
El amor como premonición, una lectura de «Perros Amantes» de Joel Inzunza Leal
Hace un par de meses Joel me hizo llegar Perros Amantes en un documento digital, el libro ya estaba en imprenta y pronto a salir al mundo de lxs lectores. Me emocionó mucho saberlo, saber que Joel seguía arrojado al impulso escritural, desbordante, sutil y sinuoso, como su propio espíritu. Con una cuidada edición de Adynata Ediciones (Bio Bío, 2025), el poemario se exhibe, desde su portada, como un surco sobre un cuerpo; evocación a las cicatrices, las estrías, las huellas insistentes de los ríos sobre la tierra.
Conocí a Joel en un contexto mucho menos amable, pero no por eso menos fructífero. Era 2021, el confinamiento de la pandemia mundial nos había volcado hacia adentro y, desde esos lugares, muchos encontramos refugio en la palabra como salvavidas. Joel, sabiamente, así lo hizo. Tuvimos algunas videollamadas que conectaron Bio Bio con Los Ríos, donde nos aproximamos a una gran complicidad, él como escritor y yo como una editora ansiosa por la vivencia material de los libros, en un contexto donde un sinfín de experiencias habían sido monopolizadas por las pantallas. Así hicimos, con Tinta Negra Miroeditorial, Esta vez sobre el papel, un libro altamente sensible, materialmente bellísimo, y lleno de detalles al tacto y a la vista. Un libro video danzado, también, y musicalizado por Tomás Molina.
Perros Amantes es la tercera publicación de este prolífero bailarín, escritor, coreógrafo y artista, y nos trae una pulida cartografía hidrográfica donde el amor, así como los viajes, van trazando un recorrido vital, una biografía no lineal, sino cruzada por esos detonadores de la vulnerabilidad que se abre en y con cada amante.
“Por cada adiós una nueva premonición”
Hace no mucho tiempo una amante me preguntaba, con cierta recurrencia, “¿Qué se ama cuando se ama?”, y entonces yo, muy rotundamente, decía “Todo” cada vez que aparecía esa pregunta. La pregunta y la respuesta parecían un cliché, pero de todas formas insistíamos en preguntarnos y respondernos de esa manera. Tomaba ese “todo”, no solo como la totalidad de la “persona” que está ahí, siendo amada, sino el estado de amar como un estado donde la resonancia del sentimiento a es a su vez una quimera… Como bien ha dicho el viralizado filósofo argentino Darío Sztajnszrajber, el amor es un imposible, y esa misma imposibilidad es un combustible que moviliza a buscarlo.
El Todo es inalcanzable para nuestra consciencia, pero que nos posiciona en una disposición de humildad y servicio ante ella, que aquellos destellos de esa completitud sagrada en el acto de amar, aparecen como imposibilidad de amar la permanencia. El Todo es, justamente, lo imperecedero, por eso, parece una paradoja dentro de la experimentación de la vida, —transitoria—, que es la que tenemos. Por eso amar, tal vez, es este gesto de fijar en palabras las sensaciones —tan místicas, aparentemente—, de sabernos en una comunión con algo, en una forma de agencia que es amando como escribiendo.
Más allá de esta anécdota, mitad dolorosa / mitad filosófica, la figura del/la amante emerge completa. Amante es quien está amando, y quien es amado es su amante, a la vez. Los amantes son recíprocos, entonces, dependen mutuamente de su agencia y receptividad. Solo es posible ser amante en presente. O quizás, hay una cualidad ontológica en el/la amante donde se puede llegar a ser, pero no a dejar de serlo, como escribe sabiamente Joel:
los amantes no
saben renunciar
a ser amantes
los amantes
se buscan en otros
amantes
los amantes
aman
como amantes
No se puede renunciar a ser amante una vez se ha sido, y quizás por eso, tan incisivamente, duele el saber que “a nadie le gusta ser amante / esto también lo aprendí de mis amantes”. Como si fuéramos una especie de clan, una manada de perros y perras, amantes y amadxs nos enseñamos a amar aullando, nos compartimos los secretos y dolores de esa categoría ontológica en la que hemos entrado y de la cual no nos podremos desprender sino es solo hurgando más y más en nuestras heridas y en nuestros goces. Los amantes somos salvajes porque “el dolor / es un registro de existencia”, y quienes amamos dolemos, y porque dolemos sabemos que estamos viviendo. Ah, la crueldad de ser amantes. Por eso, “Por cada adiós una nueva premonición” anticipa un dolor conocido, que es el dolor que constata que se ha amado, que indica que se puede volver a doler como se puede volver a amar y que, quizás, de alguna manera, tal como plantea Joel, todos los amantes son el mismo (somos un todo-amante), y la herida que se abre ante la pérdida es una y otra vez señalada por la pérdida de ese Todo que creímos alcanzar.
Esta insistencia en el verbo amar, a su vez, es persistir. El amante es agente constantemente, está siempre en agencia, en movimiento. El dolor solo es posible de apaciguarlo amando. Quizás eso vuelve tan orgánico que el libro componga el devenir de los amantes en un trayecto que es corporal, y como es corporal moviliza y localiza las vivencias, como si de un viaje se tratara. Así, el cuerpo sintiente es territorio hídrico, donde los afluentes que emergen y desembocan, invitan a estos cuerpos y afectos a moverse por fuentes de agua para transformar: le otorgan un lugar en el cuerpo/mapa a las correspondencias, presencias y dolores; a las biografías vitales signadas por los amores para particularizar esas vivencias, para que el dolor que emerge pueda supurar.
“la sangre siempre sigue la huella de otras criaturas”
Perros amantes está compuesto por 8 capítulos, numerados del 7 al 0, algunos tipificados como afluentes, un estuario, un canal y un manantial. Cada capítulo trae un mapa, una temporalidad, una estación, una huella en vista aérea de la posibilidad del agua sobre la tierra. Cada segmentación de este viaje trae una consigna, a su vez, que va recorriendo la hoya hidrográfica en la segmentación de su paisaje, como quien recorre un cuerpo por partes, por heridas, por muestras médicas. El mismo índice del poemario se integra en la poética presentando esta propuesta de lectura:
afluente siete:
río Mekong, montaña de cráneos, fango, trozos de ropa, nido de pájaros,
bitácora de sueños, árbol Chankiri, avión de hélice, estación lluviosa.afluente seis:
río Sena, vértebra cervical, esternón roto, cuchillo, mitad de una foto, lana
roja, candados sobre el puente, guillotina, primaveraafluente cinco:
río Mendoza, metacarpianos, falanges, sábana blanca, montaña, desierto,
autopista, sangre, cemento, espejo roto, veranoestuario cuatro:
río de La Plata, pelvis, pubis, sacro, baldosas corridas, piedras de río, selva
marginal, muralla de basura, cinta de cassette, tímida primaveracanal de aguas tres:
canal de Chacao, huesos de la órbita, lagrimal, cigomático, maxilar, barco
de papel, faro, carta rota, principios de inviernoafluente dos:
río Mapocho, rodilla derecha, columna lumbar, columna dorsal, bufanda,
ramo de rosas, rama de árbol, otoñoafluente uno:
río Valdivia, cuerpo no identificado, espectro, niebla, clima oceánico de
inviernomanantial cero:
río Biobío, hueso de tibia, cinturón, puerta rota, correa de perro, fogata,
casco de astronauta, invierno siempre invierno
Este orden de las afluencias, casi como una sinopsis, una leyenda para leer este mapa desplegado sobre la mesa, que va desde las más lejanas fuentes de agua hasta el punto 0, el origen. Pareciera reafirmar que “La muerte emerge como sedimento entre los remansos de los ríos, como empozándose”, en palabras del propio Joel. El retorno al origen como retorno a la muerte, donde el dolor se torna monstruoso, “la muerte puede tomar formas atroces y una / tumba anónima no deja de gritar hasta obtener su nombre”, porque los lugares duelen en el cuerpo de su historia, y tienen en sí también la acumulación de cicatrices, como un ente vivo.
Esta capitulación hídrica, como un viaje a las aguas del Todo, trae consigo la metáfora de la confluencia entre la pulsión vital y la muerte, constantemente dialogando y contraponiéndose en la obra. Cada río, estuario, afluente serpentea sobre un cuerpo acontecido, como si esa agua arrastrara el sedimento de las vivencias e imágenes impregnadas sobre ese territorio. La configuración del mapa hídrico se presenta como un armado de mundo donde la leyenda que inscribe los hitos son las vivencias corporalizadas, lo que trae consigo, a su vez, una agencia del agua: “el río es una promesa que se va sin avisar”.
En Perros Amantes, tanto las aguas como los amores responden a otro tiempo, a una suerte de acumulación, a un sedimento que va quedando y empozando al amor que le sigue. Es una premonición posible. La agencia de amar es también la certeza de un ciclo, como el ciclo hídrico, pues “es extraño temerle a lo que ya conozco / reconozco este temor a lo que ya no extraño”.
