Comunicarnos es escuchar
En Chile, mi trabajo ha sido censurado directa o indirectamente durante cuarenta años, por erótico, porque ha mostrado mi pasión por lo indígena o porque ha ido a destiempo. Desde luego, la edición de la antología Soy yos tiene el valor de revertir, aunque sea en parte, la situación que Cecilia Vicuña describe respecto a la recepción de sus textos. Un destino compartido, sin embargo, con la mayoría de nuestros poetas significativos cuyo trabajo circula dificultosamente o se desvanece ante la indiferencia de este país de poetas donde la poesía parece estar completamente fuera de lugar.
Soy yos incluye una selección de textos escritos durante esas cuatro décadas. Desde su libro inaugural, Saborami (1973) a poemas, no recogidos en libro anteriormente, cuya escritura está datada entre los años 2003 y 2006. Una larga trayectoria donde Vicuña ha ido urdiendo su poética con distintos materiales. Como los hilos de un quipú.
Lo erótico y lo femenino. La noción de arte precario. La concepción de la palabra como una realidad múltiple deconstruída en sus múltiples dimensiones: etimológicas, sintácticas, gráficas. El cruce de formas expresivas y procedimientos de construcción como la pintura, la performance o el cine entendidos como la extensión de una misma visión del lenguaje. La búsqueda de las sabidurías ancestrales desde un punto de vista poético y epistemológico. Algunos de los hilos de este quipú que dan cuenta de una tentativa cuya profundidad y extensión es imposible abarcar aquí.
Sin embargo, me parece importante, dadas las circunstancias actuales, plantear un par de ideas respecto al trabajo de rastreo y reelaboración de la tradición indígena, oriental u ocultada por el pensamiento dominante, que caracterizan la escritura de Cecilia Vicuña. Sucede que yo creo que uno tiene un conocimiento interno sin saberlo. Ese conocimiento es negado por la cultura occidental; en cambio, los indígenas, los chamanes y los sabios reconocen ese conocimiento. Superar esta negación. Indagar en los conocimientos que han sido descartados por la racionalidad o la lógica occidental. Reconocerlos, en el sentido de conocerlos nuevamente.
Desde ese punto de vista, volver al origen ancestral de la poesía permite recomponer las vinculaciones entre los lenguajes del pasado y del presente. Es el caso de la performance, practicada por Vicuña como forma privilegiada de comunicar sus textos: Planteo que en América, desde la época precolombina, el concepto de escribir y leer fueron abordados como una performance. Un poeta norteamericano, Dennis Tedlock, ha publicado un libro en el que demuestra que el Popol Vuh es en realidad la transcripción de una performance. Esta poética no ha sido nombrada ni ha sido vista porque hasta ahora ha sido confinada al mundo de la antropología, del folklore, ha sido definida en términos occidentales como algo que no concierne a la poesía. Pero cuando te enfrentas con ciertas poéticas precolombinas y su performance de palabra y sonido, te das cuenta de que ahí hay algo que está a la altura de la complejidad y especificidad de las poéticas más sofisticadas de Occidente. Rito y performance son para Vicuña, expresiones de un mismo impulso expresivo y de una misma comprensión del lenguaje. Para la verdadera poesía, todo es contemporáneo. Esta perspectiva unificadora permite la apertura de nuevas posibilidades: los dos lados del camino, las vanguardias poéticas de todos los lugares del mundo y lo que ha estado más sepultado, el modo performático de la poesía en los distintos grupos aborígenes, se están tocando, están dialogando en una forma generadora de nuevas percepciones.
Esta búsqueda de concordancias entre distintos momentos del pensamiento y la acción poética a través del tiempo, se expresa con claridad en el poema Incidir juntos en la unión. En este texto, se citan diversas fuentes respecto a la definición de la palabra y el lenguaje: el Popul Vuh, Manduskya Upanishad, Heráclito, el evangelio según San Juan, Rig Veda, María Sabina, Holderlin. Más allá de la procedencia diversa, temporal y culturalmente, de estas fuentes, Vicuña apunta a que todas ellas convergen en una comprensión común: La equi-valencia entre éstos y muchos otros textos,/Qué dice?/ Somos uno solo pensando, en mil expresiones distintas y convergentes a la vez?/O un conocimiento antiguo, suprimido y olvidado resucita en el pensamiento poético de todas las épocas?//Acercarse al único verso/a la palabra como universo/es un fenómeno universal//Y a nosotros nos corresponde permitir que una comunicación/común única acción/ nos abra la puerta de un conocimiento hasta ahora/velado y sólo entrevisto por los poetas e iluminados.//Comunicarnos es escuchar.
Ni antropología, ni folklore. Antes que eso, la búsqueda de la raíz del lenguaje humano, de ese conocimiento universal. Creo que esa búsqueda encierra, hoy por hoy, un gesto político muy concreto. Definiendo el movimiento de la etnopoesía, Jerome Rothenberg, poeta con quien Vicuña ha compartido trabajos y proyectos, escribía en los sesenta: Los viejos modelos ‘primitivos’ en particular —de estas sociedades pequeñas e integradas, sin clases ni estado—, reflejan un interés en los últimos dos siglos hacia nuevas formas comunales y anti-autoritarias de vida social, con alternativas a los desastres ambientales, que acompañan [en un estado creciente y centralizado], a un incremento de la relación abstracta con lo que fue una vez un universo viviente. Nuestra opinión al respecto, es que la revisión de las ideas ‘primitivas’ de lo ‘sagrado’ representa un intento —por poetas y otros— de preservar y mejorar los valores primarios contra la mecanización negligente que ha eliminado del pasado cualquier uso que pudieron tener alguna vez. (Más que la defensa de un sistema particular, nos parece importante la contribución de lo ‘primitivo’ [la tradición tribal] a cualquier mundo que aún podamos desear construir.) Y respecto al valor de este conocimiento para la poesía: Cualquier lenguaje poético [lenguaje centrado en la poesía] entre nosotros, me parece que sería mejorado por un conocimiento elevado de los modos en los que el lenguaje (como nuestro principal instrumento de sostén cultural) da forma a la realidad en tiempos y lugares divergentes. [Lo que ha pasado, lo que puede suceder, mediante lo dicho.]
La importancia de los saberes ancestrales para cualquier mundo que aún podamos desear construir. La importancia para la poesía actual de los modos en los que el lenguaje (como nuestro principal instrumento de sostén cultural) da forma a la realidad en tiempos y lugares divergentes. Me parece que estas palabras de Rothenberg sirven también para definir con bastante precisión la poesía de Cecilia Vicuña, leída desde este ángulo, además de reafirmar su absoluta actualidad. Más aún en un país que parece haber olvidado por completo su identidad y haberse entregado a la ficción de una modernidad construida sobre el arrasamiento de cualquier memoria. Donde la violencia sigue marcando a fuego la relación entre las comunidades indígenas y el Estado. Donde, por estos días, se aprueba un proyecto hidroeléctrico que impactará la naturaleza austral como una cicatriz de miles de kilómetros. En esta circunstancia, leer la poesía de Cecilia Vicuña se hace urgente y necesario.
En medio de la prepotencia del Poder, de todo este ruido mediático que persigue convertir lo verdadero tan sólo en un momento de lo falso, la poesía de Cecilia Vicuña es un llamado a saber guardar silencio. A escucharnos. Tal vez, los que disentimos del actual estado de cosas podamos así empezar a comunicarnos. Tal vez, una de las tareas de la poesía en este presente sea justamente esa. Recordar que comunicarnos es escuchar.
Valparaíso. Mayo de 2011