Cantarán sobre nosotros
Años atrás, mientras mi madre me bañaba, sonreía mirando mi reflejo infantil en el río: ese semblante tenía asegurada la gloria.
Mucho no transcurrió hasta que ya portaba la lanza y el pesado escudo, no sin esfuerzo, pero con la seguridad de un brazo cada vez más resistente.
Largas temporadas con el rostro en la arena me trajeron hasta este momento crucial. Estoy aquí, con mis compañeros, embebidos en madera por designio divino. Finalmente, llegó la instancia por la que me recordarán.
Puedo decir sin soberbia que, durante la gran guerra, contribuí con pequeñas victorias. Muchos enemigos cayeron por el accionar de mis manos y toda herida que me infligieron fue rápidamente sanada.
Hoy estoy aquí intacto, firme, con la cabeza templada. Encerrado, como mi corazón que intenta palpitar su emoción sin que esta se demuestre en mi rostro.
Contemplo a los compañeros que esperan junto a mí. Sus facciones revelan el mismo disimulo, la misma ansiedad de inmortalidad que aguarda para gritar furiosamente. Pero no podemos hacerlo todavía, se nos asignó un plan y desde esta suerte de barco terrestre aguardamos su concreción.
Somos la máquina de guerra más feroz que nadie jamás se atrevió a inventar. El ardid más mortífero con el que nuestros nombres atravesarán las nuevas edades.
Sonrío con la cabeza baja, como cuando me observaba en el agua. Ya vendrán baños lujosos, manjares infinitos, hijas de Venus y crónicas esparcidas y cantadas hasta los extremos a los que nadie llegó aún.
Me interrumpo en mi visión, hay voces. Me niego a girar la cabeza y espiar, podría arruinarlo todo. Cierro los ojos para escuchar con atención: van a hacer pasar a la máquina, entraremos en la ciudad.
Contengo la respiración agitada, es difícil silenciar semejante excitación. Abro la boca y vuelvo a cerrar los ojos, mis compañeros deben de estar haciendo lo mismo. Una lágrima desciende por mi sucia mejilla y entra en mis labios resecos. Sal para conformarme hasta el momento de beber sangre enemiga.
Está llegando a mis oídos el sonido más deseado y grandioso que podría escuchar: el bronce de las ruedas de nuestra máquina se funde con el bronce de los portones. Sin duda, el metal de ellos es más poderoso. Hay que admitirlo, era invencible.
Aquí estás, jovencito de isla paupérrima. Entrando al dominio imposible a punto de hacerlo desaparecer. Qué pena no haber podido gozar en su apogeo, solo tendrás permitido mirar cuando lo estés haciendo arder.
Mientras siguen cayendo más lágrimas y la arena que arrasa la máquina entra por mi boca abierta, un fuerte mareo me sucumbe.
El fascinante olor de madera se vuelve nauseabundo y el suelo se mueve violentamente ¿nos conducen hacia adentro de la ciudad o la tierra se está partiendo en pedazos?
Observo a mis compañeros, todos parecieran estar sufriendo los mismos mareos. No tengo otra opción que mirar hacia mi izquierda por alguna hendidura.
Con los ojos entrecerrados y el vómito contenido, espío. No observo ningún palacio enemigo ni un pueblo engañado, solo una nube celeste que rodea a la máquina.
¿En la boca de qué animal más feroz que el nuestro ingresamos? ¿Qué hacemos? No podemos gritar.
Se escapa el vómito de mi boca, no alcancé a saber que se avecinaba para contenerlo. Espero no haber hecho demasiado ruido.
Vuelvo a mirar, la densa nube se está disipando. Mis tripas comienzan a estabilizarse.
No sabemos qué habrá sido ese temblor, pero nos estamos sintiendo mejor. Parece ser que nadie notó nuestras conmociones.
Espío de nuevo. No comprendo.
Miles de rostros congregados nos están observando. Sí, nos observan, a nosotros, no a la máquina. Nos miran como si supiésemos que estamos aquí adentro.
¿Quién reveló la estratagema?, ¿qué divinidad osó traicionarnos? Estaban todas de nuestra parte, nadie se inclinó a apoyar a ese pueblo sentenciado.
Sin entender, observo cómo un grupo de esos observadores se adelanta hacia nosotros. Tocan la madera y comienzan a reír.
No comprendo sus vestimentas. Ninguno de nuestros prisioneros llevaba esos peculiares colores y tejidos. Son los hombres y mujeres más extraños que alguna vez vi.
Intento analizar rápidamente esta extraña pesadilla y me pregunto si no habremos descendido al Hades. Esta ciudad es absolutamente diferente a cómo nos la describieron nuestros reyes.
Yo solo quería cánticos de honra, mi nombre junto al de Aquiles. Nunca le temí a nada, nunca, pero esta gente indescriptible me horroriza.
Nos miran mientras siguen riendo. Parecieran celebrar nuestra llegada, pero con un fin diferente al que nosotros habíamos imaginado.
Uno de ellos toma un objeto metálico entre sus manos y habla. Su voz pareciera ensancharse y esparcirse cual serpiente por todos los confines, como si el mismísimo Zeus estuviera clamando la maldición del fin del mundo.
No entiendo su lengua, pero en algo se parece a la mía. Alcanzo a percibir palabras sueltas: “futuro”, “venganza”, “Nueva Troya”.
Una mujer, al lado del orador, se acerca con una extraña antorcha.
Comienzan a cantar, más dichosos, inclusive, de lo que habríamos estado nosotros si hubiésemos alcanzado a cumplir nuestro plan.
Los miro, aterrorizado. Ya no disimulo mi escondite.
Cantan cada vez más exaltados. Cantan con milenios de felicidad interrumpida, cantan como si un nuevo y feliz cosmos se estuviese creando en ese mismo momento, mientras nosotros comenzamos a arder.