El hombre bicentenario o el trabajador y el empresario de la post dictadura
Reseña a la novela El hombre estatua, de Jaime Casas.
“Se podría decir que la literatura, sistémicamente hablando, es la que sondea en la consciencia humana; el artista, el esteta, es la sonda más sensible y capta los signos de su tiempo, del espíritu del tiempo, la literatura sondea el zeitgeist, y obliga, paulatinamente, al resto de la sociedad a tomar consciencia de su propio tiempo, de las vicisitudes y dramas de la consciencia misma”. (Guido Hernández).
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Un poderoso hombre de negocios, Alejandro Reyes, contrata a un vendedor ambulante de pan amasado, Juan Murillo, para que se convierta en estatua humana, durante cuarenta y cinco minutos, una vez por semana, en su oficina privada, por la no despreciable cifra de 500 euros la sesión. Literalmente, “una oferta que no podrá rechazar”. Antes de proponer el convenio, el empresario ha hecho una “investigación” (¿de mercado?, ¿de seguridad pública?) al vendedor de pan.
Previo a la oferta, Juan Murillo recorría la ciudad vendiendo el pan que amasaba su amigo Benito Alonso, a quien lo unía una amistad entrañable forjada desde los tiempos de la dictadura en que compartieron la prisión política.
Anteriormente, los dos amigos habían intentado “emprender” el negocio de la venta de libros. Desde la fallida hipótesis de que “no solo de pan vive el hombre”, buscando enriquecer el espíritu de las personas, debieron dar pie atrás. Los tiempos están difíciles para el libro y la lectura.
El vendedor de pan, ex vendedor de libros, acepta la propuesta. Junto con ello, opta por callar esta decisión a su amigo, y lo mantiene engañado. Todos los días sale a “vender” el pan; pero en realidad se dedica a regalarlo a los mendigos que recorren la ciudad. Socialmente hablando, el protagonista decide traicionar la amistad y, a manera de mantener el engaño, se dedica a hacer “caridad”; todo esto, ¿por alguna noble causa? No; solo por dinero. La traición y la caridad como un modo de trastrocar la amistad y la solidaridad necesarias para una vida más humana. El deterioro de las relaciones sociales es evidente. A falta de justicia social, buena es la caridad. En palabras de Recabarren, el miserable “vende su conciencia, su voluntad, su soberanía”.
La sociedad de mercado (el capitalismo) cambia todo en mercancía, en “cosa”. La transformación del vendedor de libros (el trabajo digno de alimentar la mente) a vendedor de pan (el trabajo digno de alimentar el cuerpo) y, finalmente terminar, por vender el cuerpo (mutado en estatua humana) y la mente (no opinar y quizá no pensar) para el disfrute egocéntrico de un empresario poderoso.
La derrota del trabajador, ahora ya convertido en objeto, no es suficiente. Enseguida, se evidencia la disputa en el campo de lo simbólico, debate ideológico o ideo-estético, entre el empresario y el amigo amasandero traicionado. En definitiva, ahora se trata de ningunear las esperanzas. En la “Matrix” de la nueva patria fundada la “idea” es que la función material del hombre es ser “pila” energética para la acumulación de la opulencia en pocas manos; pero que ese mismo hombre “sienta” o “imagine” que vive en el mundo feliz, a su entera dicha y pletórico de felicidad.
La cultura humana (espacio de creación y recreación de la persona y su entorno) y en especial el arte se transforman en espectáculo, reality show y negocio. También, lo mismo que el hombre, se transforma en “cosa”. Esa es la victoria del capital por sobre el trabajador. Cosificar todo, para poderlo transar en el mercado, según las leyes de la oferta y la demanda, con el único propósito de generar más y más riqueza para acumularla, invertirla y hacerla crecer. Así, ideológicamente, todos somos seres abstractos, individuos “libres” de comprar y vender (o “venderse”). Esa es la ética.
Finalmente, el empresario Reyes, sabedor de la victoria de su programa, quiere trascender y decide hacer una oferta al “hombre (convertido en) estatua” para que le venda su alma, por los siglos de los siglos… Así sea…
Jaime Casas, un escritor que logra en esta novela una potente imagen ad hoc para las festividades bicentenarias y que deja ante nuestros ojos, nuestra lectura, nuestra conciencia, las matrices de lo que es una reflexión social pendiente sobre nuestro presente y futuro.