Desprendió un país entero de sus ojos
Martes Once, la primera resistencia, de Ignacio Vidaurrázaga, relata el momento justo de la herida principal. El tajo tan profundo que aparece todavía ardiendo apenas se escarban un poco la capa cosmética de las últimas décadas. Allí están los que se sentían tan seguros de la legitimidad de su sueño que minimizaron el impacto; los que renunciaron rápidamente y se internaron en los pliegues del miedo (“nadie se nos sumó en todas esas cuadras que caminábamos con los fierros a la vista” dice un testimonio); están los que fueron obligados a realizar actos brutales; están, especialmente, los que resistieron desde la precariedad y sufrieron amparados en la convicción de que estaban defendiendo su construcción de un país-comunidad.
A partir de estos testimonios podemos desmenuzar elementos no suficientemente revisados sobre la re-fundación de Chile. La traición, como una de las bases que sostienen el nuevo ordenamiento; la complicidad, dolorosamente ejemplificadas en la espiral de robos, abusos, muertes que fueron permitidas por los mandos militares para envilecer a los más débiles, para hacerlos participar del trabajo sucio. El olvido, como forma sistemática de borrar los valores de una épica y degradarla.
Sabemos que la palabra establece realidades y su poder demoledor fue usado para neutralizar la pasión idealista de los pobladores, militantes de partidos políticos de la Unidad Popular, de los militares y carabineros que adherían al régimen constitucional. Antes de que los aviones bombardearan la moneda, las amenazas hicieron los más efectivos forados y se preocuparon de que sólo las palabras que instalaban una nueva realidad fueran las que se escucharan en todo el país. Al cortar la transmisión de informaciones, se rompió el tejido comunicacional provocando la atomización y dispersión. Cada uno quedó solo frente a los acontecimientos y debió responder con su capital personal: su grandeza, su debilidad.
Por exclusión, el silencio fue otra arma, los valores que representaba el Presidente Allende alcanzaron a oírse en el conmovedor discurso por radio Magallanes pero se convirtieron en palabras clandestinas, sacadas del país en cintas y barridas del lenguaje público nacional. Asimismo el silencio se abatió sobre las historias de estos hombres que vuelven a tener voz en este libro. Sus convicciones, su valor, su consecuencia, cada motivación de sus actos, sus lazos con la historia de la nación, las hondas emociones de saberse parte del sueño más entrañable que hemos tenido como comunidad fueron acalladas y reemplazadas por el discurso de los triunfadores. Con cada bando militar, se introducía, en el imaginario de la población, los contenidos esenciales que inauguran otro Chile: el miedo, el individualismo, el futuro desprovisto de memoria, la banalidad (buena referencia hace el libro a los primeros momentos de la Junta Militar cuando en los canales solo se dan monos animados).
Como en el experimento de Marina Abramovic, quien dijo a los espectadores que no se iba a mover durante seis horas, sin importar lo que le hicieran. En una mesa cerca, puso 72 objetos que se podían usar de manera destructiva o placentera, desde flores, plumas hasta cuchillos y una pistola cargada. La idea era que usen los objetos como quisieran. Al principio, los espectadores fueron pacíficos y tímidos, pero escalaron a la violencia rápidamente. En sus palabras: “La experiencia que aprendí fue que… si se deja la decisión al público, te pueden matar… Me sentí realmente violada: me cortaron la ropa, me pegaron rosas al estómago, una persona me apunto con el arma en la cabeza y otra se la quitó. Se creó una atmósfera agresiva. Después de exactamente 6 horas, como estaba planeado, me puse de pie y empecé a caminar hacia el público. Todo el mundo salió corriendo, escapando de una confrontación real.”
Es notable seguir los acontecimientos narrados en Martes Once, la primera resistencia y descubrir que el mal comienza con pequeñas y viles acciones que van creciendo hasta volver irrelevante todo lo que nos constituye como comunidad. La perversa construcción de la sociedad que hoy vivimos no es de aparición espontánea, se trata de una larga elaboración a la que todos hemos contribuido por acción /omisión.
Hace una semana se inició una nueva temporada de la serie de televisión Los 80, y recordé la temporada pasada que me conmovió profundamente por la lucidez e su propuesta: vimos la caída trágica del héroe; como en los griegos, no solo se trata del personaje de Juan Herrera, sino de una manera de ver el mundo que fue demolida por otra que representa una nueva sociedad. Frente al entrañable personaje que se mueve por categoría éticas como la responsabilidad, el respeto al trabajo, la solidaridad con otros trabajadores, la honradez, el valor de la palabra empeñada, aparece el hijo de don Farid encarnando el oportunismo, la falta de escrúpulos, la obsesión por el dinero fácil. El clímax, como en la tragedia griega, expuso la dimensión del dolor de un hombre que se desmorona mientras su antagonista arrasa con la fuerza que obtiene del propio héroe hundido, de los valores que le restan, que aún lo mantienen en pie. Y no puedo dejar de contar que me indigné luego, cuando las redes sociales empezaron a tratar de tonto, débil, estúpido a Herrera (en twitter y facebook y hasta en el The Clinic semanal, se hicieron chistes acerca de la actitud del personaje de Daniel Muñoz). En una violenta paradoja, todos admiraron los esfuerzos del personaje por sobrevivir en los peores años de la dictadura. Se ha hablado mucho de la identificación que siente la familia chilena clase-media con los Herrera y, sin embargo, a la hora de juzgar la caída, el espectador actúa con la nueva mentalidad: esta que aprecia más la “avivada”, la sagacidad para obtener el máximo con el mínimo esfuerzo. Esta misma nueva “familia chilena” es la que ha dejado a los herrera-familia lejos, marginados, porque ya no cree en sus valores, sino como algo romántico para ver en la TV (pero no solidarizar con él), es la nueva familia chilena viviendo en casas hipotecadas, cercada de rejas, atemorizada, endeudada y apegada a las cosas, pero creyéndose feliz porque todavía tiene capacidad de crédito. Esta misma nueva familia chilena es la que eligió de presidente del país, sin ir más lejos, al hijo de don Farid.
Quiero compartir un poema de José Ángel Cuevas, de su libro Proyecto de país. Un poeta que se ha hecho cargo de “decir” el país silenciado:
“De no haber un mundo feliz/ luchad por una familia feliz/
un matrimonio feliz/
o, un individuo feliz / cargado de paquetes / ropa/
carne/ trago/ joyas/alfombras/perfumes/videos/autos/lentes/
muebles
sedas/pantalones/
Oh un País no es nada/ un yo que vaga por el Parque/
Delirios/ discursos entre los árboles.
(estaba con los alambres pelados
Creía que Ese era el Poema Total/ a las 18:35 la población dividida
En batallones y Brigadas de Asalto/ estarían tomándose/
Plantas oleoductos y centrales hidroeléctricas/
Amén de desalojar/ descerrajar chapas/puertas, candados/
Y limpiar Edificios llenos de Sangre/
Por una Eternidad.
LAVAR EL DOLOR DE LOS MUERTOS)
Estaba con los alambres pelados
Creía que todos eran hermanos/ y nadie
Era realmente nada/no lo quería nadie
Ni su esposa lo quería,
Estaba con los alambres pelados,
Cada Uno / era uno
Se rasca con sus uñas
Era la casa de los cada uno.»
Ancud, octubre de 2013.