El pharmacon que regula la escritura de Felipe Ruiz - Carcaj.cl
02 de abril 2013

El pharmacon que regula la escritura de Felipe Ruiz

Una de las citas que aparecen en el libro La poesía no es personal (Extractos de entrevistas de Gonzalo Millán), publicado el 2012, habla del acto saludable y a la vez enfermizo que significa la escritura, en especial la palabra en su uso o desuso: “La palabra es para mí un pharmacon, un humor venoso y a la vez una vacuna, enfermedad y salud” (p.17). Sin embargo, también plantea la regulación que el sujeto/escritor realiza al momento de concretar este proceso, vale decir, asumir el riesgo, entender el beneficio y reconocer que en cada palabra existen ambas caras; lo saludable y lo enfermizo. Cerrando esta idea con otra cita de Millán, podemos establecer que bajo estos indicios “los poetas [o más bien los escritores] somos unos leprosos” (p.26), unos seres infectos, contaminados por la palabra, su poder y el doble filo que significa la acción del verbo.

La obra poética de Felipe Ruiz trabaja esa relación de la palabra con los parámetros saludables y contaminantes de la escritura, en especial, al situar la creación de mundos muy cerca (o posiblemente en la misma línea) de los grados de intimidad. La palabra, como ese gusano que escarba, engulle y vomita todo lo interior y lo sitúa en el papel, el uso sintético del verso, la distribución de las formas y los espacios (gesto de vanguardia), la conformación de imágenes fragmentadas, la manifestación del entorno, la presencia de la familia y la proyección del espacio, son argumentos que dan a entender a grandes rasgos su estilo; una poética que se abre a la dualidad y que intimida siendo íntima. La escritura libera pero también delimita el encierro, la obra de Ruiz se encierra y expande en cada página.

 

Cobijo o el abandono en la unión

 

Publicado por LOM Ediciones (2005), Cobijo plantea la relación del hablante lírico con el nacimiento de un nuevo ser, en este caso un hijo, pero también reflexiona sobre el espacio donde se vive. La relación familiar y las estructuras que lo rodean son una constante, como un tópico común que se aprecia en gran parte de su obra. En Cobijo el espacio se desarrolla como un lugar cerrado, pequeño, hacinado, que está en uso pero bajo condiciones precarias, como un abandono o sector para abandonados, un lugar en que la soledad acrecienta la unión.

Vivimos en

una micro

viajando por mala vía [p. 22]

 

Al acercarnos a los planos culturales o a esta “soledad que une y desune” mediante las relaciones sociales, observamos que ahí se sitúa la crítica. Los niveles y cánones socio-culturales que definen nuestro país aparecen implícitamente, reconociendo diversos estilos de vida, hablando desde lo precario, del amor y ese deseo de proteger que solo aparece cuando el entorno te transforma en un sujeto vulnerable. Además, la pequeñez del infante, de ese niño que acaba de nacer, también es importante para este propósito. Ese niño en la obra refleja aquello que aún no ha sido contaminado, aquello que no posee (aún) nuestros vicios y por lo tanto, se describe con la esperanza fija en que pueda de alguna u otra forma vivir una nueva condición; lo saludable.

pero mi bebé ve mover

el cielo

la tierra bajo sus pies

no sabe

si duerme o muere

porque apenas distingue

la vida

apenas

el vino de la leche [p. 41]

 

nadie es bien dejado

nadie bienaventurado

porque el hambre

tiene sus platos servidos

nadie es

ni el que respira

ni el que deja [p. 50]

 

Cobijo de este modo, refleja la condición actual de la pobreza y lo difícil que se torna la nueva vida en un mundo donde apenas se puede vivir. Posee una escritura vanguardista, apelando a la fragmentación tanto del espacio en la hoja como de la estructura interna de los poemas. Se aprecia además la carencia de títulos, a excepción de los macrotitulares I, II y III, que parecen más bien capítulos. Al parecer, todo escrito representa pequeñas piezas que constituyen grandes poemas, lo que otorga a la obra un sentido especial; habla de un proceso y una construcción continua.

Fosa común y el peso social de vivir en Chile

 

El amor que mataste

No te vaya a llorar

en mi cama duermen cruzados cadáveres helados en mi cara los pies [p. 10]

 

Cuando leemos el título Fosa Común resulta extremadamente difícil no pensar en el pasado traumático que significa el Chile de la dictadura. Un momento tan asqueroso como aquel no puede ser olvidado y cualquier término, concepto o conjunto de palabras que aludan a este periodo serán un anzuelo inevitable de morder. En este libro, publicado el año 2009 por Editorial Fuga, el dolor repercute en cada hoja, en cada verso, instalando nuevamente la situación familiar, el grado de importancia que significa los parientes más cercanos que en este caso, quizás en contraposición a Cobijo, están embalsamados por el dolor y la soledad.

 

Transito por el parque de noche y siento el dolor de los árboles [p.14]

 

Acertadamente Anita Montrosis, poeta chile y contemporánea de Felipe, escribió que “si bien es cierto Felipe Ruiz en su segundo libro Arquero (2008) nos había enseñado que la tragedia es una experiencia enriquecedora, donde el lenguaje se arriesga hasta dejarnos vulnerables, así como se arriesga ahora Ruiz en una poética híbrida y profunda […] El hablante se encumbra agudo para recurrir a las respuestas, se interroga y se retuerce en aquellas preguntas que giran en una actualidad en decadencia, en una actualidad inconclusa que duele, porque duele ser parte de la misma fosa”. Felipe en Fosa común nos propone que el trauma es también una vía para la escritura. Nos plantea que la relación con el padre, la madre y el hijo no siempre es beneficiosa y en muchos momentos resulta contaminante. La escritura para este proceso de expresión del conflicto actúa como cura y enfermedad a la vez.

 

La palabra que libera y enferma en Magnolia

El manicomio de mi vida queda en la oficina diminuta

del curador [p.12]

 

 

Retomando la cita de Gonzalo Millán, la palabra entendida como ese pharmacon, como ese veneno que también es la medicina del espíritu, representa totalmente a la última obra de Felipe Ruiz, Magnolia, libro de poemas publicado por Ajiaco ediciones el año 2012. En este libro, el autor construye nuevamente un hablante lírico que cohabita con sus experiencias dolorosas, con el espacio cotidiano, la intimidad y la relación con la familia. Al igual que en Fosa común, los grados de dolor son tremendos, solo que en esta ocasión no aparecen de manera directa; el sufrimiento es silencioso, constante, pronunciado a escondidas, pero repercute monstruosamente en el total de la obra.

 

confundida en tu nuca ella

reparte la baraja

y dice: “este es el ahorcado”

y hecha a correr la suerte [p.14]

 

Lo nuevo quizás, si lo comparamos con toda la escritura de Felipe, es la presencia de imágenes cargadas de un valor místico, como esas cartas del tarot que aparecen en varios sectores de Magnolia. Son cartas que barajan una búsqueda interna, una lucha con los símbolos, una preocupación por el futuro, un deseo de proyección. Junto a esto, aparece una cierta estética surrealista, como un viaje dentro de un viaje, lo que me recuerda algunos versos el poeta Eduardo Anguita, versos que en cierto modo caracterizan gran parte de la estética de Ruiz; “Las lágrimas son blandas. El llanto es duro. / La mano es una nube. Cae en cada caricia. / Lo real no es la voz. Es el verbo. / El objeto desaparece. El nombre queda. / Tú todavía no estás. Yo todavía no estoy. / ¡Ay! ¡Cuándo estaremos!”. Felipe Ruiz con Magnolia pregunta dónde están, dónde estamos, qué somos y seremos, lo que sorprende.

Prenatal

en mi sueño

Embrionario

somos otro sueño

De un óvulo

Gigantesco [p.19]

 

En lo hondo de este amor me pertenezco aún,

De magno a magnolia, de magnolio a hoja,

Incluso allí acaso, las piedras en los ojos, son tuyas

Para sepultar el dolor. [p.43]

 

El poeta es un leproso y todo leproso necesita tratamiento. El leproso, como un ser enfermo, necesita la cura para que le extirpe o lo libere del dolor. Gonzalo Millán en su comentario está en lo correcto y Felipe Ruiz con su escritura apoya el enunciado. La escritura de Cobijo, Fosa Común y Magnolia utilizan la palabra como un método de rescate, como un alivio del trauma, lo cual también acerca el dolor hacia el sujeto creador. El pharmacon verbal en este caso actúa como toxina y morphina, bajo una escritura sincera, íntima y delicada.

Recuerdo una conversación breve con Felipe por el chat de Facebook. Hablamos de nuestros libros, pero en especial hablamos de la relación entre escritura y trauma, más la cercanía entre lo escrito, lo vivido y la posibilidad inmediata de aliviar la experiencia traumática mediante la acción del verbo. En ese momento Felipe fue bastante claro; “ah sí, el tema es un trauma. Claro que es complicado. Pero la poesía es casi siempre traumática”. Es ahí que el conflicto mayor de escribir es escribirse, rasgar en la llaga o como escribió Paul Celan; “algo sobrevivió en medio de las ruinas. Algo accesible y cercano: el lenguaje”, aquel que nos ayuda a liberar “esas” tensiones.

 

 

Referencias:

 

-Anguita, Eduardo (1984). El poliedro y el mar. Santiago, Chile. Editorial Universitaria.

-Arroyo González, Guido (2012). La poesía no es personal (Extractos de entrevistas de Gonzalo Millán). Santiago, Chile. Alquimia ediciones.

-Montrosis, Anita (2009). FOSA COMÚN de Felipe Ruiz (Editorial Fuga, 2009). Extraído el 27 de Enero del 2013 de http://letras.s5.com/fr290110.html

-Ruiz, Felipe (2005), Cobijo. Santiago, Chile, LOM ediciones.

-Ruiz, Felipe (2009), Fosa común. Santiago, Chile. Editorial Fuga

-Ruiz, Felipe (2012), Magnolia. Santiago, Chile. Ajiaco ediciones.

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