Fotos de la exposicón
Cabeza en las nubes
Daniel Guajardo (1998) es un artista que ha tratado vastamente la imaginería de videojuegos y medios masivos en el contexto de infancia, cruzando esta noción de «paraíso perdido” hacia la frecuencia de ciertos motivos alusivos a las utopías marxistas del siglo XX; en el despliegue de una práctica pictórica que es paradigma de la nostalgia precoz de una generación de finales de los 90 a la que le pesa haber cursado el recambio de milenio sin siquiera haberse percatado, además de la pulverización de la memoria producto del hiperflujo en el océano de las informaciones. Ha participado en exposiciones colectivas como Oficina 82, Feria Aparte, Feria FAST, recientemente premiado por el jurado de MAVI UC LarrainVial Arte Joven en su decimosexta versión.
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Cabeza en las nubes
[texto curatorial escrito con ocasión de la muestra “Entre nubes y lamentos” (30/06/23-18/07/23) realizada en Galería Merkado Gris, Santiago de Chile]
En horas de la era de la nube, los torrentes de una viajera transmisión de imágenes navegantes se arriman con el ímpetu de un periplo a través del que se revuelven los destellos de un catálogo de héroes e ídolos en variopinta reunión de imágenes que turnan halo y mugre a través de un pantenón provisorio cual colección de calcomanías de mal pegamento y por lo mismo prestas a la reubicación, con mudanzas consecutivas que van machucando a los viajeros al tironear de las traslaciones y el trozado que les abre a ir a parar con parientes lejanos; imágenes llenas de aún más imágenes llamándose de lejos.
La historia mayúscula de las imágenes a través de la generacional más esta cierta histeria moderna y general; yaún cuando recortar pareciera separar, en el amojonado picadero se diluyen las fronteras, entre: motivos prerrenacentistas de fresco eclesiástico, monas chinas waifú de doncellas, miniaturas medievales, inscripciones arcaicas, pietás de Ren & Stimpy, kaomojis como ninfas de estela, Ogú + Donkey Kong y compañía (brutos orates de los oasis transparentes), Kid Icarus y cuanto más; en nuevos intentos por regurjitar la contemporaneidad de modelos clásicos -e inclusive primitivos- a través de equivalencias que accedan a dichos géneros perdidos a partir de los nuestros.
Uno podría hablar así de memoria puesta en contingencia, pero es dificil ya que esta misma se vacía a su vez en la acumulación progresiva de -cielo que todo lo abarca y nada aprieta- la memoria flácida de la cabeza en las nubes y la polución circundante, en una nostalgia del escurridizo presente expandiendo pasado y futuro en nuevos encuentros. Ensartando la cabecilla que hace de partida en el culo del propio porvenir, todo es fantasmas inocuos en la nube y el mundo de las imágenes. Fantasmas vivos compareciendo con fantasmas muertos, y la celestialidad irredimible -no de cuanto no volverá- sino de cuanto aún pasa de largo, vuelo de pájaro que no deja huella, en las huellas sobre huellas de este enorme fango.
Tal como nos dijera Diamela Eltit en Sumar: «Existe una nube que se expande agobiada por la omnipotencia de su captura. Parece invisible aunque porta una materialidad abrumadora. Una nube inubicable para nosotros. Está radicada arriba o abajo o entre los intersticios de un subterráneo o en la síntesis proteica de una comida espacial. La nube es una cifra inmensa (aun en el paroxismo de su parquedad) que se apodera de la suma de nuestros movimientos”.