El lejano país de Nicomedes Guzmán - Carcaj.cl
02 de julio 2014

El lejano país de Nicomedes Guzmán

Revista Carcaj conmemora los 100 años del natalicio de uno de los narradores más comprometidos con la lucha de los desposeídos, suma de la dureza, pero con la dignidad que solo impone la verdad.

Nicomedes Guzmán nació allá por el año 1914 en un país que se llamaba Chile. Vivió y escribió sus libros, haciendo frente a la omnipresencia del campo como tema literario, su señorío, la servidumbre, las tragedias campesinas, pero también la opulencia del patrón. Donde el gañan era un figura arquetípica, popular, pero un testigo en segundo orden. En cambio sus novelas irrumpen, al decir de Neruda, pesadas como un saco de piedras, teniendo como protagonista al sujeto social. En sus páginas se animó a hablar de la pobreza, de los obreros, los conventillos, el río Mapocho, los cerros, campos y las quebradas dentro de la ciudad, para enmarcar las formas de ganarse la vida de los hombres que la habitaban. Ese país no existe. Como tampoco esos libros, mucho menos la cantidad de lectores, que permitía, a su mayor obra, La sangre y la esperanza, que en una segunda edición por la Editora Nacional Quimantú, tuviera un tiraje de 50.000 ejemplares. Claro, en tiempos cuando los libros costaban menos que una cajetilla de cigarros.

El país de Nicomedes Guzmán, ya entonces, quedaba lejos para algunos, pero demasiado cerca para muchos. Por lo tanto era leído.

 

HACER OTRAS COSAS PARA VIVIR

La verdad ese país, es el mismo de hoy, pero con otro rostro, otra manera de hablar, otras calles, nuevos desplazamientos, una y mil formas sobre cómo sus habitantes, se las ingenian para llegar a fin de mes. Porque si algo define, su narrativa es el precio de la vida. Que por extensión también fue el costo de escribir: “El mío es el caso de la mayoría de los escritores de mi patria trabajar en lo que se puede durante el día y dedicarle a la tarea de creación aquellos instantes que se le deben a la familia, a la lectura, al estudio, al propio descanso. No se entienda esto por queja. De ningún modo”, aclara.

 

VOLVAMOS A NICOMEDES

Tengo la impresión, pero solo la impresión (pues la teoría literaria suele tener un sesgo profundamente ideológico y también autobiográfico) que ha faltado leer lo suficiente a Nicomedes Guzmán. O diría más, no hemos leído, ni seguido leyendo a un escritor que tiene mucho que decirnos todavía. Y se debe a varios factores: sociales, políticos, académicos, editoriales, periodísticos, que han terminado por silenciar una obra, que ubica a su autor, solo en algunos aspectos, con la visión determinista de Baldomero Lillo, la introspección de Carlos Droguett, el mundo –aunque no necesariamente la prosa– de González Vera, algún visión de la derrota existencial de Manuel Rojas, y hasta me animo a adelantar, un registro de la marginalidad y su denuncia, descrita por Lemebel. Eso porque busco referentes en la misma literatura, aun cuando creo que la mejor revisión de su obra se encuentra muy vigente, como antes debajo de los puentes recogiendo brillantes monedas, hoy se halla en los muros de los supermercados, en la soledad de los estacionamientos, en el intersticio de las superautopistas y las vías caleteras. Porque en cada uno de esos espacios, habita el ser humano. Y esa novela no está escrita. O no la he leído, pero sí he leído y conozco y sé que debe seguir leyéndose a Nicomedes Guzmán, porque nos servirá para encontrar ese país que pensamos desaparecido. Y lo peor, porque se nos ha hecho creer que no existió. En un principio fue el tono, luego su ideología, ahora su difusión. Lo importante, por sobre todo es que para leer, los libros existan, circulen, sean citados, formen parte de las lecturas obligatorias. Volvamos a leer a Nicomedes. Y el esfuerzo de LOM ediciones aporta a esa tarea.

 

DE PROLETARIOS A CLIENTES

Quizás así podamos leer a Nicomedes Guzmán hoy día. Aunque debamos empezar a actualizar, primero los términos borrados por la oficialidad, el concepto de pueblo. O la noción de proletariado, que describía Marx, desde dos visiones, una la de entender el proletariado “en el sentido económico (como un) obrero asalariado que produce y valoriza el capital y, es lanzado a la calle no bien se vuelve superfluo para las necesidades de valorización de Monsieur Capital”. Eso como primera condición. Pero en otra línea, afirmaba más esperanzado: “la burguesía produce sus propios sepultureros ya que, al concentrar a los obreros, crea condiciones para el nacimiento de una clase proletaria encargada de llevar a cabo un proceso revolucionario de emancipación”. Sin comentarios.

Hace un tiempo en una entrevista, el poeta Pepe Cuevas decía, que la Concertación había terminado de matar, no sé literalmente, lo que la Dictadura había barrido y acribillado: la clase obrera; a los trabajadores de mi patria, diríamos, citando el discurso de Allende, para reducirlos, dejarnos expresados escuetamente como gente. Quizás no lo recuerden, pero el eslogan de la campaña de Patricio Aylwin, el primer presidente de la llamada transición a la democracia, fue “Gana la Gente, Aylwin Presidente”. Es curioso, pero si solo pensemos en el INE, nadie sabe oficialmente cuántos somos, pero de seguro cualquier base de datos de un banco o de una multitienda, nos debe tener a todos identificados. Hoy se nos trata como clientes, somos usuarios, números únicos de una cuenta RUT, que define cómo debemos vivir, con dinero plástico, trabajando para pagar. Qué lejos, de ese país que nos hablaba y creía Nicomedes Guzmán. La condición obrera, repito, en esa dimensión –vista con el tiempo bastante politizada– pero descrita desde una condición, pues lo suyo fue el realismo proletario, entendido como la narración de la clase proletaria.

Y solo desde esa premisa, la forma de ganarse la vida, puede releerse y actualizar la obra de Guzmán. Llena de tragedia, pero de gran autenticidad. Hoy que nos debatimos, sumidos en el consumo, en el tener, el adquirir, acumular solo bienes de consumo, cada vez más distantes del valor del ser, de las personas, de lo que somos por sobre lo que tenemos. Esa novela no está escrita, y hasta donde sé no se está escribiendo.

 

EL MIEDO A LA POBREZA

A veces pienso, con mucha convicción, de que todos los adultos –quiero excluirlos de la responsabilidad de la conducta, solo por su juventud, aunque no de la moralidad del hecho y sus modos– que somos como ese personaje del Lazarillo de Tormes, que remendaba su ropa para seguir demostrando hidalguía. Que caminaba impecable, pero con tripas vacías.

En cambio los personajes de Nicomedes vivían y asumían su pobreza. Tenían algo que también hemos perdido, la condición de clase, y no hablo de resentimiento, ese mote que le gusta tirarnos a los liberales, tanto de derecha como de izquierda, sino de la condición, repito, de asumir el de dónde venimos y ver en esos ladrillos nuestra verdadera fortaleza. Cuentan que cierta vez un forastero se acercó a unos obreros que estaban trabajando, unos llevaban ripio, otros ladrillos, algunos palas, otros martillos y madera. Entonces el allegado le preguntó a un maestro, ¿qué hace, señor? Y éste le respondió, pego ladrillos, no me ve. Y luego le hizo la misma pregunta a otro, que estaba en silencio, concentrado, también con ladrillos y mezcla:

–         Señor, ¿qué está haciendo?

–         Construyo una catedral, le respondió.

Vuelvo a la visión que les decía, del personaje del Lazarillo de Tormes, porque somos hijos de esa canción del Gitano Rodríguez, que nos ha alimentado aquel miedo inconcebible a la pobreza. A esa pobreza que Nicomedes Guzmán no le temió, y por eso se animó a nombrarla, dando con ternura, sencillez y orgullo, el sitial que merecía en el páramo que era el país de entones, un extenso eriazo o peladero, donde corrió la sangre. La generación del ’38 se define por las luchas sociales. Un país que, insisto, es el mismo pero que está detrás de las autopistas, extraviado en los mega mercados y que nos impide mirarnos a la cara. Sin ir más lejos, en ese puente que refiere el cuento Una moneda al río, hay familias durmiendo a intemperie, exigiendo demandas habitaciones. Las páginas no escritas están delante de nuestros ojos. Y como decía Carlos Droguett, compañero de generación, la literatura no puede estar de espalas a la realidad.

 

Roberto Contreras

26 de Junio de 2014

(Santiago de Chile, 1975) es profesor, escritor y editor. Ha realizado publicaciones en diversos géneros (novela, poesía, crónicas, crítica literaria) como colaborador y editor en revistas La Calabaza del Diablo (1998-2005), Lanzallamas.org (2006-2010), Carcaj - LOM Ediciones (2010-2014) además de tallerista de fomento lector por editorial Zig-Zag desde el año 2015. Ha impartido charlas dentro y fuera del país de Chile en torno a sus proyectos y los soportes actuales de la literatura / Mail: unmejorlector@gmail.com

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