Cuando «Laguna» construía el ferrocarril Trasandino
Los siete habitantes permanentes de Las Cuevas miran pasar la vida entre militares y viajeros, ¿cómo será ver casi únicamente milicos y pasajeros? El antiguo tren Trasandino ya no pasa por sus vías y la vida se herrumbra como los rieles. Esta tierra quemada es el último pueblo en el camino terrestre a Chile, en lo que hoy conocemos como Paso Cristo Redentor, por una monumental estatua entre los cerros. El primer pueblo por el lado argentino en este camino es Las Cuevas, y así se recibe al visitante o al hermano: con un extenso eriazo y un despliegue militar.
Manuel Rojas anduvo por Las Cuevas cuando nombre alguno había para esa tierra inhóspita. ¿Qué hacía allí? Trabajaba. Aunque prefiero decir que como buen anarquista abría los caminos de la interacción humana. Sin embargo, fueron sus manos entre tantas otras las que construyeron las vías de un ferrocarril hoy herrumbrado. Si su literatura fue de pura vitalidad, es porque su vida también lo fue. Razón por la que aún encontramos sus huellas en este paraje.
Pensar que la vida es digna de hacerse literatura, cuando no deja ser libertad en estado primitivo a la deriva… En eso se pueden pasar las horas posteriores a la lectura del cuento “Laguna”. Y entonces pensar en toda la literatura que ha pisado estas mismas callejas, estas mismas vías herrumbradas, y querer ser digno del recuerdo viviendo de pie esta existencia, haciendo más pesada la mochila de experiencias para que las patas se entierren más y el planeta entero sienta que estamos pisando firme.
Todo esto y mucho más atraviesa el alma cuando tenemos frente a nosotros esa literatura de la vida que es la vida hecha literatura, con que nos golpeó en la cara Manuel Rojas. Y claro, hay una vía que divide en dos un pedazo de tierra, pero hay también un tren que une y que permite el viaje, la interacción. Y es más, hasta se puede ver la vía como escalera horizontal y aceptar el viaje sin pensar si vamos al cielo o al infierno. Aceptar. ¿Aceptar? ¿Cómo aceptar y hacer la propia voluntad? ¿Cómo leer el vitalismo y hacer literatura vitalista? ¿Cómo hacer la vía y transitarla?
Hoy el quebracho de los durmientes persiste mientras el hierro se oxida y comienza a olvidar el traquetear metálico. Pero el quebracho firme no olvidará las manos duras que lo dispusieron, y se queda, nos quedamos estáticos soportando el destino. Al mismo tiempo, pienso en que estas líneas deberían haber aportado alguna certeza; sin embargo, solo quedan preguntas. Busco la vía. Solo encuentro un camino.
Mendoza, abril de 2012