De la República al mercado
Ideas Educacionales y Política en Chile.
Este libro, tal como su autor nos explica en su Introducción, recoge una preocupación por el estudio de las ideas educacionales en Chile y su relación con la política, que es en él de larga data. Desde mediados de la década de 1970 Carlos Ruiz viene publicando artículos diversos sobre este apasionante tema, los que han sido recogidos a la vez que reformulados en esta obra.
1. Organizado en 6 capítulos, De la república al mercado. Ideas educacionales y política en Chile, sigue un orden cronológico, desde las primeras décadas del siglo XIX hasta la actualidad. El texto debe leerse desde las urgencias que presentan los desafíos actuales de la educación chilena. Ruiz los aborda con una mirada crítica, anclada en un lúcido análisis del pensamiento educacional, que estaría tras las políticas de hoy; una mirada que a su vez se alimenta desde una revisión de la trayectoria que ha seguido el pensamiento educacional chileno desde los primeros tiempos post Independencia hasta hoy. De allí el título del libro: De la República al mercado (la primera con mayúscula, el segundo en baja).
¿Se trata entonces de una idealización del liberalismo del siglo XIX, que fuera capaz de crear una educación por y para la República? ¿Estamos nuevamente en presencia de la ya clásica mirada desencantada del presente que nos toca vivir, de una nueva versión de la decadencia nacional? No tanto como eso, porque ciertamente el autor valora positivamente el proceso democratizador que ha acompañado al desenvolvimiento educacional del siglo XX y del XXI. Aunque sostiene, reflejado en la perspectiva que ha querido darle al libro, que se ha producido un desplazamiento en los sentidos y fines de la educación nacional, desde el ideal ético y político de la formación de ciudadanos, característico del pensamiento educacional del siglo XIX, a un pensamiento educacional neoliberal centrado, lamentablemente, en el mercado, que se prolonga a la actualidad desde tiempos de la dictadura. Esta transformación de los referentes teóricos, a su vez, ha sido acompañada por un cambio sustantivo en los agentes educacionales, desde el Estado hacia el mercado, afectando a su juicio, gravemente la igualdad.
Por eso, para pensar el futuro de la institucionalidad educacional chilena es imprescindible, para Carlos Ruiz, reconocer el sentido que ésta tuvo desde los inicios de la República. De allí que afirme al finalizar el segundo capítulo:
“El actual intento de desmantelar las instituciones estatales en Chile se propone revertir, junto a otras, estas orientaciones fundadoras de nuestro sistema educacional. (…) el intento actual busca por sobre todo eliminar los rasgos más profundos y positivos del sistema: su carácter laico y pluralista, (…) y su carácter igualitario”.
Se agradece, pues, esta mirada histórica en el debate actual sobre el futuro de la educación chilena.
En los primeros dos capítulos, en que se aborda el siglo XIX, el autor nos muestra el ideario liberal enfocado en los individuos, especialmente en los hombres, a quienes la educación impartida por el Estado tiene que formar como ciudadanos, ya sea en cuanto sujetos políticos, ya sea como integrantes virtuosos, o “civilizados”, de la comunidad nacional, para así mantener el orden y la cohesión social (y agregaría yo también para generar el sentido de pertenencia a la nación, de enorme importancia cuando se están consolidando las naciones en Hispanoamérica).
Carlos Ruiz visualiza una profundización de las ideas liberales en el positivismo anticlerical de fin de siglo, representado por Valentín Letelier, quien postula un mayor énfasis en el papel del Estado en materia de educación. Pero, al entrar al siglo XX, los ideales liberales habrían terminado por ser desplazados, según nos lo muestra el tercer capítulo, por el pensamiento nacionalista laico de Luis Galdames, Francisco Antonio Encina, Darío Salas, para quienes la educación debía ponerse apremiantemente al servicio del desarrollo económico nacional, y por tanto, debía tener un contenido práctico. Pensamiento éste que surge en tiempos del Centenario y que constituyó la tónica del Congreso Nacional de Educación Secundaria realizado en 1912. Probablemente la reforma educacional de 1928, realizada por Ibáñez recogió las propuestas de esta generación. Esperaremos un próximo trabajo de Ruiz para profundizar sobre esta reforma tan marcadora en el desenvolvimiento educacional chileno.
Este giro desde la función política de la educación, expresada en la formación del ciudadano, hacia la primacía de las demandas de la economía nacional, acompañará a las más disímiles corrientes de pensamiento durante el siglo XX y el XXI, según constatamos de la lectura de los capítulos 4, 5 y 6 de este libro.
En efecto, el autor argumenta que en la década del 60 y a principios de los 70 hasta el golpe de Estado, la ideología desarrollista impulsó una profunda reforma educacional cuyos fundamentos están dados por la urgencia del desarrollo económico del país. Es decir, la educación, vista como inversión social, debía asegurar la formación del “capital humano” que requiere el desarrollo. Las políticas del gobierno de Allende no constituirían una ruptura de este paradigma en la medida en que tendieron a un “fortalecimiento de la relación entre la educación y el mundo de la economía y en especial del trabajo productivo”, en palabras de Carlos Ruiz.
Si la primera etapa de la dictadura fue fundamentalmente represiva y de matriz corporativista, en cambio el paradigma neoliberal, plasmado en las reformas de los años ‘80 que desarticulan el rol del Estado en la educación reemplazándolo por el mercado, tendría como norte lograr una exitosa inserción de Chile en las dinámicas de la globalización. Por eso, hace notar el autor, las políticas educacionales de la dictadura fueron monitoreadas en la primera etapa por el Ministerio del Interior y luego, pasaron a ser responsabilidad del Ministerio de Hacienda. A la educación se le adjudicó la responsabilidad de formar el “capital humano” necesario para que el país fuera competitivo en la economía globalizada. En su opinión, este paradigma sigue aún vigente en la actualidad, aunque con cambios importantes, los cuales, a decir verdad, no se visualizan mayormente en su análisis.
Es notable como Carlos Ruiz nos muestra la potente influencia, o más bien condicionamiento, proveniente de agencias internacionales, en el pensamiento y las políticas de educación de Chile a partir de la segunda mitad del siglo XX, con la Alianza para el Progreso, la CEPAL, el Banco Mundial y ahora la OCDE. Condicionamientos en el diseño de las políticas públicas no es lo mismo que influencias intelectuales, y tales condicionamientos habrían estado ausentes durante todo el siglo XIX hasta mediados del XX. El autor señala:
“Las políticas educativas que derivan de los programas de ajuste estructural a nivel mundial y que se recomiendan a los países del Tercer Mundo, no son en realidad muy diferentes de las políticas neoliberales que se habían aplicado en Chile bajo el régimen militar. Estas últimas aparecen, por lo demás, constantemente citadas, a título de ejemplos paradigmáticos de políticas del futuro, por organismos como el Banco Mundial. Es, entonces, este tipo de visión el que conforma el marco conceptual y la filosofía de base de los más importantes organismos de financiamiento internacional de proyectos educativos, por lo que no es extraño que genere una fuerte presión para que los modelos de privatización y el mercado sigan estando presentes en las políticas educativas chilenas de los 1990”.
Su aguda crítica de las políticas educacionales implementadas por la Concertación, sobre todo de sus fundamentos filosóficos, busca abrir un debate profundo, que debería ser muy fructífero. Por eso el autor cierra su libro interpelándonos así:
“Pero no basta tampoco con el recurso de los consensos, porque los consensos en general sobre representan a las minorías. Lo que necesitamos entonces con urgencia es un debate democrático sobre la educación que queremos, como comunidad política, que incluya sobre todo a la más amplia participación de los actores relevantes, esto es los estudiantes y los profesores, además de nuestros representantes políticos.”
2. No quisiera terminar esta presentación sin detenerme en algunos comentarios sobre la visión del siglo XIX que nos presenta Carlos Ruiz. Porque éste es un período fundacional; porque en él se debate la construcción de la República, y no el desarrollo ni el mercado, y ésta me parece más relevante y más apasionante; y porque se trata de una época extremadamente compleja en la que, a mi juicio, todavía tenemos mucho que revisar y conocer.
En su tratamiento del siglo XIX, Carlos Ruiz continuamente contrasta o contrapone lo que él distingue como corrientes de pensamiento opuestas en el campo educacional, perspectiva de análisis que no comparto. Por ejemplo, a partir de 1830 enfrenta un pensamiento conservador, “o republicano-conservador” con “un republicanismo de orientación más democrático”. En el primero sitúa a Montt y Varas, también a Andrés Bello e Ignacio Domeyko; en el segundo, a Sarmiento. Sin embargo, a pesar de las diferencias que el autor detecta y destaca, es necesario a mi juicio minimizar estas oposiciones y poner la mirada sobre la visión compartida por todos los sectores de la elite dirigente decimonónica. No es casualidad que fuera el mismo Manuel Montt en su condición de Ministro de Instrucción Pública quien confiara en Sarmiento para que diseñara la educación primaria chilena, y le otorgara la responsabilidad de crear y dirigir la Escuela Normal de Preceptores, es decir, de formar a los profesores para esa enseñanza primaria que Sarmiento mismo había configurado.
Lo que quiero enfatizar es que, más allá de las diferencias que pudo haber habido, hay más acuerdos y continuidades en la elite política chilena respecto al sentido de la educación que estaba creando y financiando, acuerdos y continuidades que Carlos Ruiz sí ve cuando analiza el pensamiento educacional chileno a partir de la década de 1960, pero que sin embargo cuando trata el siglo XIX tiende a dejar pasar.
Por otra parte, pienso, a diferencia de Carlos Ruiz, que la formación del ciudadano que se define como el propósito fundamental de la educación en el siglo XIX, no debe ser identificada sin más como una formación dada exclusivamente para las elites dirigentes, como se hace en este libro. Es que la historia política del XIX es muy compleja: por ejemplo, a pesar de las apariencias de primera vista, el derecho a voto en Chile a comienzos del siglo XIX no era exclusivo de un pequeñísimo grupo elitista. Las exigencias de renta –que sí las hubo pero sólo hasta 1874– eran reducidísimas, hasta las podían cumplir los gañanes decía un senador en el debate de ese año, ciertamente la cumplían los artesanos. Es que, así como hubo un bajo pueblo, cuyo estudio iniciara décadas atrás Gabriel Salazar, hubo también un “alto pueblo” o clase media, como bien lo ha demostrado Marianne González en su tesis de grado de derecho; clase media conformada por artesanos, comerciantes, mineros y propietarios agrícolas, hombres letrados y con capacidad política. Tenemos que contar con este segmento de la sociedad decimonónica para entender a cabalidad el sentido que tuvo la formación del ciudadano del nuevo Estado-nación, y el dinamismo de la relación entre política y educación. Así también tendríamos que indagar cómo en cada época se entiende la educación para la conservación del orden o como dique ante la revolución, cómo se le adjudica la responsabilidad por la cohesión social y por la adhesión a la nación. Hay, sin duda, todavía más que trabajar al respecto.
Ciertamente, hay mucho más que profundizar y esperamos que Ruiz nos siga ilustrando con sus estudios sobre las relaciones entre educación y política, que continúe incentivando el debate sobre los sentidos que hoy le estamos dando a la educación, y que siga iluminando ese debate desde la historia para construir el futuro.
1 comentario
Interesante y plenamente vigente la visión de Carlos Ruiz, nos ilumina bastante sobre aquellos poderes externos, que habiendo dejado atrás la postguerra y guerra fría, sin embargo reaparecen en la llamada era de la «globalización», y muy bien que le recuerde a quienes se dicen «autoridades» cuál fue el espíritu de nuestros Padres fundadores al sentar las bases de nuestra Educación, bien.