Serigrafía: "Pestes" (2021), de Paulo Cuello Almonacid (Detalle)
EL INSOMNIO DE UNA NACIÓN
¿Dónde está la primavera de marzo?
La consigna de que Chile despertó se fue diluyendo con la llegada del virus.
Se puso fin a los días de revuelta y quedó cerrado todo rebrote de las multitudes a las calles. La noche irrumpió con un enemigo invisible, silencioso e implacable, que no respetó nada ni a nadie, dando un marco definitivo de consenso represivo –claras muestras de pasividad– para un mal gobierno que solo anhelaba poder acallar y neutralizar las movilizaciones, y que al ritmo que vamos de la pandemia y su deslegitimidad, no extrañaría que fuera bajo estas medidas restrictivas ciudadanas, que acabe su periodo en marzo de 2022.
Las últimas manifestaciones no solo en Plaza Dignidad de Santiago, sino que en muchos puntos a lo largo del país, acabaron a fines de enero del 2020 y entonces parecían aspirar a retomarse, luego de un curioso receso, con la agenda subversiva de marzo. Los últimos dos años el 08 de marzo venía siendo feminista, sumado a la clave ácrata del mes, y a cómo se había venido conmemorando las últimas décadas un rojo de sangre y combativo 29 de marzo.
Ese verano con el impulso del Estallido Social del 2019 todo hacía suponer que el año comenzaría revuelto. No estuvo tan lejos, pero se fue puertas adentro. El primer caso de Covid-19 se detectó en el país el 3 de marzo de 2020. Por esos mismos días el ejecutivo afirmó en las primeras cadenas nacionales en torno al tema mundial que Chile estaba preparado desde enero para enfrentar esta pandemia. La declaración no tan distante del entonces ministro de Salud, de que Chile tenía uno de los “mejores sistemas de salud del planeta”, pronto se derrumbó como un castillo de naipes. (No son metáforas, corresponden a las mismas analogías utilizadas por la cartera.)
El 22 de marzo fueron decretadas sendas medidas sanitarias para enfrentar la crisis del coronavirus, entre las que se encontraban el toque de queda nacional, más el control estricto de movilidad de personas, que no fuera personal médico o estatal, entre las distintas ciudades. Las nuevas medidas apuntarían a controlar la evolución de la epidemia a lo largo del país, disminuyendo los desplazamientos entre regiones, de manera de poder garantizar el cumplimiento de cuarentenas en personas diagnosticadas e impedir que se diseminara el virus. Por entonces no había noticia sobre un sistema de vacunación, la única medida más efectiva resultaba quedarse en casa.
Mientras escribo esta nota, se ha prorrogado por cinco veces el “Estado de Excepción” dentro del que se enmarca, junto a una serie de medidas que sustentan también subsidios económicos, el Toque de Queda.
La última fecha que se estima para su término es el próximo 30 de septiembre. Cuestión difícil –no es lo que queremos, pero todo apunta en esa línea– pues en nuestro país la medida, está demostrado, justamente dada la propagación del virus, nada tiene que ver con la pandemia.
¡Devuelvan la noche!
Nací con Toque de Queda, durante el segundo periodo en la Dictadura de Augusto Pinochet, que mantuvo bajo control ciudadano durante el 01 de enero de 1975 a 18 de abril de 1978, por entonces en una franja semejante a la actual, pues entonces iba desde las 22:00 a las 6:00 horas. El recuerdo que tengo no es propio, es el que transmiten mis padres, noches de oscuridad, llenas de miedo, represión, detenciones y hasta allanamientos en más de una ocasión, que terminó con mi propio padre y varios vecinos trotando y haciendo sentadillas en una multicancha dentro de la ocupación donde vivían. No es el caso ahora, o al menos no directamente lo que nos toca, aunque es cuestión de revisar videos donde sí ha existido represión, operativos violentos en poblaciones, que han terminado con detenidos y hasta algunas desapariciones, y que luego de certeras búsquedas se dio con ellos en centros de detención. Esto sobre todo en tiempos del Estallido Social o en medio de movilizaciones estudiantiles.
Con todo creo que lo que más prevalece, como el mismo testimonio familiar, es el miedo. Pero con forma de angustia e inseguridad, lo mismo que un descalabro de incertidumbre, que viene a sumarse al largo tiempo del encierro, dado lo extenso de las cuarentenas y el evidente reducido desplazamiento por más de un año sin noches, que a esta altura sólo se halla sujeto a una medida inútil, pero sostenida en la propia restricción de nuestra autoconciencia. El toque de queda es un control que impera en calle pero también dentro de nosotros mismos. En mi caso tiene que ver con la convicción de no querer toparme con un solo milico en la calle que me pida la documentación.
Nací en un país militarizado, y esas huellas devenidas en trauma –¿cómo se explica tanta rabia y pánico?– prevalecen al ver a la policía exclusivamente como “armada” más que simple representación del “orden”.
¡Que se acabe el toque de queda! No sirve para nada, pero ellos saben que opera en plenitud en el coto-de-caza de nuestra realidad. “Devuelvan la noche giles culiaos”, es un rayado que se repite en varios puntos de la ciudad, que he conseguido fotografiar mientras pedaleo sorteando, a veces, los cordones policiales, otras solo las franjas deportivas o los baches de ciclovías en nada preparadas para esta demanda de los fugitivos de la pandemia. Yo hago fotos de todo eso. En la espera de que una madrugada las botas vuelvan a sus cuarteles. Aunque sea en nuestra imaginación. El exilio interior retome las acciones callejeras.
Cuarentenas eternas
Las primeras noches un vecino tocaba un clarinete. Yo fotografiaba atardeceres. Salía una vez a la semana con guantes desechables a comprar a la feria o el supermercado. No conversaba con nadie. Solo me comunicaba por internet.
El insomnio fue un estado permanente. Dormir a sobresaltos, despertar de golpe o a partir del más mínimo ruido, mientras persistían en observar el ritmo cotidiano en las ventanas, de cómo iba trasladando el ajetreo a un mismo ritmo sin detención en la madrugada. Los días fueron noche y las noches día. Nada ha cambiado tanto tampoco. La nación sufre de insomnio.
Seguimos en la cola de los días pensando en llevar las cosas al nivel de normalidad que extrañamos. Esa realidad nunca más existirá, como el río y su caudal o un tiempo medido en una fila que avanza según el favor de la atención y su histeria. Se vienen meses difíciles o «complejos» como sentenciaba un compañero de trabajo que decía esa expresión evitando adelantar una respuesta elaborada. El año 2020 fue el que fue, y si no fuera por la extensión en pausa de los meses de la revuelta de finales del 2019, pensaríamos que el futuro sería aún más hostil. Dejemos las cosas en claro y estos son tiempos de deslegitimidad radical, mientras nosotros insistimos en volver al origen, ser la mejor versión de cada uno, haciendo de lo político lo personal, por sobre la razón: las versiones que subviertan el discurso totalitario.
Quizás el mayor virus y su pandemia sea acostumbrarnos al mundo en destrucción, la sombra de su esqueleto, de la urgencia de avanzar en lo que somos y ensayamos cada día.
Este es el presente con toda la luz del mediodía. Ajeno al espanto, abiertos a la sorpresa cotidiana de la entrega y la confianza en los que amamos. Porque el resto ya se sabe, buscarán desunirnos para controlarnos. Paso a paso. Pues a eso que ellos llaman progreso, nosotros le buscamos su tejido, aunque devenga en laberinto o la deriva. Lo que sea. No estamos solos. Somos mayoría.
Somos dueños del tiempo
Las noches entregan visiones. Ofrecen soledades. Devienen en curiosos encuentros:
Dos mariposas nocturnas vuelan hacia mi
al llegar es solo una
del tamaño de mi mano
«Vuelo más allá del aliento en el que escribo/ Ni la tinta de las calles/ ni hedor de los cuartos menguantes son mi encierro», es el comienzo de un poema de Mario Santiago Papasquiero aka Ulises Lima, para poner el contexto bolañesco, a fin de acusar el golpe de la urbe. Cuesta evitar la calle. Nos quitaron y terminamos restándonos del callejeo, ¡una de las mayores razones que me tienen en esta ciudad sin mar!, pero sobre todo –mascarillas, tapabocas, cubrebocas, barbijos– nos arrebataron la sonrisa. Como si la mayor tristeza fuera por su mortalidad la misma pandemia, ha sido el alejar algo que lentamente viene, con el desplazamiento de la sombra, cuánto nos brinda alegría, dando paso a una reclusión en la noche, lejos de la luz del día, donde se dibujan y esbozan las muestras de una felicidad que irradia nuestra cara. Somos apenas el brillo de una mirada, el rictus de un mentón, lo que cabe en el 50% de rostro que nos dejan estas máscaras.
Nos quitaron la noche, pero no pudieron robarnos el tiempo. La obligación nos puso en este presente y esa es nuestra realidad. Somos, pese a la distancia y lejanía, el tiempo que queremos ser. El insomnio ha servido para tantas cosas. También para recordar a todos estos muertos. No estamos solos mientras recordamos. Porque contrario a la pulsión de Cesare Pavese, no somos un mero hábito. Eso es un hecho. Habitamos por sobre el tiempo perdido. Somos una foto movida. La palabra dicha. Quienes buscan salir a caminar por estas mismas calles, cuando pase la tormenta. Volveremos a abrazarnos y será para siempre.