueva que aún no terminamos de entender, pero que vislumbramos a lo lejos. Los invito a caminar hacia ellas.
El primer par está compuesto por El banquete de Severo Arcángelo (1965) de Leopoldo Marechal y La orquesta de cristal (1976) de Enrique Lihn. Obras en las que la tensión está puesta sobre las irracionalidades de una mente burguesa aburrida y megalómana. Y tenemos el tono, el estilo común: una adjetivación barroca para describir situaciones extrañísimas y planes sin sentido, una lógica interna propia a contramano de la cordura. ¿En qué punto Marechal y Lihn toman las armas?, ¿contra qué o quiénes?, ¿para qué?
El segundo par está compuesto por La tirana (1983) de Diego Maquieira y Trento (2001) de Leónidas Lamborghini. Breves libros que giran en torno a las prohibiciones, al oprobio de la religión, que intentan poner al descubierto la blasfemia más grande del ser humano. También el tono virulento y sarcástico, recuperando la esencia del libelo y dándole la entidad de un género mayor. ¿Quién está del otro lado de estas cartas documento?, ¿cuál es la segunda persona y dónde está? Es más, ¿qué hace mientras yo leo estos versos?
Preguntas que de nada sirven y en el aire quedarán flotando, a nadie salvan y a nadie perturban. Estas preguntas solamente guían un camino sinuoso de la interpretación, ofrecen el sendero torcido de la cultura suramericana. El camino del (lector) inca(paz).