Diarios de un naufragio
Es ahora, es acá, es entonces que el registro se vuelve necesario, urgente o inevitable. Antonio Cisneros data, ubica, contextualiza. No hay detalles al azar. Desde su propio nacimiento hasta el de sus hijos, el alejamiento del hogar, del pueblo, del país. Desde el otro lado, en alguna ciudad europea, o en el Antiguo Perú secreto, contempla el tiempo transcurrir. Y aquel gesto enorme e inabarcable parece empujarlo hacia el no-olvido, hacia la anotación directa, como si escribir fuera la vida y ese pulso, pretendidamente eterno, la razón de su existencia.
El poeta inicia su obra desde el mismo título, Destierro, en el cual remece –permanece- la visión de infante, el recuerdo y la nostalgia. Ya insiste en las imágenes, que más tarde volverán una y otra vez, del mar, la sal, el silencio; y una imaginación sombría, algo irónica. Cisneros nos redime –como observadores de la historia, de ciudades, de familias– en el lenguaje de las variadas formas que adopta. Porque el camino empieza en poesía simple, evocadora, y culmina en poesía madura, también evocadora. Y las vueltas, curvas o recodos, cimbran bellas crónicas, particulares cantos, sentidas cartas y confesiones que dedica el padre al hijo o a las hijas, cuando él mismo se encarga de distinguirlo.
Luego de este extenso viaje recopilatorio (1961-2010), de marcado carácter autobiográfico –en el que se refieren desplazamientos, ausencias, estancias en el extranjero, el nacimiento de sus hijos y otros hitos familiares diversos–, el epígrafe de Horace Gregory parece señalar, de manera inequívoca, la sagrada hoja de ruta: For you my son / I write what we were. Cisneros se excusa ante sus hijas por la preeminencia del primer hijo; así dedica versos al nacimiento de Soledad y le cuenta a la virgen su preocupación por el viaje de Alejandra, su otra hija. El viaje, el alejamiento, el hablar-mirar desde otro lugar y la consecuente nostalgia, se presentan de forma permanente. ¿Registra el que se ha perdido para no olvidar o para continuar existiendo?
Acaso el salto temporal, recurso permanente en Cisneros, sea el paso afuera, al costado, en donde el poeta busca su descanso y pretensión de gran lirismo. Es así como se transforma en testigo de la historia, describiendo pueblos, costumbres y greñudos conquistadores (“negociantes de cruces / y aguardiente, / comenzaron las ciudades / con un templo”), héroes y poetas guerrilleros (Javier Heraud). El canto y la tradición oral, recuperan el bajo fondo, la “calle antigua”, que dialoga con el distinguido formato de cronista que adopta de manera magistral: “Sólo trapos / y cráneos de los muertos, nos anuncian / que bajo estas arenas / sembraron en manada a nuestros padres” (“Paracas”, 1964).
Entre estas dos temáticas recurrentes Cisneros frecuenta personajes y espacios conocidos; contempla el consabido puente, tan transitado por los escritores sudamericanos del siglo XX, que une Sudamérica y Europa, que en este caso incluye en los destinos de llegada Francia, Alemania, Austria, Hungría e Inglaterra, entre otros; y en los orígenes de Chilca, Arequipa o Lima. El antiguo Perú, en convivencia con el nuevo Perú, y ambos con Europa; en una hibridez temporal, formal y cultural que nos presenta hechos, sitios o personajes con total naturalidad: la Revolución cubana, la Revolución cultural china, la construcción del Socialismo, la Guerra civil rusa, la apertura del Mar Rojo; personajes como Ulises, Ariadna, Teseo, Nausícaa, Helena de Troya, Virgilio, Erasmo, Kipling, Eliot, Donne, Milton, Hölderlin, un Sartre viejo y gagá, Vallejo, Bryce, Calvino, Bergman, Godard, Visconti, Wagner, el Papa, Luis II, Marx o Lenin… Todos conviven bajo el mismo techo, o sobre el mismo suelo, que es el contexto otorgado por un poeta que registra… la realidad, el pasado, el mundo prehispánico, la República, Europa, el siglo XX, la literatura, la política; con sus respectivas manifestaciones, ya sean bélicas, estéticas o familiares.
En otro tiempo, no hace mucho, se hubiera catalogado a Cisneros de “postmoderno”. Ahora, cuando aquella discusión parece estar desenfocada, podríamos definir a Cisneros un poeta epocal, en el sentido del registro, del intertexto y de la convivencia histórica. Los ejes temáticos que él mismo reconoce: “…tinieblas son de mi alma: ballesta que me libra de la muerte / -pena, dolor, memoria-” (1978), se supeditan al concepto que predomina: “Lo que quiero recordar es una calle. No sé ni para qué”.
Es ésta una Antología de poesía movediza, no sólo en términos geográficos, sino también por el manejo del lenguaje, la forma y la cultura. Cisneros como cronista histórico, como periodista, como narrador, como transmisor oral, como cantor popular, como anotador, como transmisor de costumbres populares, y, por supuesto, como poeta.
Inicia (el texto) en poesía amable y evocadora. Finaliza en prosa, y dispone algunas imágenes bellas y tranquilas; no todas, por supuesto. Como si volviera de un largo viaje, de un periplo agotador, lleno de nacimiento, enfermedad, alejamiento y muerte. Hacia el final (del texto) la calma se instala, retorna. El pensamiento se enfoca al frente, el poeta se sienta, tal vez enciende un puro, reflexiona y habla. Tal como siempre sucedió, pero sólo ahora de esta manera… Siéntate, calladito, al pie de la mampara. La muerte es un instante difícil de explicar. Como las tardes frescas o la reproducción de las morsas salvajes. Mañana iremos a remar, alborozados, con el cabello al viento.
1 comentario
Apasionante y revelador me ha sido leer este ensayo, sin ser gran conocedora del género, digo que me ha informado más de este autor peruano que siempre leo, y quisiera saber más del ensayista.
Muchas gracias, interesante Carcaj a la que estoy suscrita.
Si pudieran enviarme el correo del Sr. Almonte, se los agradecería.
Atte.
ana rosa bustamante
http://itinerariosparanaufragos.blogspot.com