Bienvenidos al pasado. Autonomía de la naturaleza, combustibles fósiles y Capitaloceno - Carcaj.cl
28 de enero 2022

Bienvenidos al pasado. Autonomía de la naturaleza, combustibles fósiles y Capitaloceno

por Davide Gallo Lassere / Traducido por Diego Ortolani Delfino

Aparecido en noviembre pasado en la revista “Contretemps”, el presente texto de Gallo Lassere corresponde a la primera parte de sus reflexiones, publicadas en dos ensayos, dedicadas a las obras de Andreas Malm, tres de las cuales fueron recientemente publicadas en francés [1]. Estas reflexiones cumplen con un doble rol: de un lado, introducen con gran claridad el pensamiento de Malm, concentrándose en particular sobre dos expresiones de la crisis ecológica: el cambio climático y la pandemia. De otro lado, interrogan críticamente tal pensamiento a partir del instrumental teórico del autonomismo “operaísta” italiano –el cual resulta radicalmente transformado por este “encuentro”-.  Este doble ensayo (del cual publicaremos la segunda parte en marzo) interviene de modo original en el vivaz debate sobre la ecología política que ya desde varios años se viene desarrollando.

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Bienvenidos al pasado.

Autonomía de la naturaleza, combustibles fósiles y Capitaloceno

La explosión (…) de las emisiones es la herencia atmosférica de la lucha de clases[2]

El autonomismo ecológico (ecological autonomism) es una teoría de la crisis aguda[3]


 “Esto lo cambia todo”, exclamó Naomi Klein en su famoso libro del 2014, con una frase feliz. “Todo puede cambiar”, tradujo más sobriamente su editor francés, el año siguiente. Mientras, las versiones italiana y alemana optaron por soluciones de regusto teológico-político, de las cuales emerge claramente la exhortación kairótica de transformar de raíz nuestros estilos de vida y nuestros métodos de producción: “Sólo la revolución nos salvará”, titulan. Los subtítulos, a su vez, no obstante sus tonos diversos, subrayan más o menos intensamente la irreductibilidad entre naturaleza y sociedad: “Capitalismo vs Clima”, “Capitalismo y cambio climático o Por qué el capitalismo no es sostenible”.

La argumentación de Klein se basa en un asunto que es tanto realístico-naturalista (la naturaleza existe, precede y comprende las formaciones humanas) como histórico-materialista: algunos elementos socio-económicos se han desarrollado en el tiempo, incidiendo gravemente sobre los equilibrios ambientales; los cuales, a su vez, están reaccionando actualmente sobre todos los seres vivientes, humanos y no humanos, provocando cataclismos de diversa magnitud según las contingencias sociales y geográficas. De aquí la necesidad de intervenir cuanto antes en el presente sobre las causas estructurales de las catástrofes actuales y futuras, cuyas causas radican en el pasado.

El desafío de esta doble contribución es afrontar algunos aspectos de la actual crisis ecológica basada sobre dos grandes macro fenómenos de nuestro tiempo, cuya comprensión reclama un enfoque ontológico-epistemológico similar al de Klein: el calentamiento global y la pandemia de Covid-19. Para afrontar tal tarea nos confiamos al estudio del historiador Andreas Malm, confrontándolo sin embargo a la gramática teórico-política elaborada desde los enfoques (neo)autonomistas -con los cuales, por lo demás, el mismo Malm flirtea en algunos puntos de sus numerosas obras-.[4]

Este primer artículo, “Bienvenidos al pasado..”, concentrándose sobre la acumulación de emisiones de CO2 en la atmósfera, asume una óptica diacrónica y se concentra sobre la historia a largo plazo del calentamiento global. Se trata de una genealogía política de la transición permanente hacia las fuentes de energía fósil, co-determinada por la insubordinación obrera y anticolonial.

El segundo artículo, “Retorno al presente. Espacios globales, naturaleza salvaje y crisis pandémica”, concentrándose sobre los procesos de deforestación, pérdida de biodiversidad y zoonosis, ofrece un diagnóstico del presente que sondea las múltiples disposiciones del espacio global. Se trata de un retrato de la globalización en términos 1) de la autonomía inalienable de la naturaleza salvaje respecto al acrecentado dominio del capital, y 2) de las tendencias siempre más probables a los desastres pandémicos que la profundización de este dominio implica. Articulando estos dos enfoques esperamos suministrar las coordenadas espacio-temporales mínimas para encuadrar la crisis ecológica.

Más allá de los elementos de la discusión eco-marxista sobre cambio climático y Covid 19, y más allá de la exposición de las tesis profundizadas por el autor sueco, esta doble contribución persigue otro objetivo, a saber: leer a Malm a través del autonomismo y leer el autonomismo a través de Malm. El primer movimiento de pensamiento subraya la centralidad epistemológica e historiográfica de los antagonismos en los procesos de transformación social. El segundo movimiento, en vez, aspira a suministrar indicaciones para colmar una de las principales lagunas del autonomismo, como es su escasa atención a las cuestiones ecológicas.

El primer punto apunta a criticar la hipótesis política provocadora de Malm, aquella de la necesidad de un “leninismo ecológico”, sobre la base de los presupuestos inmanentes a su propio discurso teórico. El segundo punto, al contrario, participa de una necesaria actualización de la caja de herramientas autonomista, como armería conceptual que puede revelarse útil para responder a los desafíos del presente. Lo que emerge de un contraste tal es una teoría de las crisis agudas del capitalismo, de sus violentas repercusiones sobre el ambiente social y biosférico, y de la importancia crucial que la conflictividad social ocupa en las dinámicas históricas. [5]

Contrariamente a las más refinadas elaboraciones teóricas, según Andreas Malm, calentamiento global y Covid-19 constituyen dos casos paradigmáticos de autonomía de la naturaleza. Ciertamente, los dos fenómenos, si bien manifiestan fuertes trazos comunes, son de orden diverso, y cualquier comparación apresurada arriesga aparecer falaz –sería, dice Malm, como equiparar una guerra a un proyectil-. El primero es de hecho un proceso que hunde sus raíces en un pasado lejano, mientras el segundo es un evento con una historia más breve. El cambio climático produce efectos que se prevé persistan por siglos, mientras la circulación global de los (corona)virus y el brote de epidemias o pandemias en los próximos decenios resultan imprevisibles.

Además, mientras la difusión de la pandemia de SARS-CoV-2 puede ser considerada una consecuencia singular, aun cuando particularmente dramática, del cambio climático en curso, el impacto de la pandemia sobre la reducción de emisiones de CO2 ha sido relativamente reducido. No obstante aquello, para Malm, los dos fenómenos traen a la luz un hecho ontológico ineludible: naturaleza y sociedad no están jamás completamente entrelazadas, la captura de la primera por la segunda no es jamás completa ni totalizante. No sólo se puede siempre, analíticamente hablando, hacer una distinción entre las dos entidades, sino que, desde un punto de vista práctico, se debe hacer. Toda política tiene una epistemología, cada epistemología es una política. Y las de Malm se basan en una crítica a las ontologías post-dualistas.

Para contrastar los procesos violentos que han determinado el calentamiento global y que abren escenarios desastrosos, se debe luego comprender qué le hace (y le ha hecho) la sociedad a la naturaleza, y qué le hace (y le ha hecho) la naturaleza a la sociedad. Las sociedades humanas en general, y la sociedad capitalista en particular, no producen la naturaleza, la perturban; no la producen, pero la transmutan, la modelan, la disturban y la desestabilizan. La construcción ideológico-cultural de la naturaleza no quita en modo alguno el vínculo inmanente a sus leyes mismas, precisamente a su autonomía: “las sociedades humanas han transformado los ciclos planetarios del carbono, pero no los átomos de carbono”, afirma Malm, citando a su colega Alf Jornborq. Esto es un hecho, no una interpretación, se podría añadir. La sociogénesis no es una demiurgia.

Es, antes bien, “una unidad de contrarios en movimiento, una combinación dinámica, un proceso en el cual los componentes sociales y naturales se enfrentan entre ellos”, al punto que “más la sociedad se sumerge en la naturaleza, más la naturaleza invade la sociedad, con su ejército espectral, cuyas primeras incursiones ya se hacen sentir”.[6]Algo que es todavía más transparente en el 2020 que en el 2017, cuando fueron escritas estas líneas sobre “la paradoja de la naturaleza historizada”.

Más allá de ciertas estereotipaciones de las posiciones constructivistas, hibridistas y neomaterialistas[7], lo que Malm quiere poner a la luz no es sólo la anterioridad histórica y una irreductible exterioridad de la naturaleza respecto de la sociedad, sino también su primado ontológico. Sin naturaleza, obviamente, ninguna sociedad. Pero también, y sobre todo desde un punto de vista anticapitalista, la defensa de la naturaleza comporta, entre otras cosas, una política de la separación. Dado que el capital no puede reproducirse sin contar con sus externalidades negativas, se debe en primer lugar disociar su impronta del sustrato material sobre el cual bascula –la emisión masiva de CO2 a la atmósfera terrestre, la descarga de sustancias tóxicas sobre los ecosistemas, etc.-.

Y después se debe reconocer el rol ineludible de las externalidades naturales positivas –la apropiación gratuita o a muy bajo costo de alimento, energía, minerales y otros recursos-. En esto, la historia oscura de la explotación de los recursos naturales procede paralelamente a aquella de la puesta en valor de la fuerza de trabajo[8]. La una y la otra se codeterminan, y en ambos casos la asimilación en los circuitos capitalistas va en detrimento de la autonomía tanto de las y los trabajadores como de la naturaleza: “el capital es un comando impuesto a la separación”[9]. Esta observación ontológico-política de Toni Negri, retomada por Malm, suministra el hilo rojo de las páginas siguientes, donde reconstruiremos las coordenadas histórico-naturalistas [10]al interior de las cuales se desenvuelve la tragedia desigual y combinada de nuestros tiempos.


Lucha de clases y acumulación originaria de capital fósil

El calentamiento global, fruto del antagonismo entre grupos humanos, no hace más que aumentar las tensiones sociales, económicas y políticas. Esta es la tesis de base de la obra historiográfica de Malm, de su diagnóstico del presente y de las perspectivas de colapso futuro al cual conduce. El aumento de la temperatura sobre la Tierra, determinado en primer lugar por el uso capitalista de ese “compendio de relaciones sociales desiguales”[11]que son los combustibles fósiles, es un producto impuro de los conflictos sociales pasados y presentes. Que se asuma un punto de vista   global o se concentre sobre la Inglaterra (pre)victoriana no importa: la lucha de clases prevalece. En todo el mundo, la adopción de los combustibles fósiles como motor primario de la acumulación de capital fue impuesta por la fuerza, en reacción al rechazo obrero al trabajo[12].

Si de hecho los seres humanos conocen desde hace mucho tiempo las propiedades pirolíticas del carbono, y si lo usan para calentar las habitaciones desde la pre-modernidad, es solo a partir de los años 1820-30 que su producción y su consumo fueron mucho más allá de las costumbres precedentes. Pero entonces, ¿qué sucedió en aquel momento? ¿Por qué una mutación de tal magnitud aconteció en concomitancia con las primeras leyes en defensa del trabajo? ¿Cómo fue posible que tal cambio epocal haya excedido los confines reducidos de Inglaterra para alcanzar los cuatro ángulos del mundo?

Nos parece que el recuento de Malm sobre la acumulación originaria de capital fósil no solo está en grado de dar cuenta de este pasaje de una fase histórica a la otra, sino también de producir efectos de subjetivación similares a los de las narraciones de Marx y los marxismos negros y feministas sobre el pasaje. Y una vez más, la cercanía a la lectura autonomista de las transformaciones sociales nos parece fructífero, dado que el enfoque de Malm retoma la clásica dialéctica autonomista de luchas/crisis/desarrollo, que hace de la innovación tecnológica el fulcro de la respuesta capitalista a la ingobernabilidad del trabajo.

No pudiendo restituir aquí la riqueza epistemológica, historiográfica y política de estos debates, nos contentaremos con subrayar cómo desde los primeros escritos autonomistas, el uso capitalista de las máquinas es puesto bajo los reflectores en cuanto cristalizaciones del despotismo de fábrica. Siguiendo las enseñanzas de Marx, Raniero Panzieri y Romano Alquati critican la presunta neutralidad de la ciencia y de la tecnología, y revelan así su puesta en juego política, ínsita en el proceso productivo del capital. Según los “Cuadernos Rojos” y “Clase Obrera” (clásicas revistas autonomistas de los 60-70), los procesos de reestructuración de la producción no encarnan el proceso productivo de una racionalidad super partes, sino que velan por enfrentar los comportamientos de resistencia de las y los trabajadores, por sobre-regimentar la fuerza de trabajo insubordinada y someterla a las nuevas normas de maximización de la ganancia.

Mario Tronti amplía este ángulo visual, denunciando la lógica férrea que ha forjado la reconfiguración integral de la fábrica y de la sociedad: son las racionalizaciones de la administración pública, las reformas educativas, de la sanidad pública, de la urbanística, así como la cuestión de la moneda o la programación de las inversiones, las que vienen a reforzar el plan del capital después de las dificultades emergidas desde 1929 en adelante. El comando capitalista integra así mayormente a la clase obrera en las mallas de su poder, pero a la vez abre las puertas a crisis de mayor magnitud. Aquello que Toni Negri por una parte y Sergio Bologna por la otra no dejarán de subrayar para el post ´68. Si Keynes representa la respuesta burguesa a Lenin, el giro imperial del neoliberalismo da sustancia a la reacción capitalista a las amenazas de las y los trabajadores de los años 60 y 70. De la misma manera, la precarización de la ocupación, la financiarización de la economía y el despliegue de la logística global constituyen la punta de diamante de una contrarrevolución desde arriba, de frente a la desestabilización política causada por los movimientos sociales de la época.

Ahora bien, la “revolución copernicana” que comportó considerar a los sujetos de las luchas sociales como prioritarios respecto al desarrollo objetivo del capital, está al centro de la transición originaria a lo fósil descrita por Malm. Con la introducción, sin embargo, de un elemento fundamental para relativizar el “sociocentrismo autonomista”,[13]esto es: la cuestión energética. Este impensado del autonomismo representa el corazón de la historiografía eco-marxista de Malm y es un complemento necesario para cualquier crítica anticapitalista. Las secuencias lucha/crisis/desarrollo no se limitan de hecho a conmocionar, según la enseñanza autonomista, las relaciones sociales, económicas y políticas de un determinado período, sino sacuden desde la cima al fondo los equilibrios ambientales y ecosistémicos, provocando vastas mutaciones ecológicas. Para reasumir la propuesta de Malm, podemos entonces decir que la sustitución del agua por el carbono como principal fuente de energía en la producción, es desde el inicio un proyecto de clase, cuyas repercusiones son –o serán- siempre más amplias.

Si “el calentamiento global es el resultado de las acciones del pasado”, es decir, si “no estamos nunca en el calor del momento, sino solo en el calor del pasado actual”, entonces “una eternidad (histórica) se está determinando en este momento”.[14]

Estamos de hecho en medio de un período de crisis aguda, y es a través del prisma de esta interdicción temporal que Malm elabora su recorrido teórico y político: para las clases subalternas en particular, y para la salvaguarda de muchas especies vegetales y animales, deviene siempre más urgente apagar lo más rápidamente posible el fuego que quema el planeta. De aquí la importancia de combatir el capital fósil como causa principal de los desastres actuales y futuros. ¿Pero, qué es exactamente el capital fósil? ¿Cómo pudo devenir así neurálgico para la economía general de las sociedades capitalistas? Y más en general, ¿qué se entiende por economías fósiles?

Según Malm, la economía fósil, caracterizada por un vertiginoso aumento de las emisiones de CO2, se refiere a “una expansión de la escala de la producción material obtenida a través de la expansión de la combustión de carbón, petróleo y /o gas”.[15] A diferencia del paradigma ricardo-malthussiano, sin embargo, no son las presiones competitivas o demográficas, las restricciones territoriales o el agotamiento de las fuentes alternativas las que llevaron a algunos capitalistas a avalar esta elección estratégica, sino motivos eminentemente políticos. La máquina de vapor prevaleció sobre la rueda hidráulica no porque fuese más eficiente o confiable, o porque el carbono fuera más económico y abundante que el agua. No es una crisis energética la que está en el origen de una transición tan decisiva para el destino del mundo, sino una verdadera y precisa crisis de control de la fuerza de trabajo.

Antes y durante toda la transición, la superioridad tecnológica de la máquina y la rentabilidad económica de los recursos en realidad constituían contraargumentos: las ruedas eran más potentes, menos sujetas a reparaciones, y el agua corría libre y copiosamente en los campos ingleses.[16]Estas tenían sin embargo un defecto importante: la distancia de las grandes concentraciones obreras. La energía hidráulica de hecho confirió una dinámica centrífuga al desarrollo espacial de la primera revolución industrial, alejando las fábricas de los centros urbanos. Fenómeno que siempre ha dado lugar a grandes problemas gerenciales, concernientes a la oferta y la gestión de mano de obra, hasta que el poder creciente de la clase obrera dio lugar al cambio.

Desde el inicio de ese siglo XIX, los órganos de prensa especializados susurraban a las orejas de los capitanes de la industria y sus consejeros: la ventaja del vapor consiste en poder acercar la fuerza de trabajo. Se necesitaba emplazar las fábricas al centro de una población educada en el sudor de la frente, para garantizar el acceso a una fuerza de trabajo que pudiera ser explotada a placer, liberando así “al capital de sus cadenas espaciales”.[17] En las fábricas-colonias de la campiña, el industrial debía alzar el edificio, equipar las maquinarias, construir los albergues, garantizar un mínimo de servicios reproductivos, en suma: fundar la población ex novo, sin el mínimo soporte financiero y logístico de parte de las autoridades públicas. Además, el reclutamiento de la fuerza de trabajo representaba un gran desafío: “La idea de trabajar sobre las máquinas en largas jornadas con horarios regulares, amontonados bajo el mismo techo y bajo la estrecha supervisión de un capataz era muy repugnante, sobre todo en las zonas rurales”.

Como sucede frecuentemente, es entonces “la implacable aversión a la disciplina de fábrica”[18]la que suscita máxima preocupación, constriñendo a los capitalistas a lanzar campañas publicitarias para importar obreros y obreras desde la ciudad. No obstante el gasto exorbitante en capital constante, los costos de reproducción, la carencia de mano de obra y la práctica asidua de la fuga del trabajo, tal situación fue sostenible hasta más o menos 1825-30. Sin embargo, cuando las huelgas, los sabotajes y las revueltas se radicalizaron, las fábricas-colonias se demostraron demasiado vulnerables. Al punto que, una vez aprobada la ley del horario de trabajo de 10 horas al día, los ataques extremadamente feroces contras las y los trabajadores y los sindicatos no fueron más suficientes para mantener las tasas de ganancias, y la única elección posible consistió en una verdadera inversión de la estrategia de inversión de los capitales. Los capitalistas ligados a la energía hidráulica fueron constreñidos siempre más a reconvertirse al vapor y a cambiar la geografía del capital, insertando así una dinámica centrípeta. O, dicho de otra forma, “la fundación de la ciudad industrial fue fósil”.[19]


De una transición a la otra

Una vez insertado en el circuito de valorización, el carbono permitió al capital reconquistar la iniciativa y explotar más fácilmente los ejércitos de reserva que se estaban acumulando en las grandes ciudades inglesas. Una composición social más obediente y numerosa fue así puesta disponible, gracias a las características intrínsecas de los recursos energéticos. Extraído de las vísceras de la tierra, el carbón podía ser trasladado, almacenado y consumido donde era más conveniente, es decir, donde el chantaje del capital sobre el trabajo era más eficaz:

“por primera vez en la historia, el convertidor y la fuente de energía mecánica –la máquina y la mina- fueron espacialmente disociados”.[20]

Esto rindió un inmenso servicio a los capitalistas del algodón. Sin la base energética del carbono, de hecho, los márgenes para disponer ad libitum de la fuerza de trabajo hubieran sido más restringidos. Entonces, el combustible fósil procuró una condición material decisiva para resolver las contradicciones políticas de la sociedad capitalista de la época. Antes de la transición energética, la mecanización y la automatización de la producción podían ciertamente sustituir a los trabajadores/as más recalcitrantes, pero seguían siendo alimentadas por fuentes no completamente domables por el capital. El viento, por ejemplo, permanece por definición aleatorio. El agua, aun pudiendo ser embalsada y canalizada, está ligada a las fluctuaciones estacionales y a territorios no necesariamente congeniables (como vimos). 

Al contrario, la carrera del carbono era guiada justo por aquello que Malm llama “su potencia impotente, o su poder sin poder”.[21] Completamente controlable por su patrón, ontológicamente sujeto al capitalista, el carbono es una variable completamente dependiente de las exigencias de la acumulación, y encarna así a la perfección la fantasía de todo detentador de dinero y medios de producción: el carbono es “una fuerza motriz sobre la cual el capital puede ejercer un poder absoluto, ofreciendo al capital toda la potencia de la que tiene necesidad”.[22]

Las virtudes del carbón, “perfectamente dócil, maleable y flexible”,[23] representan la negación por excelencia de las carencias de las otras fuerzas motrices y de los vicios de la fuerza de trabajo (aquello que los autonomistas definían como “rigidez del trabajo”, o el trabajo como “variable independiente” del capital). Así, a partir de 1830, la máquina de vapor sustituye siempre más a la rueda hidráulica y la extracción del carbón tuvo un notable salto adelante. Heterogénesis de los fines, la autodefensa obrera constriñó al capital a poner en acto esta gran transformación energética, la cual ha ejercido una enorme influencia sobre la producción de una espacialidad y una temporalidad propiamente capitalista. La victoria en la lucha sobre la jornada de trabajo terminó así por entretener el predominio del espacio-tiempo abstracto del capital sobre el espacio absoluto y el tiempo concreto, típicos de las formaciones sociales pre o proto capitalistas.[24]

De hecho, a diferencia de las energías renovables, los combustibles fósiles no dependen de las cualidades morfológicas de un lugar o de la casualidad de las estaciones. Al contrario, su manejabilidad reduce el tiempo y el espacio a datos puramente cuantitativos y funcionales. Desde este punto de vista, los combustibles fósiles son para la energía aquello que el dinero es para el intercambio: disponibles/válidos en cualquier momento y en cualquier lugar, entre ambos abren el campo de lo posible al capitalismo, entre ambos permiten al capital ignorar ciertos límites ligados a las propiedades particulares de los objetos entre los cuales median, entre ambos aceleran e intensifican los ritmos de producción. Con el carbono, el capital se libera definitivamente de diversas cadenas naturales, y obtiene tanto una mayor libertad de movimiento como una mayor eficiencia de rendimiento.

Luego, la fórmula general del capital debe ser re-transcrita en términos no sólo ecológicos, sino también energéticos. Aquello que caracteriza a todas las sociedades capitalistas es de hecho el imperativo del crecimiento indefinido. Más allá de sus singularidades históricas, toda sociedad capitalista tiende a ir más allá de sus propios confines, para ensanchar al infinito el circuito de la reproducción de las propias relaciones sociales. Esto implica la expansión perpetua del reino de las mercancías para hacer siempre más dinero: D-M-D´, dinero-mercancía-plusdinero. Sin embargo, la acumulación de capital a través de la mercantilización del mundo manifiesta diversas dimensiones: la sujeción de masas siempre más consistentes de fuerza de trabajo bajo el comando de la moneda, el desarrollo de los medios de producción, pero también la subsunción ininterrumpida de nuevos territorios sociales y geográficos bajo la ley de la ganancia, y el contínuo englobamiento de nuevos recursos naturales –energía y alimento en primer lugar- por parte del capital.

Ahora bien, la puesta en valor de la fuerza de trabajo es el elemento vital de este proceso potencialmente ilimitado, privado de significados y contenidos específicos, mientras la colonización del espacio social y la anexión imperialista de los continentes constituyen sus brazos armados. Al interior de este cuadro analítico, la originalidad del eco-marxismo de Malm consiste en focalizarse sobre la asimilación siempre mayor de los combustibles fósiles para sostener el despliegue capitalista. La M en la fórmula general del capital D-M-D ́ emerge, entonces, de la triangulación entre la acumulación de medios de producción, la explotación del trabajo vivo y la incorporación en las relaciones de producción de porciones siempre más grandes de naturaleza extrahumana, de la cual los combustibles fósiles capturan la atención del autor.

En un artículo brillante, Malm proyecta tal enfoque en una perspectiva de largo alcance. Factor que permite construir un puente con la situación contemporánea, en la cual la reciente explosión de emisiones de CO2 a nivel global se debe poner en relación con la crisis de la gobernanza capitalista de la fuerza de trabajo en los años ´60 y ´70. Atendiendo a la lectura de Ernst Mandel de los estudios de Nikolai Kondratiev sobre los ciclos económicos, Malm muestra la fundamental plasticidad del capitalismo en el curso de los últimos siglos. La lógica de la fórmula general del capital se ha concretizado efectivamente en una multiplicidad de formaciones sociales heterogéneas, si bien en cada fase de transición hemos visto en acto una misma tendencia. Como nos enseñan los autonomistas, cada vez que una crisis está en pleno desenvolvimiento, asistimos a una revolución tecnológica capaz de disolver los impasses económicos y políticos que obstaculizan la larga marcha del capital. Y cada vez, esta alteración en las relaciones de producción operada por la introducción de nuevas máquinas procede en concomitancia no sólo con la reorganización de los procesos de trabajo (necesaria para enfrentar la indisciplina obrera), sino también de una radical transformación del sistema energético.

Es así que la entera constelación tecnológica productora de energía, los sectores traccionantes de la economía y las infraestructuras logísticas subyacentes se transforman de la cima al fondo. Sin entrar en los detalles, la secuencia de diversos ciclos –cada uno caracterizado por una fase ascendente y una descendente- dio lugar a las siguientes transiciones: una primera oleada de 1780 a 1848 guiada por la mecanización hidráulica de la industria del algodón y el hierro; una segunda oleada del 1848 al 1896 sostenida por la mecanización a vapor de la industria (algodón, hierro, carbón, máquinas herramientas) y de los transportes (ferrocarriles); un tercer ciclo del 1896 al 1945 determinado por la electrificación de la industria, de los transportes y de los núcleos familiares, con centro en los aparatajes eléctricos, la ingeniería, la química y el acero; un cuarto ciclo del 1945 a 1992 promovido por la motorización de los transportes (automóviles, aviones) y de diversas ramas de la economía (refinería, petroquímica, petróleo, gas); y una última oleada desde 1992 a hoy, impulsada por la digitalización de la economía y la centralidad productiva de la computadora, el software, aparatos de telecomunicaciones, microprocesadores, etc.[25]

Según Mandel, los pasajes de fase son introducidos sea por elementos endógenos al circuito económico, sea por factores exógenos de naturaleza social y política. Es la combinación de esta pluralidad de fenómenos inmanentes al capital y otros (parcialmente) trascendentes a él, lo que da inicio al cambio de la coyuntura histórica y estimula el ensanchamiento recursivo de la base energética sobre la cual se basa el sistema. Por lo que respecta a la transición del cuarto al quinto ciclo –con el inicio de la fase descendiente del cuarto entre fines de los años ´60 e inicios de los años ´70-, la componente subjetiva de la lucha de clases prevaleció sobre las contradicciones objetivas inmanentes al capital (intensificación de la competencia, agotamiento de los mercados, etc.). Más allá de los matices en la periodización de la acumulación capitalista, esta observación, signo distintivo del autonomismo, suministra un indicio para descifrar una aparente anomalía en el modelo de Mandel, asumido por Malm. Ciertamente:

 “A diferencia de los motores a vapor, de la electricidad, del automóvil y del petróleo, las computadoras no son ni a motor, ni transmisores, ni fuentes de energía, y sin embargo la expansión económica que han producido ha causado la explosión más extrema de emisiones de CO2 en la historia del capital industrializado”.[26]

La tesis de Malm es que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (NTIC), aunque no están inmediatamente ligadas a la extracción y a la circulación de los combustibles fósiles, han cumplido un rol ineludible en el combatir/reabsorver los movimientos sociales que habían minado el viejo régimen socio-energético, y que las mismas ejercitan en el seno del ciclo actual una potencia constituyente. Una vez más, las luchas que aportaron a la crisis del viejo régimen de acumulación están ligadas por un doble nudo al desarrollo del nuevo sistema tecno-energético. La degeneración en curso de los equilibrios atmosféricos es, de hecho, directamente proporcional a las deslocalizaciones de las fábricas occidentales en el Sudeste Asiático, y esta reconfiguración de las cadenas globales de las mercancías, uno de cuyos objetivos prioritarios consistió en la disolución de las concentraciones obreras de la era keynesiana y fordista, no habría sido jamás practicable sin el trabajo de conexión y coordinación vuelto posible por las NTIC.


The Warming Condition: el Capitaloceno visto desde China

Para discernir el reciente salto del calentamiento global, es imperativo relevar la alquimia entre el conflicto de los trabajadores en Occidente en los años ´60 y ´70, la sucesiva profundización de las tendencias a la globalización del capital en los años ´80 y ´90, y el ascenso astronómico de China al inicio de este siglo: luchas/crisis/desarrollo, con particular atención a la espiral energética que de ello deriva, el crecimiento en términos absolutos del capital total (el así llamado PIB Mundial), y procediendo en paralelo con la ampliación de la combustión de carbón, gas y petróleo. Aún si el análisis de tales dinámicas va bastante más allá de la magnitud limitada de este texto, necesitamos sin embargo hacernos una pregunta: ¿por qué China en particular, y no otros países? ¿Qué condiciones ha satisfecho para atraer así tantos capitales durante su boom?

En el momento en el cual el peso del trabajo vivo devino insoportable en Occidente, China apareció por varios motivos como un lugar idóneo para recibir formidables flujos de inversiones extranjeras directas. Para decirlo en modo estilizado: está dotada de una clase obrera colosal, relativamente disciplinada e instruida, que sufre la presión de las masas campesinas del interior del país. En segundo lugar, China goza de un sistema político bastante estable, gobernado bajo la égida centralizadora del Partido Comunista. Después de lo cual, China desarrolló una sólida y ramificada red logística y metropolitana, la cual se ha mostrado particularmente adaptada a la circulación de las mercancías: puertos, aeropuertos, autopistas, ferrovías, etc. Por último, el gigante asiático dispone de yacimientos fósiles y de una notable y avanzada infraestructura energética.

Así fue como China pudo devenir la principal chimenea de la fábrica global. Los números en ese sentido son desconcertantes. Por un lado, el PBI de China creció más de 40 veces entre 1990 y 2019, haciendo de Pekín la segunda economía después de Washington, si bien como sabemos sus tasas de crecimiento siguen siendo más sostenidas que las de sus competidores occidentales. Del otro lado, el consumo de combustibles fósiles (fundamentalmente carbón) ha literalmente explotado, volviendo a China no solo el más grande extractor mundial de combustibles fósiles, sino también el más grande emisor de CO2 en términos absolutos, responsable de más del 50 % de los recientes cambios en la composición del aire.[27]

Estas cifras bien conocidas deben sin embargo ser re-examinadas. De manera esquemática: si bien China concentró sobre sí los deseos del gran capital transnacional, el nacionalismo metodológico no ofrece una buena lente a través de la cual examinar las cuestiones climáticas. El sistema-China no puede ser considerado el principal pirómano en el incendio que está inflamando al planeta. Al contrario, detrás de estos datos es preciso decodificar y criticar la compleja maraña de las relaciones sociales globales. La localización de las emisiones sobre el territorio de un país no dice nada de la estrecha red que conecta la producción de un bien o servicio en un ángulo del mundo con su transporte y consumo en cualquier otro lugar. La “columna de humo china”[28]depende obvia y directamente de sus masivas exportaciones, las cuales hasta 2008 eran –y son todavía hoy, si bien menos intensamente- elemento motor del crecimiento fulgurante del Dragón oriental. Son fundamentalmente los compartimentos productivos destinados al mercado global los responsables del aumento de las emisiones de CO2, mientras otras estadísticas (cambios demográficos, mejoramiento del nivel de vida nacional) cuentan mucho menos.

Desde este punto de vista, el “fardo ecológico”[29]de los países ricos y el estilo de vida de sus clases acomodadas, asumen una magnitud completamente distinta. En tal sentido, el deterioro de los valores atmosféricos producido por las fábricas situadas en China es el lado contaminado de la medalla de la tercerización de la economía del Norte global. Se confirma así, en modo inédito y con proporciones enormes, el fenómeno que constituye el hilo rojo de la historiografía política de Malm: si el capital fuga del trabajo caro y del conflicto, “allí donde va el capital, lo siguen inmediatamente las emisiones de gases”, determinando una variación en la composición fósil del capital. [30]

Tal narración analítica descalifica inexorablemente el mito del Antropoceno[31]. Según Malm, las teorías del Antropoceno acusan abstractamente a la humanidad en cuanto tal: el ser humano, en cuanto entidad indiferenciada, sería culpable de la desastrosa evolución del cambio climático. Se trata de una narración que des-naturaliza para re-naturalizar: en el origen del calentamiento global no están las evoluciones climáticas inmanentes a las leyes de la naturaleza, sino la naturaleza humana. El descubrimiento del fuego, el productivismo innato y otras cualidades a-históricas y universales tales que designarían al ser genérico, sin embargo, no calzan bien con la realidad, en cuanto conducen a una visión abstracta de la acción humana responsable de las depredaciones de la naturaleza.

“En realidad, no fue más que una camarilla de hombres blancos británicos la que literalmente apuntó el vapor como un arma –sobre mar y tierra, desde los barcos y los rieles- contra la casi totalidad de la humanidad, desde el delta del Níger al delta del Yangtsé, desde el Medio Oriente a la América Latina… Los capitalistas de un pequeño pedazo de territorio del mundo occidental invirtieron en esta tecnología, poniendo la primera piedra de la economía fósil: y en ningún momento la especie humana votó por ella, con los pies o en las urnas, ni ha marchado al unísono por ella, ni ha ejercido algún tipo de autoridad común sobre su destino y sobre el del sistema Tierra”.[32]

El calentamiento global no es el fruto de la marca del anthropos, sino de una específica formación social. El “business as usual”, o sea el incineramiento creciente de combustibles fósiles, puede aparecer natural solo a un ojo ideologizado. Para contrarrestar la actitud de espera y derrotismo, debemos entonces poner en juego la historia del clima y preguntarnos cuáles fuerzas sociales han activado este foco –para nada inevitable- y por qué lo hicieron. Una historiografía crítica debe por tanto mostrar la naturaleza contingente de este proceso, las alternativas que han sido descartadas a lo largo del camino, y sobre todo las responsabilidades pasadas y los intereses presentes que se oponen a las posibilidades concretas de transición socioecológica.[33]

Algunos datos elementales merecen ser mencionados para liberarnos de la narración teleológica del Antropoceno, y para poner de relieve la violencia histórico-política que atizó el brasero. Al inicio del siglo XXI, los países del Norte del mundo contaban con menos del 20 % de la población mundial, aunque desde 1850 habían emitido más del 70% del CO2 a la atmósfera; el 45% de los más pobres de la humanidad representaba el 7% de las emisiones, mientras el 7 % más rico representaba más del 50%; más allá de las distinciones de clase al interior de cada país, un norteamericano medio tiene una huella de carbono 500 veces superior a la de un habitante del África subsahariana (y es bien sabido que los consumidores de ostentación y lujo son los más extremadamente contaminantes); el 65% de las emisiones totales acumuladas hasta hoy son imputables a 90 multinacionales de la extracción de combustibles fósiles. Etcétera. En suma: según la época, el lugar y la extracción social, la huella de carbono de un ejemplar de homo sapiens sapiens puede variar en una relación de 1 a mucho más de 1000.[34]

La raza humana aparece, luego, como una abstracción demasiado confusa e indeterminada para individuar a los verdaderos culpables. Y esta mistificación teórica implica obviamente una parálisis política. Retomando una de las lecciones fundamentales del autonomismo (directamente inspirada en la lectura que hizo Lukács de Lenin), es la parcialidad del punto de vista de los sujetos en lucha la que proporciona la brújula para orientarnos en la jungla de la historia. Porque es sólo desde una perspectiva epistemológica de parte (particular y parcial) que podemos acceder a la comprensión de las relaciones sociales capitalistas y buscar promover su radical transformación.[35]


Consideraciones finales

Donde quiera que se ha implantado, el pié de hierro del capital fósil ha vertido lágrimas y sangre. Pero donde quiera que ha ido, ha encontrado una fuerte resistencia. Desde Alaska a Borneo, pasando por el Ecuador, Nigeria, el Medio Oriente y la India, no hay lugar sobre la Tierra donde el rechazo de los explotados a someterse a sus dictados no se haya manifestado claro y neto. El antagonismo de los trabajadores y los coolies en las minas o los conflictos de los pueblos indígenas y colonizados en sus territorios, constituyen monumentos imperecederos en memoria de las luchas. De ahora en adelante, sin embargo, la némesis del capital fósil no será encarnada simplemente desde la autonomía de las y los trabajadores, de las y los colonizados, sino también desde la autonomía de la naturaleza. Sobre la temporalidad cíclica de las crisis capitalistas clásicas, se inserta siempre más la temporalidad acumulativa del calentamiento global. O, dicho de otro modo, sobre la tendencia procesual de la lucha de clases, se inserta la tendencia exponencial de las catástrofes ecológicas.

Y si hasta hoy el reformismo del capital ha sabido siempre desactivar las luchas y las crisis renovando constantemente la gramática de su desarrollo, para pretender contener/contrarrestar no sólo la autonomía de los dominados, sino también aquella sin intencionalidad de la naturaleza, deberá mostrar una reactividad y una inventiva todavía mayores. Solo que, después de 13 años de crisis sistémica y sin vías de salida en el horizonte, estos dos activos parecen peligrosamente ausentes. Aún más: la pandemia global de Covid-19, la depresión económica que está provocando y la crisis de la gobernanza en acto hoy no harán más que empeorar la situación. Del otro lado de la barricada, a su vez, los movimientos por la justicia climática y las revueltas populares han conocido una estación de gran efervescencia hasta el 2019, si bien no están todavía a la altura de la urgencia epocal.

Podemos entonces concluir este primer texto citando al Keynes del “Tratado sobre la reforma monetaria”, el cual, poco después de la firma del Tratado de Versalles, criticaba a los economistas que rechazaban intervenir en la situación económica. “En el largo plazo”, escribía, “estaremos todos muertos. Los economistas se ponen una tarea demasiado fácil si se dicen, en medio de los tumultos, que cuando la tempestad sea un lejano recuerdo, el océano volverá a estar calmado”

Quienes soportan el peso de las consecuencias del Capitaloceno, saben bien que si no es frenada por sus cuerpos, la tempestad en curso no parará de avanzar.


[1] Ediciones en español de la obra de Andreas Malm:

Capital fósil. El auge del vapor y las raíces del calentamiento global, Capitán Swing, nov 2020
El murciélago y el capital. Coronavirus, cambio climático y guerra social, Errata Naturae, oct 2020

[2] A. Malm, http://revueperiode.net/le-mythe-de-lanthropocene/.

[3] A. Malm, The Progress of this Storm, Verso, 2018, p. 207.

[4] Para una introducción al autonomismo, cf S. Wright, Assalto al cielo, Alegre, 2008, o en francés, la guía de lectura escrita junto a J. Allavena, http://revueperiode.net/guide-de-lecture-operaismes/.

[5] Estos dos textos hacen parte de una serie sobre la “crisis” en la cual estoy trabajando, son precedidos de Sur la méthode opéraïste, escrito con J. Allavena et M. Polleri. (https://acta.zone/s-bologna-et-g-daghini-mai-68-en-france-bonnes-feuilles/); La montée des autoritarismes (https://www.contretemps.eu/montee-autoritarismes-chamayou/); Dans la boite noire des années 10 : crise, néo-fascisme et mouvements sociaux (https://vacarme.org/article3256.html); Penser le capitalisme global : multiplication du travail, opérations du capital et contre-pouvoirs, por aparecer Actuel Marx ; La crise des Gilets Jaunes et l’horizon des possibles. De chacun selon ses privilèges à chacun selon ses besoins (https://revue-k.univ-lille.fr/cahier-special-2020.html);  Micrologies policières et crise de régime (https://www.contretemps.eu/violences-policieres-crise-regime/).

[6] A. Malm, Nature et société: un ancien dualisme pour une situation nouvelle, en P. Guillibert, S. Haber (a cura di) Actuel Marx, n° 61/2017, pp. 54 e 58. Sobre la «paradoja de una naturaleza historizada», ib. pp. 54-59.

[7] Para una intervención eminentemente política, e inspirada por la urgencia climática, sobre estos debates onto-epistemológicos, cf. A. Malm, The progress of this Storm, op. cit., en particular pp. 21-118. Este texto, que no siempre rinde justicia a los autores y a las teorías que discute, se desarrolla bajo el signo de la siguiente cita “Menos Latour, más Lenin: esto es lo que reclama la warming condition”, p.118.

[8] Cf. R. Patel, J. W. Moore, Una storia del mondo a buon mercato, Feltrinelli, 2018.

[9] Negri citado por A. Malm, The progress of this Storm, op. cit., p. 200. Sobre la dialéctica de la separación, cf A. Negri, Il dominio e il sabotaggio, Feltrinelli, 1978 (Los libros de la autonomía obrera, Akal, 2004). Con la expresión dialéctica de la separación Negri entiende no sólo la autonomía del trabajo respecto al desarrollo capitalista, y por lo tanto la necesidad de éste de apoyarse en ella, sino también la obra de ruptura y secesión del primero respecto al segundo. La autonomía de la naturaleza respecto al capital es sin embargo muy diferente a la del trabajo, y sus efectos pueden revelarse catastróficos antes que emancipatorios. Asumir políticamente la posibilidad de la catástrofe implica, entonces, tener en la más alta consideración esta separación originaria entre naturaleza y capital, y operar para poner en juego relaciones ecológicamente sostenibles.

[10] Sobre el concepto de naturalismo histórico, cf. dos obras en curso de publicación, P. Guillibert, Terre e Capital, Amsterdam 2021, y F. Monferrand, Le jeune Marx et le capitalisme, Amsterdam, 2021. Véase además los lemas Nature e Naturalisme, de J. Farjat, F. Monferrand, Dictionnaire Marx, Ellipse, 2020, pp. 157-62.

[11] Cf. A. Malm, L’anthropocène contre l’histoire, La fabrique, 2017, p. 45.

[12] El primado de la lucha de clases en la dinámica de la transformación social, y la centralidad de la práctica del rechazo al trabajo constituyen el ADN del autonomismo. Nos parece que este enfoque constituye el hilo rojo de la historiografía de Malm, y que ello fue ilustrado eficazmente por Timothy Mitchell, quien mostró cómo la transición al petróleo fue decidida por Churchill para contrastar el poder de los mineros del carbón. Cf. su libro Carbon Democracy, La Découverte, 2013.

[13] Cf. a este propósito E. Leonardi, Italian Theory e World Ecology, en Sociologia urbana e rurale, n°120/2019, pp. 93-108; y Bringing Class Analysis Back In, en Ecological Economics, n° 156/2019, pp. 83-90.

[14] A. Malm, The progress of this storm, op. cit., pp. 5 et 7.

[15] A. Malm, L’anthropocène contre l’histoire, op. cit. p. 67.

[16] Cf. el paragrafo L’énigme de la supérieurité de l’eau, ibid., pp. 81-91.

[17] Ibid., p. 94.

[18] Ibid. p. 97.

[19] Ibid. p. 104.

[20] Idem.

[21] Ibid. p. 112

[22]Ibid. p. 114

[23] Ibid. p. 113

[24] Aquí adviene, en términos marxistas, el pasaje de la extracción de plusvalor absoluto a la extracción de plusvalor relativo. Una vez limitada la duración de la jornada laboral, los molinos ya no pueden alcanzar la competencia de las máquinas a vapor, las cuáles podían ser aceleradas a placer, intensificando así el ritmo de trabajo. Sobre la creación de una espacio-temporalidad propiamente capitalista, cf. ibid. pp. 131-134. Sobre la abstracción de la naturaleza en la transición del feudalismo al capitalismo, cf. también J. W. Moore, Le capitalisme dans la toile de la vie, Asymétrie, 2020, y también, en red http://revueperiode.net/au-dela-de-lecosocialisme-une-theorie-des-crises-dans-lecologie-monde-capitaliste/, así como sus tres estudios sobre el Capitaloceno, libremente accesibles en su sitio https://jasonwmoore.com/.

[25] Cf. A. Malm, https://www.mediationsjournal.org/articles/long-waves.

[26] Ibid.

[27] A. Malm, http://revueperiode.net/capital-fossile-vers-une-autre-histoire-du-changement-climatique/.

[28] Ibid.

[29] Ibid.

[30]  Ibid.

[31] Cf. A. Malm, http://revueperiode.net/le-mythe-de-lanthropocene/.

[32] A. Malm, L’anthropocène contre l’histoire, op. cit., p. 10. Para una teorización del Capitaloceno, cf. J. W. Moore, ¿Antropocene o Capitalocene?, Ombre Corte, 2017, así como los artículos disponibles en https://jasonwmoore.wordpress.com/. Para una defensa del concepto de Antropoceno, cf. D. Chakrabarty, https://pcc.hypotheses.org/files/2012/03/Chakrabarty_2009.pdf. Del mismo autor, Réécrire l’histoire depuis l’Anthropocène, in P. Guillibert, S. Haber (sous la direction de), Actuel Marx n° 61/2017, op. cit., pp. 95-105.

[33] Ibid. pp. 20-27.

[34] Para estos datos, cf. ibid. p. 11-13 y cf. A. Malm, http://revueperiode.net/capital-fossile-vers-une-autre-histoire-du-changement-climatique/.

[35] Se trata de un enfoque epistemológico y político que necesitaría de una discusión profundizada, cuyos pasajes fundamentales han sido desarrollados en las obras clásicas de G. Lukacs, “Historia y consciencia de clase”, y de M. Tronti, “Obreros y Capital”.

Davide Gallo Lassere participa en redes de investigación militante y es Doctor en Filosofía por la Universidad de París/Nanterre y la Universidad de Turín.

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