Cree en Quiroga como en Dios mismo
La sentencia es una paráfrasis del primero de los mandamientos que el propio Horacio Quiroga se animó a dictaminar, como una de las lecciones para convertirse en un perfecto cuentista: “Cree en un maestro como Poe, Maupassant, Kipling, Chejov…”, decía, y de algún modo, también él empezó a acompañar desde ese lejano 1927 la lista de los escritores fundamentales del S.XX. Cuentos como “La gallina degollada; “El almohadón de plumas”, “A la deriva” o “La tortuga gigante”, son relatos de lectura obligatoria en centenares de antologías con que son cautivados los más novatos lectores.
La imperdible edición, Tres Cuentos de la Selva, que nos presenta LOM en coedición con Trilce de Uruguay, viene a ahondar a través de los dibujos, impecables, intensos y sobrecogedores, realizados por Renzo Vayra (Montevideo, 1971) en una obra todavía por descubrirse. De su mano nos vamos adentrando por los tupidos y húmedos senderos de la selva misionera –espacio mítico por definición– donde surtió casi toda su producción narrativa Quiroga, fijando de qué manera esa naturaleza sobrenatural (cuando aún no constituía esa corriente del mundo mágico maravilloso explorado-explotado por Carpentier o García Márquez) sino más bien la configuración de un universo inexpugnable donde como un fatum el destino de los hombres –acaso solo comparable a esta altura a las llanuras de Rulfo o la voraz Vorágine de Rivera– no veía más allá del espejismo, de las sombras y voces en sordina de humanos que extremando sus vidas, enfrentaron a la muerte y sobrevivieron, con suerte, para contarlo.
Ahora son los textos íntegros, “El paso del yabebirí”, “Anaconda” y “El regreso de Anaconda”, más un bellísimo bestiario los que confirman cómo una buena viñeta no puede referirse sin la intensidad de una prosa arrolladora, envolvente, también superviviente. Punto alto en la revisión, es la nota que el artista desarrolla, para acusar la vigencia de esta obra a la luz de la devastación del Amazonas, la aniquilación del espacio natural de la flora, la fauna, pero sobre todo para hacer un rescate de los pocos indígenas que quedan en el mudo corazón de la selva. “Según Vida Silvestre Argentina 529 de las especies de Misiones están amenazadas –acota Veyra–: réptiles como la tortuga verde y la boa estrictor, aves como el loro vinoso, el guacamayo rojo, el pato serrucho, la yacuntina, el pájaro campana, el águila harpía, mamíferos como el ciervo, el gato montés, el yaguaraté, el ocelote, el tatú carreta, el zorro gris, entre muchos otros, disminuyen aceleradamente su número. Esa fatalidad, que late en las historias misiones de Quiroga, solo puede ser detenida por una toma de conciencia que él ayudó a generar con sus ficciones”.
Las páginas finales sorprenden, al apuntar en esa misma recuperación y bajo la excusa de una galería bestial, una colección de especies que ya no en las páginas de Quiroga, sino que en los trazos de Vayra, con muchísima justicia, parecen quedar inmortalizadas.