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Carcajada – Campo y ruralidad

Tanto en la indagación poética por el lugar de un origen ya siempre perdido, como en los sueños de los oprimidos de la saturación urbana, o en la búsqueda política de la emancipación y la vida comunitaria, el tema de un regreso al campo no deja de aparecer. Y es que ante el colapso de las grandes ciudades, el agotamiento, la mercantilización de todos los vínculos y la soledad en la que nos deja una experiencia de vida en todos los sentidos crítica; ante el profundo aislamiento en que vivimos, la antigua consigna, “la tierra para el que la trabaja”, vuelve a resplandecer con una nueva luz.

Sentimos entonces la necesidad de un regreso a la tierra; un ruralismo viene a emerger en nosotros. Pero ese campo donde pensamos poner al fin los pies sobre la tierra, no es ya el campo de antes, el de la hacienda y los grandes latifundios, sino otra forma de lo rural como posibilidad de un habitar, de vivir en comunidad, de organizarse territorialmente y de forma autónoma.

Por eso, hoy volvemos a interrogar la experiencia de la reforma agraria, con su impulso de transformación de la estructura de la propiedad de la tierra, así como su fomento a la organización y sindicalización campesinas. Celebrando los 50 años de la promulgación de las dos leyes fundamentales del proceso, no podemos dejar de recordar, al mismo tiempo, la contrarreforma desplegada a partir de 1973 y que perdura hasta el día de hoy, la que ha tenido como resultados más evidentes la privatización de la totalidad de los recursos naturales y de los servicios públicos, así como el estado de explotación y endeudamiento generalizados en la población.

La vida rural de las comunidades hoy se encuentra bajo la amenaza del capital, ya sea en la forma del extractivismo minero, o en el de las empresas forestales, termoeléctricas, pesca industrial o incluso el turismo. El capital va de territorio en territorio, concentrándose aquí y allá, dejando bajo su paso la uniformidad de un paisaje desolado.

Y mejor si dejamos de hablar del ‘campo’ y ‘la ciudad’ como dos términos opuestos. Porque es un mismo desierto el que se extiende ahora entre los grandes centros urbanos y la inmensidad de los terrenos destinados a la explotación agrícola, ganadera y minera. ¿Cómo habitar ese desierto, ese territorio desolado?, esa es la pregunta que nos hacemos.

Frente al espacio ilimitado de la organización mercantil, nos volvemos a preguntar por lo rural, por la posibilidad de la auto-organización local y de la vida en común, por la conciencia indígena de la tierra, la mapu ñuke, y la resistencia ante su devastación. Queremos interrogar para ello la historia de nuestras luchas y la historia de la violencia; la poesía que le dio una voz a nuestro deseo de lo rural, y el lugar en el que se arraiga nuestro imaginario de la tierra.

A 50 años del comienzo de la reforma agraria, nosotros nos preguntamos:

¿Qué es lo rural? ¿Cuál es nuestro lar? ¿Qué queda de eso que antes llamábamos el campo?

 

Fotografía: Raymond Depardon

Revista de arte, literatura y política.

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