Cinemática del pájaro e inaprensibilidad del pajarístico
A Tere
Pájaros hay de todas clases. Pajarracos hegelianos que levantan el vuelo al atardecer y son capaces de planear a campotravieso por la pesada noche de la consciencia histórica; cuervos majaderos pero con ritmo que gritan NEVERMORE sobre pobres amantes azotados por la desgracia; aves carroñeras, socarronas pero disimuladas, haciendo de monigotes de escudo nacional y un largo etcétera, tan vasto como la cultura.
Objetos dilectos de observación, los pájaros parecen haber aparecido al mundo como un lujo poético de la naturaleza, metáforas que saben emprender el vuelo y también augurar, cuando ensayan figuras en bandada o descansan solitarios en los marcos de las ventanas. Al igual que la poesía, sin embargo, ha sido quizás esa misma objetualización de la metáfora, la práctica del mito del “buen salvaje” en el acto de aprensión de los signos por los que se manifiesta alguna otredad, la que ha propiciado toda una historia de cultivo por cautiverio, de pájaros y poemas, como inocuos objetos estéticos -óptimos para jaula, catálogos, obras completas, voluminosas obras críticas, etc. No deja de ser cierto que de la preminencia de la observación en la valoración y apreciación del pájaro, han salido los retratos más variados y considerados del lujo intrínseco de la especie. Los más consecuentes, también, con el carácter de su presencia vigilante en la psicología de los hombres. Así, el alma que se esfuma puede tomar con frecuencia la figura de un pájaro en el momento de echarse al pollo, el ave fénix pudo existir en la mitología de los antiguos como expresión suntuosa de la idea de eternidad, o el espíritu santo aparecérsele a Jesús en la majestad de su pureza bajo la forma de una paloma blanca.
Estos ejemplos, por supuesto, no intentan agotar nada. Indicar, a lo más, que el pájaro sujeto de la ornitología tiene a sus costas una ornitología paralela, sección de una zoología fantástica, donde la grácil fisiología del ave, su ligereza, es indicio de su espiritualidad, y sus movimientos son atribuidos a la cinemática de las inclinaciones del espíritu (la elevación, la búsqueda de la libertad, el paso a la muerte, la divinidad.., etc.). Así, un pájaro en la imaginación de los hombres es siempre una imagen-movimiento. Y, quizás, el batimiento de alas que ritma su desp(li)egue pueda considerarse el primer augurio de la imagen cinemática.
Pájaros del cine entonces. No un recuento exhaustivo, sino una o dos |menciones; vueltas de tuerca entre los secretos de la imagen. El pájaro testigo, por ejemplo, en la película de 1967 El Largo Viaje: la paloma que logra escapar de la competencia de caza en el Santiago de las clases altas, para luego posarse en el otro extremo de la ciudad, en una calle de conventillos, mostrando en ese recorrido aquello que arriesga ser olvidado en la realidad dentro de la que los sujetos están inmersos, el abismo que, en un mismo espacio de vuelo, los separa; la violencia del contraste. (Y la paloma, por cierto, funciona también como metáfora del niño que la encuentra afuera de los conventillos; niño que iniciará su propio recorrido por la ciudad buscando el cadáver de su hermano muerto, el “angelito”, para devolverle las alas con las que este pueda a su vez emprender el vuelo al cielo). Pero un ejemplo mucho más radical, quizás, inevitable dado el rumbo de este texto, lo encontramos en la película Los Pájaros de Alfred Hitchcok. Si bien la función de las aves en este último filme es radicalmente distinta, un mismo gesto se establece como condición de su aparición. Y es que la apreciación eminentemente observacional del pájaro por parte de los hombres se revierte, y en su reverso, entonces, aparece el pájaro como observador. En Los Pájaros, el ave testigo pasa así a ser pájaro juez y verdugo: desde las aves cautivas en la pajarería donde Melanie Daniels y Mitch Brenner se encuentran por primera vez, entre las que se pasean mirones y jugueteando, sosteniendo, casi como por casualidad, una conversación sobre pájaros, a las aves desbocadas que comienzan a perpetrar los mortales ataques, aquello que empieza a surgir, lentamente, es la presencia de ese Otro al que hemos estado viendo desde el primer plano del filme, en su condición de observador; sujeto sospechado de una interioridad, capaz de ajustar la mirada, juzgar y atacar.
El popular filósofo esloveno Slavoj Zizek (de quien he oído decir que sus gestos son los de un pájaro), consabido hitchcoquista, entiende justamente ahí habitar el sentido de los amenazantes pájaros de la película; que simbolizan el Gran Otro lacaniano, dice, la presencia fantasmática que acecha e inhibe, con el peso del juicio, los acercamientos entre Melanie y Mitch: eso que de algún modo y por sobre todo habita en Lydia Brenner, la madre celosa de los noviazgos del hijo. Y en última instancia, de hecho, los pájaros serían incluso innecesarios, una excusa, un sujeto caótico y casual encubriendo la verdadera figura de la amenaza que es la madre. Pero en esta simbolización engañosa, sin embargo, y es lo que nos interesa mostrar acá, aquello que ante todo se devela, es el límite de la figura observacional del pájaro. Porque Hicthcok, en efecto, juega con la posibilidad del pájaro dotado de consciencia que viene a cumplir la función de Juez; como en el poema Las Tablas de Nicanor Parra, dice, “ves esos pájaros que se han venido a posar sobre nosotras”/ “ellos representan tus diferentes pecados”/”ellos están ahí para mirarte”. Los ataques, de este modo, bien podrían ser los del verdugo (“Es el juicio final” exclama un personaje en una escena de la película). Pero Zizek, luego, bien despeja la cancha recordándonos que los pájaros no piensan, o no piensan como los humanos, al menos; no son “seres con ideas” y, por lo tanto, su función, aun representativa de la condición de la madre –el verdadero sujeto de amenaza de la película-, es ante todo distractiva: al final de la película, cuando Lydia ha aceptado a Melanie como novia de su hijo, los pájaros en silencio abren el camino para que Mitch pase junto a su familia hacia el auto en el que pretenden escapar. Resolución del conflicto: “los pájaros han desaparecido” dice Zizek, aunque para cualquier espectador sea evidente la amenaza que siguen presentando. Y si la amenaza persiste, de hecho, es por el magnífico silencio que rodea la partida de la familia Brenner. Los pájaros no se lanzan al ataque, no chistan ni dicen ni pío. Pero su mismo silencio sigue siendo la reserva por la que podrían volver. Dice, de hecho, el silencio, que están observando: que esos pájaros siguen pensando, y que en cualquier momento podrán volver; juzgar y matar.
Si el silencio es el límite, lo intratado, la posibilidad de un punto de fuga, se encuentra quizás en la existencia lingüística del pájaro. La metáfora como imagen estática, aún dotada de una cinemática, implica necesariamente la vigilancia del significado: el pájaro entra entonces en el terreno del espíritu como un observador celoso. En el canto, por el contrario, el pájaro viene a desnaturalizar el estatus imaginal de la metáfora. El significado se vacía y el significante se libera. Juan Luis Martínez, atento ornitólogo del lenguaje, bien lo dice: “A través de su canto los pájaros / comunican una comunicación / en la que dicen que no dicen nada. // El lenguaje de los pájaros / es un lenguaje de signos transparentes / en busca de la transparencia dispersa de algún significado.”
Habría que concluir así que el pajarístico, inaprensible para los hombres (aunque secretamente comunicado a través de sus oídos), verdadera crítica de la representación y de su cinemática, esconde quizás la potencia de la “revolución copernicana” que, seriamente atendida, podría removernos de nuestro punto de vista estático y colmar ese otro deseo que se deja intuir en el viejo deporte de la observación de los pájaros; aquel que en su vuelo ha querido ver la figura libre de un devenir, y que, sin embargo, cautivo del mito de la imagen, no ha logrado superar el momento de su retorno pesadillesco en la forma un observador juicioso y cruel. Los pájaros, como la poesía, nuevamente, manifiestan de este modo la necesidad de atender a los temblores que vienen a remecer las categorías de nuestra percepción. ¿Qué podrían si no enseñarnos los pájaros sobre cine y de poesía?
Santiago de Chile, abril de 2016
Texto escrito por invitación de Martín Cinzano
para la revista cartonera PUF! ‘1, publicada en México DF