Foto. Paulo Slachevsky
El discurso del rector: Las pesadillas de Carlos Peña
««Todo este asunto me recuerda la anécdota del hombre que trataba de rescatar la jaula con el pájaro del edificio en llamas»»
(Sigmund Freud, 1932)
En una conocida carta firmada en 1834, Diego Portales señala sin titubeos la necesidad de violar, en circunstancias extremas, a esa señora que llaman la Constitución, con ley o sin ella. La figura es expresiva, sincera en su violencia patriarcal: El ejercicio del mando por parte de los varones de la élite hacendal pasa así por la decisión de imponer sus deseos con violencia ante quien contradiga su autoridad, sin que importen los deseos ajenos ni los dictámenes de la ley, la que según afirma Portales más adelante solo sirve para reproducir la anarquía, la ausencia de sanciones, el libertinaje, el pleito eterno, el compadrazgo y la amistad.
El autoritarismo portaliano no aspira entonces a eliminar la legalidad. Antes bien, asume que gobernar pasa por no restringirse por ella cuando resulte necesario: cuando el bullado peso de la noche no puede reproducirse siguiendo las leyes que los abogados, esos sujetos de cuya lengua y reflexión impotente Portales ríe, han inventado para reproducir un orden tradicional que reposa sobre un fondo alegal, constituido en las amistades entre empresas, instituciones y familias del bloque histórico dominante. No se trata entonces de escoger entre estado de excepción o de norma, sino de asumir que el cumplimiento igualitario de las normas es excepcional. No es necesario indagar en la época portaliana para recordarlo en un país en el que tiene mayor riesgo de ser castigado legalmente un estudiante que evade un pasaje de metro que quien evade impuestos que equivalen más de 83.000 de esos pasajes. A saber, el presidente que legalmente está a cargo de ese orden.
Que Piñera evada no es una paradoja, sino un síntoma de las tensiones de ese orden construido bajo el esquema portaliano y administrado posteriormente por liberales o conservadores, derechistas o democratacristianos, pinochetistas o concertacionistas. Con múltiples matices, que no han de perderse a la hora de los análisis de unas y otras coyunturas, los distintos gobiernos han reproducido ese orden dominado por unas cuantas familias que solo pueden entender todo exceso de ese orden como «subirse por el chorro», para utilizar la expresión utilizada este domingo por la vocera del gobierno para explicar los descontentos ante esa economía que con Buchi prometía «chorreo», acaso con una r de más. Cuando los intereses de clase favorecidos por ese orden han sido amenazados por distintas revueltas, o más sistemáticamente por el gobierno de Allende, el orden tradicional no ha vacilado en violar selectivamente unos y otros cuerpos y derechos. Ello no es una metáfora, como los recientes días han recordado de modo brutal.
Los discursos y organizaciones que se llaman liberales en Chile han sido parte de ese pacto de dominación tradicional, debiendo guardar silencio sobre la interrupción de los distintos derechos individuales que supuestamente los inspiran. De expertos en política venezolana han pasado a ser escépticos ante la posibilidad de explicar lo que pasa en Chile, o bien a apoyar una respuesta cuyo autoritarismo resulta inesperado incluso para un gobierno de derecha. Y es que el presente parece revelar los límites de cualquier legitimación liberal del país. Recordando la frase de Horkheimer que tanto vuelve a resonar en estos tiempos, resulta iluso criticar el autoritarismo sin preguntarse por la economía política neoliberal que se establece sobre el orden tradicional autoritario que el liberalismo deniega, dado su afán de una modernidad liberal y no autoritaria.
El silencio, sin embargo, bien convive con el ruidoso mundo de la opinión. Como suele suceder, en este último destaca el influyente Rector de la Universidad que mejor encarna el orden neoliberal y sus alianzas entre el discurso progresista y las prácticas neoliberales. Con altos aranceles que permiten auditorios de punta en los que presentan académicas y académicos de renombre en la izquierda europea y estadounidense, «privada con vocación pública», autoritaria antes los intentos de democratización interna, pionera en incentivar publicaciones indexadas y exitosa en comprar los derechos de autor de escritores críticos de cualquier propiedad del autor, la Universidad Diego Portales hace justicia a su nombre en la medida en que produce y acepta el discurso de la ley sin dejar de cuestionar cualquier uso desbordante de la misma. Ha sido la primera en Chile en aceptar el uso de nombre social de estudiantes trans, a la vez que la implementación de sus protocolos de género han sido cuestionados en varias ocasiones por el movimiento estudiantil de la misma Universidad.
Con su enviadable capacidad de explicar en una columna cualquier fenómeno social que suceda, en esta ocasión Carlos Peña publicó este domingo en El Mercurio un análisis de las movilizaciones bajo el título «El malestar en la cultura», nombre también de uno de lo más conocidos trabajos de Freud. Como suele suceder, Freud no es el único que autoriza el discurso del rector. Si improbablemente cuento bien, son diez los filósofos o sociólogos, además de Martin Luther King, quienes permiten a Peña interpretar una protesta a la que sustrae de cualquier carácter racional. Frente a ello, no se puede discutir en el conflicto, solo explicarlo, esta vez con curiosa sociología. Ni clase ni género, “generación” es el concepto que se da Peña para explicar lo que sucede.
El problema para Peña es que la nueva generación está presa de sus pulsiones, dada a la orfandad ideológica que la lleva a la anomia. No sin ecos de las más torpes lecturas de Freud, Peña arranca el texto tratando a estudiantes y trabajadores como «turbas». Como mayorías que sienten que se les maltrata, aclara después, sin que puedan reflexionar al respecto ya que se trataría de una generación dogmática, convencida de la validez de su subjetividad sin ejercicio reflexivo. En su narcisismo, se levanta cuando cae la fantasía de una distribución justa entre esfuerzo individual y capacidad de consumo, esa que quizá permitiría la vida narcisista que Peña critica en los jóvenes. No hay para Peña ninguna otra eventual demanda que movilice lo que describe como rabia y fulgor, acompañado por cierto de lo que llama la beatería de la antigua generación, única explicación al parecer de la presencia de personas mayores en las calles. Se trata así de una mezcla de inmadurez e irresponsabilidad cuya edípica solución sería una mayor responsabilidad de la generación mayor. A saber, la de un gobierno que ya no se distraiga, como critica Peña que lo hace Piñera.
Ante la crisis del orden neoliberal, Peña solo percibe pulsiones neoliberales que podrían solucionarse con un neoliberalismo mejor. Esto es, que realmente premie el mérito y promueva la reflexión, donde las leyes se cumplan de forma igualitaria y las aspiraciones individuales sean razonables. Lo que Peña no puede ver es que históricamente liberalismo y neoliberalismo han sido posibles justamente por el autoritarismo que está a la base de la reproducción social de las élites que se autorizan en el discurso del mérito, incluso dando espacios a la reflexión contenida, jamás desbordante, y rara vez cuestionadora del reparto de saberes entre quien explica y las turbas que debe explicar. Peña escribiendo semanalmente en El Mercurio, muchas veces criticando a Piñera, es el mejor ejemplo de ello. Entre otros motivos, porque en Piñera o sus ministros Peña busca razones que discutir, rara vez las pulsiones o intereses ciegos que solo parecen tener quienes protestan.
Evidentemente, sería torpe suponer que la respuesta a ello es aspirar a un discurso absolutamente exterior al orden de la dominación. Antes bien, las tareas de la crítica pasan por leer de otro modo las tensiones que aparecen en ese orden: En lugar de querer ordenar a una turba que debiera despertar de sus pobres sueños, ha de leer sus pesadillas, esas en la que se cuelan frustraciones cuya violencia explota de manera inesperada, pero no por ello carente de razones que exigen otras vidas que la del presente.
En una conversación con el hijo de Herzl, Freud señaló su preocupación acerca del líder sionista, a quien describía como uno de los peligrosos hombres que transformaba sus sueños en realidad. No está de más explicitar cuánta razón tuvo en ese y otros diagnósticos. Freud describió entonces su trabajo como el reverso de esa fantasía: despojar a los sueños de su misterio, vincularlos a los sufrimientos y fantasías cotidianas que permiten explicar lo que parece falto de razón, y así cambiar la vida de quienes despiertan.
Esa otra lectura del malestar exige hoy leer las pulsiones no neoliberales (lo que no asegura, y esto es políticamente crucial, que se sumen a la izquierda) que se cuelan incluso en quienes parecen cautivos del consumo neoliberal. La movilización de esas pulsiones evidentemente sobrepasa cualquier trabajo intelectual de la crítica o el análisis, es tarea de la política. Sin renuncias a las instituciones existentes, una política de izquierda ha de ir más allá de ellas para disputar los distintos sueños y pesadillas que restan de la noche que tanto pesa en el Chile que, como se lee en estos días, está «despertando». Felizmente, sin dejar de soñar.
3 comentarios
He leido y releido sobre opinion de C.Peña. Me mareo sus citas pedantes, sus entre parentesis y cada oracion suya es el summun de su ego muy piñeroide. Gracias Carcaj
Carlos Peña el cíclope en su isla deseoso de domesticar los vientos sean estos s favor o en contra
Sr Peña, dedique una parte mayoritaria de su tiempo a estudiar filosofía , repase sus conocimientos y alejese de la retórica .Lea a Nietszche con cuidado , con prudencia, disfrute de la belleza del conocimiento, estudie gnoseologia y depure su pensamiento,
La filosofia como ciencia de los hombres( en sentido genérico) es respetuosa con las flores y los pájaros, amable con las personas, clara y distinta con la verdad y la vida.