Pintura de Caspar David Friedrich
El día que Julio se perdió
Cuando Julio nos dijo que se iba a la montaña solo a leer poemas, nadie le creyó. Estábamos tomando en una plaza y le dijimos que qué se creía, que era un hippie culiao y nos reímos por unos diez minutos. Nos quedó mirando todo lo que duraron las risas hasta que le preguntamos si en verdad lo iba a hacer. Sí, me voy para crear la mayor obra que la literatura chilena haya visto en lo que va del siglo.
Pasaron las semanas y no se iba, nosotros seguíamos creyendo que lo había dicho de volado. Un día lo fuimos a ver y nos quedamos en su casa fumando yerba hasta las cinco de la mañana. Cuando venga el verano me voy, dijo en un momento. Ya déjate de decir esa hueá, lo hay repetido no sé cuántas veces y aquí estay, le dijo el Jaime. ¿Y cuándo se supone que te llega el verano? Cuando tenga que llegar.
Esa noche todavía estábamos en noviembre, hacía calor como nunca. Me quedaban algunas pruebas y en una de ellas me pregunté si en verdad se iba a ir, también se me ocurrió que sería buena idea ir a acampar con los cabros como cuando éramos scouts. El único del grupo que había seguido en esa volada era Julio que por su padre le gustaba ir a los cerros y por vivir en la Florida siempre fue bueno para irse al Panul. Había ido a todos los cerros de la región Metropolitana, y si no los conocía tenía en sus planes conocerlas. También era autodidacta de las fotos de flora y fauna, por lo cual gran parte de los poemas que le leí hablaban de eso.
Lo otro que creo que había influido eran los poetas que leía. Julio era fanático de los versos sobre ríos de Zurita, le gustaban los Beatnik como Snyder, Ferlinghetti, Ginsberg o Kerouac. De hecho, Los Vagabundos del Dharma era su novela favorita y cuando la leyó y la releyó por segunda vez nos huevió una semana para que la leyéramos. Fui el único del grupo que lo hizo y la verdad mala no era, pero no era la gran cosa. La verdad ni siquiera alguno de los autores que a él le fascinaban me gustaban mucho, a lo más Zurita un poco.
Recuerdo que salí de la prueba y puse en el grupo de Whatsapp que apenas pudiéramos en las vacaciones podríamos ir a acampar. Todos dijeron que sí menos Julio, que dijo que tenía pensado ir solo. Déjate de hueas cagón culiao, le escribió el Juancho.
No respondió a las puteadas que le hicimos. Así era, evitaba las peleas y no era bueno para la confrontación; si a veces lo puteaban por alguna razón que encontraba perdida prefería no discutir. Creo que solo lo vi una vez enojado.
En diciembre no pasó nada, nos juntábamos en las tardes y a veces salíamos en las noches, para año nuevo fuimos a la casa de alguien que se sacó un carrete. Enero fue más o menos igual, el mismo calor insoportable, tardes similares y nos bañábamos más de sudor que en las piscinas, de hecho, ninguno de nosotros tenía y si la memoria no me falla, creo que no me metí a ninguna en todo lo que duró el verano.
En febrero Julio desapareció. Su mamá nos llamó luego de la primera semana preguntando si estaba con nosotros. No, tía, no está aquí. ¿Y sabe dónde puede estar?, que Julito nos dijo que se iba con ustedes a acampar y se supone que volvía hace dos días, pero no sabemos nada de él desde que se fue, no contesta el teléfono y lo hemos buscado por todos lados, ya fuimos a dar el aviso a los pacos, estamos desesperados.
Mientras veía el celular me apareció la noticia de que en Farellones había un aluvión. No era extraño que pasara y menos en verano, mientras en Santiago nos cagábamos de calor, por allá en los cerros el clima es distinto.
Vi la noticia, llamé a la mamá de Julio para ver si había registro de ingreso de él en el parque.
Julio no fue a Farellones. Tomó una micro regional en Bellavista de la Florida que lo dejó en la plaza central del pueblito del Cajón del Maipo. En el trayecto se fue con la mochila abrazada al pecho en el último asiento.
Cuando llegó a la plaza vio que estaban inflando un juego, al otro lado había unos toldos que vendían artesanía, y cruzando la calle un almacén. Compró cuatro botellas de tres litros de agua, la comida la traía de la casa.
En un pedazo de cartón escribió en grande, “Baños Morales”, y esperó a que alguien lo recogiera. Estuvo una hora y media bajo el sol sentado sobre la mochila gigante. Pasó un Jeep que apenas paró frente a él le abrió el maletero.
Voy un poco pasado Baños Morales, por donde está la termoeléctrica, ¿te sirve?, te puedo dejar por donde hay unos campings al costado de la carretera. Voy por ahí mismo igual, al Valle la Engorda terminando la carretera, respondió Julio.
En el trayecto no hablaron. Fueron escuchando Soda Stereo y para cuando el chofer le preguntó que qué iba hacer solo a acampar a un lugar tan alejado, Julio le respondió que se iba por tres días o por cuanto le diera el agua. El conductor le dijo que el agua que bajaba por el río venía sedimentada y Julio le respondió que conocía, que se había comprado cuatro botellas, más la que traía para tomar en el camino y que además llevaba un filtro de café para sacar del río. También lo intentó asustar con que arriba iba gente, se perdían y morían congelados, pero eso es porque van en invierno, pensó Julio.
Se bajó del auto y caminó diez minutos con la mochila y unos bastones de trekking hasta el inicio del sendero, en una subida llena de rocas. Veía a lo lejos la termoeléctrica y pensó que todo sería mucho más real si es que no estuviera esa cosa ahí.
Llegó hasta donde terminaba el sendero y ya estaba en el valle, se sentó a disfrutar un rato la magnitud de la extensión, los cerros gigantes que bordeaban el paisaje rocoso del lugar. Al fondo lograba ver el volcán San José.
Siguió caminando por una hora más hasta llegar a una roca gigante cerca del río casi al otro lado del valle. Instaló la carpa y aprovechó de ir a sacar agua que filtrar. Comió un pan con huevo y mayonesa. Pasó la tarde leyendo, mirando las nubes y tratando de escribir algún poema que se le ocurriera de momento.
La verdad es que la mayoría del tiempo lo pasó aburriéndose al aire libre. Comenzaba a leerle a las piedras o se respondía en voz alta cuando su mente le lanzaba alguna pregunta. En la noche recordó que el clima era distinto cuando le tocó acostarse y no podía dormir por el frío. Trató de leer para estimular el sueño, pero el hecho de estar solo le impedía concentrarse.
Salió de la carpa para mear y al terminar se quedó media hora viendo las estrellas. Por un momento pensó que hace rato no las apreciaba de esa forma, por un momento agradeció estar solo en esa noche. Pasó una estrella fugaz y probó pedir un deseo.
En la mañana desayunó avena con durazno en conserva y salió a caminar al cerro que estaba cruzando el río. Subió por las rocas de salto en salto, creyéndose una cabra de montaña. Trató de llegar hasta lo más alto que el camino le permitió, cuando se dio cuenta que ya era imposible ir más arriba, se sentó frente a una roca.
Pudo apreciar el valle en su totalidad, los rastros que dejaron algunos ríos ya secos, los caminos que se formaban por las quebradas. El volcán San José le pareció alucinante, mientras pasaba el silbido montañoso.
Se quedó mirando el punto más alto del volcán tratando de entender que le quería decir, cerró los ojos para intentar concentrarse. Le llegó un pensamiento, unas palabras que no entendía, pero de apoco se convertían en una oración. Comenzaba a llegar una coma, repentinamente abrió los ojos.
Cuando empezó a bajar por las rocas vio que un grupo de cabras pasaba por el valle. Iba con la misma actitud temeraria que de subida. El último tramo lo hizo corriendo, cuando el camino se hizo inestable por las piedritas, tropezó.
Se arrastró hasta que lo detuvo una roca. Tenía el codo derecho, las rodillas peladas y la cara con sangre, la ropa estaba llena de tierra y se había roto parte del short.
Miraba el cielo adolorido. Estuvo ahí diez minutos, de nuevo sintió el silbido montañoso. Volvió a cerrar los ojos y la oración de antes seguía. Comenzaron a hilarse las letras formando nuevas oraciones. Comenzó a comprender qué sucedía cuando entendió que el primer párrafo estaba acabado.
El ardor de la rodilla rasmillada le hizo volver. Se intentó parar y ahí fue cuando se dio cuenta de que le dolía mucho la rodilla izquierda. Trató de caminar, pero apenas podía avanzar sin cojear. Recordó que solo había traído una tira de paracetamol y unos parches curitas.
Pensaba cruzar el río, pero se quedó mirando cuál era la mejor parte para hacerlo en su estado. No era hondo, pero la velocidad del agua podía traerle problemas.
Cojeó hasta que encontró el lugar. Metió la pierna buena y al dar dos pasos la fuerza del agua lo tiró. Se dio cuenta de que no tenía fuerzas y que el río estaba tan helado que le hacía doler los huesos.
El viento sopló y volvió a silbar, sin darse cuenta se dejó arrastrar por la corriente. Agotó el aliento en darse vuelta y se dejó llevar mientras miraba el volcán. Cerró los ojos y fueron apareciendo las palabras formando oraciones y párrafos.