El perro amarillo. Cinología y cinegética en el Chile actual - Carcaj.cl

Foto: Bill Perlmutter

23 de agosto 2021

El perro amarillo. Cinología y cinegética en el Chile actual

por Sebastián Sampieri Le-Roux

En El obsceno pájaro de la noche de José Donoso, algo así como el Neptuno Alegórico del siglo XX chileno, las viejas la Peta Ponce, la Brígida, la María Benítez, entre otras, cuentan al calor de la cocina, cuando cae la noche, la historia de un señorón rico y piadoso (dueño de fundos que limitan desde el río Maule hasta Cauquenes) reconocido en la comarca como cacique. A causa de los tiempos malos (sequía, malas cosechas, envenenamiento de animales y nacimiento de niños muertos), los campesinos buscaron una explicación. 

El patrón, padre de nueve hijos y una hija, rubia y risueña la luz de sus ojos, era viudo. En su casona había una criada que se había hecho cargo de su niña. Era una vieja jorobada, de manos verrugosas, que le había enseñado a la muchacha las artes de la cocina y el bordado. Los campesinos, que buscaban una explicación frente a tanta calamidad, sospecharon del lazo que unía a la joven con la criada, y ahí encontraron una razón. El chisme corrió desde los peones, pasando por los gañanes, hasta los pastores:

Se decía, se decía que decían o que alguien había oído decir quién sabe dónde, que en las noches de luna volaba por el aire una cabeza terrible, arrastrando una larguísima cabellera color trigo, y la cara de esa cabeza era la linda cara de la hija del patrón… cantaba el pavoroso tue, tue, tue de los chonchones, brujería, maleficio, por eso las desgracias incontables, la miseria que ahogaba a los campesinos.

Esta cabeza rubia, que hacía los ruidos del tue tue y volaba como un murciélago, seguía a una perra amarilla, verrugosa y flaca como su nana, hasta perderse más allá de los cerros. El pueblo ya había dado su veredicto: “ellas eran las culpables de todo, porque la niña era bruja, y bruja la nana, que la inició también en estas artes, tan inmemoriales y femeninas como las más inocentes de preparar golosinas y manejar la casa”.

Posteriormente, una vez que el cahuín se había esparcido por todo el pueblo, los hermanos se enteraron que su hermana y la nana eran las supuestas brujas culpables de la mala racha. Para que el padre no se enterara, evitaron la bebida y, de ese modo, se cuidaron de hablar de más. Pasaron varias noches escuchando detrás de la puerta en que dormían ella y la nana. Solo sintieron adivinanzas, rezos y risas. Era un mundo de mujeres inaccesible a la aspereza de los machos. 

Con los días, los hermanos le contaron al padre sobre los últimos rumores. El cacique, enceguecido de ira y dolor, interrogó a su hija sobre las acusaciones. La niña, calmada y con la mirada serena, respondió negativamente a todas las imputaciones. Luego, acompañada por su hermano menor en la guitarra, entonaron bellas canciones campesinas. De ese modo, el asunto habría quedado zanjado.

No obstante, la sospecha de los hermanos no cejó y acordaron deshacerse de la vieja nana para restaurar la inocencia de la niña, que ya no se vería mancillada por esa presencia inquietante. “¿Qué importancia tenía, por lo demás, sacrificar a una vieja anónima, si eso saldaba el asunto en forma limpia?”. El mismo día, casi a las una de la madrugada, un peón tocó la puerta del patrón para decirle que afuera andaba el chonchón y la perra amarilla.

Los hombres ensillaron los corceles. Tras varias horas de cabalgar erráticamente, siguiendo los aullidos de cualquier perro, volvieron a la casona después del canto del gallo. No habían encontrado nada. Pero sintieron un alboroto en las viñas. Era la perra amarilla que nuevamente se había perdido en la alborada. El cacique ordenó que, costara lo que costara, debían traer de vuelta al animal, porque era la nana y la nana era la bruja.

Al volver a la casa patronal, el padre y los hijos se dirigieron hacia la pieza de la niña. El padre forzó la puerta y sus ojos presenciaron un horror que alcanzó a cubrir con su gran poncho. Primero, mandó a que su hija fuera encerrada en la habitación contigua. Después, dejó que sus hijos entraran y vieran por sí mismos:

La vieja yacía inmóvil en su lecho, embadurnada con ungüentos mágicos, los ojos entornados, respirando como si durmiera, o como si el alma se le hubiera ausentado del cuerpo. Afuera la perra comenzó a aullar y a arañar la ventana.

La niña gemía ¡Nana! ¡Nanita!. Rogaba que no mataran a la perra, que la dejaran volver a su cuerpo. 

El padre mandó a que la bruja fuera azotada hasta que sus gritos y confesiones se escucharan por todo el pueblo. Pero no estaba ni viva ni muerta. Su cuerpo lacerado sangraba, pero sus ojos no se abrieron ni dijo palabra alguna. Solo siguió respirando. 

Como las cosechas estaban malas, y enterrarla podía envenenar la tierra para siempre, el cadáver de la bruja fue amarrado a un tronco y llevado río abajo por la corriente. Desde el campo hasta la costa, patrones e inquilinos fueron cuidando que el cuerpo no se acercara a la orilla; tampoco podía hundirse. Entre tanto compartían todo tipo de historias: se contentaban porque la bruja había sido atrapada y, de ese modo, sería imposible que se llevara a la niña para coserle todos los agujeros y transformarla en un imbunche. Finalmente, después de varios días cabalgando por la ribera del Maule, los hermanos y sus inquilinos habían logrado que el mar se tragara a la bruja. Volvieron todos tranquilos a sus casas. La tierra volvería a dar frutos, los niños ya no nacerían muertos: por fin se acabarían los malos tiempos de la comarca. 

Mientras tanto, el patrón se llevó a la hija de sus ojos a un convento. Después de eso, ni él ni sus hermanos volverían a verla. 

Si en esta leyenda hay algo importante no es tan solo la cuestión racial que se despliega y permanece casi intacta, incluso cincuenta años después de la publicación de la novela, en un Chile post-“estallido”. Al respecto, Humberto Peñaloza “El Mudito”, personaje testigo de esas interminables veladas, aclara cómo el relato, que ya ha escuchado mil veces atrapado en esa cocina, cambia algunos de sus elementos según la narradora de turno: a veces los hermanos son siete u ocho; en otras ocasiones, los inquilinos carnean a un perro cualquiera y, sin querer, dejan viva la verdadera perra amarilla. Sin embargo, aclara que hay solo un elemento que no varía:

El amplio poncho paternal cubre una puerta y bajo su discreción escamotea al personaje noble, retirándolo del centro del relato para desviar la atención y la venganza de la peonada hacia la vieja. Ésta, un personaje sin importancia, igual a todas las viejas, un poco bruja, un poco alcahueta, un poco comadrona, un poco llorona, un poco meica, sirviente que carece de sicología individual y de rasgos propios, sustituye a la señorita en el papel protagónico de la conseja, expiando ella sola la culpa tremenda de estar en contacto con poderes prohibidos.

El poncho paternal es el que realiza la jugada maestra, soberana, que logra ponerse a sí mismo y, por consiguiente, a los suyos fuera de escena. Por lo mismo, la acción fundamental de la posición del señor es el escamoteo tanto de la transgresión del tabú colonial en que las razas se mezclan y transfiguran en otros cuerpos como de la expoliación del trabajo de los súbditos, es decir, la ocultación y represión que posibilita tanto la acumulación originaria como la renovación de los ciclos de acumulación capitalista. 

Sin embargo, ha corrido mucha agua bajo el puente desde la publicación del Obsceno Pájaro. Cincuenta años después el país ha sido “refundado” desde la médula. Seguramente ese mundo que repugnaba a Donoso ya no existiría en el Chile actual. Los conventos y hospicios que recorre la novela habrían sido demolidos, y en su lugar se construirían condominios enrejados o centros comerciales. Las viejas —“[que] encarnaban todo lo que yo detestaba en mi país escribe Donoso, lo retrógrado, lo reaccionario, y que constituían ese extraño vínculo, esa amarra de hierro que une mi imaginación con los desechos y los restos del siglo pasado en mi propio país”no serían más que cenizas de lo que el viento, entre la dictadura cívico-militar y la Transición, se llevó. Por su parte, los Azcoitía no tendrían la necesidad de construir La Rinconada, un paraíso búdico para que su hijo Boy nacido con toda clase de malformaciones pudiera reconocerse en otros cuerpos como el suyo; en cambio, hoy el niño podría convertirse en un exitoso economista y empresario capaz de llegar muy, muy lejos: ya no sería El último de los Azcoitía (título del primer manuscrito del Obsceno Pájaro), sino el unigénito y futuro patriarca de una raza de nuevos emprendedores. A su vez, “El Mudito” ya no estaría relegado a ser parte del “ejército de reserva” o “sobrepoblación relativa”: podría asistir a la Universidad, y subir un escalón en la movilidad social respecto de su padre. Tampoco debería temerse a la cueva del imbunche: la Transición terminó (el 16 de mayo de 2021), Pinochet ha muerto (al menos, por segunda vez, el 25 de octubre de 2020) y Olderock, “la mujer de los perros” (mayor de carabineros de ascendencia alemana; fundadora de la brigada femenina de la DINA y creadora de la Venda Sexy, que adiestró a Volodia para violar a las prisioneras), murió libre en 2001.

Por cierto, el viejo cacique de la historieta sobre la perra amarilla no existiría más. ¿Quién cumpliría el rol de ese amo en el Chile actual? ¿Quién estaría en su lugar? Seguramente nadie. Incluso, a diferencia de la leyenda contada por las viejas, ni siquiera se mantendría el poncho cual armadura del Rey Hamlet. Pero si algo quedara, sería, al igual que en el cuento de la Peta Ponce, esta función mágica que conjuga prestidigitación y escamoteo.

Habría que comenzar por contar la historia al revés. De la perra sacrificada por bruja, como nombre de la acumulación originaria, habría que hablar de la historia de los perros de la expoliación. Animales de compañía, mascotas, pero sobre todo armamento e instrumento del patrón. 

Y es que hay perros y perros. 

No son lo mismo el pastor alemán (deutscher schaeferhund) y el belga melinois en Plaza Baquedano, cada viernes después del Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, que Ulk el gran danés o dogo alemán (deutsche dogge) de Alessandri Palma.

En su primer mandato Alessandri Palma era dueño de Tony, un foxterrier, que fue comparado con el perro de Alcibíades, un can hermoso y elogiado por el pueblo griego del Siglo de Oro. Para demostrar su fiereza, el nieto de Pericles y discípulo de Sócrates, un traidor histórico que cambió de bando de varias veces, le cortó la cola para desviar la atención sobre su rol de estadista. De esta forma, el murmullo popular quedó fijado al rabo, y no en los graves problemas de corrupción de su gobierno. 

En el segundo mandato, luego de otra temporada de exilio, Ulk era un habitante omnipresente en La Moneda. Entonces, Alessandri caminaba junto a su amigo desde el palacio hasta la Confitería Torres. Hábil estadista, movió las piezas del bestiario político: ya no sería un León, sino que bastaría con el manto leonado para espantar a los opositores y mendigos que pudieran importunarlo. Incluso, hay una anécdota divertida: en una ceremonia solemne en que Alessandri le rendía honores a un embajador europeo, el gran danés irrumpió en el salón, se paró en dos patas y langüeteó al diplomático. Y es que “el Apolo entre las razas caninas” devoto de su amo, cariñoso y seguro de sí mismose comportaba como su dueño. 

Tampoco los pastores alemanes que trabajaban en los campos muchos asistieron a la Escuela del Habla (Hundesprechschule Asra) un programa de adiestramiento avanzado para que les fueran delegadas las tareas más duras dentro del lager; además, los más aptos pudieron formar parte de una elite, la Wooffan SS, donde debatían, a partir de un ladrido codificado fonemáticamente, sobre política, filosofía y religión (¡traductores por naturaleza!) podrían compararse con los cachorros del campus

Y es que hay perros y perros.

Si se trata del fin de la Transición, acabada tantas veces por el discurso gubernamental chileno, y de los perros fieros y fieles, encargados de la defensa y el orden del status quo, algo tendría que haber cambiado, quizá antes o después. Tal como el cacique fiero que mandó a capturar a la perra amarilla hoy desaparecido y con derecho de ciudadanía en nuestro imaginario solo en la breve historia de Chile, en cuanto oquedad del acontecimiento, o en comedias como La recta provincia (2007) de Raúl Ruizhabría que ver cuáles son las razas amigas del amo de turno e imaginar, por ejemplo, qué o quién vendría a ocupar la función de Ulk.

Durante la campaña presidencial de 2009 Sebastián Piñera recibió un beagle de regalo. En un primer momento lo bautizó como Poder. Se fotografió con él mientras viajaba en auto y en varias visitas a terreno. Luego, y como siempre atento a las circunstancias, lo rebautizó como Bolt. No está claro si por el superperro (Überhund) de Disney o en homenaje al atleta jamaicano, pero sí fue noticia que Joaquín Lavín le dijo: “Sebastián, tú tienes que ser como Usain Bolt”. Lo cierto es que el beagle es una raza particularmente interesante en los tiempos que corren. A diferencia del dogo alemán, imponente y apolíneo, es un perro sabueso de origen inglés. Bullicioso y entusiasta, es utilizado para las jaurías en escuelas y universidades. Es un alegre cazador de liebres, de temperamento equilibrado y actitud vigilante.

Después, en 2017, adoptó a Cholito. Se trataba de un perro callejero, de edad avanzada, que había sido atropellado en Santa Cruz mientras hacía campaña. Lamentablemente, el 8 de octubre de 2018, la mascota del presidente fallecía. En su cuenta de Instagram, publicaba: “Nos demostró que no hay mayor muestra de agradecimiento y cariño más fiel que el de un perrito adoptado. Por eso los invito a adoptar mascotas, les aseguro que nunca se arrepentirán”. De esta manera, y siempre pensando en Alessandri Palma, Piñera desistía de una tradición cinológica. Esto no dejará de tener consecuencias.

Casi un año después de la muerte de Cholito, el presidente no se encontró tan solo como parecía. El 20 de octubre de 2019, en cadena nacional, declaró la guerra “contra un enemigo poderoso, que está dispuesto a usar la violencia sin ningún límite”. El mismo día, en su columna dominical, Peña, el “rector”, ensayaba un sincretismo entre la retórica oligarca decimonónica y un intertexto ultramontano de Freud para afirmar, dos días después del “estallido”, que las generaciones jóvenes “están huérfanas de orientación (aunque no de aplausos de algunos viejos que compensan así la deuda de su propio pasado). Y así carentes de orientación ideológica, quedan presas de sus pulsiones”. Pero no fue el único.

Mientras “las masas” vociferaban que la protesta era un “despertar” nacional, la intelligentsia del centro político desfiló, en dos ocasiones, por el Palacio de la Moneda para explicarle al Presidente qué estaba pasando. A la primera cita concurrieron Peña, Fontaine (CEP), el psiquiatra Capponi y Viera-Gallo (ex ministro de Bachelet). En la segunda, después de un mes, figuraron los líderes de opinión del duopolio: Tironi y Cavallo, llegaron en nombre de la ex Concertación; Larraín y Cordero hicieron el contrapeso, representando a Libertad y Desarrollo; por último, y como si fuera un tercero imparcial, García-Huidobro, filósofo y abogado de la Universidad de Los Andes, vino a sellar el tomismo político necesario para conjurar a la anarquista orgía de las “pasiones” que se tomó el país. 

Al respecto, dos décadas antes, veintitrés años para ser preciso, un connotado filósofo y traductor chileno incluía una nota al pie casi profética sobre la filosofía definida como el saber del amigo. Lo hacía para diferenciarla del saber del enemigo, que identificaba con el fascismo. Este saber del filósofo sería previo a la constitución de la filosofía como doctrina, ya que serían amigos los que saben; mientras que el desconocimiento sería lo esencial de la enemistad, y viceversa. 

Para ilustrar el vínculo entre filosofía y amistad, aludía al desiderátum del guardián en La República, es decir, al perro de caza. Al igual que el verdadero filósofo de raza, el can de estirpe es admirable por ese pathos tenaz que lo habilita, por naturaleza, para distinguir entre una visión enemiga y una amiga, ya que conoce bien la última y, a su vez, desconoce la primera. Luego, entre paréntesis, aclara que realmente Platón escribe “perros de raza” (tôn gennaíon kynôn), pero que el cambio del término “raza” por el de “caza” no es abusivo, ya que el verdadero filósofo sería un sabueso del lógos

  Posteriormente, reconoce cómo la filosofía, que no permite conocer al enemigo si no es como enemigo, ha predispuesto una peculiar “cinología” de la amistad y la enemistad; tanto para distinguirlas como para mediar entre ellas a partir del saber, como principio fundamental de su diferencia y eminentemente identificado con la dialéctica. Y nuevamente, para suscribir con reservas a esta regla, alude a la ironía del no-saber en Sócrates con la finalidad de “reincidir”, y solo en cierto modo, en ella. Así, el podenco poco ladrador y ágil para la cacería, por su olfato, vista y gran resistencia podría entre-tenerse en una anécdota diogeniana con otro tipo de perro, uno que no fuera de caza (raza), también capaz de “saber” e, incluso, de hacerse pasar por filósofo. Pero solo en cierto modo.

¿Cómo hasta entonces nadie había visto que al nuevo amo le faltaba un perro, uno reconocido y fundamental para el mismo Platón, cuya ferocidad innata, a base de una estricta crianza, era la defensa del lógos? ¿Pero es el lógos lo que estos sabuesos defendieron en esas visitas a La Moneda en 2019? ¿No se trató de un diálogo amistoso entre ejemplares de la misma raza a partir de un saber muy distinto al del lógos, que se ladró con la fiereza del alano y la armoniosa voz de algunos perros de rastro, primordialmente reprimido, responsable tanto de la montería humana, originaria y actualizada, como de su justificación fascinada (acaso bajo el efecto Clever Hans)?

Y es que hay perros y perros. Y en este vínculo entre señor y criado, tan caro a la historia de la Filosofía, actualizado en esas sesudas reuniones palaciegas, no se halla solo una peculiar “cinología” capaz de sostener un saber mediador entre amigo y enemigo, sino una particular “cinegética”. Al menos esto quedó al descubierto una vez más después de “octubre”.

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