El ajedrecista que no da por terminada esta partida
Al pensar en el hablante lírico que formula Oscar Hahn recuerdo al personaje Antonius Block, sujeto protagónico del filme sueco El séptimo Sello (1957) dirigida por Ingmar Berman, quien al encontrarse cara a cara con la muerte la desafía a una partida de ajedrez, especie de reto por el destino, cuyo objetivo no es aplazar su tiempo de vida sino más bien, encontrar un sentido antes de la muerte. La obra de Hahn bajo esta perspectiva, es una especie de viaje que busca constantemente el sentido, reconstruirlo o simplemente reconfigurarlo. Además, es innegable definir al hablante regular de su poética como un experto estratega:
Porque la muerte tiene lengua
de camaleón,
para cazarnos como a insectos
en vuelo.
Pero a mis palabras les crecerán
alas intemporales
(Esta rosa negra, 1961)
Hahn desde el comienzo de su escritura hasta su última obra (La primera oscuridad, 2011) sitúa a la muerte como un personaje que a la vez se transforma en entorno y que incluso, en muchas ocasiones parece una cámara registradora que enfoca los amoríos y experiencias conflictivas del hablante. Cada verso del poeta tiene un doble sentido, una dualidad discursiva, un enunciado que plantea el mensaje entre los planos del afecto y la mortalidad, o como plantea Freud, bajo la condición intrínseca del ser humano que surge entre dos instintos fundamentales: Eros y Thánatos.
El pasado y el recuerdo, son tópicos regulares dentro de su escritura. El tiempo perdido, la mujer amada, la amante ausente y la juventud inaccesible, al igual que el recuerdo de un tiempo que indiscutiblemente fue mejor, aparecen en la mayoría de sus versos, pero no bajo un lenguaje directo, sino más bien estratégico, como si cada imagen fuese un cuadro del tablero que soporta las piezas de este ajedrez final. Su obra Arte de Morir (1977) por ejemplo, refleja bastante bien esta condición, al igual que Mal de amor (1981), obra emblemática del poeta. Ambos poemarios, mediante la retórica del lenguaje, resultan pequeñas trampas para quien lee. Cada verso posee un discurso oculto y cada imagen se relaciona con la otra, como un Uróboros que constantemente se muerde la cola o como un sujeto que para entender su interior se espejea en el entorno.
Mi cama está deshecha: sábanas en el suelo
y frazadas dispuestas a levantar el vuelo.
La muerte dice ahora que me va a hacer la cama.
le suplico que no, que la deje deshecha.
(Arte de morir, 1977)
Al igual que Antonius Block, la escritura de Oscar Hahn vive y se construye sin el temor a perderlo todo. Sin el temor a morir, principalmente porque asume que esa muerte es el eterno acompañante. Mal de Amor propone dentro de una gama de relaciones eróticas y habituales (recordemos por ejemplo, el poema “Sociedad de consumo”), un imaginario totalmente relacionado con lo mortífero, donde se resalta la imagen del fantasma (metáfora del recuerdo latente) o la sábana (como figuración directa) que intensifica la experiencia del hablante con su entorno; “Entré en la sala de baño / cubierto con la sábana de arriba / […] / Ahora soy la sábana ambulante / el fantasma ambulante / que te busca de dormitorio en dormitorio”. El fantasma (recuerdo) dentro de la obra de Hahn, es como el pensamiento de Antonius Block que rememora su vida mientras las piezas del ajedrez van cayendo en el tablero. O también, demuestran la tradición literaria y los antiguos tópicos que se reconfiguran en la versificación moderna.
En una entrevista publicada en año 2009 en El Mercurio, Luis García Montero le pregunta a Oscar Hahn por su relación con la tradición y si existe el deseo de renovarla, reconstruirla o simplemente anularla, a lo que Hahn responde; “no se puede renunciar a la tradición. Se pueden ocultar sus huellas, que es lo que suele ocurrir, pero el fantasma de la tradición se te puede aparecer en cualquier momento”, lo que se manifiesta en esta escritura intertextual que sostiene el poeta, en especial con los guiños a la poesía medieval, a San Juan de la Cruz, a la tradición del modernismo latinoamericano, la música Rock (recordando el poema “Nirvana”), al cine, Hiroshima, las bombas nucleares, las torres gemelas, etc., elementos que conforman un campo cultural amplio y presente en la totalidad de su obra.
Hahn produce desde la carencia al temor por lo contradictorio, como si la contradicción fuese una herramienta centrífuga en su labor creativa, un recurso innato. Conformando un lenguaje universal que demarca una crisis de vida, llaman la atención poemas como “Misterio gozoso” o el clásico “Televidente”, donde la relación del sujeto con la sopa enlatada marca Campbell y el televisor apagado que refleja su silueta, ejemplifican el diario vivir de una sociedad moderna, caótica, en un mundo apagado que coexiste entre soledades que simulan algún tipo de interacción. El hablante, un sujeto apasionado, deseoso del cuerpo femenino pero también preocupado por las problemáticas colectivas, se establece como un ser quejumbroso y dialogado. Es un hablante que dialoga con la vida, con la socio-cultura, con la política, pero en especial con la muerte, momento misterioso y tan esperado, temor mayor, angustia suprema. La mortuorio, al igual que la poesía y al igual que para Antonius Block, es campo y tradición, innegable e irrevocable, como una instancia hereditaria genéticamente por la vida. Solo queda jugar la partida, esperar o intentar esperar el momento propicio para dejarse caer. Solo queda conversar con la muerte, dialogar con ella, seducirla. Solo de esta manera, como plantea la obra de Hahn, tenemos la posibilidad de acercarnos al destino.
No lo sé. Tan solo sé que anoche
Soñé con un enorme cementerio
En el que nunca estuve
Y que puse flores en una tumba
(En un abrir y cerrar de ojos, 2006)
La muerte posee en la obra de Hahn también un carácter biográfico y testimonial. Su obra En un abrir y cerrar de ojos, ganadora del premio Casa de América de poesía americana el año 2006, refleja esta condición; “al principio escogí el nombre simplemente porque me gustó, pero después se me fue llenando de sentido. Abrimos los ojos cuando nacemos y los cerramos cuando morimos. Entre ese abrir y cerrar de ojos trascurre la vida. Ahí está el tema central de la obra” (en La Tercera Cultura). Mientras Hahn escribía este libro, quizás como asombrosa coincidencia, su salud se encontraba en pésimas condiciones. Incluso, estuvo a punto de perder su ojo derecho y como secuela de esta enfermedad, padece hasta ahora de un problema ocular que le impide ver correctamente.
La pregunta es si este abrir y cerrar de ojos se relaciona con su problema de salud o más bien con un problema mayor como lo es la percepción del autor frente a la muerte, a lo que, retomando la analogía con Antonius Block, la obra de Hahn parece un estrategia experta, un conocimiento completo de las reglas, de ese tablero que podemos denominar vida y cuyo fin del juego es la muerte, el paso final hacia otro plano, lo misterioso, lo inagotable y lo profundo. Como le ocurrió al protagonista de El séptimo Sello, la Muerte fue un eterno acompañante y el hablante lírico que construye Hahn conoce de esta compañía, como una especie de vacío permanente, como una respiración constante como se establece en uno de sus poemas; “sentí que alguien dormía a mi lado / pero no había nadie /sentí su respiración acompasada / pero había un espacio vacío” (En un abrir y cerrar de ojos, 2006).
La Muerte es el agente que interpela, pero la Muerte también interpela al lector. Hahn, monstruoso estratega que siempre sabe utilizar sus cartas, sus piezas o las palabras precisas, es uno de los escritores nacionales que sin duda merecen estar en la situación y posición que actualmente posee. Seguramente Antonius Block estaría orgulloso de un compañero tan cercano como lo es Oscar Hahn, un sujeto que al igual que él, sabe manejar el tiempo, sabe que la jugada estratégica tiene por objetivo hallarle sentido a la vida y no aplazar su rondar por el mundo. De este modo, el sentido de la partida de ajedrez es encontrar el momento propicio, es encontrarlo antes que la Muerte te coma las uñas. Es dar la partida por terminada cuando la verdad se asome, aunque sea por un momento breve y silencioso. Es dotarle sentido a nuestro pasado, aunque sea entre un abrir y cerrar de ojos.
Se te acaba la arena: no hay demora
despídete lector: llegó tu hora
(Versos robados, 1995)