De isla en isla, pasajera en tránsito perpetuo
La cubana Damaris Calderón (1967) emigra de su tierra natal para instalarse en Chile el año 1995, vuela hasta nuestro país con cuatro libros publicados y tres premios en su maleta. En una entrevista cuenta que el único conocimiento que tenía sobre Chile era en relación a la poesía que había leído. Cuando se entera que el poeta Gonzalo Rojas era jurado del “Premio Revista de Libros” de El Mercurio, decide participar y gana con Sílabas. Ecce Homo (Ed. Universitaria, 1999), premio que le otorga cierto reconocimiento en nuestro país. A partir de este suceso, Calderón comienza a ser publicada y leída, incorporándose a los grupos literarios y reconociéndose como una de las principales voces del exilio cubano. El 2013 Damaris Calderón, irrumpe nuevamente la escena poética chilena con Las pulsaciones de la derrota, libro publicado por LOM Ediciones.
Si bien esta poeta ha sido leída como representativa de la literatura del exilio o diáspora cubana, su relación literaria con la isla sigue manteniéndose, sus libros se siguen publicando en Cuba, el diálogo con ésta no se ha perdido. En la mayoría de sus poemarios accedemos a una particular representación lírica de su tierra natal, lo que da paso a un sentimiento de desgarro permanente; pero en éste, las pulsaciones ya no nos remiten únicamente a los paisajes de la Isla y a la melancolía de tenerlos lejos, sino que también, a través de estas pulsaciones accedemos a una representación y apropiación de nuestra cultura, de nuestra geografía y de nuestra historia, aparece Marcia Quirilao,
“Marcia Quirilao/ mapuche urbana/ transplantada a la población la Victoria/ me dice que no tiene otra cosa que sus manos/ me ofrece sus manos a cambio de un taller literario/ donde le enseñe a escribir versos./ Marcia Quirilao, no puedo darte cuentecitas de vidrios/ por el tesoro de tus manos/ que han vestido hijos y muertos/ y hacen un pan de luz/ de la mañana a la noche.”
El material geográfico, cultural e histórico de Chile desplaza en cierta medida a las imágenes que veíamos en poemarios como Guijarros (1994), Parloteo de sombra (2009) o en El remoto país imposible (2010), imágenes que remitían una y otra vez a Jaguey Grande, Matanzas, a Cuba, su Isla de origen.
Si es que anteriormente la elaboración de paisajes remitía especialmente a Cuba, vemos en este poemario una apropiación de esta otra Isla que es Chile. De nuestra isla literaria, hay pulsaciones que intentan reconstruir el Gran poema de Chile, encontramos ahí los latidos de nuestra literatura:
“La maestra rural ve la tala, la desolación. Se hace una montaña./ La jardinera sale a buscar la tonada campesina en el libro abierto/ de los campos de Chile./ El ahorcado de Tomé contrabandea con cadáveres/ (hay cadáveres)./ Uno se tira en un parasubida que no acaba de caer./ (Hasta Mapocho no más)./ Otro se cree que baja del Olimpo y maldice la cordillera de los Andes y la costa./ Crea artefactos domésticos, reverberos./ El poeta pantagruélico hace una epopeya con el hambre, la comida nacional./ Neftalí avanza con las alforjas llenas de palabras./ El Poseidón sudaca inventa la pampa los mares del sur./ Venus humea entre los cuerpos no identificados del pudridero local./ Belano se enrola en la guerrilla con los detectives salvajes./ La amortajada ve entre la última niebla del alcohol, una tierra que se disipa./ El vidente ve los países muertos./ El poema de Chile se hace con todos sus pedazos”. Como bien dijo la poeta Soledad Fariña en la presentación del libro, “Lo desmembrado por todas las derrotas, vuelve a unirse en un poema”.
El lenguaje poético de Calderón es un lenguaje desgarrado, casi siempre fragmentado por la fisura que se produce en el sujeto del exilio. Sin embargo, en Las pulsaciones de la derrota, vemos cómo este sujeto se apropia de una palabra poética que ya no remite a la melancolía, sino que nos habla sarcásticamente. En palabras de Naín Nómez “es un libro punzante, cruel, irónico, escrito con un lenguaje exteriorista, pero poblado de metáforas y símbolos que aluden recurrentemente a ese borramiento de la persona, a ese hundimiento de la rebeldía preconizado por los epígrafes de Ciorán y Seferis”.
En efecto, los epígrafes que abren el texto cobran suma importancia, ya que funcionan como guías de lectura del poemario: la historia que nos presenta Calderón es una historia en movimiento, una historia que se encuentra constantemente en reconstrucción, se intenta dar voz a los seres que han sido borroneados por la Historia con mayúscula, por los manuales académicos, e incluso, por la literatura. Este poemario recupera al pueblo ancestral, también el pueblo mapuche está presente en este recorrido poético… creíamos que desaparecía, pero no, Calderón vuelve a sacar la voz para dar cuenta del desgarro que produce la salida de la Isla natal, la única cura para dicho desgarro pareciera ser la poesía: “Toda la noche/ aferrada al teclado/ al rebaño de sílabas/ la patria/ la pérdida./ Toda la noche/ frotando palabras/ como quien frota un sexo contra otro/ haciendo del poema/ un cuerpo junto al mío/ no importa cuál.
Damaris Calderón transita, poética y vivencialmente por estas dos islas, como leemos en su libro ella va “de una isla a otra isla/ siempre la misma isla infinita/ en luces que se extinguen/ -luces de mis ojos”. Cabe mencionar que, paradójicamente, Calderón reside actualmente en el “litoral de poetas”, en la localidad de Isla Negra.
Como la pasajera de la canción de Charly García, nuestra poeta cubana se encuentra en tránsito perpetuo: de Cuba a Chile, en un viaje poético de isla en isla.