Cuenta regresiva
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sentimos los puños galopando en la puerta
y nos agolpamos hacia la muerte
nos enrollamos en unas sábanas con salpicaduras de perfume
y nos metimos bajo de las camas
mi madre siempre nos dijo:
a la primera, se van a ir cortados
el régimen tiene ojo incluso donde no mira
pero nunca fue capaz de decírnoslos con nuestro padre
sentado a la mesa
nunca pensó que su oración también se referiría a nosotros
de algo sí estábamos seguros:
aprehensiones de nuestros rostros ocultos
señoreaban sobre la mesa de un grupo de oficiales
la identificación fue excesivamente fácil
somos tan pocos los que reímos con la cara tapada
tan pocos los que estáticos creíamos que con el balance de las llamas
también nos moveríamos
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creíamos en cosas como esas
cuando ni en el colegio nos interesó la miseria de algunos compañeros
antes pensábamos que se lo merecían
y nos causaba gracia las historias que se oían en los baños
más de alguna vez oí una de las palabras prohibidas,
más de una vez le conté todo rápidamente a mis profesores
pero yo sé, ahora que lo pienso, que ellos se limitaban a verme
con las pupilas en cualquier parte que no fueran los ojos:
ellos también seguían encandilados con el fuego de la guerra
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en esos años mi familia y mucha gente aún no creía en las desapariciones,
aún sonaban como temática de película, y eso que nosotros
teníamos harto tiempo para sentarnos en las butacas del cine
a veces nos sentábamos en las tardes a mirar las teleseries
y las historias más inverosímiles nos parecían reales
recuerdo haber visto llorar a mi mamá un montón de veces
por las tramas intrincadas de las telenovelas
mientras mi padre llegaba, colgaba el sombrero en la baranda de la escalera
y le preguntaba, despistado, dónde había un paño y un poco de cloro
[para quitarles a sus zapatos las salpicaduras de sangre]
mi mamá se tomaba el collar de perlas cuando oía historias
como las que le contaba a veces, de esas que se oían en los baños del Liceo,
le conté muchas veces del llanto ahogado de algunas compañeras,
de sus padres desaparecidos, aunque con ella la palabra que usaba era ausentes
se cogía con los dedos el collar de perlas y sentía como su garganta culminaba en acidez
nunca le creas a tus compañeros,
ellos están ahogados en resentimiento, me decía
quizás el sonido de las burbujas aglutinándose en su cuello
la erosión interna de una vergüenza degolladora
sea mi visión más clara de la justicia
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durante muchos años no sentí vergüenza
cuando con mi padre entrábamos a la Escuela,
a mí me parecería galante la rigidez con la que se movía
nunca podré ver mi rostro tan nítido como en el reflejo de sus zapatos
incluso en las fotografías de la polaroid de mi mamá lo único brillante
siempre fueron mis placas
durante muchos años no sentí vergüenza
me contuve como mi padre dándole la pasada a sus mayores
con la cabeza reclinada, con el sombrero en la mano
con la espalda estirándose ligeramente hacia atrás
con mis manos tocando sus mulos para no caerme en la reverencia
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supe de una vez que el general no sabía mucho de las cosas
que se quedaba siempre quieto cuando le hablaban los perros
que le daban miedo las agujas,
que su mujer le hartaba tanto
que se ponía los lentes oscuros para que ella nunca se diera cuenta
que él dormía plácidamente con la insistencia de su voz,
que su mujer fue joven, que él también fue joven
incluso nos enteramos que ellos también eran como personas
que tenían sangre esparciéndose en el cuerpo
que dormían de noche
que comían en la cama
que se reían a veces
nunca podré olvidar mi cara,
la cara que puse cuando supe que se reían a veces
que era supersticioso,
que escupía en el fuego cuando veía un gato negro
que odiaba a Morzart
pero que obligaba a los cadetes a poner sus sinfonías
en los cuarteles, que le parecía artístico combinar la muerte
con la música de un sordo
a mí mamá la Lucía le contaba muchas cosas
y en tanto ella se iba, nos sentábamos a tomar té con esas galletitas francesas
que claramente nunca nos compró en Francia
mi mamá siempre decía que era una mujer rota
que algo dentro de ella estaba clisándose
yo me acuerdo que pensaba en la partitura del pelo de mi padre
en medio de la cabeza hasta la nuca
nunca entendí por qué se la hacía si nadie podía ver
su división perfecta por el sombrero
pero ahora entiendo que parte de cargar un fusil era saber entretenerse
en las divisiones
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mi primera marcha militar la tuve a los dieciocho
yo quería usar el primer uniforme de mi padre
que guardaba en un cajón envuelto en plástico
pero me compraron otro:
regalo de la señora Lucía
no estoy seguro de si era nuevo, pero hasta el día de hoy
lo guardo con un cuidado extremo
en mi cómoda reposan los aspavientos de un genocida
también en trozos de tela se descuartiza a la gente
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el asco me asaltó un día como cualquiera
sentía arcadas hasta en los brazos
los dedos y las piernas me tiritaran
mis zapatos no hicieron nada para evitar el fluir de la sangre
no podía soltarlo, seguía empuñando el fierro como un aplauso
en la boca sentí un sabor extraño
por los labios recorría una gota de sangre desde mi nariz
los ojos de la mujer se detuvieron justo en mis zapatos:
nunca vi un rostro tan bien reflejado como en los zapatos que llevaba ese día
el cuerpo de la mujer se retorcía suavemente, mientras no dejaba de mover los dedos
como un puño: sé que con las manos trataba de agarrarse del aire
que trataba, a toda cosa, ceñirse un poco al espacio que iba dejándola
la mano de mi padre se posó sobre mi hombro
unas palmaditas bastaron para desplomarme
3
intenté imaginarme planes elaborados, dibujé bocetos de nichos
en todas partes llevaba un lápiz y una libreta
no podía contenerme, dibujaba y escribía ideas sueltas
tenía la ilusión de elaborar un plan perfecto
ilusoriamente exacto, en donde la suavidad de un palmadita
bastara para degollar a los hombres
ya no me hacía gracias que mi mamá hablara y nos contara historias
de la Lucía, ya no quería oír las anécdotas de mi padre
cuando hizo el servicio, ya no quería
ya no tenía ganas de verlos a los ojos:
no me veía en las pupilas de nadie
a veces me desasía en silencio
nunca pude llorar como sé que mucha gente lo hacía
contemplando cómodas con muecas estáticas
deformadas ahora quién sabe por cuántos metros de tierra
más que tristeza sentía asco,
y empecé a despertar con las encías sangrantes
una infección extraña, me decía el odontólogo
mientras yo repasaba con la lengua en contorno de mis dientes
una infección extraña, me repetía
mientras yo sentía que lo único sólido a veces era lo que rellenaba la boca
2
no me di cuenta cómo fue que llevé a cabo el plan
sólo entendí que no había vuelta atrás después de la explosión a mis espaldas
como nunca entendí que tanto bullicio es innecesario cuando se trata
de desorganizar un montón de dominós inestables
hubiese sido tan fácil riéndome en su cara
entendiendo que la risa en bocas como las de ellos
no ensalzan ni el contorno de sus dientes
las mordidas de tantos hombres enrollados en trajes
no valían nada sin esos fierros que por ellos se deshacían en carcajadas
recién en ese momento entendí
que bastaba con desfundar los colmillos y el mundo se deshacía
que era tan simple como quedarme mirar el fuego y que todos supiesen
que también los uniformados tienen algo más que balas
días después me preguntaba la razón de tanto cuidado
no sabía si quería derrocar el miedo o que me vieran un tanto más humano
momio culiao,
me gritó un niño cerca del centro
no quise perseguirlo porque sabía que mis piernas
se deshilvanarían en harapos de diarios
y el aire es un sarcófago innecesario
que descompone más rápido que la muerte
1
a mi hermano siempre le conté todo, y cuando
sentimos los puños de alguien sobre la puerta no nos quedó
más remedio que ocultarnos
mi mamá algo sospechaba, pero no se atrevía a preguntarnos nada
ni siquiera fue necesario que le dijésemos que nos diera tiempo
para ir a escondernos
abajo de nuestras camas se oían las voces de los oficiales
mi hermano me miraba recostado al lado mío pensando que jugábamos
antes de salir de abajo me miró con unos ojos enormes,
la oscuridad lo tenía con unas pupilas gruesas y penetrantes
quizás fueron diez segundos en los que por primera vez supe cómo era mi rostro
que por primera vez vi mi rostro asustado
en el comedor había dos oficiales,
uno se acercó lentamente sin sonreír,
el otro seguía de espaldas sentado con las manos apoyadas en los muslos
mi madre no me miraba, se quedó fija con una mano sobre un estante
hasta aquí llegó la cuenta regresiva
el hombre se acercaba cada vez más a mí:
no tenía los zapatos brillantes y en el cuerpo las placas tampoco brillaban tanto
después del uno ya no queda nada
le tendí la mano
entre camaradas son entendemos, oficial
le dije con una sonrisa
cero