Acuarela: Seven Styles
Balada de un translumpen
Por estas calles camino yo y todos los que como yo son translumpen por esencia me siento un completo animal, una bestia desclasada, que trota por la ciudad alocadamente sudorosa que va pensando muy poco en el otro o mucho, mis cascos al ponerme la mascarilla dan contra el cemento de las calles. Troto y los policías tratan de cercarme, les tiro piedras, y les tiro escupos, y ellos me lanzan toda clase de leyes, de trampas, un laberinto endemoniado donde la clase dirigente arma expediciones para darme caza armando aún más a sus perros policías, y cuando esto sucede parto a la carrera a una velocidad jamás igualada por los hombres, atravieso las clases y atravieso los géneros. Visiones maravillosas aparecen ante mis ojos. Y vuelo y vuelo. Mis prótesis delanteras ejercen presión sobre las traseras y paralelamente, a un mismo ritmo, mis genitales se transforman antes de asentarse en la tierra. Relincho. Y mi cuerpo va tomando una hermosísima elasticidad, me crecen pelos en el pecho y es un pasto ruboroso el que me ondea y es una música y es un torbellino de prefijos que avanzan y retroceden en mi vuelo. Atrás van quedando millares de avatares y sigo libre. Libre en estos bosques de oficinas que despierto con el sonido de mi voz. Piso el cemento y riego mis orines calientes, hirviendo como una especie de sopa. Descanso a mis anchas, bebo el agua de las fuentes, fumo hierba, esnifo, amo. Mis miembros se ejercitan. Muevo mi larga cabellera espantando a los cis-clasados. Les amigues vigilan con sus copas desde la distancia. Caen cigarrillos a la acera. Las revoluciones se suceden y suelo dar suaves galopes hasta la avenida. En invierno los senderos se hacen tortuosos. Todo se llena de piedras y adoquines rotos. En este tiempo galopo poco y ayudo en lo que puedo. Muchas veces me siento sola y llego hasta el río turbio de gasolina para pensar que yo no soy yo y que yo es otre. Corro por el río y pienso que no es lo mismo estar sola que sentirse así. A veces los niños vagan sueltos por la ciudad mientras les padres realizan tareas de reproducción del capital, me toman de la mano y jugamos, desafiando los daños de la educación, sanándolos. De elles si recibo el amor. En el verano el sol se pone rojo y se hace presente con su alegría y los habitantes de la ciudad suelen saludarme porque no les queda más remedio. Yo les contesto con un relincho poniéndome en cuatro. Y con la luz solar que todo lo invade suelo dar galopes hacia la vida. Allí donde mi presencia es esperada desafío la materialidad de lo real. Allí donde ni un sueño se revela vengo yo para soñarme, me sueño en los ojos secos que están cansinos de la identidad. Y es en verano cuando la vida se enciende y se apagan los panópticos ante la hermosura de la carne, entonces asciendo al cerro Santa Lucía donde diviso extensiones de rascacielos. Mi figura domina lo artificial. Cruza por el cielo un escuadrón de drones. Cae la noche. Mi sombra se multiplica. Chillan las señales luminosas. Y por un instante pensé que de verdad me estaba sintiendo sola. Cae la noche en estos lares, pareciera que la gente se difunde con la noche, se propaga, se manifiesta. Y toda la noche he ido creciendo. Y crecía y creía aún más aún más. ¿Hasta dónde crecerás? ¿No tienes miedo? No, contesté. Soy libre.
El día, el nuevo día como una puta que se anuncia sola. Por esta época suelen llegar a la ciudad refugiados en busca de trabajo. Recuerdo que logré juntarme con ellos y me contaron que se habían salvado de una redada anti-inmigracion, querían mandarlos a una especie de centro social y luego someterlos a exámenes médicos y trabajos degradantes durante 10, 12, 14 horas, y allí no eres libre de ir donde quieres sino que te empastillan, te obligan a pagar un alquiler, un seguro, y así durante toda tu vida mientras se benefician a expuertas. Hasta que llega el momento indicado para la reproducción, arriconandote en un piso de treinta metros cuadrados con une cis-hetero para que el día de mañana y el resto de tu vida vivas en tinieblas con poca luz, inseparable de ese ser y del resultado de la reproducción, y pasarás tus años inmisericorde y cuando manques te encerrarán en una residencia de ancianos. Ya llevaba hablando un buen trecho con lxs refugiadxs que huían despavoridas y me dijeron que el invierno lo pasarían trabajando de temporeros. Y se alejaron a la carrera. Yo sé lo peligroso que es para un translumpen alejarse de sus amigues, por eso me mantengo aquí. Yo me rebelo y persisto y amo terriblemente mis posibilidades de realizarme en un medio donde la civilización se mata y permanecen odios, y prefiero ser un translumpen. Mojaré la ciudad con mi sangre hirviendo con estas ganas inmensas de vivir, y me uniré con las manadas para galopar hacia la vida, para mantenernos unidas y vencer, para no estar solas, para volvernos verdes-azules-amarillas-anaranjadas-rojas y trotar hacia un nuevo aire fresco y un dis-curso sin límites.
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* El texto presentado toma como partida, frase por frase, “La balada de un caballo” de Jorge Pimentel para hablar, de algún modo, de la revuelta en Chile, revuelta vivida a través de mis amigues chilenos, escrita para elles. El término translumpen lo inventó un amigo.