De mezclas y colonialidades. En torno a Deus Machi de Jorge Guzmán
Si bien el mestizaje en Latinoamérica alude primero a una realidad material, a la mezcla de diversas calidades si se quiere (1) en un segundo término éste también puede dar cuenta de una condición que trasciende el terreno discursivo de lo inmediatamente natural y que se relaciona con la imposibilidad de aceptar la única verdad que puede mostrar el pensamiento en una sola lengua.
El mestizo, el mezclado, es por definición impuro y aunque los intentos por construir desde la potencialidad de su diferencia no hayan cesado en Latinoamérica –desde Los Comentarios Reales (1609) del Inca Garcilaso hasta los poemas de Mapurbe, venganza a Raíz (2005) de David Aniñir– lo cierto es que siempre ha sido (re)sentido como un peligro en la medida en que su condición mixta parece contener la potencialidad del caos social y supo explicitar, entre otras cosas, la obsesión europea por la pureza de sangre y el ordenamiento social que esta suponía. Cada uno según lo que era en el estricto lugar que naturalmente le correspondía.
Prueba de ello son, por ejemplo, las series de cuadros de castas del siglo XVIII en las que los gobernantes indianos hacían retratar de manera minuciosa los cruces que se daban entre las diversas clases que habitaban las colonias hispanoamericanas. El objetivo de estas reproducciones no era otro que el de presentar en la metrópoli un panorama ordenado del funcionamiento de las colonias. Allí pueden apreciarse a hombres y mujeres en principio blancos/as, negros/as e indios/as originando entre sí las más diversas combinaciones hasta dar origen, entre muchos otros, a morisco/a (del cruce entre español/a y mulato/a), chino/a (de morisca/o con español/a) o salta atrás (de chino/a con indio/a). (2)
De este modo vemos cómo en las sociedades virreinales existió un imaginario social que temió la configuración de nuevas sensibilidades y prácticas pertenecientes a grupos emergentes cada vez más numerosos, constituidos por personas de dudosa adscripción racial y social. Los cuadros de castas nos recuerdan la imperiosa necesidad colonial de clasificar y controlar las nuevas realidades novohispanas.
Sin embargo, la metáfora de la hibridez, tan en boga hasta hace algún tiempo en nuestras academias, permite pensar y re-pensar la problemática del mestizaje. Ya que la condición mezclada de la experiencia, las nuevas sensibilidades y prácticas sociales, no fueron privativas de estos nuevos grupos de mezclados, sino que de la sociedad colonial en su conjunto. Entendemos, en este sentido, que la experiencia del europeo y su habitar América lo transformará en algo distinto de lo que era o creía ser. Puesto que el proceso de colonización de América sin duda alguna también supo mezclar la cultura del europeo.
El cautivo y ambidiestro Lorenzo de Argomedo
Deus Machi que como afirma de entrada Jorge Guzmán no se trata de una novela histórica, sino “simplemente de una novela” (p. 7) parece aterrizar en un siglo XVII convulso en el Reino de Chile. Convulsionado y mezclado. Su protagonista, Lorenzo de Argomedo, obligado a huir de su ciudad natal decide sorpresivamente dedicar su vida a la orden jesuita cuando conoce la catedral de Córdoba, que en realidad es una Mezquita. El contacto con ese otro radical que supone para un cristiano lo musulmán, y más exactamente el contacto con su belleza, le revelará al protagonista de la novela la certeza de dios y la decisión de entregar su vida a él.
Lorenzo de Argomedo recae en la experiencia del contacto con la alteridad al encontrarse cautivo de una comunidad Mapuche del sur de Chile y al experimentar el horror, el asco, la desesperación, la soledad y la rabia de no poder explicar, de no tener las palabras para decir, para sentir la parcialidad de sus formas de entender. Las que hasta ese momento consideraba las únicas legítimas.
“A lo largo de muchos años Lorenzo de Argomedo pensó más de una vez que las características personales de cada cual condicionan los pocos acontecimientos que son de verdad determinantes en la vida. Si él no hubiera sido capaz de dibujar, escribir y manipular instrumentos exactamente igual con las dos manos, su condiscípulo Junquera no lo habría exasperado burlándose de su rara habilidad, no habrían tenido el cambio de palabras que tuvieron y no hubiesen terminado batiéndose en duelo. Es decir, si no hubiese sido ambidextro, no habría habido ocasión para que Lorenzo desmayara a su contrincante con un feroz puñetazo que le deshizo las narices, ni sus amigos habrían tenido razón para disfrazarlo de aldeano, montarlo en una mula de alquiler y hacerlo salir de Granada” (p. 9).
Transcribo el fragmento con que comienza Deus Machi para permitirme la comparación que ronda estas líneas: la calidad de ambidiestro de Lorenzo de Argomedo es, a mí entender, la metáfora que encierra la novela de Guzmán. La rara habilidad de Argomedo, esa que le posibilitaba ser tan bueno de una mano como de la otra, se asimila a la rara habilidad del mestizo, quien está situado o a caballo entre dos culturas, entre dos lenguas: perteneciendo a ambas y al mismo tiempo a ninguna. El título alude, sin lugar a dudas a la dualidad que supone la experiencia de Lorenzo, pero no sólo la de él.
Si Deus Machi es o no una novela histórica se vuelve irrelevante en la medida en que nuestras historias perecen ser siempre la misma, los cautivos serían muchos y también lo fueron las familias oligarcas. La nota del autor con que irrumpe el libro da cuenta de la relevancia de entender que esta historia nos entrega mucho más que la visión de un jesuita en particular o cierta mirada a la oligarquía del siglo XVII en el Reino de Chile. El relato al que asistimos más se parece a la historización de un cambio de sensibilidad, a la emergencia de un origen posible de lo que somos, que se encontraría en ese pasado colonial al que parecer no queremos ver e insistimos en ocultar. Más si estamos de acuerdo en que todo Poder para serlo debe ocultar su Origen, Deus Machi viene a recordarnos aquello que los discursos del Bicentenario omitieron con descaro: el surgimiento de nuestra cultura sería mezclada y sobre esos cimientos fue montada la historia.
NOTAS:
(1) Utilizando el metalenguaje propio del período colonial que según afirma la historiadora Alejandra Araya E., era depositario, entre otros, del propio de la alquimia.
(2) Véase la serie de Miguel Cabrera de 1763 o la de Andrés de Islas de 1774.