Martin Bonnefoy (@mbonnef)
Dejar (de) saber: habilitarnos escuchas, elaborarnos brújulas, mutar como el virus.
0.
El texto a continuación surge principalmente de la participación en dos instancias de reflexión colectiva. Por una parte, el colectivo Vitrina Dystópica, con el cual llevamos por lo menos 3 años de conversaciones con distintos otros grupos que, como decíamos en nuestros inicios, le “dan cara a la distopía”. Es decir, que se enfrentaban y enfrentan a un modo de dominación que se pretende la única realidad posible[1]. Se trató desde ese entonces de habilitarnos un espacio para pensar a ras de suelo y para ir conjuntamente ensayando conceptos que pudieran intensificar las prácticas de elaboración de otras formas de vida, más allá de la imposición imperial de la vida capitalista. Por otra, de una instancia más acotada y experimental que se ensayaba de forma digital antes de su imposición generalizada: un pequeño grupo de estudios sobre algunos temas que emergían como relevantes a partir del levantamiento de octubre en Chile.
Es importante señalar este contexto
de producción del texto, pues una de las cosas que se intenta exponer es lo
fundamental no solo de la existencia, apertura, aumento, etc., de la presencia
de otros saberes, sino también del ensayo de otros modos de
producción de saber. Sin ningún desprecio por la producción teórica ni
estratégica, se trata como bien señalaba un amigo, de pensar cómo fabricarnos
conceptos que posibiliten la proliferación antes que la acumulación. La
sospecha es que aquello pasa por las prácticas de(l) saber y que aquella
construcción parece fundamental para poder dotarnos de formas de cuidado más
allá de una obediencia irrestrictica a cualquier tipo de experto.
1. Calvin y los que saben.
Hay una película, una película mala uno diría, en cualquier caso, no muy buena. La película se llama Life, es dirigida por Daniel Espinosa director sueco respecto del cual algunos sitios agregan de origen chileno y actúa nuestro amigo de Donnie Darko (Jake Gyllenhaal). En fin, la película se trata de 6 astronautas de diversos países que están en la Estación Espacial Internacional (EEI), en una especie de cosmopolitismo de los mejores y de los países que más donan dinero. Son doctores y doctoras en distintas especialidades y procedencias que, como se nos hace saber, esperan ansiosamente un evento extraordinario.
¿Qué es respecto de lo que están tan expectantes? Pues, de una muestra con vida proveniente de marte. La primera muestra de vida fuera del planeta tierra. Básicamente, algo respecto de lo que no tenemos absolutamente ninguna idea.
Entonces, todo está preparado para mostrar el poderío de la ciencia y de los que saben. Hay indicaciones para todo y una encargada de seguridad, doctora también por cierto, que ha procurado tener protocolos en caso de una falla e incluso de una falla en la falla. No saben qué es, pero ya le tienen aseguradas cajas para contenerlo y hacerle decir su verdad. Literalmente. Lo que llega (además ya entre problemas, porque, como una premonición la cosa no llega del todo, sino que la salen a buscar) es una especie de organismo unicelular que encierran en un cristal, dentro de una incubadora, dentro de una sala hermética, dentro de un área sellada de la Estación Espacial Internacional, encerrada en la inescrutable apertura radical del universo. Si cada una de esas cajas herméticas y transparentes o semitransparentes fueran palabras uno diría que están saturando de sentido esa vida con la que no se sabe aún habitar.
Pero se trata de cajas reales y ¿qué es lo que pasa? Bueno, a pesar de que incluso y lógicamente le han puesto un nombre propio: “Calvin”, la cosa se vuelve incontenible y desborda una a una las cajitas.
Resultado: en lugar de mostrar el poderío de los que saben, esta estrategia de creer que se puede encerrar, o sea, aprehender, algo respecto de lo que no se tiene idea muestra su fracaso, pues no se le deja ningún espacio a lo inesperado que conlleva el propio fenómeno respecto del cual se reconoce una extrañeza radical. La saturación de cajitas puestas desde la posición del saber, de la especialidad, pero también de una suerte de heroísmo de los que tiene un acceso privilegiado a la verdad, nos conduce en la película a la impotencia frente a la cosa. En una frase: el intento de contener, de aprehender esa vida otra, fracasa radicalmente en la medida que no deja ningún espacio a la ambigüedad: ¿qué pasaba si la cosa se resistía a cada una de las cajitas? El intento de absolutizar, de decir qué es (es decir, de saber cómo contenerlo), al mismo tiempo que se le señala radicalmente extraño (es, después de todo, vida que viene de marte), conduce a la impotencia frente al reconocimiento de que nada sabíamos respecto de la cosa de la que nada se sabe. No se queda quieta, no se deja nombrar. Qué fastidio.
2. Habilitar(nos) una escucha.
Es marzo o abril o mayo de 2020 y están quienes dan órdenes. Una sobre la otra, una contra la otra, dos a la vez, poco importa, pues se supone que alguien debería saber qué hacer. Están quienes gritan que saben de lo que se trata, están quienes susurran que no habría que estar tan seguro. Están lxs que hacen en exceso o por exceso y quienes fotografían que nada pueden hacer. Están quienes lloran real o meméticamente por no poder salir, no poder moverse de casa, no poder tocarse con otrxs y quienes, obligadxs a mantener su vida casi como antes, en circunstancias que todo ha sido trastocado, temen del contacto al volver a su casa. Y, claro, están los que no tienen ni han tenido una casa, para quienes la orden de lxs primeros es casi un insulto. Están también los que obedecen por miedo y prefieren no saber, y los que buscando saber, entre gritos y susurros, se obsesionan por hacerle decir su verdad al virus y se entrenan en las ciencias o los mitos; obedecen, entonces, informados o proclaman, quizás, la desobediencia. Están quienes se han visto obligados a desobedecer, a moverse, para seguir sosteniendo lo que en cualquier minuto se puede venir abajo y, a la vez, avistar tal vez cosas inéditas para las cuales aún no hay nombre que arrojarle, cosas que no son más que la mutación o la invención de un tanteo entre órdenes y gritos, porque tampoco hubo tiempo para tomarse el tiempo: no había mascarillas, ni jabones, ni comida y quizá ni agua. Están, ahora bien, quienes datan todo porque el tiempo parece que debiera tener algo de singular, de revelador, de especialmente valioso; están a quienes justo ahí se lo volvieron a robar porque de tan valioso que era ese tiempo nuevo, había que entregarlo en una disponibilidad laboral que tiende al infinito. Están, por cierto, quienes ensayan descripciones y quienes aclaran que las odian. Y, en fin, cada unx de nosotrxs ha de estar por entre medio de todo esto o quizá en otra parte o ninguna de las anteriores. Pues, al fin y al cabo, el punto es otro.
Es que, cabría, si uno va a jugar al spinozista, no ponerse desde la posición del juicio y comenzar a preguntar por qué tal o cual hace lo que hace, por más increíble que nos parezca tal o cual modo de relacionarse con el acontecimiento. Ni hacerle decir al virus una sola verdad, ni hacernos rendir cuentas entre nosotrxs. Para los asesinos en el poder, ya vendrá su tiempo, por el instante no exigir confesión alguna. Decir, entonces, que venimos haciendo lo que podemos con lo que tenemos y, por tanto, desplazar cualquier pregunta culpable del tipo por qué no hago o no hace(n) otra cosa. Y, preguntarnos mejor cómo podría hacerse otras cosas o cómo errar mejor en lo que se viene haciendo. En el caso que se desee, claro. También, se puede sentir que se ha hecho todo increíble y ansiar no variar, lo que es otro problema. Lo bonito es que para hacerse la pregunta por cómo hacer diferente, hay que escudriñar la potencia, nuestras fuerzas, aquello que nos afecta y lo que podemos afectar.
Y eso mismo no puede sino tomar la forma de un tanteo, de una experimentación. En torno a esto de los tanteos, se había armado entre el oktubre-19 y el covid-19 un pequeño grupo virtual de estudio. De esa experiencia quedan varias cosas resonando, algunas de las cuales me parece interesante compartir en la línea de ampliar los modos de relacionarnos y actuar con este acontecimiento, es decir, aquello de lo que, como en la película, no podemos saber de antemano.
Primero pues, que no poder saber de antemano, no significa verse obligado a una espera pasiva u obediente, sino que por el contrario invita a habilitar otra escucha. Y es lo contrario a una espera pasiva porque impulsa a implicarse y a relevar un pensar implicado. No saber, o sea, no decir qué es el virus, o qué es este tecnofascismo que aparece ahora con tanta claridad, etc.; y, sin embargo, intuir, es decir, prestar otra atención a lo que nos afecta para elaborar conjuntamente un modo de relación con lo que acontece.
3. Zonas de ambigüedad
Así, una intuición que aparece de esa experiencia es la figura del catalizador para referirnos a los efectos de la gestión del COVID-19. Cabe remarcarlo, sería su gestión la que provoca ciertos efectos más que el virus en sí mismo y, por esa razón, aquella imagen parece de utilidad para figurárselos. La idea de un catalizador[2] es aquella que acelera cambios cuyos componentes ya estaban allí, pero se requería mucho tiempo para que sucedieran. Lo singular de esta noción es que los cambios son químicos y no físicos. En ese sentido, si bien todos los componentes ya estaban allí, lo que aparece es algo de una naturaleza distinta. Las cosas se relacionan de otra manera, cambia la composición y, prácticamente, ya no hay retorno[3], como cuando el hidrógeno y el oxígeno componen el agua que nos roban.
De ahí que, querer atrapar esta naturaleza extraña que se compone aceleradamente, sea una ambición frustrante. La represión estaba ahí, la explotación y la tele-explotación, la vigilancia y la cibervigilancia, la precariedad y la miseria estaban ahí, el hambre estaba ahí, las resistencias también; sin embargo, ahora toman una forma que nos parece completamente otra. Extrañeza de lo (in)familiar. Si buscamos atrapar este Calvin con nuestros conceptos-cajitas que teníamos antes, corremos el riesgo de paralizarnos cuando sean desbordadas por todos lados, como pasa prácticamente todos los días, ante cada nueva información, ante cada nueva tiranía gubernamental o justa rabia popular.
Antes bien, nos parecía acertado pensar que se abren amplias zonas de ambigüedad, es decir, en el medio de la mutación que se acelera, se articulan fuerzas que nos interpelan de modos contradictorios y en diversas intensidades, donde nada está ni puede estar decidido de antemano. A la vez, esto posibilita también que podamos reflexionar en conjunto y elaborar(nos) modos de relación, o sea, una capacidad de poner palabras en práctica(s).
Y para ello atender a lo contradictorio e incómodo de estas fuerzas. Por ejemplo, cuando internacionalmente se difunde la idea sanitaria-moral de la bondad de los gestos barrera, qué implicancias tiene que una barrera, un obstáculo en la relación corporal se convierta en un gesto, palabra usualmente asociada a una expresión, o sea, a la comunicación de algo íntimo a un otro. La barrera como gesto deviene obligatoria y redefine las formas del contacto en lo social. En Francia, por ejemplo, las y los niños hasta 13 años más o menos, comienzan a volver a la escuela, no únicamente para sentarse solos, aislados tras sus máscaras, sino que para verse obligados a jugar dentro de una figura geométrica delineada en el piso, que les impide el contacto con los demás. O, dentro de esos mismos gestos, la no menos explícita idea del distanciamiento social, respecto del cual aquel spot del gobierno de Chile que estimula entrenarte en casa, mostrando a una millonaria jovencita deportista utilizando sus diversos implementos deportivos en sus hectáreas de patio, no podría ser más claro; más aún, cuando al día siguiente explota un levantamiento en la comuna de El Bosque por falta de alimento.
Pero los y las niñas juegan de todos modos juntas fuera de las escuelas y el distanciamiento social pasado como físico, revela la distancia social expresada en el espacio físico. Son efectivamente zonas de ambigüedad, es como si uno pudiera ahora tomar no importa cuál hebra de la mutación en curso y observar umbrales en lo que aún está todo por decidir, a pesar del exceso de titulares distópicos que se venden por doquier. Nota al pie: la distopía estaba hace rato aquí y allá, más bien es como si ahora, para quienes hayan visto They Live, los lentes de sol de la crítica a la ideología, se hubieran súbita y dolorosamente masificado[4]; y sin duda, ya lo sabía tan bien la insurrección del oktubre-19.
4. Brújula (y) micropolítica.
Por ejemplo, una última hebra cualquiera: la incitación del gobierno argentino (entre otros) al sexo virtual. El sexo virtual ya existía, ciertamente, pero esta masificación/obligación parece hacerle cambiar de naturaleza, puesto que por una parte implica, otra vez, una redefinición general del contacto, a partir del peligro del contagio, es decir, una nueva ponderación de qué y, sobre todo, de quiénes son más peligrosos y, por tanto, cabría evitar tocar.
Y, por otra, la profundización de la equiparación de lo virtual con lo descorporizado cuando, sin embargo, lo virtual es también lo que está presente de otra forma, como la propia revuelta, hasta que pasa al acto por los cuerpos, incluidas ciertas formas y usos de la tecnología. En este sentido y estas condiciones, habría un continuum desde las reuniones o fiestas por Zoom a la recomendación gubernamental de tener sexo virtual: la reducción de internet a las plataformas y la reificación de lo virtual como algo que se nos opone completamente y nos deja finalmente impotentes. Y, sin embargo, allí mismo como nos decían compañeras de la Coordinadora 8M en una conversación en Vitrina Dystópica[5], vale la pena imaginar colectivamente otra ciencia ficción que nos permita intuir otros modos de componernos cuerpo con las tecnologías y lo virtual que nos habita.
Es que por ahí es que nos decía Suely Rolnik que reside una potencia micropolítica. Y vale desde ya plantear que la micropolítica tampoco puede ser absolutizada como una política de lo pequeño, sino que hace relación al modo en que otros agenciamientos de deseo pueden desplegarse en el plano de lo social. O sea, a cómo desde el malestar que nos moviliza podemos darle cabida al deseo de transformación cada vez más radical que nos implica y dotarle también de una capacidad de persistencia. Incluso si no tenemos aun conceptos para ello.
A su vez, hay un impulso cartográfico en las prácticas micropolíticas. Seguro lo sabe cualquiera que haya participado de formas de militancia minoritarias, o sea más atentas a las singularidades que a los esquemas, poniendo por ello en práctica una dimensión estratégica antes que moral[6]. Nunca se sabe muy bien donde se está, porque no se tiene ni hace falta ninguna teoría general ni de la historia ni de la política y, por ello, todo el tiempo se trazan mapas, aunque no se haga ningún dibujo, y se armen a través de discusiones, peleas, bailes o resolviendo problemas. Son mapas en movimiento, muchas veces no explicitados o destinados al olvido y que, no obstante, ya se han puesto más de una vez en común.
Puede por ello ser interesante, entonces, habilitarnos formas de escucha para comunalizar las intuiciones desde las que se arman los mapas más o menos desarrollados con los que nos movemos. Esa es la potencia a la que aludía Suely: la de elaborarnos brújulas[7]. Y quizá sea más importante que nunca ante esta multiplicación acelerada de zonas de ambigüedad fuertemente militarizadas, en esta mutación que se despliega y se experimenta, el componernos orientaciones.
Y sucedía y sucede ya, pese a todo, en los cordones de abastecimiento, en la organización de autodefensas sanitarias, en las orgánicas territoriales, en las organizaciones de personal médico y de cuidado o de profesores y profesoras; en toda la proliferación de primeras líneas.
Se dirá que todo aquello ha sido y es insuficiente. Se podrá argumentar que, justamente, frente al tamaño del problema esta dimensión muestra su incapacidad, que no se ajusta a tal política o teoría. O se invocará también pueblos y revoluciones sin anclaje, cuasi-míticas, para evitar cualquier implicación que exponga.
Cabría, no obstante, no olvidar que si el evento-COVID, o sea sobre todo su gestión, es un catalizador, también lo es de las prácticas de resistencia y que, por tanto, una puesta en común que intensifique cada una de éstas, contribuye al propio aumento de su potencia. Un cambio de naturaleza que haga en el persistir de las prácticas comunitarias, no solo una respuesta de emergencia, sino el principio de un modo completamente otro de organizar nuestras vidas. Quizás es esa la mutación que se impone, quizás es eso lo que la gestión catastrófica del virus también moviliza. La aceleración y, sobre todo, la urgencia de un replanteo general de cómo se entrelaza la cadena completa de producción y de reproducción, desde el cuidado a los enfermos al abastecimiento de alimentos; desde los espacios que llamamos casas a los modos en que tomamos decisiones. Todo parece estar ahora en juego.
¿Será que solamente cabría esperar que esto se termine y así tratar de olvidar la densa cadena de mutuas dependencias con la que se compone cada una de nuestras vidas? Sin embargo, si el problema como ya se sabía, no es tanto el virus, sino su gestión, o sea, el capitalismo como interés de acumulación privada infinita, entonces, se impone la pregunta ¿qué pasa si esto no se termina? No el virus, sino sus efectos. De ahí que, surgen muchas otras inquietudes que vale la pena explicitar, aun cuando seguramente las respuestas se estén ya ensayando. Vale la pena para intensificar aquellas respuestas, para contribuir a la proliferación de otros lugares desde de donde se produce saber, cuya existencia puede ser más crucial que nunca. Y ahí, justamente, ¿cómo comunalizar cartografías subterráneas de largas o cortas historias de resistencias, para elaborarnos orientaciones, en medio de la urgencia, entre órdenes y gritos? ¿Cómo hacerlo, además, sin que constituyan una herramienta en contra de esas propias prácticas, por ejemplo, en mano de estados tan asesinos como el chileno? ¿Qué papel cabe a las instituciones existentes? O mejor, ¿cómo tomar los recursos de las instituciones existentes para nuestras orgánicas por venir?
Nada de esto tiene una respuesta universal o
definitiva, es sobre todo local, situada. No obstante, a la vez toda respuesta
a los contextos puede nutrirse de otras experiencias y, entonces, parece claro
que es fundamental, junto a la generación de toda una red de alianzas bien
ancladas, la apertura de espacios de resonancia donde poner en común
aquellas experiencias, lugares de conjunta elaboración de un saber dispuesto
para las propias prácticas locales. Quizás así podemos ayudarnos a, como el
virus, mutar radicalmente desde las respuestas para una vida en emergencia, a
la emergencia de una vida otra como respuesta a la catástrofe organizada que
buscan llamar nueva normalidad.
[1] Vitrina Dystópica es un colectivo de investigación militante que, a través de podcast, videos, seminarios experimentales y conversaciones abiertas, se propone abrir un espacio para elaborar conjuntamente reflexiones y conceptos que permitan intensificar las prácticas que construyen ya otros modos de vivir. Las conversaciones pueden escucharse y verse en su mayoría acá: www.dystopica.org
[2] Ver por ejemplo: https://es.khanacademy.org/science/chemistry/chem-kinetics/arrhenius-equation/a/types-of-catalysts
[3] O bien, hay un retorno singularmente difícil, pues hay que lograr un cambio químico inverso, por ejemplo, lo que se llama electrólisis del agua: https://noticiasdelaciencia.com/art/10916/nuevo-catalizador-barato-y-eficaz-capaz-de-reemplazar-al-de-platino-para-la-electrolisis
[4] Ver escena: https://www.youtube.com/watch?v=CMRM_bfCBig
[5] Ver/escuchar la conversación: https://www.facebook.com/watch/live/?v=242409123503179
[6] Cuestión siempre difícil, en relación por ejemplo al vínculo o no con instituciones más formales, a los modos de conseguir recursos, a la manera en que se entiende y practica (o no) la autogestión, etc.
[7] Se puede ver más sobre todo en el último libro publicado por Tinta Limón: Suely, R. Esferas de Insurrección. Apuntes para descolonizar el inconsciente del 2019.